Jurassic World: El Reino Caído. Cuando el espectador despertó…
POR: FCO. JAVIER QUINTANAR POLANCO
05-07-2018 15:56:14
Juan Antonio Bayona (Un Monstruo Viene a Verme, Lo Imposible, El Orfanato) es el responsable de traer de vuelta la franquicia millonaria instaurada por Steven Spielberg en 1993 la cual -igual que la popularidad de los dinosaurios en nuestra actual cultura-, está muy lejos de extinguirse.
Este nuevo capítulo está protagonizado una vez más por Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) y Owen Grady (Chris Pratt), quienes son convencidos a regresar a la isla Nublar, para sustraer a todos los especímenes posibles. ¿La razón? un volcán acaba de despertar allí y su erupción devastará el lugar por completo, aniquilando la vida de los titánicos y/o letales moradores.
La iniciativa de este temerario rescate proviene de una fundación propiedad de Benjamin Lockwood (James Cromwell), opulento millonario de salud precaria, quien se revela como ex socio y amigo personal de Hammond (el creador del Parque Jurásico original), y está dispuesto a preservar el legado de éste último, financiando el rescate de todos los animales que se puedan, para llevarlos a un santuario destinado a ellos.
Sin embargo, el hombre de confianza y administrador del emporio de Lockwood, Eli Mills (Rafe Spall) tiene su propia agenda, y está menos preocupado por preservar a los dinosaurios que por lucrar con ellos. Así, ha desarrollado un plan a dos frentes: por un lado, poner a las criaturas rescatadas al alcance del mejor postor que esté dispuesto a pagar una elevada suma para hacerse de un ejemplar; y por otro, seguir desarrollando genéticamente una especie letal para emplearla como arma y comercializarla de esa forma. Y como se puede adivinar casi desde el inicio, la especie elegida para ese fin es una nueva versión (corregida y aumentada) del sangriento y astuto Indominus Rex.
Nuevamente la codicia es el factor que desencadenará los conflictos principales en Jurassic World: El Reino Caído, combinada con un elemento previamente explorado a través del personaje de Hoskins (Vincent D'Onofrio) en la entrega anterior de la saga: explotar los posibles usos militares de los reptiles gigantes. Mezclado además con un par de apuntes sobre la clonación y el mal uso de la ingeniería genética, ésto último encarnado en la persona del Víctor Frankenstein de cuarta, el inescrupuloso Doctor Wu (BD Wong).
Todo lo anterior, aunado a una serie de homenajes y referencias al primer capítulo de la saga, denotan que no solo se trató de hacer una secuela del filme de 2015, sino que también se intentó recuperar la magia y el asombro original de la primera cinta la cual inició todo. En ese sentido, Bayona despliega al máximo sus habilidades para construir escenas impactantes, dinámicas y de intenso dramatismo durante su primer acto (enfocado en el rescate de los dinosaurios y la destrucción definitiva de su hábitat natural), a través de frenéticas persecuciones (literalmente con manadas de enormes reptiles corriendo por todos lados), sobresaltos continuos y salvadas de último minuto, es decir, echando mano de los recursos “spielbergianos” para crear gran espectacularidad.
En contraste, el desarrollo argumental y de personajes es bastante menor, haciendo que la trama se convierta en algo ornamental, en un mero accesorio para fomentar el ostentoso despliegue de efectos especiales e imágenes generadas por computadora. De modo proporcional, aquello que los protagonistas digitales ganan en deslumbrante atractivo, sus contrapartes humanas lo pierden con personajes unidimensionales, opacos, y hasta algo tontos. Si algún encanto tuvieron en el largometraje antecesor, en este se haya ausente casi por completo. Esto rematado con una serie de decisiones planteadas en el argumento, que vistas con detenimiento, resultan contradictorias en relación a lo acontecido en la precuela, si no es que de plano rayan en lo absurdo, haciendo pensar que -por ejemplo- o los protagonistas son muy temerarios o son demasiado estúpidos como para querer volver a un lugar donde casi pierden la vida, equipados prácticamente con los mismos recursos y en las mismas condiciones que cuando huyeron de allí.
Estas arbitrarias conductas y las extrañas o maniqueas prioridades que mueven a sus protagonistas son más evidentes cuando (después de revelar un par de sorpresas relacionadas con el asunto de la clonación) deciden tomar cartas en el asunto y frustrar los planes de Mills, asunto sobre lo que versa el segundo acto de la película, donde su ritmo cambia drásticamente, y pasa de la acción y la aventura, a la intriga, el suspenso y el drama, y se enreda en una serie de cuestionamientos morales y éticos un tanto ambiguos a estas alturas del partido, y en lugar de propiciar al debate o a la reflexión, terminan solo por entorpecer y empantanar la historia, cuyo desenlace intenta ser sorpresivo, pero se queda corto y hasta es un tanto burdo.
Así, Jurassic World: El Reino Caído termina por quedar muy debajo de su predecesora, y funciona meramente como un endeble puente que conduzca a la serie por una nueva (pero no demasiado sorprendente) dirección, desaprovechando los pocos elementos positivos de Mundo Jurásico y la mística del Parque Jurásico original, contentándose con hacer justamente aquello mismo que dice criticar: explotar comercialmente a los dinosaurios para beneficiarse de ello, interesándose más en la mercadotecnia y vender juguetes y cosas relacionadas que en realmente aportar algo a ese universo o sencillamente contar una historia entretenida o versátil. La espontaneidad y frescura parecen haberse extinguido ya de esta franquicia.
Juan Antonio Bayona (Un Monstruo Viene a Verme, Lo Imposible, El Orfanato) es el responsable de traer de vuelta la franquicia millonaria instaurada por Steven Spielberg en 1993 la cual -igual que la popularidad de los dinosaurios en nuestra actual cultura-, está muy lejos de extinguirse.
Este nuevo capítulo está protagonizado una vez más por Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) y Owen Grady (Chris Pratt), quienes son convencidos a regresar a la isla Nublar, para sustraer a todos los especímenes posibles. ¿La razón? un volcán acaba de despertar allí y su erupción devastará el lugar por completo, aniquilando la vida de los titánicos y/o letales moradores.
La iniciativa de este temerario rescate proviene de una fundación propiedad de Benjamin Lockwood (James Cromwell), opulento millonario de salud precaria, quien se revela como ex socio y amigo personal de Hammond (el creador del Parque Jurásico original), y está dispuesto a preservar el legado de éste último, financiando el rescate de todos los animales que se puedan, para llevarlos a un santuario destinado a ellos.
Sin embargo, el hombre de confianza y administrador del emporio de Lockwood, Eli Mills (Rafe Spall) tiene su propia agenda, y está menos preocupado por preservar a los dinosaurios que por lucrar con ellos. Así, ha desarrollado un plan a dos frentes: por un lado, poner a las criaturas rescatadas al alcance del mejor postor que esté dispuesto a pagar una elevada suma para hacerse de un ejemplar; y por otro, seguir desarrollando genéticamente una especie letal para emplearla como arma y comercializarla de esa forma. Y como se puede adivinar casi desde el inicio, la especie elegida para ese fin es una nueva versión (corregida y aumentada) del sangriento y astuto Indominus Rex.
Nuevamente la codicia es el factor que desencadenará los conflictos principales en Jurassic World: El Reino Caído, combinada con un elemento previamente explorado a través del personaje de Hoskins (Vincent D'Onofrio) en la entrega anterior de la saga: explotar los posibles usos militares de los reptiles gigantes. Mezclado además con un par de apuntes sobre la clonación y el mal uso de la ingeniería genética, ésto último encarnado en la persona del Víctor Frankenstein de cuarta, el inescrupuloso Doctor Wu (BD Wong).
Todo lo anterior, aunado a una serie de homenajes y referencias al primer capítulo de la saga, denotan que no solo se trató de hacer una secuela del filme de 2015, sino que también se intentó recuperar la magia y el asombro original de la primera cinta la cual inició todo. En ese sentido, Bayona despliega al máximo sus habilidades para construir escenas impactantes, dinámicas y de intenso dramatismo durante su primer acto (enfocado en el rescate de los dinosaurios y la destrucción definitiva de su hábitat natural), a través de frenéticas persecuciones (literalmente con manadas de enormes reptiles corriendo por todos lados), sobresaltos continuos y salvadas de último minuto, es decir, echando mano de los recursos “spielbergianos” para crear gran espectacularidad.
En contraste, el desarrollo argumental y de personajes es bastante menor, haciendo que la trama se convierta en algo ornamental, en un mero accesorio para fomentar el ostentoso despliegue de efectos especiales e imágenes generadas por computadora. De modo proporcional, aquello que los protagonistas digitales ganan en deslumbrante atractivo, sus contrapartes humanas lo pierden con personajes unidimensionales, opacos, y hasta algo tontos. Si algún encanto tuvieron en el largometraje antecesor, en este se haya ausente casi por completo. Esto rematado con una serie de decisiones planteadas en el argumento, que vistas con detenimiento, resultan contradictorias en relación a lo acontecido en la precuela, si no es que de plano rayan en lo absurdo, haciendo pensar que -por ejemplo- o los protagonistas son muy temerarios o son demasiado estúpidos como para querer volver a un lugar donde casi pierden la vida, equipados prácticamente con los mismos recursos y en las mismas condiciones que cuando huyeron de allí.
Estas arbitrarias conductas y las extrañas o maniqueas prioridades que mueven a sus protagonistas son más evidentes cuando (después de revelar un par de sorpresas relacionadas con el asunto de la clonación) deciden tomar cartas en el asunto y frustrar los planes de Mills, asunto sobre lo que versa el segundo acto de la película, donde su ritmo cambia drásticamente, y pasa de la acción y la aventura, a la intriga, el suspenso y el drama, y se enreda en una serie de cuestionamientos morales y éticos un tanto ambiguos a estas alturas del partido, y en lugar de propiciar al debate o a la reflexión, terminan solo por entorpecer y empantanar la historia, cuyo desenlace intenta ser sorpresivo, pero se queda corto y hasta es un tanto burdo.
Así, Jurassic World: El Reino Caído termina por quedar muy debajo de su predecesora, y funciona meramente como un endeble puente que conduzca a la serie por una nueva (pero no demasiado sorprendente) dirección, desaprovechando los pocos elementos positivos de Mundo Jurásico y la mística del Parque Jurásico original, contentándose con hacer justamente aquello mismo que dice criticar: explotar comercialmente a los dinosaurios para beneficiarse de ello, interesándose más en la mercadotecnia y vender juguetes y cosas relacionadas que en realmente aportar algo a ese universo o sencillamente contar una historia entretenida o versátil. La espontaneidad y frescura parecen haberse extinguido ya de esta franquicia.