Verano 1993. La naturalidad de la infancia

POR: EL TONEJO

08-05-2018 13:22:51


¿Qué se puede escribir de una película cuando te provoca tantos recuerdos, tantas emociones y tanto agradecimiento con las personas que nos rodean? La cinta de Carla Simón titulada Verano 1993 es un fantástico ejercicio para revivir recuerdos que habían quedado en el baúl. Es una cinta simple con un trasfondo interesante que nos replantea nuestras vivencias cuando éramos niños, cuando un juguete o un abrazo eran más poderosos que un status o una posición social.

Protagonizada por Laia Artigas, Verano 1993 aborda la historia de Frida, quien afronta el primer verano con su nueva familia adoptiva tras la muerte de su madre. De vivir en la ciudad ahora debe acoplarse a su nueva realidad en el campo con una nueva hermana, unos nuevos padres y un estilo de vida completamente distinto.


Quizá lo más encantador de esta cinta es la inocencia con la que se retrata la infancia, sin medias tintas ni escenas forzadas. Se trata de una película completamente naturalista desde el punto de vista de los seres humanos y nuestra capacidad de adaptación ante la adversidad. La ejecución de la perspectiva infantil es abrumadoramente honesta y brillante.



Otro detalle interesante es la sensibilidad con la que Simón aborda el principal motor de esta película, los sentimientos de Frida. A través de esta espiral de sensaciones vamos descubriendo los efectos colaterales que tienen un impacto muy duradero en los demás personajes y en el mismo espectador. Es una cinta virtuosa, con detalles finos y una destreza natural que va evolucionando conforme vamos siendo parte de esta adaptación familiar.


Ganadora a Mejor Ópera Prima en el Festival Internacional de Cine de Berlín (2017), Verano 1993 es una historia responsable que va dirigida a los adultos, quienes en ocasiones hemos olvidado lo que es ser un niño y tener la conciencia apenas despierta sobre lo que puede llegar a ser el mundo. La responsabilidad con la que juega en cada palabra del guión es sencilla y contundente, el mensaje es claro y diverso, cada espectador le pondrá los puntos a las íes para lograr mover las raíces más secas de nuestro árbol genealógico.


Los abrazos de papá, los besos de mamá, las travesuras con mis hermanos, y la desdicha que se siente cuando los abuelos se van y uno tiene no más de 12 años, es lo que Verano 1993 le dejó a quien escribe estas líneas. Películas como esta merece la pena ver una y otra vez, por el simple hecho de recordar, y entender que la comprensión y el amor deben permanecer y trascender en nuestras vidas.


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