La habitación de al lado: entre la euforia y la depresión
POR: CLARA SÁNCHEZ
12-11-2024 14:18:18
“Ya es de día y estás viva…” pero ¿qué significa estar viva? ¿Para qué sirve estar viva? Esas son las preguntas que rondan la cabeza de Martha (Tilda Swinton) frente al incuestionable diagnóstico de cáncer terminal que acaba de recibir. Entre las ideas que transitan su cabeza, mientras vive entre la euforia y la depresión, prevalece una, pedirle a su amiga Ingrid (Julianne Moore) que la acompañe hasta el final.
Su amistad nació en la juventud, en los vertiginosos años 80, comparten el amor por las letras, Martha como reportera de guerra e Ingrid como novelista. La desventura las une para reencontrarse, resignificar y replantear sus respectivos sentidos de vida. Su historia se va develando poco a poco, mediante un ritmo poéticamente cautivador, sin dar espacio al melodrama, por el contrario, es directo, contundente, frío, emerge de la complicidad que tienen estas mujeres.
Inspirado en la célebre novela "Cuál es tu tormento", de la escritora neoyorquina Sigrid Nunez, Pedro Almodóvar construye el guion a partir de la profundidad de las miradas, esas que él mismo describe como “estar habitadas por un sentimiento o una reacción”; y desde ahí se aprehende la complejidad emocional de las protagonistas.
La maestría del realizador en el uso de la colorimetría descansa en el rojo y el verde, el primero subrayando la naturaleza, la fuerza y la entereza de Martha; el segundo celebrando la pasión, la vida y la energía de Ingrid. No son colores opuestos, son complementarios porque la historia se construye a partir de la complementariedad que permiten forjar la amistad como un todo poderosísimo, la forma más pura del amor. Ejemplo de este engranaje es la feminidad puesta en Ingrid, en la sutileza de sus palabras y de sus movimientos sin que ello esté vinculado con la debilidad, por el contrario, la lealtad emerge de su fortaleza interior que le permite actuar por encima de sus propios preceptos. Lo masculino está en Martha, como ella misma lo confiesa, se expresa en la frialdad de sus diálogos, que curiosamente contrasta con la delicadeza de un cuerpo que va deteriorándose a pasos agigantados.
No es la vida lo que se pelea, es la calidad de vida. El escenario en el que se esgrime esa batalla es la casa de descanso fuera de Nueva York a la que ambas se retiran. En los recovecos de sus espacios se descubren la intimidad de sus voces, en las habitaciones se guardan los secretos que, de forma intermitente, conectan la vida y la muerte; por último, los camastros al lado de la alberca son el oasis en el que reposa la pesada vida de Martha. También son un guiño a los camastros de la terraza del hospital de Hable con ella donde Marco (Darío Grandinetti) y Benigno (Javier Cámara) tienen esas charlas intensas sobre el amor y, particularmente como lo dice Benigno, sobre el poder sanador de “hablar con ella(s)” refiriéndose a las protagonistas, Lydia (Rosario Flores) y Alicia (Leonor Watling), quienes estaban postradas en coma.
Pero no es lo único que tienen en común, la primera mira desde el universo masculino para debatir sobre ese espacio límbico del coma como un vaticinio de lo que ahora, 22 años después, el cineasta ha madurado y lo pone de manifiesto a partir de la mirada femenina defendiendo el derecho de las personas a ser dueñas de su propia muerte.
“Merezco una buena muerte, irme con dignidad, limpia y seca,” le dice Martha a Ingrid para abanderar su lucha por una eutanasia prohibida. En el inter, revisita la historia con su hija, quien no le perdona su abandono mientras cubría la guerra en la que, por cierto, el sexo aparecía como la única forma de enfrentar la muerte. De nueva cuenta el realizador mira hacia Hable con ella, ganadora del Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera, en la que Beningo saca del coma a Alicia tras haberla embarazado.
El sexo-vida-muerte, un discurso obscuro, casi profano, pero necesario porque la muerte resignifica la vida y frente a su devastadora presencia solo queda asirse al placer sexual, es el eros y el tánatos freudiano. Dicha premisa se refuerza desde la religión, — siempre presente en la mente del director manchego —, que se esboza mediante el vínculo entre los padres carmelitas.
Ganadora del Oso de Oro de Berlín como Mejor Película en el Festival de Cine de Venecia y del premio Donostia del Festival de Cine de San Sebastián, La habitación de al lado tiene una envolvente banda sonora a cargo de Alberto Iglesias nominado en cuatro ocasiones a los Premios Oscar por El jardinero fiel (The Constant Gardener), Cometas en el cielo (The Kite Runner), El topo (Tinker Tailor Soldier Spy) y Madres paralelas. Iglesias y Almodóvar son dos viejos conocidos cuyo trabajo le ha permitido al músico obtener el premio Goya en filmes como por Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), Volver (2006), Los abrazos rotos (2009), La piel que habito (2011) y Dolor y Gloria (2019).
Almodóvar se aventuró en su primer largometraje en inglés y brilló. La dirección de escena catapultó el trabajo previo que tenía con Tilda Swinton en La voz humana. El idioma, que muchos temían que pudiera erigirse como una limitante, fue sustituido por la riqueza del lenguaje visual, este filme se tejió desde la universalidad de los sentidos, escapando de los lugares comunes y promoviendo la sobriedad que exige la dignidad humana.
A manera de epílogo, Almodóvar desvanece la vida en copos de nieve, una metáfora del tiempo congelado cuando el pulso abandona el cuerpo. Y para evidenciarlo se da permiso de retomar el final de Los Muertos de Joyce y lo pone en los labios de Martha: “Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”.
La habitación de al lado está contada en tres actos, el planteamiento del diagnóstico, la revelación del pasado de las protagonistas y el cierre, donde Damián (John Turturro), amante que compartieron las escritoras, funge como el alter ego del director hablando de un mundo que agoniza intentando sobrevivir al neoliberalismo y la extrema derecha. Frente a esa lucha parece no haber escapatoria y, aunado al inminente cambio climático, todo apunta hacia la devastación.
Los temas almodorovorianos están dispuestos en la escena coqueteándole al Oscar, — la vida, la muerte, la religión, el sexo, la maternidad, la ausencia del padre, la culpa, el fatalismo, el arte—todos encuadrados en primeros planos por Eduardo Grau y puestos al servicio no solo de la defensa de la eutanasia sino de la pertinencia de aprender a acompañar incluso en la muerte desde la habitación de al lado o, desde la de abajo.
“Ya es de día y estás viva…” pero ¿qué significa estar viva? ¿Para qué sirve estar viva? Esas son las preguntas que rondan la cabeza de Martha (Tilda Swinton) frente al incuestionable diagnóstico de cáncer terminal que acaba de recibir. Entre las ideas que transitan su cabeza, mientras vive entre la euforia y la depresión, prevalece una, pedirle a su amiga Ingrid (Julianne Moore) que la acompañe hasta el final.
Su amistad nació en la juventud, en los vertiginosos años 80, comparten el amor por las letras, Martha como reportera de guerra e Ingrid como novelista. La desventura las une para reencontrarse, resignificar y replantear sus respectivos sentidos de vida. Su historia se va develando poco a poco, mediante un ritmo poéticamente cautivador, sin dar espacio al melodrama, por el contrario, es directo, contundente, frío, emerge de la complicidad que tienen estas mujeres.
Inspirado en la célebre novela "Cuál es tu tormento", de la escritora neoyorquina Sigrid Nunez, Pedro Almodóvar construye el guion a partir de la profundidad de las miradas, esas que él mismo describe como “estar habitadas por un sentimiento o una reacción”; y desde ahí se aprehende la complejidad emocional de las protagonistas.
La maestría del realizador en el uso de la colorimetría descansa en el rojo y el verde, el primero subrayando la naturaleza, la fuerza y la entereza de Martha; el segundo celebrando la pasión, la vida y la energía de Ingrid. No son colores opuestos, son complementarios porque la historia se construye a partir de la complementariedad que permiten forjar la amistad como un todo poderosísimo, la forma más pura del amor. Ejemplo de este engranaje es la feminidad puesta en Ingrid, en la sutileza de sus palabras y de sus movimientos sin que ello esté vinculado con la debilidad, por el contrario, la lealtad emerge de su fortaleza interior que le permite actuar por encima de sus propios preceptos. Lo masculino está en Martha, como ella misma lo confiesa, se expresa en la frialdad de sus diálogos, que curiosamente contrasta con la delicadeza de un cuerpo que va deteriorándose a pasos agigantados.
No es la vida lo que se pelea, es la calidad de vida. El escenario en el que se esgrime esa batalla es la casa de descanso fuera de Nueva York a la que ambas se retiran. En los recovecos de sus espacios se descubren la intimidad de sus voces, en las habitaciones se guardan los secretos que, de forma intermitente, conectan la vida y la muerte; por último, los camastros al lado de la alberca son el oasis en el que reposa la pesada vida de Martha. También son un guiño a los camastros de la terraza del hospital de Hable con ella donde Marco (Darío Grandinetti) y Benigno (Javier Cámara) tienen esas charlas intensas sobre el amor y, particularmente como lo dice Benigno, sobre el poder sanador de “hablar con ella(s)” refiriéndose a las protagonistas, Lydia (Rosario Flores) y Alicia (Leonor Watling), quienes estaban postradas en coma.
Pero no es lo único que tienen en común, la primera mira desde el universo masculino para debatir sobre ese espacio límbico del coma como un vaticinio de lo que ahora, 22 años después, el cineasta ha madurado y lo pone de manifiesto a partir de la mirada femenina defendiendo el derecho de las personas a ser dueñas de su propia muerte.
“Merezco una buena muerte, irme con dignidad, limpia y seca,” le dice Martha a Ingrid para abanderar su lucha por una eutanasia prohibida. En el inter, revisita la historia con su hija, quien no le perdona su abandono mientras cubría la guerra en la que, por cierto, el sexo aparecía como la única forma de enfrentar la muerte. De nueva cuenta el realizador mira hacia Hable con ella, ganadora del Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera, en la que Beningo saca del coma a Alicia tras haberla embarazado.
El sexo-vida-muerte, un discurso obscuro, casi profano, pero necesario porque la muerte resignifica la vida y frente a su devastadora presencia solo queda asirse al placer sexual, es el eros y el tánatos freudiano. Dicha premisa se refuerza desde la religión, — siempre presente en la mente del director manchego —, que se esboza mediante el vínculo entre los padres carmelitas.
Ganadora del Oso de Oro de Berlín como Mejor Película en el Festival de Cine de Venecia y del premio Donostia del Festival de Cine de San Sebastián, La habitación de al lado tiene una envolvente banda sonora a cargo de Alberto Iglesias nominado en cuatro ocasiones a los Premios Oscar por El jardinero fiel (The Constant Gardener), Cometas en el cielo (The Kite Runner), El topo (Tinker Tailor Soldier Spy) y Madres paralelas. Iglesias y Almodóvar son dos viejos conocidos cuyo trabajo le ha permitido al músico obtener el premio Goya en filmes como por Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), Volver (2006), Los abrazos rotos (2009), La piel que habito (2011) y Dolor y Gloria (2019).
Almodóvar se aventuró en su primer largometraje en inglés y brilló. La dirección de escena catapultó el trabajo previo que tenía con Tilda Swinton en La voz humana. El idioma, que muchos temían que pudiera erigirse como una limitante, fue sustituido por la riqueza del lenguaje visual, este filme se tejió desde la universalidad de los sentidos, escapando de los lugares comunes y promoviendo la sobriedad que exige la dignidad humana.
A manera de epílogo, Almodóvar desvanece la vida en copos de nieve, una metáfora del tiempo congelado cuando el pulso abandona el cuerpo. Y para evidenciarlo se da permiso de retomar el final de Los Muertos de Joyce y lo pone en los labios de Martha: “Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”.
La habitación de al lado está contada en tres actos, el planteamiento del diagnóstico, la revelación del pasado de las protagonistas y el cierre, donde Damián (John Turturro), amante que compartieron las escritoras, funge como el alter ego del director hablando de un mundo que agoniza intentando sobrevivir al neoliberalismo y la extrema derecha. Frente a esa lucha parece no haber escapatoria y, aunado al inminente cambio climático, todo apunta hacia la devastación.
Los temas almodorovorianos están dispuestos en la escena coqueteándole al Oscar, — la vida, la muerte, la religión, el sexo, la maternidad, la ausencia del padre, la culpa, el fatalismo, el arte—todos encuadrados en primeros planos por Eduardo Grau y puestos al servicio no solo de la defensa de la eutanasia sino de la pertinencia de aprender a acompañar incluso en la muerte desde la habitación de al lado o, desde la de abajo.