Todos somos extraños: La disculpa como placebo

POR: JOSÉ LUIS SALAZAR

05-03-2024 19:32:59

Todos somos extraños:  La disculpa como placebo


Seis años después de Lean On Pete, Andrew Haigh presenta Todos somos extraños (All Of Us Strangers), la película que ya ha arrasado con nominaciones en las premiaciones cinematográficas de la industria británica, es la segunda adaptación de la novela Strangers de Taichi Yamada después de la realizada en 1988 en The Discarnates, por Nobuhiko Obayashi, pero la primera que aprovecha su historia tan presente en el panorama fílmico actual para abordar un trauma generacional de la comunidad LGBT y ofrecer, aunque sea en ficción, un consuelo.

Apenas hace dos años la ganadora del Premio del Jurado de la sección Un Certain Regard en el Festival de Cannes, Great Freedom, de Sebastian Meise, abordaba un tema similar al de la nueva película de Haigh. En la Alemania de la posguerra Hans Hoffman es encarcelado por violar las leyes contra la homosexualidad, en específico por el artículo 175 del Código Penal, implantado por el nuevo gobierno. Él ha sido un preso recurrente pues previo a la llegada del gobierno de posguerra ya había sido recluido y torturado por el régimen nazi, por lo que ya había aprendido a llevar una vida enclaustrado y a formar vínculos con el resto de prisioneros, sin embargo, cuando se deroga el artículo que lo mantiene en prisión hay una posibilidad real de por fin vivir fuera sin esconderse.


Hacia su final, Hans libre por las calles de Berlín visita un bar gay donde le sorprende ver la ligereza y apertura con la que los hombres cogen a plena luz, lo que le recuerda a los encuentros secretos en baños públicos o callejones que mantuvo toda su vida siempre temiendo ser descubierto y arrestado. Sale del bar sintiéndose desplazado, incapaz de integrarse a este nuevo entorno que presume ser un espacio seguro; pasa al lado de una joyería, rompe uno de los cristales y se sienta en la acera en espera de la llegada de los policías a que lo arresten y lo lleven al único lugar donde ha podido a ser feliz: tras unos barrotes.


La respuesta de Meise es clara: no hay paz ni la habrá. O al menos no pronto.


Es por ello que no me provoca nada más que aborrecimiento producciones como Heartstopper, Bros, Fire Island, LoveSimon o Red White & Royal Blue que intentan vender un mundo libre de prejuicios con parejitas gay en cada esquina viviendo libre y abiertamente su amor como un heterosexual más, negando que más allá de las agresiones diarias existe aún el resentimiento, la precariedad, la exclusión y el dolor de generaciones pasadas acompañándonos. 


Entiendo perfectamente de dónde vienen estas representaciones pues hay una lucha por ganar el poder mediático y lograr que después de años de ser el comic relief o el cadáver de una esquina, las personas LGBT tengan protagónicos concebidos desde la dignidad, para que al menos los más jóvenes puedan verse a sí mismos de igual forma.


ALL OF US STRANGERS


Esto no reduce el efecto que crea: un espejismo de aceptación. Similar al que intentan usar para alimentar a las poblaciones negras: héroes negros en la pantalla, disparos en las calles.


Apenas hace un año The Guardian publicó un artículo titulado Half of LGBT+ young adults in UK are estranged from a relative, survey finds que, como su título indica, de acuerdo a una investigación realizada en el Reino Unido la mitad de la población LGBT se veía excluida de sus familias o se vieron forzados a romper relación con algún miembro de ellas. Cifra que se va al alza con los encuestados no binarios o transgenero.


En este panorama, la nueva obra de Andrew High dirige su energía a la esperanza, pero como Sebastian Meise no la sacia.


Adam (Andrew Scott) es un solitario escritor que vive pensando en sus padres fallecidos 30 años atrás cuando él apenas era un niño. Un día deambulando por su antiguo barrio se encuentra con los fantasmas de ellos y con su casa de la infancia, tal y como estaban antes de su deceso.


A partir de ese momento Andrew tendrá la posibilidad de confrontar su persona actual y sus errores con sus padres que se vieron imposibilitados de verlo crecer, pero a medida que se abre y revive su infancia, va perdiendo el sentido de lo que es real y lo que no.


En la larga lista de películas que abordan el trauma generacional (mayormente dentro de las comunidades asiático americanas) que se han popularizado en los último saños apodado como un subgénero por la crítica Emily StJames para Vox, “millennial parental apology fantasy” (fantasía millennial de disculpa parental), destaca siempre un elemento: la unilateralidad del arrepentimiento.


Todos somos extraños


De todas las películas recientes de este tropo solo Everything Everywhere All At Once se relata desde la perspectiva de una madre, el resto al ser guiadas por los hijos tienden a representar padres inclementes e hijos víctimas. Un par de torturadores frente a un incomprendido mártir. Turning Red que incluso intenta conceder a la madre una justificación a sus exigencias maternales recae en el mismo círculo al tirar piedras a su antepasado. La lógica es: madre abusiva crea futuro hijo abusivo.


Cuando llega el perdón, la disculpa expresa nos avisa la conclusión de la película. Literal.


Un abrazo y las palabras de una madre arrepentida. Una breve escena de convivencia pacífica entre sus protagonistas y corre créditos. Lo demás debemos de intuirlo, vivieron felices para siempre ¿y los problemas? De nuevo bajo el tapete.


En Everything Everywhere All At Once, Encanto, The Mitchells Vs The Machines o Turning Red, incluso si la mayoría de ellas están protagonizadas por personajes queer y se discute el tema del rechazo paternal siempre es desde una banalidad casi insultante. La desesperación que acompaña a los millenials que hoy crían a sus hijos y se dan cuenta del daño ejercido por sus padres deriva en esto, una fantasía de disculpa parental.


Y sí se le llama fantasía no es porque sea inverosímil o sea solo posible en escenarios de ciencia ficción y mundos mágicos como el de las películas mencionadas sino porque pareciera que la palabra “perdón” contuviera por si sola toda una compresión y aceptación de la orientación sexual ajena y borrara toda homofobia o machismo interiorizado por automático. Así como con el resto de prejuicios, problemas y traumas, se guardan en el armario y se reprimen nuevamente.


La solución que ofrecen estas narrativas es una temporal, la de un par de hermanos que discuten por el control remoto, y no la de hijos disponiendo por fin de su vida libremente.


Por eso reconozco a Todos somos extraños, porque los prejuicios no se edulcoran ni se guardan.


ALL OF US STRANGERS


Adam al mencionarle al fantasma de su madre su homosexualidad inmediatamente es rechazado, de su padre ni se diga. La travesía de Adam no es porque acepten los términos en los que vive su vida, pues finalmente ya no tienen injerencia en ella, sino que aprendan a entender desde la persona que es ahora los errores que cometieron.


Adam es un adulto introvertido con miedo a vincularse afectivamente orillándose a una existencia solitaria; puede que su padre no entienda su homosexualidad ni apruebe su relación con su vecino Harry, pero alcanza a ver su responsabilidad en ese miedo cuando ambos recuerdan las tardes en llanto donde él lo responsabilizaba por el bullying escolar que le aquejaba y que nunca hizo frente.


Igual que su mamá que mira su labor tras años de presión para que consiguiera pareja ahora en un hijo solo, infeliz e insatisfecho.


Hay palabras más complejas que decir que un “lo siento”.


La película no condena a los padres y su homofobia ni vuelve a Adam un pobre desgraciado a merced de dos trogloditas; prefiere mirarlos como lo que son, dos personas de su tiempo y contexto que quieran o no se tienen que adaptar. 


Absolutamente nadie fue criado por un ser libre de prejuicios, quien diga lo contrario peca de ingenuo o se engaña a sí mismo. La gran mayoría hacemos de la convivencia el puente a la tolerancia, porque es distinto odiar al negro, al extranjero, al judío, al homosexual o al trans cuando se come en la misma mesa.


Todos somos extraños, crítica


De todas las soluciones que a nivel estatal se han implementado ninguna ha sido más efectiva que la interacción. El ladón, el oportunista, el vulgar, el violento, el sucio deja de serlo quedando solo un ser humano al que las diferencias me unen más a él de lo que nos separan.


El resto del metraje no es sobre un reencuentro sino de conocer a alguien, a quien apenas algunas facciones remiten a su hijo pero que no lo es, al menos no como recuerdan.


Después de horas de convivencia, risas, llantos y recuerdos, Haigh nos trae al presente y rompe la fantasía. Adam debe dejar a sus padres atrás, pero con ellos se va, algo que en vida jamás pudo ser, una apropiada despedida para un hijo y algunas palabras para enfrentar el futuro.


Si hiciera el ejercicio de Emily St James e intentara clasificar la película dentro de su categoría de “disculpas millenials”, esta no encajaría. 


Haigh le resta importancia al perdón, porque a diferencia de los millenials heterosexuales, aquellos en la comunidad LGBT no resienten la falta de una disculpa sino la pérdida del contacto. Muchísimos que aún esconden su sexualidad a sus familias por miedo al rechazo huyen del momento en que vivir su verdadera vida signifique tener que decirles adiós. 


All Of Us Strangers con Paul Mescal


En donde la mayoría de personas desde la autocompasión ven un fracaso de padres y la exigencia de un pronto arrepentimiento paternal, el queer se entiende como un fracaso de hijo y desde la autoculpa por la exclusión familiar, el síntoma de su enfermedad que jamás lo dejará vivir en paz.


Al menos en All Of Us Strangers hay la esperanza del reencuentro y la aceptación, aunque para eso tengamos que esperar otra vida.




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