No quiero ser polvo, entre el fanatismo y la soledad
POR: NANCY MORA
09-01-2024 14:45:10
Bego es una mujer de más de 50 años que vive su día a día entre la indiferencia de su hijo que sólo piensa en estudiar en el extranjero y la ausencia de su esposo que parece estar mejor en cualquier otro lado que en casa. Bego, protagonista de No quiero ser polvo, es la representación de esas amas de casa que ante su vacío y soledad son presas fáciles del fanatismo y la paranoia ante un posible fin del mundo.
En su segundo largometraje, el cineasta mexicano Iván Löwenberg nos cuenta la historia de Bego inspirado en sus propias experiencias y recuerdos de cuando era niño en la década de los 90 y sus padres pertenecían a un grupo de meditación en el que surgió el rumor de que el fin del mundo se acercaba, su madre, se volvió incluso portavoz de esta teoría.
Ahora es la propia madre de Iván la que personifica a Bego en No quiero ser polvo, un filme donde el cineasta juega con el drama, la comedia y hasta la ciencia ficción, lo hace con un escaso presupuesto que es palpable en la producción, sin embargo, el corazón de la película está en sus personajes, en Bego, una actriz natural que sostiene toda la trama y con la que el público puede empatizar o de plano odiar.
Bego es una mujer que representa a aquellas amas de casa que han dado todo por su familia, pero que con el paso de los años se vuelve intrascendente, ni su hijo ni su marido se preocupan por lo que le pasa, por cómo se siente, ella ya no es “útil” para ellos y eso la lleva a probar y ser parte de grupos de meditación que solo velan por sus propios intereses, que chantajean y defraudan a sus integrantes.
La historia de Bego puede resultarnos muy familiar… cuántas personas ante la falta de amor y de atención de sus seres queridos se refugian en sectas o creencias que les permiten evadir su soledad, sus vacíos, porque esas creencias por absurdas que parezcan les dan una razón para seguir adelante, para aferrarse a algo, aunque sea el fin del mundo.
Iván Löwenberg plantea un escenario apocalíptico y uno de sus mayores retos es recrear esta atmósfera donde como espectadores realmente sentimos que el fin del mundo se acerca, que esos tres días de oscuridad son reales, no es cosa sencilla, y el espectador tendrá la última palabra, lo que si les puedo decir es que si bien el director tiene el gran acierto de abordar una historia diferente, donde la protagonista es una mujer de edad madura con sus propias carencias y creencias, lo cierto es que No quiero ser polvo es de esas películas que bien puedes amar y odiar, que puedes disfrutar, o no, su sentido del humor, es de esas películas que tienes que ver sin demasiadas expectativas, con paciencia y quizá así puedas encontrar su verdadero sentido.
Y es que No quiero ser polvo centra su atención en la propia Bego, ella carga con todo el peso y si de entrada no empatizas con el personaje entonces será una película que sufrirás porque su ritmo es pausado, sus actores secundarios no tienen peso y sí actitudes que puedes odiar, pero al final todo es parte de esa atmósfera necesaria para que la historia tenga sentido, por ello creo que lo mejor de la película está hacia su último tercio, donde sí podemos identificarnos con esa sensación que hemos experimentado en nuestros propios días de oscuridad.
Bego es una mujer de más de 50 años que vive su día a día entre la indiferencia de su hijo que sólo piensa en estudiar en el extranjero y la ausencia de su esposo que parece estar mejor en cualquier otro lado que en casa. Bego, protagonista de No quiero ser polvo, es la representación de esas amas de casa que ante su vacío y soledad son presas fáciles del fanatismo y la paranoia ante un posible fin del mundo.
En su segundo largometraje, el cineasta mexicano Iván Löwenberg nos cuenta la historia de Bego inspirado en sus propias experiencias y recuerdos de cuando era niño en la década de los 90 y sus padres pertenecían a un grupo de meditación en el que surgió el rumor de que el fin del mundo se acercaba, su madre, se volvió incluso portavoz de esta teoría.
Ahora es la propia madre de Iván la que personifica a Bego en No quiero ser polvo, un filme donde el cineasta juega con el drama, la comedia y hasta la ciencia ficción, lo hace con un escaso presupuesto que es palpable en la producción, sin embargo, el corazón de la película está en sus personajes, en Bego, una actriz natural que sostiene toda la trama y con la que el público puede empatizar o de plano odiar.
Bego es una mujer que representa a aquellas amas de casa que han dado todo por su familia, pero que con el paso de los años se vuelve intrascendente, ni su hijo ni su marido se preocupan por lo que le pasa, por cómo se siente, ella ya no es “útil” para ellos y eso la lleva a probar y ser parte de grupos de meditación que solo velan por sus propios intereses, que chantajean y defraudan a sus integrantes.
La historia de Bego puede resultarnos muy familiar… cuántas personas ante la falta de amor y de atención de sus seres queridos se refugian en sectas o creencias que les permiten evadir su soledad, sus vacíos, porque esas creencias por absurdas que parezcan les dan una razón para seguir adelante, para aferrarse a algo, aunque sea el fin del mundo.
Iván Löwenberg plantea un escenario apocalíptico y uno de sus mayores retos es recrear esta atmósfera donde como espectadores realmente sentimos que el fin del mundo se acerca, que esos tres días de oscuridad son reales, no es cosa sencilla, y el espectador tendrá la última palabra, lo que si les puedo decir es que si bien el director tiene el gran acierto de abordar una historia diferente, donde la protagonista es una mujer de edad madura con sus propias carencias y creencias, lo cierto es que No quiero ser polvo es de esas películas que bien puedes amar y odiar, que puedes disfrutar, o no, su sentido del humor, es de esas películas que tienes que ver sin demasiadas expectativas, con paciencia y quizá así puedas encontrar su verdadero sentido.
Y es que No quiero ser polvo centra su atención en la propia Bego, ella carga con todo el peso y si de entrada no empatizas con el personaje entonces será una película que sufrirás porque su ritmo es pausado, sus actores secundarios no tienen peso y sí actitudes que puedes odiar, pero al final todo es parte de esa atmósfera necesaria para que la historia tenga sentido, por ello creo que lo mejor de la película está hacia su último tercio, donde sí podemos identificarnos con esa sensación que hemos experimentado en nuestros propios días de oscuridad.