Robot Dreams: El espejismo de relaciones simples y eternas
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
14-03-2024 01:55:05
En Mi amigo Robot, la nueva obra de Pablo Berger, ganadora en Annecy, del Annie 2024 a mejor película independiente; en Sitges a mejor película; también ganadora del Goya y nominada al Oscar a mejor película animada; un perrito residente de una Nueva York antropomorfa descubre en un infomercial televisivo la cura a su soledad: la posibilidad de comprar y ensamblar un amigo robot. Uno que no se queja, no disiente, no critica ni resiente, un tipo de relación fácil de guiar y mantener, pero que, al llegar, se revela más complicada.
En los últimos años una tendencia tan amada como repudiada ha invadido al cine de autor y se ha infiltrado incluso a las propuestas más comerciales en donde como terapia de sanación, las imágenes en la gran pantalla alivian dolores y reconcilian traumas. Aquí podemos ubicar dos cuadrantes: en la que el cine como ejercicio terapéutico es un ejercicio a su vez autoral y quienes buscan transmitir una visión idealista de las relaciones en la audiencia.
Aftersun, de Charlotte Wells, no anticipa a su audiencia, sino que la involucra en su reflexión del tiempo vivido con su padre. Lo mismo sucede con Estiu 1993 de Carla Simón en donde predominan los juegos infantiles y la curiosidad hasta que, sin poder contenerlo más, se escapa el llanto.
En cambio, las propuestas más comerciales han preferido, como siempre, anticiparse a su espectador. Como cualquier película del Marvel Cinematic Universe que coloca a sus esperados héroes en la alineación que la fanaticada pide a gritos y planea cuidadosamente las sorpresas esperando conseguir el alarido eufórico del público, casi siempre consiguiéndolo: películas como Encanto, Eveything Everywhere All At Once o Coco bombardean al espectador de escenas sentimentales hacia su segundo tercio de metraje para predisponerlo al llanto fácil y concluir con una breve y burda resolución de conflictos.
Para los estudios no existe el llanto ni el enojo sin el perdón y el castigo que los contenga, porque ellos no venden conflictos ni emociones, solo cierres; y han hecho del duelo, los traumas familiares, las situaciones de abuso, la ruptura y la soledad males por curar para que, apenas aparezcan, guíen al feliz desenlace donde todo quedó atrás y ahora solo hay paz y regocijo.
De ahí viene nuestra incapacidad de lidiar con el conflicto y la inconformidad reciente que ha habido ante películas que se diferencian del panorama fílmico predominante pues no buscan validar nuestras acciones. Hay quienes querían que en Past Lives, debut de Celine Song, la protagonista Nora diera la vuelta y detuviera a Hae Sung antes de que tomara su avión de regreso a Corea para irse con él. O hay a quienes les gustaría que en Tótem, de Lila Avilés, hubiera una escena final que nos alegrara con una familia feliz y un padre aliviado de los malestares del cáncer. Éste fenómeno parido de la telenovela nos ha reprimido y nos ha puesto en espera siempre de la complacencia.
Por esto mismo no pude evitar pasar de largo la primera vez que oí de Robot Dreams porque su trama asemejaba ser una relación no de individuos sino de estados de ánimo: la tristeza y el consuelo. Un perrito solitario, asocial y con una vida monótona en una relación con un robot. Y ya. Al que le dicen ve a la derecha y lo hará, que aceptará cualquier cosa sin resistencia ni dudas y que consuela, apoya y estima, sin necesidad de ser correspondido.
Es un tipo de relación convenenciera en la que uno es completamente satisfecho sin necesidad de dar nada a cambio, igual que en la obra de Spike Jonze, Her, o en la seleccionada alemana a los Oscar de hace algunos años I'm Your Man, de Maria Schrader. Pongo estos dos ejemplos porque además de compartir sus tramas sobre la relación de individuos vacíos con autómatas, Robot Dreams también lo hacen en su discurso a las relaciones: no es tan sencillo.
Cuando el robot queda varado sin batería en una playa temporalmente clausurada, el perro protagonista no puede más que sentarse a llorar y a recordar los momentos a su lado en lo que espera la reapertura que les permita volver a estar juntos. Inesperadamente el robot también lo hace.
Lejos de ser pedazos de latón, el robot siente y llora la pérdida de su pareja, así como sueña cuando vuelvan a estar juntos y le invaden los celos y el temor a que el perro lo reemplace por alguien más. Él no se autopercibe como un complemento del perrito sino como un ente completo y cuando se imagina se mira caminando, coreando canciones, bailando, corriendo, haciendo amigos y siendo feliz aún si eso omite al perro y está atado a lo poco que conoce.
El perro por todo lado, aunque paciente y amoroso, no alcanza a ver más allá de una dimensión material en él: la de metales y botones. Tras intentar mantener una relación con una cierva que al cabo de unos días se muda a Europa, opta por volver a lo fácil y conocido: comprar y ensamblar un nuevo robot.
El robot habiendo sido mutilado, modificado, vendido y trasladado múltiples veces termina en casa de alguien que por primera vez no espera ser sanado sino sanarlo a él. Vuelto a la vida tiene la opción de volver con Perro, pero encuentra desde la autonomía a una verdadera compañía. Él mismo refleja eso, su viaje por ser alguien distinto y no un producto empaquetado: ahora es trozos de los lugares en los que ha estado y de con quienes se ha cruzado. Robot Dreams tiene el mérito de escribir una historia de amor simple, sin diálogo alguno y sobre un tema actual, el como una vinculación bajo las lógicas de consumo pueden derivar en esto: la ilusión de relaciones permanentes y de perpetuo estímulo que nos mantenga complacientes. Una vara injusta imposible de llenar. En la que un robot puede llegar a ser más humano que uno mismo.
Aunque aprecio el storyboard de Maca Gil por el que la nominaron a los Annie y reconozco que no todas las decisiones recaen en ella o en Pablo Berger pues es la adaptación de la novela gráfica de Sara Varón me pregunto ¿por qué situar la historia en Nueva York cuando el mundo entero está disponible? ¿por qué dedicar nuestras historias iberoamericanas a la apodada “gran manzana”? Ellos ya han colonizado nuestro imaginario y nuestro consumo, pero si el siguiente paso es oír nuestras historias en sus ciudades… yo paso.
En Mi amigo Robot, la nueva obra de Pablo Berger, ganadora en Annecy, del Annie 2024 a mejor película independiente; en Sitges a mejor película; también ganadora del Goya y nominada al Oscar a mejor película animada; un perrito residente de una Nueva York antropomorfa descubre en un infomercial televisivo la cura a su soledad: la posibilidad de comprar y ensamblar un amigo robot. Uno que no se queja, no disiente, no critica ni resiente, un tipo de relación fácil de guiar y mantener, pero que, al llegar, se revela más complicada.
En los últimos años una tendencia tan amada como repudiada ha invadido al cine de autor y se ha infiltrado incluso a las propuestas más comerciales en donde como terapia de sanación, las imágenes en la gran pantalla alivian dolores y reconcilian traumas. Aquí podemos ubicar dos cuadrantes: en la que el cine como ejercicio terapéutico es un ejercicio a su vez autoral y quienes buscan transmitir una visión idealista de las relaciones en la audiencia.
Aftersun, de Charlotte Wells, no anticipa a su audiencia, sino que la involucra en su reflexión del tiempo vivido con su padre. Lo mismo sucede con Estiu 1993 de Carla Simón en donde predominan los juegos infantiles y la curiosidad hasta que, sin poder contenerlo más, se escapa el llanto.
En cambio, las propuestas más comerciales han preferido, como siempre, anticiparse a su espectador. Como cualquier película del Marvel Cinematic Universe que coloca a sus esperados héroes en la alineación que la fanaticada pide a gritos y planea cuidadosamente las sorpresas esperando conseguir el alarido eufórico del público, casi siempre consiguiéndolo: películas como Encanto, Eveything Everywhere All At Once o Coco bombardean al espectador de escenas sentimentales hacia su segundo tercio de metraje para predisponerlo al llanto fácil y concluir con una breve y burda resolución de conflictos.
Para los estudios no existe el llanto ni el enojo sin el perdón y el castigo que los contenga, porque ellos no venden conflictos ni emociones, solo cierres; y han hecho del duelo, los traumas familiares, las situaciones de abuso, la ruptura y la soledad males por curar para que, apenas aparezcan, guíen al feliz desenlace donde todo quedó atrás y ahora solo hay paz y regocijo.
De ahí viene nuestra incapacidad de lidiar con el conflicto y la inconformidad reciente que ha habido ante películas que se diferencian del panorama fílmico predominante pues no buscan validar nuestras acciones. Hay quienes querían que en Past Lives, debut de Celine Song, la protagonista Nora diera la vuelta y detuviera a Hae Sung antes de que tomara su avión de regreso a Corea para irse con él. O hay a quienes les gustaría que en Tótem, de Lila Avilés, hubiera una escena final que nos alegrara con una familia feliz y un padre aliviado de los malestares del cáncer. Éste fenómeno parido de la telenovela nos ha reprimido y nos ha puesto en espera siempre de la complacencia.
Por esto mismo no pude evitar pasar de largo la primera vez que oí de Robot Dreams porque su trama asemejaba ser una relación no de individuos sino de estados de ánimo: la tristeza y el consuelo. Un perrito solitario, asocial y con una vida monótona en una relación con un robot. Y ya. Al que le dicen ve a la derecha y lo hará, que aceptará cualquier cosa sin resistencia ni dudas y que consuela, apoya y estima, sin necesidad de ser correspondido.
Es un tipo de relación convenenciera en la que uno es completamente satisfecho sin necesidad de dar nada a cambio, igual que en la obra de Spike Jonze, Her, o en la seleccionada alemana a los Oscar de hace algunos años I'm Your Man, de Maria Schrader. Pongo estos dos ejemplos porque además de compartir sus tramas sobre la relación de individuos vacíos con autómatas, Robot Dreams también lo hacen en su discurso a las relaciones: no es tan sencillo.
Cuando el robot queda varado sin batería en una playa temporalmente clausurada, el perro protagonista no puede más que sentarse a llorar y a recordar los momentos a su lado en lo que espera la reapertura que les permita volver a estar juntos. Inesperadamente el robot también lo hace.
Lejos de ser pedazos de latón, el robot siente y llora la pérdida de su pareja, así como sueña cuando vuelvan a estar juntos y le invaden los celos y el temor a que el perro lo reemplace por alguien más. Él no se autopercibe como un complemento del perrito sino como un ente completo y cuando se imagina se mira caminando, coreando canciones, bailando, corriendo, haciendo amigos y siendo feliz aún si eso omite al perro y está atado a lo poco que conoce.
El perro por todo lado, aunque paciente y amoroso, no alcanza a ver más allá de una dimensión material en él: la de metales y botones. Tras intentar mantener una relación con una cierva que al cabo de unos días se muda a Europa, opta por volver a lo fácil y conocido: comprar y ensamblar un nuevo robot.
El robot habiendo sido mutilado, modificado, vendido y trasladado múltiples veces termina en casa de alguien que por primera vez no espera ser sanado sino sanarlo a él. Vuelto a la vida tiene la opción de volver con Perro, pero encuentra desde la autonomía a una verdadera compañía. Él mismo refleja eso, su viaje por ser alguien distinto y no un producto empaquetado: ahora es trozos de los lugares en los que ha estado y de con quienes se ha cruzado. Robot Dreams tiene el mérito de escribir una historia de amor simple, sin diálogo alguno y sobre un tema actual, el como una vinculación bajo las lógicas de consumo pueden derivar en esto: la ilusión de relaciones permanentes y de perpetuo estímulo que nos mantenga complacientes. Una vara injusta imposible de llenar. En la que un robot puede llegar a ser más humano que uno mismo.
Aunque aprecio el storyboard de Maca Gil por el que la nominaron a los Annie y reconozco que no todas las decisiones recaen en ella o en Pablo Berger pues es la adaptación de la novela gráfica de Sara Varón me pregunto ¿por qué situar la historia en Nueva York cuando el mundo entero está disponible? ¿por qué dedicar nuestras historias iberoamericanas a la apodada “gran manzana”? Ellos ya han colonizado nuestro imaginario y nuestro consumo, pero si el siguiente paso es oír nuestras historias en sus ciudades… yo paso.