Dahomey: Diálogos de descolonización e identidad

POR: JOSÉ LUIS SALAZAR

28-06-2024 13:26:47

Dahomey: Diálogos de descolonización e identidad


Dahomey, ganadora del Oso de Oro del Festival Internacional de Cine de Berlín, tuvo su estreno en México en el marco de la 14ª edición del FICUNAM. Con apenas 67 minutos de duración, el tercer largometraje de la directora senegalesa Mati Diop desenmaraña conversaciones en torno a la colonización de África guiada por la voz de un espectro fantasmal, la del rey Behanzin, quien un siglo después regresa a su tierra cuestionándose el sentido de cambiar de un régimen a otro.

En 1816 se fundó la American Colonization Society (ACS), una organización que tenía el objetivo de unir esfuerzos para la repatriación de las poblaciones negras libres de los Estados Unidos al continente africano, contando desde esos inicios con el apoyo del entonces Secretario de Estado James Monroe. 6 años después, en 1822 y siendo Monroe el presidente del país apoyó a la ACS para el establecimiento de una colonia en la costa oeste de África que fuera poblada por los expatriados. Dicho lugar sería nombrado Monrovia en honor del presidente Monroe y se convertiría en la capital de toda una nación, Liberia.


Al inicio de Dahomey, la estatua del rey Behanzin guardada y exhibida durante poco más de un siglo en museos de Francia llega empaquetada, enumerada y envuelta al Palais de la Marina en Benin. Ella al igual que las otras 25 estatuas que la acompañan realizan un viaje a la inversa de la lógica colonial, de Europa a África.


Ella se dice a sí misma, lo que su experiencia dicta. Es un número, el interior de un empaque, una ficha ilustrativa, un pedazo de madera a la mitad de un salón. Pues vemos como conforme cada pieza arriba siguen el procedimiento de rutina donde los almacenistas del museo recitan su peso, el material del que está hecho, sus condiciones materiales, una breve descripción de qué representa la pieza y su número de identificación. 


Ella vuelve a una tierra que no reconoce y se pregunta "¿cuál es el sentido de pasar de un reino de oscuridad a otro?".


Estos cuestionamientos son los mismos que recoge el artículo The United States of Africa: Liberian Independence and the Contested Meaning of a Black Republic, publicado por Brandon Mills para el Journal of the Early Republic de la Universidad de North Carolina así como De segregados a segregacionistas: la historia de Liberia, de Teresa Romero, pues a la llegada de la primera población a la posteriormente conocida como Liberia tuvieron que enfrentarse a problemas propios de la diáspora como el desarraigo, la confrontación con una África políticamente desorganizada y militarmente bordeada por ocupaciones europeas, las tensiones con las poblaciones locales y una identidad cultural dual que difícilmente logró acoplarse a las costumbres y estilos de vida del continente. 


La distancia cultural haría que los expatriados terminarán moldeando su nación a imagen y semejanza de aquella que por 3 siglos los esclavizó y que los había terminado expulsando. Una bandera de barras y estrellas, las grandes casonas de madera a usanza del estadounidense sureño, el inglés como idioma oficial y, por si fuera poco, instauraron un sistema segregacionista contra los nativos de la región copiando aquel que los había privado de su libertad y condición humana.


Dahomey: Diálogos de descolonización e identidad


 


De la experiencia de Liberia, el experimento de nación de los Estados Unidos puede verse la alienación que lleva de nombre del artículo de Teresa Romero previamente nombrado; de segregados a segregacionistas o, de oprimidos a opresores.


La ruta de las estatuas de Benin que Mati Diop sigue plasma un paralelismo con la historia de otras naciones africanas como Ghana, el Congo o Liberia pues al darle a ellas una voz con consciencia es fácil verlas no solo como una expresión viva de la cultura e historia de una nación sino como las voces de miles de generaciones alguna vez tomadas contra su voluntad y que tras siglos regresan a tierra para encontrar los restos de lo que alguna vez fue un hogar y del que ya no se sienten parte.


Las personas mueren, pero también las estatuas. 


"Un objeto muere cuando la mirada viva que se dirige a él desaparece. Y cuando desaparezcamos, nuestros objetos quedarán confinados a donde enviamos las cosas muertas: al museo". Extraído del documental Statues Also Die.


En el documental del mismo tema Statues Also Die, de Chris Marker, Alain Resnais y Ghislain Cloquet de 1953 y censurado por 10 años en su país, Francia, se utiliza de ejemplo las estatuas extraídas de las colonias francesas en África para explicar el concepto del que hace gala su título: cuando los artefactos culturales son retirados de sus pueblos pierden su razón social, su significado cultural y su valor espiritual original para convertirse en ornamento para el occidental. Esta es su muerte, pues quedan desprovistos de su contexto y su sentido.


Después de que gobernantes de distintas naciones africanas, funcionarios públicos y celebridades desfilan frente a la cámara para ver antes que nadie las estatuas recién llegadas a Benin, nos trasladamos a una sala de conferencias universitaria donde alguien pronuncia lo siguiente, yo parafraseándolo: "¿por qué las estatuas adornan el palacio de gobierno y no regresan a sus usos sagrados?". Alguien contesta: "deben estar en el museo, si yo encontrará algo así afuera me asustaría". Refiriéndose a un objeto destinado al asombro por algunos días, puede que se extienda meses, pero condenado finalmente a la trivialización y claustro del museo. En pocas palabras, la muerte.


La colonización transformó la relación con el objeto para siempre, lo que lleva al segundo punto de la discusión. Aceptar la victoria del regreso de estas estatuas es reconocer la derrota que les confirma el humillante status quo. La admisión de que aún quedan 7 mil piezas en suelo francés o lo peor de todo, que pese a cuanto se discute si este triunfo legitima las acciones del gobierno del presidente en turno Patrice Talón y su partido, Benin aún debe pedir permiso a Francia.


Uno más exclama: "si tardaron más de un siglo en regresarnos 26 de 7,000 estatuas ¿quién seguirá aquí para ver el resto llegar? Por lo menos no mis hijos ni mis nietos".


Dahomey: Diálogos de descolonización e identidad


 


El estudiantado y asistentes del debate entienden que ni los activistas decoloniales ni Patrice Talón marcaron el rumbo de su cultura, lo hizo Francia. Ellos decidieron que a la fecha hablen francés, el tipo de gobierno que tienen y que recuperarían las piezas que ahora ocupan sus museos cuando ellos quisieran. Que, si las querían, ellos tendrían que pedírselas y tendrían la decisión en sus manos para escoger cuáles se van y cuáles se quedan.


La universalidad de las conversaciones que desata Dahomey podemos verlas en nuestro propio territorio cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador cual Talón decidió en 2023 solicitar a Austria la devolución del penacho de Moctezuma, a burlas de una mayoría nacional que seguramente se decía así misma cómo siquiera se atrevía dirigirse a Alexander Van Der Bellen, que él no merecía tenernos ni siquiera en pensamiento o, que en su lugar deberíamos sentir orgullo de que nuestra cultura sea vista por europeos.


Si la reacción inicial fue así, no podría venirle más que una más violenta cuando meses después López Obrador pidió una disculpa del gobierno español al pueblo mexicano por la conquista. Similar a la respuesta popular que reciben los gobiernos africanos cuando piden justicia restaurativa por los siglos de saqueo y esclavitud. 


La política identitaria nos dicta enorgullecernos del latino, o más específico aún, del mexicano que llega a Hollywood casi ignorando que eso implica nuestro reconocimiento de nuestra dependencia de la aprobación extranjera y en especial del norte global, de depender que ellos se dignen a voltearnos a ver. La política identitaria nos hace gritar de emoción al ver como por un minuto nuestro país o sus personas están en la boca del americano o europeo. Porque pareciera que solo existimos si ellos lo reconocen y nos nombran.


La política identitaria y la corriente decolonial actual conduce la conversación a la descolonización de todo, del lenguaje, de las prácticas y costumbres, de la vida cotidiana menos de las colonias. A proponer la cercanía a las culturas largamente excluidas y socialmente condenadas, siempre que sea bajo las dinámicas que el norte global nos dicte y no amenace su dominancia. 


Es irónico pensar que Berlín y su festival se enorgullecen de premiar una obra que critica la intervención colonial y la apropiación cultural en una ciudad que tiene como estrella turística el busto de Nefertiti que robaron de Egipto en 1912 y en un país que financia y apoya la ocupación de territorio palestino y la masacre de su pueblo.


Es por ello que el mayor riesgo viene en forma y discurso, pues cuando el debate que además es quien dirige la conversación del documental a diferencia de Pepe, documental dominicano del mismo tema premiado en ese mismo festival que prioriza la voz en off y el retrato folclórico de su gente, toma la pantalla no con grabaciones sino con rostros de quienes intercambian ideas, discuten y disienten.



Hacia su final, la voz de Behanzin se convierte en viento que recorre la ciudad, mira los rostros de la gente y se encuentra en ellos. La historia no es esa cosa estática que transcurre mientras vivimos, es aquello de lo que formamos parte y que nosotros dirigimos. Diop hace una última cosa; mostrarnos a los protagonistas de la historia de Benin, de su pueblo y su cultura, levanta la cámara y pone los rostros de los hombres en motocicleta por las calles de Dahomey, de las mujeres que caminan por sus barrios, de los jóvenes que deambulan por la playa, de un par de trabajadores de la costa, de unos niños durmiendo.


En un mundo que aboga por mostrarnos en la esquina de un cuadro, Diop nos pone en el centro de la cámara. En el centro de la historia, rigiendo el destino de nuestros pueblos, el lugar que siempre hemos ocupado y por el que activamente tenemos que luchar.


Por Benin, por nuestros países de Latinoamérica, por Sudán, por el Congo, por Palestina.



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