12 horas para sobrevivir: El inicio o la verdadera Pantera Negra
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
24-07-2018 13:18:45
¿Cómo sería tener la libertad para cometer crímenes legalmente por 12 horas? ¿Sería liberador como una especie de desahogo para las tensiones de la cotidianidad? ¿Sería un disparador para la productividad y la mejor convivencia? Éstas son las preguntas que 12 horas para sobrevivir (The Purge, 2013) planteó someramente, pero fue tan llamativa por la idea de un escenario de anarquía controlada en una sociedad cada vez más enferma con violencia simbólica y física. De hecho, fue tan exuberante que dio para tres entregas más con la misma premisa y ligeros cambios entre ellas.
En 12 horas para sobrevivir: El inicio se cuenta -para sorpresa de nadie- el comienzo de este evento anual (como se esboza desde la primera cinta) en su concepción inicial como un experimento social propuesto por NFFA (New Founding Fathers of America o “Los nuevos padres fundadores de Estados Unidos”, por sus siglas en inglés) y llevado a cabo en Staten Island, Estados Unidos.
¿Cómo prolongar una historia ya claramente agotada? Llevándola hacia atrás. Así como han hecho otras franquicias (El conjuro, Actividad paranormal, Star Wars, por decir algunas), La purga recurre a la precuela para ahondar en las bases de su peculiar trama; un paso congruente, pero irremediablemente innecesario. Con supuestas imágenes de archivo se comienza a mostrar al país estadounidense con un equilibrio social inexistente y una economía al borde del colapso; de ahí que los Nuevos Padres Fundadores derroquen al gobierno en turno y formulen esta nueva medida para, en pocas palabras, reestablecer ‘Murica a su grandeza. Si esa idea de “restaurar la grandeza” le resulta conocida, le digo que no es casualidad.
Tal como sucedió en las predecesoras, la narrativa se percibe formulaica, pues ya se conoce la dinámica de La Expiación, así que la adecuación del ritmo depende de los nuevos personajes, de la espectacularidad en las escenas violentas y/o las subtramas que se pudieran establecer, que de nuevo fallan. No obstante, las modificaciones más interesantes caen en la interacción de la producción con su entorno en la realidad. Es decir, la película no teme involucrar temas políticos de forma extensa y, de hecho, es bastante evidente en ello. Por ejemplo, aquí se establece al gobierno como claro catalizador del siniestro.
Si bien, lo de los padres fundadores ya se había mencionado anteriormente para justificar que en ese país se optara por una medida de este tipo y agregar un poco de conspiración llamativa a la diégesis; ya el gobierno se convierte en un elemento importante para el desarrollo, pues no sólo se reitera que se trató fue una medida gubernamental, sino que se instaura una clara dicotomía entre los héroes y las tiránicas altas esferas. Anteriormente, eso era sólo una alusión breve y el hilo conductor recaía en la irreflexiva crueldad; ahora se ha girado hacia un tono de franca declaración contra “el sistema”. Se expone a los malvados gobernantes -caucásicos todos- como promotores incansables de su experimento, aún si éste no generaba la participación esperada, en una clara agresión no contra los estratos pobres, sino contra las personas de piel negra.
Con un elenco principal totalmente afroamericano y con personajes sumamente estereotipados, el libreto contiene repetidos reclamos contra las opresiones e injusticias que sufren. Además, tanto en diálogos como en las escenas de altercados, se crea una notoria polarización entre los valerosos combatientes del bando agobiado y los tiranos de piel clara, quienes hasta lucen gabardinas estilo nazi (no exagero, vean la secuencia del clímax). Por supuesto que hay una victoria glorificadora para completar el discurso.
Si recordamos la primera parte de esta saga, hay una ocasión donde vemos a unos enmascarados que tocan a la puerta de la familia Sandin en la búsqueda de un vagabundo herido. Los visitantes se presentan como jóvenes acaudalados que sólo quieren sacar sus frustraciones en favor de su productividad y la de la nación. A pesar de que esto sea sólo una mención, la motivación de quienes purgan incidía principalmente en otro terreno.
Siendo el racismo el asunto más agitado en la opinión pública de ese país, no es extraño que muchos productos audiovisuales den una suerte de consideración al respecto. Lo raro es que sea este filme el que se decidiera girar por completo al tono político, cuando la crítica social era sólo un matiz para dar cierta verosimilitud al argumento. La diferencia es que éste tocó durante la “América” de Trump...
El director Gerard McMurray se preocupó más por convertir a 12 horas para sobrevivir: El inicio en una mezcolanza entreBlack Panther por sus desorbitadas escenas de combate con coreografías exageradas -pero ésta con risibles efectos visuales-, con ¡Huye! (Get Out) por el comentario social de corte étnico inserto en el género del horror. Digo, claro que ésta sobraba, pero la seriedad que imperiosamente quisieron meter, terminó por estropear aún más a la posible (espero) entrega final de la franquicia que sólo sirvió para inspirar disfraces de Halloween.
¿Cómo sería tener la libertad para cometer crímenes legalmente por 12 horas? ¿Sería liberador como una especie de desahogo para las tensiones de la cotidianidad? ¿Sería un disparador para la productividad y la mejor convivencia? Éstas son las preguntas que 12 horas para sobrevivir (The Purge, 2013) planteó someramente, pero fue tan llamativa por la idea de un escenario de anarquía controlada en una sociedad cada vez más enferma con violencia simbólica y física. De hecho, fue tan exuberante que dio para tres entregas más con la misma premisa y ligeros cambios entre ellas.
En 12 horas para sobrevivir: El inicio se cuenta -para sorpresa de nadie- el comienzo de este evento anual (como se esboza desde la primera cinta) en su concepción inicial como un experimento social propuesto por NFFA (New Founding Fathers of America o “Los nuevos padres fundadores de Estados Unidos”, por sus siglas en inglés) y llevado a cabo en Staten Island, Estados Unidos.
¿Cómo prolongar una historia ya claramente agotada? Llevándola hacia atrás. Así como han hecho otras franquicias (El conjuro, Actividad paranormal, Star Wars, por decir algunas), La purga recurre a la precuela para ahondar en las bases de su peculiar trama; un paso congruente, pero irremediablemente innecesario. Con supuestas imágenes de archivo se comienza a mostrar al país estadounidense con un equilibrio social inexistente y una economía al borde del colapso; de ahí que los Nuevos Padres Fundadores derroquen al gobierno en turno y formulen esta nueva medida para, en pocas palabras, reestablecer ‘Murica a su grandeza. Si esa idea de “restaurar la grandeza” le resulta conocida, le digo que no es casualidad.
Tal como sucedió en las predecesoras, la narrativa se percibe formulaica, pues ya se conoce la dinámica de La Expiación, así que la adecuación del ritmo depende de los nuevos personajes, de la espectacularidad en las escenas violentas y/o las subtramas que se pudieran establecer, que de nuevo fallan. No obstante, las modificaciones más interesantes caen en la interacción de la producción con su entorno en la realidad. Es decir, la película no teme involucrar temas políticos de forma extensa y, de hecho, es bastante evidente en ello. Por ejemplo, aquí se establece al gobierno como claro catalizador del siniestro.
Si bien, lo de los padres fundadores ya se había mencionado anteriormente para justificar que en ese país se optara por una medida de este tipo y agregar un poco de conspiración llamativa a la diégesis; ya el gobierno se convierte en un elemento importante para el desarrollo, pues no sólo se reitera que se trató fue una medida gubernamental, sino que se instaura una clara dicotomía entre los héroes y las tiránicas altas esferas. Anteriormente, eso era sólo una alusión breve y el hilo conductor recaía en la irreflexiva crueldad; ahora se ha girado hacia un tono de franca declaración contra “el sistema”. Se expone a los malvados gobernantes -caucásicos todos- como promotores incansables de su experimento, aún si éste no generaba la participación esperada, en una clara agresión no contra los estratos pobres, sino contra las personas de piel negra.
Con un elenco principal totalmente afroamericano y con personajes sumamente estereotipados, el libreto contiene repetidos reclamos contra las opresiones e injusticias que sufren. Además, tanto en diálogos como en las escenas de altercados, se crea una notoria polarización entre los valerosos combatientes del bando agobiado y los tiranos de piel clara, quienes hasta lucen gabardinas estilo nazi (no exagero, vean la secuencia del clímax). Por supuesto que hay una victoria glorificadora para completar el discurso.
Si recordamos la primera parte de esta saga, hay una ocasión donde vemos a unos enmascarados que tocan a la puerta de la familia Sandin en la búsqueda de un vagabundo herido. Los visitantes se presentan como jóvenes acaudalados que sólo quieren sacar sus frustraciones en favor de su productividad y la de la nación. A pesar de que esto sea sólo una mención, la motivación de quienes purgan incidía principalmente en otro terreno.
Siendo el racismo el asunto más agitado en la opinión pública de ese país, no es extraño que muchos productos audiovisuales den una suerte de consideración al respecto. Lo raro es que sea este filme el que se decidiera girar por completo al tono político, cuando la crítica social era sólo un matiz para dar cierta verosimilitud al argumento. La diferencia es que éste tocó durante la “América” de Trump...
El director Gerard McMurray se preocupó más por convertir a 12 horas para sobrevivir: El inicio en una mezcolanza entreBlack Panther por sus desorbitadas escenas de combate con coreografías exageradas -pero ésta con risibles efectos visuales-, con ¡Huye! (Get Out) por el comentario social de corte étnico inserto en el género del horror. Digo, claro que ésta sobraba, pero la seriedad que imperiosamente quisieron meter, terminó por estropear aún más a la posible (espero) entrega final de la franquicia que sólo sirvió para inspirar disfraces de Halloween.