O Último Azul: La estética de la distopía latinoamericana
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
09-07-2025 09:42:56

Ganadora del Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín y estrenada en México en el pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara donde obtuvo el premio a Mejor Película Iberoamericana de Ficción, O Último Azul, quinto largometraje del cineasta brasileño Gabriel Mascaro, es una distopía neocolonialista gerontofóbica que se suma a una corriente fílmica latinoamericana fatídica, casi profética, del ascenso de la ultraderecha en la región.
El 31 de agosto de 2016 fue destituida de su cargo como presidenta de Brasil Dilma Roussef, primera mujer en ocupar el puesto en el país y cuarta en Latinoamérica, bajo la sospecha de ser partícipe de fraude fiscal, caso que hasta 2022 se desestimaría al no encontrarse pruebas. En medio del proceso, el cine se convirtió en resistencia.
Ese mismo año, Kleber Mendonça Filho junto a Sonia Braga, Maeve Jinkings y el resto del elenco de Aquarius, que competían por la Palma de Oro en el Festival de Cannes y que fueron injustamente ninguneados por un jurado presidido por el australiano George Miller que se decantó por obras menores como Juste la fin du monde, de Xavier Dolan, o Personal Shopper, de Olivier Assayas, protestaban en la alfombra roja del palacio de festivales y congresos con pancartas de "Brasil ya no es una democracia", "Un golpe de Estado está ocurriendo en Brasil", "54 millones de votos fueron quemados" y "Dilma, vamos a resistir contigo" tan solo un día después de que Eryk Rocha - hijo del director Glauber Rocha, figura clave de movimientos como el Cinema Novo y el Tercer Cine - se pronunciara en Cannes ante “otro momento de ruptura en la democracia brasileña” en el estreno de su nuevo documental .
La situación se intensificó y reveló una polarización no sólo nacional sino regional. La película fue castigada con una clasificación para mayores de 18 años, fue sacada de la competencia para ser la representante de Brasil al Oscar a Mejor Película Internacional y despertó la ira de grupos opositores de Roussef y a favor del impeachment como los periodistas Marcos Petrucelli, quien criticó la protesta del elenco en Cannes y el uso de recurso público para el viaje de Reinaldo Azevedo que declaró que “en cuanto Aquarius estrene en Brasil el deber de las personas de bien es boicotearla”.
Por otro lado, ante la elección de un jurado por el Ministerio de Cultura para escoger a la representante de Brasil al Oscar encabezado por detractores de Aquarius como Petrucelli, cineastas como Gabriel Mascaro, Anna Muylaert y Aly Muritiba retiraron sus películas de la contienda (Neon Bull, Don´t Call Me Son y To My Beloved). Los cines se llenaron a gritos de “Fuera Temer”, las protestas contra el gobierno de Michel Temer se incrementaron y los abucheos en eventos oficiales como la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro se volvieron comunes.
En abril de 2018 el expresidente Lula da Silva como parte de la operación Lava Jato del juez Sergio Moro fue condenado a 580 días de prisión imposibilitándolo así de participar en las elecciones presidenciales de ese año y pavimentando el triunfo del derechista Jair Bolsonaro, quien a su vez, premió a Moro con el título de Ministro de Justicia. Un año después se presentaba en el Festival de Sundance el documental Al Filo de la Democracia, de Petra Costa, que más tarde consiguió la nominación al Oscar a mejor documental con su retrato del convulso periodo entre 2016 y 2019 en el que Brasil pasó de tener una de las democracias más sólidas de la región a presenciar un golpe de Estado desde su interior y el ascenso de grupos fascistas disputándose la presidencia del país.

Sin embargo, más que el documental, fue el cine de ciencia ficción el que comenzó a articular respuestas simbólicas frente al avance del autoritarismo en Brasil y en el sur global.
Anita Rocha da Silveira debutó en la sección Horizontes de Venecia con Mátame, por favor y más tarde llegó a Cannes con Medusa. Ambas películas conjugan el coming of age femenino con problemáticas como el aumento de feminicidios, la proliferación de grupos masculinistas y el ascenso de sociedades neo-pentecostales.
Adirley Queirós estrenó en Locarno Era uma vez Brasília, donde un agente intergaláctico enviado a la Tierra en los años 50 para asesinar al presidente Juscelino Kubitschek, llega por error en plena crisis del impeachment a Dilma Rousseff buscando su redención.
Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles presentaron en Cannes Bacurau, sobre un pueblo brasileño ficticio que comienza a ser cazado por extranjeros por entretenimiento, en una lectura alegórica de colonialismo y exterminio.
Lázaro Ramos llevó a Huelva Medida Provisória, una distopía sobre un régimen brasileño que deporta a los ciudadanos afrodescendientes a África.
Joana Pimenta, codirigió con Queirós y estrenó en Mar del Plata Mato seco em chamas, donde dos mujeres huachicoleras secuestran un oleoducto y encabezan una revolución popular.
Y Gabriel Mascaro, en Divino Amor, presentada en Sundance y Berlín, mostró un Brasil donde el fundamentalismo evangélico controla las instituciones estatales, transformando el matrimonio en norma sacra y el divorcio en tabú.
Mascaro ahora realiza la primera película de esta corriente distópica ya bajo la presidencia de Lula da Silva. Aunque el acontecer político del país es distinto con la restauración democrática, el regreso de Lula y el arresto de Bolsonaro tras su fallido intento de golpe de Estado, O Último Azul se proyecta sobre una región donde los regímenes autoritarios resurgen con fuerza.
En El Salvador, Nayib Bukele ha convertido al país en una megacárcel a merced de los intereses de Estados Unidos. En Argentina, el libertario Javier Milei impone recortes presupuestales y convierte cada aparición televisiva en un performance neoliberal mientras se reprime a la gente en las calles. En Ecuador, Daniel Noboa asalta embajadas e impone aranceles de emergencia. En Panamá, José Raúl Mulino permite despliegue de militares estadounidenses en el canal de Panamá comprometiendo su soberanía y la del país. En Perú, Dina Boluarte asumió el poder ilegalmente tras la destitución de Pedro Castillo.
Tereza (Denise Weinberg), una mujer de 77 años es despedida de su trabajo y puesta bajo la tutela de su hija en lo que se agenda su traslado a una colonia diseñada por el gobierno para las personas mayores, con el propósito de que no entorpezcan el crecimiento económico del país. Renuente a aceptar su destino emprende un viaje por el Amazonas con el objetivo de cumplir su sueño: volar en un avión.
Como los ejemplos previamente mencionados, O Último Azul está situado en un futuro distópico profundamente enraizado en el sur global: con sus favelas, fábricas, avionetas oxidadas, luces de neón y patrullas con jaulas que, a diferencia de los futurismos europeos o americanos cimentados en distanciarse tecnológica y visualmente del presente apoyados por su derroche presupuestal, aquí se vinculan como Bacurau o Divino Amor a los regímenes hostiles y totalitarios con el Brasil actual. En los empobrecidos barrios lancheros del Amazonas vestidos de neón hay más ecos con Iracema uma transa amazónica de Bodanzky y Senna que con la Blade Runner, de Ridley Scott.
La norma estatal edadista y paternalista que recluye a las personas mayores hasta su desgaste total tiene ecos en las reformas globales que buscan retrasar la edad de jubilación, así como en los recortes al gasto público destinado a pensiones, salud y cuidado geriátrico. En ese contexto, el cuerpo envejecido se vuelve un estorbo a gestionar y desplazar.

Losada Baltar describe sus efectos: "Las personas mayores tienden a adoptar la imagen negativa dominante en la sociedad y a comportarse de acuerdo con esta imagen, que define lo que una persona mayor debe o no debe hacer. La infraestimación de las capacidades físicas y mentales de las personas mayores puede favorecer una prematura pérdida de independencia, una mayor discapacidad, mayores índices de depresión y una mortalidad anticipada en personas que, en otras condiciones, mantendrían una vida productiva, satisfactoria y saludable".
El viaje de Tereza no es solo un acto de fuga y de desobediencia civil sino de resistencia a una maquinaria estatal y política que silencia, recluye y desecha los cuerpos que ya no percibe útiles al sistema.
Dicha trinchera política se extiende al tratamiento del cuerpo fuera de la pantalla, ya que el propio Mascaro admite en entrevistas la elección de Weinberg por su rebeldía al ser de las pocas actrices mayores que porta orgullosamente su envejecimiento sin ceder a la industria de la cirugía estética.
Esta ética externa se prolonga en la apuesta visual y estética del largometraje que, como sus obras predecesoras Neón Bull y Divino Amor, rehúye de la homogeneización impuesta por la industria fílmica y cultural que desprovee de la identidad latinoamericana en aras del alcance global. Casos como el de la peruana Reinas, de Klaudia Reynicke; El Jockey, de Luis Ortega; Tesis sobre una domesticación, de Javier Van de Couter o incluso de algunas desfiladas por la selección del FICG como las mexicanas Corina; Adolfo; Café Chairel; No gracias ya no fumo; Un mundo para mi o Ceremonia, ejemplifican lo que Julio García Espinosa advirtió hace más de 45 años: "un cine perfecto- técnica y artísticamente logrado - es casi siempre un cine reaccionario".
Mascaro hace de su road movie distópica una visión radicalmente latinoamericana de rasgos regionales donde el despertar fascista responde a las inquietudes del presente y los fantasmas del pasado dictatorial, sin dejar de ser esperanzadora. Tereza con su cuerpo cansado, las manchas de la edad y arrugas en la piel aparece a cuadro con lucidez intacta y de impecable persistencia. Encuentra compañía y complicidad en Roberta, una mujer mayor que ha conquistado su libertad a su muy particular modo. El sueño de volar es entonces más que una insistencia literal en abordar una avioneta sino el anhelo de surcar los aires y tocar el cielo: imaginar otra realidad posible.
Ahí radica la mayor subversión del director, imaginar un nuevo mundo desde la consciencia del pasado. O como dice Patricia Pisters: "Parece que el gesto más político que el cine actual puede realizar es este reconocimiento de una presencia, que es, de hecho, una presencia en el escenario de la historia mundial, una presencia en nuestra memoria colectiva. En comparación con las películas políticas clásicas más conocidas, como La Huelga (1925) y El acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein o La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, la cuestión de la acción política ha cambiado. En lugar de llamar al pueblo a obtener poder político en un nuevo estado-nación, el cine político actual parece abordar la historia, la memoria y el archivo de maneras más directas, transformando las condiciones del resurgimiento de un pueblo".
O Último Azul no es un capítulo más en esta serie fílmica de ciencia ficción surgida del realce derechista en la región; es una invitación a devolverle al género su potencial revolucionario y rechazar la fantasía idealista. A recuperar un cine que alguna vez se sostuvo en la premisa de que otro mundo es posible, y que miraba al futuro con plena consciencia del pasado.
Ganadora del Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín y estrenada en México en el pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara donde obtuvo el premio a Mejor Película Iberoamericana de Ficción, O Último Azul, quinto largometraje del cineasta brasileño Gabriel Mascaro, es una distopía neocolonialista gerontofóbica que se suma a una corriente fílmica latinoamericana fatídica, casi profética, del ascenso de la ultraderecha en la región.
El 31 de agosto de 2016 fue destituida de su cargo como presidenta de Brasil Dilma Roussef, primera mujer en ocupar el puesto en el país y cuarta en Latinoamérica, bajo la sospecha de ser partícipe de fraude fiscal, caso que hasta 2022 se desestimaría al no encontrarse pruebas. En medio del proceso, el cine se convirtió en resistencia.
Ese mismo año, Kleber Mendonça Filho junto a Sonia Braga, Maeve Jinkings y el resto del elenco de Aquarius, que competían por la Palma de Oro en el Festival de Cannes y que fueron injustamente ninguneados por un jurado presidido por el australiano George Miller que se decantó por obras menores como Juste la fin du monde, de Xavier Dolan, o Personal Shopper, de Olivier Assayas, protestaban en la alfombra roja del palacio de festivales y congresos con pancartas de "Brasil ya no es una democracia", "Un golpe de Estado está ocurriendo en Brasil", "54 millones de votos fueron quemados" y "Dilma, vamos a resistir contigo" tan solo un día después de que Eryk Rocha - hijo del director Glauber Rocha, figura clave de movimientos como el Cinema Novo y el Tercer Cine - se pronunciara en Cannes ante “otro momento de ruptura en la democracia brasileña” en el estreno de su nuevo documental .
La situación se intensificó y reveló una polarización no sólo nacional sino regional. La película fue castigada con una clasificación para mayores de 18 años, fue sacada de la competencia para ser la representante de Brasil al Oscar a Mejor Película Internacional y despertó la ira de grupos opositores de Roussef y a favor del impeachment como los periodistas Marcos Petrucelli, quien criticó la protesta del elenco en Cannes y el uso de recurso público para el viaje de Reinaldo Azevedo que declaró que “en cuanto Aquarius estrene en Brasil el deber de las personas de bien es boicotearla”.
Por otro lado, ante la elección de un jurado por el Ministerio de Cultura para escoger a la representante de Brasil al Oscar encabezado por detractores de Aquarius como Petrucelli, cineastas como Gabriel Mascaro, Anna Muylaert y Aly Muritiba retiraron sus películas de la contienda (Neon Bull, Don´t Call Me Son y To My Beloved). Los cines se llenaron a gritos de “Fuera Temer”, las protestas contra el gobierno de Michel Temer se incrementaron y los abucheos en eventos oficiales como la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro se volvieron comunes.
En abril de 2018 el expresidente Lula da Silva como parte de la operación Lava Jato del juez Sergio Moro fue condenado a 580 días de prisión imposibilitándolo así de participar en las elecciones presidenciales de ese año y pavimentando el triunfo del derechista Jair Bolsonaro, quien a su vez, premió a Moro con el título de Ministro de Justicia. Un año después se presentaba en el Festival de Sundance el documental Al Filo de la Democracia, de Petra Costa, que más tarde consiguió la nominación al Oscar a mejor documental con su retrato del convulso periodo entre 2016 y 2019 en el que Brasil pasó de tener una de las democracias más sólidas de la región a presenciar un golpe de Estado desde su interior y el ascenso de grupos fascistas disputándose la presidencia del país.
Sin embargo, más que el documental, fue el cine de ciencia ficción el que comenzó a articular respuestas simbólicas frente al avance del autoritarismo en Brasil y en el sur global.
Anita Rocha da Silveira debutó en la sección Horizontes de Venecia con Mátame, por favor y más tarde llegó a Cannes con Medusa. Ambas películas conjugan el coming of age femenino con problemáticas como el aumento de feminicidios, la proliferación de grupos masculinistas y el ascenso de sociedades neo-pentecostales.
Adirley Queirós estrenó en Locarno Era uma vez Brasília, donde un agente intergaláctico enviado a la Tierra en los años 50 para asesinar al presidente Juscelino Kubitschek, llega por error en plena crisis del impeachment a Dilma Rousseff buscando su redención.
Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles presentaron en Cannes Bacurau, sobre un pueblo brasileño ficticio que comienza a ser cazado por extranjeros por entretenimiento, en una lectura alegórica de colonialismo y exterminio.
Lázaro Ramos llevó a Huelva Medida Provisória, una distopía sobre un régimen brasileño que deporta a los ciudadanos afrodescendientes a África.
Joana Pimenta, codirigió con Queirós y estrenó en Mar del Plata Mato seco em chamas, donde dos mujeres huachicoleras secuestran un oleoducto y encabezan una revolución popular.
Y Gabriel Mascaro, en Divino Amor, presentada en Sundance y Berlín, mostró un Brasil donde el fundamentalismo evangélico controla las instituciones estatales, transformando el matrimonio en norma sacra y el divorcio en tabú.
Mascaro ahora realiza la primera película de esta corriente distópica ya bajo la presidencia de Lula da Silva. Aunque el acontecer político del país es distinto con la restauración democrática, el regreso de Lula y el arresto de Bolsonaro tras su fallido intento de golpe de Estado, O Último Azul se proyecta sobre una región donde los regímenes autoritarios resurgen con fuerza.
En El Salvador, Nayib Bukele ha convertido al país en una megacárcel a merced de los intereses de Estados Unidos. En Argentina, el libertario Javier Milei impone recortes presupuestales y convierte cada aparición televisiva en un performance neoliberal mientras se reprime a la gente en las calles. En Ecuador, Daniel Noboa asalta embajadas e impone aranceles de emergencia. En Panamá, José Raúl Mulino permite despliegue de militares estadounidenses en el canal de Panamá comprometiendo su soberanía y la del país. En Perú, Dina Boluarte asumió el poder ilegalmente tras la destitución de Pedro Castillo.
Tereza (Denise Weinberg), una mujer de 77 años es despedida de su trabajo y puesta bajo la tutela de su hija en lo que se agenda su traslado a una colonia diseñada por el gobierno para las personas mayores, con el propósito de que no entorpezcan el crecimiento económico del país. Renuente a aceptar su destino emprende un viaje por el Amazonas con el objetivo de cumplir su sueño: volar en un avión.
Como los ejemplos previamente mencionados, O Último Azul está situado en un futuro distópico profundamente enraizado en el sur global: con sus favelas, fábricas, avionetas oxidadas, luces de neón y patrullas con jaulas que, a diferencia de los futurismos europeos o americanos cimentados en distanciarse tecnológica y visualmente del presente apoyados por su derroche presupuestal, aquí se vinculan como Bacurau o Divino Amor a los regímenes hostiles y totalitarios con el Brasil actual. En los empobrecidos barrios lancheros del Amazonas vestidos de neón hay más ecos con Iracema uma transa amazónica de Bodanzky y Senna que con la Blade Runner, de Ridley Scott.
La norma estatal edadista y paternalista que recluye a las personas mayores hasta su desgaste total tiene ecos en las reformas globales que buscan retrasar la edad de jubilación, así como en los recortes al gasto público destinado a pensiones, salud y cuidado geriátrico. En ese contexto, el cuerpo envejecido se vuelve un estorbo a gestionar y desplazar.
Losada Baltar describe sus efectos: "Las personas mayores tienden a adoptar la imagen negativa dominante en la sociedad y a comportarse de acuerdo con esta imagen, que define lo que una persona mayor debe o no debe hacer. La infraestimación de las capacidades físicas y mentales de las personas mayores puede favorecer una prematura pérdida de independencia, una mayor discapacidad, mayores índices de depresión y una mortalidad anticipada en personas que, en otras condiciones, mantendrían una vida productiva, satisfactoria y saludable".
El viaje de Tereza no es solo un acto de fuga y de desobediencia civil sino de resistencia a una maquinaria estatal y política que silencia, recluye y desecha los cuerpos que ya no percibe útiles al sistema.
Dicha trinchera política se extiende al tratamiento del cuerpo fuera de la pantalla, ya que el propio Mascaro admite en entrevistas la elección de Weinberg por su rebeldía al ser de las pocas actrices mayores que porta orgullosamente su envejecimiento sin ceder a la industria de la cirugía estética.
Esta ética externa se prolonga en la apuesta visual y estética del largometraje que, como sus obras predecesoras Neón Bull y Divino Amor, rehúye de la homogeneización impuesta por la industria fílmica y cultural que desprovee de la identidad latinoamericana en aras del alcance global. Casos como el de la peruana Reinas, de Klaudia Reynicke; El Jockey, de Luis Ortega; Tesis sobre una domesticación, de Javier Van de Couter o incluso de algunas desfiladas por la selección del FICG como las mexicanas Corina; Adolfo; Café Chairel; No gracias ya no fumo; Un mundo para mi o Ceremonia, ejemplifican lo que Julio García Espinosa advirtió hace más de 45 años: "un cine perfecto- técnica y artísticamente logrado - es casi siempre un cine reaccionario".
Mascaro hace de su road movie distópica una visión radicalmente latinoamericana de rasgos regionales donde el despertar fascista responde a las inquietudes del presente y los fantasmas del pasado dictatorial, sin dejar de ser esperanzadora. Tereza con su cuerpo cansado, las manchas de la edad y arrugas en la piel aparece a cuadro con lucidez intacta y de impecable persistencia. Encuentra compañía y complicidad en Roberta, una mujer mayor que ha conquistado su libertad a su muy particular modo. El sueño de volar es entonces más que una insistencia literal en abordar una avioneta sino el anhelo de surcar los aires y tocar el cielo: imaginar otra realidad posible.
Ahí radica la mayor subversión del director, imaginar un nuevo mundo desde la consciencia del pasado. O como dice Patricia Pisters: "Parece que el gesto más político que el cine actual puede realizar es este reconocimiento de una presencia, que es, de hecho, una presencia en el escenario de la historia mundial, una presencia en nuestra memoria colectiva. En comparación con las películas políticas clásicas más conocidas, como La Huelga (1925) y El acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein o La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, la cuestión de la acción política ha cambiado. En lugar de llamar al pueblo a obtener poder político en un nuevo estado-nación, el cine político actual parece abordar la historia, la memoria y el archivo de maneras más directas, transformando las condiciones del resurgimiento de un pueblo".
O Último Azul no es un capítulo más en esta serie fílmica de ciencia ficción surgida del realce derechista en la región; es una invitación a devolverle al género su potencial revolucionario y rechazar la fantasía idealista. A recuperar un cine que alguna vez se sostuvo en la premisa de que otro mundo es posible, y que miraba al futuro con plena consciencia del pasado.