A cielo abierto: El peso de la responsabilidad
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
06-12-2023 18:36:14
A cielo abierto, ópera prima de los hermanos Mariana y Santiago Arriaga, hijos del escritor y productor Guillermo Arriaga, carga consigo el peso de la responsabilidad de un apellido prominente que termina arrastrado a un largometraje enclenque que exhibe más de lo que realmente dice.
Constantemente imagino un guion de cine que pasa entre varias manos antes de llegar a la gran pantalla; un guion barajeado entre productoras como Teorema, Pimienta Films o Piano antes de que finalmente algún director lo tome. Sé que no es el caso, así no funcionan los rodajes ni las productoras, pero de otra manera no me imagino que películas hechas con años de distancia y contextos tan distintos terminen hablando de lo mismo y bajo el mismo propósito.
El violento festín que Michael Franco, David Zonana, Carlos Reygadas y una lista larga de directores reparten desde hace más de una década en festivales de cine europeos no son largometrajes, mucho menos denuncias como presumen, son provocaciones; son desmembrados, destazados, cuerpos ensangrentados, violaciones, cuchilladas e impactos de bala, que suceden en distintas regiones del país y ellos recrean para complacer y alimentar el morbo de un público anestesiado por los medios a ser insensible a la violencia. Los Arriaga lamentablemente se unen a esta lista cada vez más larga.
Tras 4 cortometrajes que, aunque vislumbraban su interés en torno a la violencia, al menos planteaban dilemas morales, ahora con su primer largometraje presentado en el Festival Internacional de Cine de Morelia se alejan de cualquier reflexión y someten al espectador a un espiral de escenas miserables y sórdidas.
A principios de los 90´s un joven de 13 años llamado Salvador y su padre viajan por la carretera a Coahuila rumbo a una reunión familiar de cacería cuando un camión de carga impacta contra ellos ocasionando la muerte del padre; 3 años después, aún en luto, Salvador y su hermano mayor Fernando descubren el nombre del conductor que aquel día tras matar a su padre se dio a la fuga y deciden emprender camino hacia el norte del país para vengarse.
A dicho plan se le suma su hermanastra y la fantasía sexual de ambos chicos, Paula, y su novio Eduardo, que al primer minuto en que se percata de las intenciones de los hermanos decide abandonarlos. Toda esta travesía es bajo la fachada con su madre y su padrastro de un viaje con amigos a Querétaro.
El roadtrip en el cine mexicano ha servido para contrastar las diferencias culturales del país y cómo éstas no se escapan de la brutalidad de la violencia y los abusos tanto del Estado como del sector privado, ahí tenemos aquella escena en Y tú mamá también que relataba la muerte de un trabajador en una avenida de la Ciudad de México de la que los protagonistas fueron testigos y que el narrador que los acompaña llenaba los espacios huecos: "Marcelino Escutia, un albañil llegado de Michoacán que fue alcanzado por un conductor de transporte público a exceso de velocidad al cruzar la avenida sin usar el puente peatonal, el que por su mala ubicación lo hacía caminar dos kilómetros más rumbo a su trabajo".
A lo largo de la película se repiten descripciones similares en torno a imágenes que se cuelan desde el retrovisor o las ventanillas del carro o de aquellos con quienes se cruzan creando un mapa de las transformaciones que atravesaba el país principios de siglo entre las que se encuentran la gentrificación a través de un lanchero de Loma San Bernabé desplazado a las afueras de Santa María Colotepec junto con su familia y obligado a dejar la pesca y dedicarse a ser un empleado de hotel, o la migración, a partir de un oso pequeño que cuelga del espejo de un auto perteneciente a una familia que perdió la vida tratando de cruzar la frontera con Estados Unidos.
La película es, igual que esta, la historia de dos jóvenes precoces ansiosos por llevar a la cama a su compañera de viaje, sin embargo, el largometraje de Cuarón aprovecha cada momento fuera de la masturbación y los acostones para permitir que se atraviese la mexicanidad y las problemáticas nacionales. Pero más importante que ello, la película le otorga a todos un nombre y un rostro. No son meras carnes a la mitad de la autopista ni charcos de sangre en los corredores, son personas, muchos con familia, con un hogar y con una vida. Y si nuestros muertos se cruzan, tienen la mínima decencia humana de taparlos. Si les quitas eso no queda nada más que una sobre-producida y costosa nota roja.
Los Arriaga al desproveer los escenarios y los cuerpos de toda dignidad producen no más que el asco de quienes miran a otro lado escapando de las imágenes de ovejas arrolladas o de un primer plano de un hombre sometido mojando sus pantalones al que, por si fuera poco, le hacen close up.
Güeros, de Alonso Ruizpalacios; Canción de Invierno, de Silvana Lázaro; ColoZio, de Artemio Navarro; Mecánica Nacional, de Luiz Alcoriza, la película ya mencionada de Cuarón o hasta obras de Luis Buñuel, La ilusión viaja en tranvía o Subida al cielo, caricaturizan en gran parte de su metraje a sus personajes y los reducen muchas veces a estereotipos (carniceros, policías, manifestantes, estudiantes, madres solteras), pero casi siempre en pro de su obra. Éste último, por ejemplo, haciendo melodramas mexicanos similares a los realizados por los directores de la época e introduciendo uno que otro elemento surrealista.
Buñuel tanto por necesidad como por conciencia abandona su estilo y se sirve de las herramientas del melodrama para esconder los mecanismos de su cine; en medio de una pastorela navideña escabullendo imaginería religiosa y política con un Cristo ensangrentado, la lucha entre Satán y el Espíritu Santo y la caída del pecado original, o en las fantasías de muerte de un aspirante a asesino revolviendo los límites entre la realidad y los sueños.
Buñuel y aquellos detrás de algunas de las obras mencionadas reconocían, al menos, su contexto, en el que cada minuto que su película se proyectaba en una pantalla era tiempo y dinero que el espectador, quien carece mucho de esto, sacrificaba para entregarse a una propuesta fílmica que considera importante.
El trabajador entrega su confianza en quien por horas compensa y demuestra que ese dinero invertido, sacado de su bajo salario y casi siempre comprometido en su totalidad, así como ese escaso tiempo, que administra minuciosamente para dedicarle de forma casi exclusiva a verle, sea retribuido. Por eso es, en las mismas proporciones, desdeñable aquel que miseramente entrega un escapismo complaciente subestimando a su espectador como quien lo somete a la barbarie para posteriormente abandonarlo. El autor debe de reconocer la responsabilidad que tiene. Él ya posee un grupo decidido a escucharle, toca en él pensar qué decirle. Cómo esta gran pantalla que por horas los mantendrá seducidos puede transformar su realidad. Esto es lo que diferencia el cine industrial del de un autor, mientras que el primero busca conservar el status quo, el segundo busca cuestionarlo; para la industria las películas son una mercancía producida en masa para venderse al por mayor, para el autor es una declaración.
A cielo abierto de los hermanos Arriaga es un compilado de perros muertos, incesto, ovejas desangradas, carros abollados y gente torturada que en su pragmatismo arrolla a todos a su paso, a su espectador, a sus personajes, a su entorno, al tema que trata y en especial, a aquellos atravesando su luto, a los que criminaliza.
La cineasta Claudia Sainte-Luce en El camino de Sol transformó a una madre sufriendo la indiferencia institucional ante el secuestro de su hijo en una torturadora, ahora los Arriaga hacen lo propio con un par de jóvenes en la pérdida de su padre.
Ahí entre los cuerpos de sus atropellos, fuera y dentro de la pantalla, quedan las feministas, las madres buscadoras, los colectivos por personas desaparecidas, las familias en luto y un sinfín más vistos como potenciales criminales.
Ya no basta preguntar por el sentido de responsabilidad de sus realizadores (irónico que su película hable justamente de la responsabilidad) sino al Festival de Venecia, Huelva y Toronto ¿cómo? La pista está en un apellido privilegiado que se mueve fácilmente, y por lo que se ve no meritoriamente en la industria y que atrae espectadores ansiosos por conocerlos (incluyéndome) que se van insultados. Qué desperdicio.
A cielo abierto, ópera prima de los hermanos Mariana y Santiago Arriaga, hijos del escritor y productor Guillermo Arriaga, carga consigo el peso de la responsabilidad de un apellido prominente que termina arrastrado a un largometraje enclenque que exhibe más de lo que realmente dice.
Constantemente imagino un guion de cine que pasa entre varias manos antes de llegar a la gran pantalla; un guion barajeado entre productoras como Teorema, Pimienta Films o Piano antes de que finalmente algún director lo tome. Sé que no es el caso, así no funcionan los rodajes ni las productoras, pero de otra manera no me imagino que películas hechas con años de distancia y contextos tan distintos terminen hablando de lo mismo y bajo el mismo propósito.
El violento festín que Michael Franco, David Zonana, Carlos Reygadas y una lista larga de directores reparten desde hace más de una década en festivales de cine europeos no son largometrajes, mucho menos denuncias como presumen, son provocaciones; son desmembrados, destazados, cuerpos ensangrentados, violaciones, cuchilladas e impactos de bala, que suceden en distintas regiones del país y ellos recrean para complacer y alimentar el morbo de un público anestesiado por los medios a ser insensible a la violencia. Los Arriaga lamentablemente se unen a esta lista cada vez más larga.
Tras 4 cortometrajes que, aunque vislumbraban su interés en torno a la violencia, al menos planteaban dilemas morales, ahora con su primer largometraje presentado en el Festival Internacional de Cine de Morelia se alejan de cualquier reflexión y someten al espectador a un espiral de escenas miserables y sórdidas.
A principios de los 90´s un joven de 13 años llamado Salvador y su padre viajan por la carretera a Coahuila rumbo a una reunión familiar de cacería cuando un camión de carga impacta contra ellos ocasionando la muerte del padre; 3 años después, aún en luto, Salvador y su hermano mayor Fernando descubren el nombre del conductor que aquel día tras matar a su padre se dio a la fuga y deciden emprender camino hacia el norte del país para vengarse.
A dicho plan se le suma su hermanastra y la fantasía sexual de ambos chicos, Paula, y su novio Eduardo, que al primer minuto en que se percata de las intenciones de los hermanos decide abandonarlos. Toda esta travesía es bajo la fachada con su madre y su padrastro de un viaje con amigos a Querétaro.
El roadtrip en el cine mexicano ha servido para contrastar las diferencias culturales del país y cómo éstas no se escapan de la brutalidad de la violencia y los abusos tanto del Estado como del sector privado, ahí tenemos aquella escena en Y tú mamá también que relataba la muerte de un trabajador en una avenida de la Ciudad de México de la que los protagonistas fueron testigos y que el narrador que los acompaña llenaba los espacios huecos: "Marcelino Escutia, un albañil llegado de Michoacán que fue alcanzado por un conductor de transporte público a exceso de velocidad al cruzar la avenida sin usar el puente peatonal, el que por su mala ubicación lo hacía caminar dos kilómetros más rumbo a su trabajo".
A lo largo de la película se repiten descripciones similares en torno a imágenes que se cuelan desde el retrovisor o las ventanillas del carro o de aquellos con quienes se cruzan creando un mapa de las transformaciones que atravesaba el país principios de siglo entre las que se encuentran la gentrificación a través de un lanchero de Loma San Bernabé desplazado a las afueras de Santa María Colotepec junto con su familia y obligado a dejar la pesca y dedicarse a ser un empleado de hotel, o la migración, a partir de un oso pequeño que cuelga del espejo de un auto perteneciente a una familia que perdió la vida tratando de cruzar la frontera con Estados Unidos.
La película es, igual que esta, la historia de dos jóvenes precoces ansiosos por llevar a la cama a su compañera de viaje, sin embargo, el largometraje de Cuarón aprovecha cada momento fuera de la masturbación y los acostones para permitir que se atraviese la mexicanidad y las problemáticas nacionales. Pero más importante que ello, la película le otorga a todos un nombre y un rostro. No son meras carnes a la mitad de la autopista ni charcos de sangre en los corredores, son personas, muchos con familia, con un hogar y con una vida. Y si nuestros muertos se cruzan, tienen la mínima decencia humana de taparlos. Si les quitas eso no queda nada más que una sobre-producida y costosa nota roja.
Los Arriaga al desproveer los escenarios y los cuerpos de toda dignidad producen no más que el asco de quienes miran a otro lado escapando de las imágenes de ovejas arrolladas o de un primer plano de un hombre sometido mojando sus pantalones al que, por si fuera poco, le hacen close up.
Güeros, de Alonso Ruizpalacios; Canción de Invierno, de Silvana Lázaro; ColoZio, de Artemio Navarro; Mecánica Nacional, de Luiz Alcoriza, la película ya mencionada de Cuarón o hasta obras de Luis Buñuel, La ilusión viaja en tranvía o Subida al cielo, caricaturizan en gran parte de su metraje a sus personajes y los reducen muchas veces a estereotipos (carniceros, policías, manifestantes, estudiantes, madres solteras), pero casi siempre en pro de su obra. Éste último, por ejemplo, haciendo melodramas mexicanos similares a los realizados por los directores de la época e introduciendo uno que otro elemento surrealista.
Buñuel tanto por necesidad como por conciencia abandona su estilo y se sirve de las herramientas del melodrama para esconder los mecanismos de su cine; en medio de una pastorela navideña escabullendo imaginería religiosa y política con un Cristo ensangrentado, la lucha entre Satán y el Espíritu Santo y la caída del pecado original, o en las fantasías de muerte de un aspirante a asesino revolviendo los límites entre la realidad y los sueños.
Buñuel y aquellos detrás de algunas de las obras mencionadas reconocían, al menos, su contexto, en el que cada minuto que su película se proyectaba en una pantalla era tiempo y dinero que el espectador, quien carece mucho de esto, sacrificaba para entregarse a una propuesta fílmica que considera importante.
El trabajador entrega su confianza en quien por horas compensa y demuestra que ese dinero invertido, sacado de su bajo salario y casi siempre comprometido en su totalidad, así como ese escaso tiempo, que administra minuciosamente para dedicarle de forma casi exclusiva a verle, sea retribuido. Por eso es, en las mismas proporciones, desdeñable aquel que miseramente entrega un escapismo complaciente subestimando a su espectador como quien lo somete a la barbarie para posteriormente abandonarlo. El autor debe de reconocer la responsabilidad que tiene. Él ya posee un grupo decidido a escucharle, toca en él pensar qué decirle. Cómo esta gran pantalla que por horas los mantendrá seducidos puede transformar su realidad. Esto es lo que diferencia el cine industrial del de un autor, mientras que el primero busca conservar el status quo, el segundo busca cuestionarlo; para la industria las películas son una mercancía producida en masa para venderse al por mayor, para el autor es una declaración.
A cielo abierto de los hermanos Arriaga es un compilado de perros muertos, incesto, ovejas desangradas, carros abollados y gente torturada que en su pragmatismo arrolla a todos a su paso, a su espectador, a sus personajes, a su entorno, al tema que trata y en especial, a aquellos atravesando su luto, a los que criminaliza.
La cineasta Claudia Sainte-Luce en El camino de Sol transformó a una madre sufriendo la indiferencia institucional ante el secuestro de su hijo en una torturadora, ahora los Arriaga hacen lo propio con un par de jóvenes en la pérdida de su padre.
Ahí entre los cuerpos de sus atropellos, fuera y dentro de la pantalla, quedan las feministas, las madres buscadoras, los colectivos por personas desaparecidas, las familias en luto y un sinfín más vistos como potenciales criminales.
Ya no basta preguntar por el sentido de responsabilidad de sus realizadores (irónico que su película hable justamente de la responsabilidad) sino al Festival de Venecia, Huelva y Toronto ¿cómo? La pista está en un apellido privilegiado que se mueve fácilmente, y por lo que se ve no meritoriamente en la industria y que atrae espectadores ansiosos por conocerlos (incluyéndome) que se van insultados. Qué desperdicio.