Perdidos en la noche: La burbuja digital y de clase
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
04-11-2023 10:44:52
La noche del 15 de enero de 2023 fue encontrada una camioneta con impactos de bala en los cristales sobre el municipio de Cerro de Ortega en Colima. En ella viajaban el profesor Antonio Díaz Valencia y el abogado Ricardo Lagunes; ambos activistas en contra de la actividad abusiva de empresas mineras en la comunidad de San Miguel de Aquila, Michoacán, que se dirigían a la ciudad de Colima después de una reunión de comuneros en el pueblo y quienes, a la fecha, aún continúan desaparecidos.
Lagunes de 41 años era conocido por ser el abogado defensor y representante de familiares de víctimas de violencia en el sur del país, por ejemplo, del caso Acteal y del Consejo Comunal Indígena de Aquila. Díaz de 71 años era un profesor y líder de la comunidad de Aquila, había fungido anteriormente como alcalde del municipio y presidía el Consejo Comunal Indígena en la región.
Cuatro días después de su desaparición en un mitin en la Ciudad de México, Ana Lucia Lagunes Lasca, hermana de uno de los desaparecidos, no dudó en señalar a Ternium, empresa que controla la actividad minera de la región, de ambas desapariciones.
“Queremos señalar a la empresa minera Ternium por la responsabilidad que pueda tener para que aparezcan con vida mi hermano Ricardo Lagunes y el profesor Antonio Díaz. Ternium es el actor con más poder en la región y los impactos de su operación no solamente han afectado al medio ambiente, sino al tejido social, han generado conflictos y violencia. La empresa tiene relación con los distintos actores locales y pensamos que con los posibles perpetradores de la desaparición. Pedimos que se indague por ahí, que la empresa actúe para apoyarnos a encontrar con vida a mi hermano y al profesor Antonio”.
Al día siguiente Ternium lanzó un comunicado en donde desconocía la situación, lo tachó de difamación y se deslindó de cualquier responsabilidad hacia las familias afectadas y sobre las desapariciones ocurridas.
Cuatro meses después, el cineasta guanajuatense Amat Escalante presentaba en el Festival de Cannes Perdidos en la Noche, una película que conjunta una infinidad de temas como el arte contemporáneo, las divisiones de clase, la corrupción, el fanatismo religioso o el uso de plataformas digitales, pero poniendo en el centro la historia de un joven que busca a su madre desaparecida años atrás por oponerse a la actividad de una empresa minera en su pueblo.
De un centenar de historias en México sobre desapariciones forzadas a causa de la colusión entre empresas mineras y el Estado, rescato esta por las repercusiones internacionales que tuvo, causando que la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos abrieran una carpeta de investigación, por lo reciente del acontecimiento y en especial, porque la escena inicial de la película es similar a lo ocurrido con Valencia y Lagunes. Tan solo cambiando a sus protagonistas.
Una mujer líder de una comunidad afectada por una empresa minera está en una reunión con los comuneros entre los que ella no es muy popular. De regreso a casa los policías le disparan al carro matando al conductor y deteniéndola a ella. Es la primera y última vez que se ve su personaje en la película. Años después Emiliano, su hijo, recibe una pista de parte de un policía hospitalizado que está por morir que lo conduce a una lujosa finca alejada del pueblo, hogar de una pareja de excéntricos artistas y sus dos hijas que podrían estar involucrados en la desaparición de su madre.
Aquí la historia se divide en muchos temas que abarca a ratos, pero hay una idea general de Escalante que mantiene a lo largo de la película. Los ricos, pese a estar coludidos con las autoridades, también pagan por sus crímenes.
Los ricos pagan de otra manera. Con las lágrimas derramadas, con el peso de la consciencia, con la alteración de su paz, con la pérdida de sueño. Éstas pobres almas atormentadas pueden ser víctimas de las circunstancias que los orilla a cometer estos terribles actos.
Y si así lo explico es porque, ironía aparte, así lo representa Escalante en la película, sin embargo, no es el único que lo hace, Heroico de David Zonana, La civil de Teodora Ana Mihai, Batalla en el cielo de Carlos Reygadas; Daniel y Ana, de Michel Franco; Perdida, de Jorge Michel Grau, y un sinfín de películas mexicanas de los últimos años han transformado escenarios de nuestra lamentable cotidianidad como las desapariciones forzadas, los feminicidios, el narcotráfico, la violencia de las autoridades o el abuso sexual en thrillers de acción con la misma conclusión: el vengador solitario.
Las influencias están claras en el molde del thriller criminal estadounidense añadiéndole la violencia desmedida del cine europeo pero lo extraño es el contexto mexicano, uno real y que supera sus fantasías de ficción. En un país en donde, una y otra vez, los movimientos sociales nos recuerdan que la lucha es colectiva, de los frutos de la unión de las madres buscadoras, de las marchas de los pueblos indígenas, de las protestas feministas o del autogobierno de Cheran y otras comunidades del país, estos directores insisten en la vía individual.
Escalante y otros directores, aunque claman que sus películas son críticas con la realidad nacional y que buscan ayudar a conseguir justicia, más bien son una continuación del liberalismo agringado que influencia a la derecha latinoamericana. Aquella que ya no cree en el Estado y con fusil en mano reparte venganza personal y defiende la propiedad privada.
Perdidos en la noche nos presenta una tragedia en la que la responsabilidad recae enteramente en el Estado pues aquellos con capital pueden volverse aliados en la toma de justicia o retratados como víctimas de la situación, una de la que el Estado abusó.
Entre golpes de pecho a la clase adinerada que abusa de los trabajadores y una fantasía de justicia, Escalante se las arregla para hacer como en sus obras anteriores, Heli y Los bastardos, imágenes terribles de shock value como la muerte en un trabajador en una construcción, la desaparición forzada a manos de la policía, una violenta persecución policiaca, el primer plano de una eyaculación o un suicidio, para entretenimiento del público, no buscando la reflexión en torno a estas imágenes sino buscando una violenta y aversiva reacción en su espectador.
Como concluye el breve ensayo Sorry to Disturb You: An Analysis of Shock Value in Film, de Kaly Cerqueira: “En última instancia, el ´shock value´ tiene cierto mérito como dispositivo cinematográfico. Puede usarse para alterar la perspectiva y hacerle sentir realmente la gravedad de la situación. Pero esto, inevitablemente, tiene un precio: no se equivoque, apelar al valor del shock es apelar a la explotación y, si bien a veces puede estar justificado, eso no lo hace menos insensible. Desafortunadamente, la violencia sexual y la tortura física son cosas muy reales que la gente realmente ha experimentado. Por naturaleza, la explotación de esto en el cine es irreflexiva, insensible e irrespetuosa. Estas películas pueden estimular a las personas, y lo harán, y pueden dejar impresiones duraderas”.
Regresar a la crítica de por qué éstas imágenes y su uso en el cine, y en especial en el mexicano, es revictimizante con aquellos que en la vida cotidiana la sufren o la han sufrido y tortuoso para el espectador que a diario se somete al espectáculo que noticieros y redes sociales hacen de la violencia en el país, es volver a algo muy dicho cada que Zonana y el resto de directores mencionados estrenan en salas mexicanas que podría resumirse en una pregunta.
¿Por qué la insistencia de los directores en someternos una y otra vez a estas violencias dentro y fuera de las pantallas?
Es obvio finalmente que esta incapacidad de criticar a los ricos y de abordar la violencia nacional está en que, quienes los interpretan, quienes escriben estos personajes y sus primeros espectadores en Cannes son más parecidos de lo que creen a los explotadores que condenan que, a los héroes de sus historias.
Sus soluciones: el fuego abierto y la venganza persona. Sus maneras de denunciar los abusos: lives en Instagram, historias en redes sociales y más formas de activismo performativo. Basta con ver la conclusión que da Escalante al viaje de Emiliano; una desconectada de la realidad de miles de familiares de desaparecidos.
Si las acciones del personaje del Comandante Sierra en Heroico, interpretado por Fernando Cuautle, tenían un peculiar paralelismo con el papel que Zonana ejerce como director: torturar al recién llegado Luis de todas las formas posibles en el caso de Sierra, y torturar visualmente lo más posible a su espectador haciéndolo sufrir lo que vive su protagonista en el caso de Zonana con su público; en Perdidos en la Noche ese paralelismo es entre el líder de la acaudalada familia Aldama, Rigoberto, interpretado por Fernando Bonilla: un artista afamado que utiliza el cuerpo del líder de una comunidad en sus obras para mofarse de la religión, y Escalante, quién utiliza vidas humanas, acontecimientos que día a día suceden en el lugar del que es originario (Guanajuato) y las imágenes más gráficas posibles para contar un cuento de hadas que se burla de las víctimas de violencia del país.
Nuestros activistas merecen mejor memoria que esto. El público mexicano merece mejor cine que esto. Que pararse en una sala de cine a ser torturado por un director y un elenco indolente a la realidad nacional.
La noche del 15 de enero de 2023 fue encontrada una camioneta con impactos de bala en los cristales sobre el municipio de Cerro de Ortega en Colima. En ella viajaban el profesor Antonio Díaz Valencia y el abogado Ricardo Lagunes; ambos activistas en contra de la actividad abusiva de empresas mineras en la comunidad de San Miguel de Aquila, Michoacán, que se dirigían a la ciudad de Colima después de una reunión de comuneros en el pueblo y quienes, a la fecha, aún continúan desaparecidos.
Lagunes de 41 años era conocido por ser el abogado defensor y representante de familiares de víctimas de violencia en el sur del país, por ejemplo, del caso Acteal y del Consejo Comunal Indígena de Aquila. Díaz de 71 años era un profesor y líder de la comunidad de Aquila, había fungido anteriormente como alcalde del municipio y presidía el Consejo Comunal Indígena en la región.
Cuatro días después de su desaparición en un mitin en la Ciudad de México, Ana Lucia Lagunes Lasca, hermana de uno de los desaparecidos, no dudó en señalar a Ternium, empresa que controla la actividad minera de la región, de ambas desapariciones.
“Queremos señalar a la empresa minera Ternium por la responsabilidad que pueda tener para que aparezcan con vida mi hermano Ricardo Lagunes y el profesor Antonio Díaz. Ternium es el actor con más poder en la región y los impactos de su operación no solamente han afectado al medio ambiente, sino al tejido social, han generado conflictos y violencia. La empresa tiene relación con los distintos actores locales y pensamos que con los posibles perpetradores de la desaparición. Pedimos que se indague por ahí, que la empresa actúe para apoyarnos a encontrar con vida a mi hermano y al profesor Antonio”.
Al día siguiente Ternium lanzó un comunicado en donde desconocía la situación, lo tachó de difamación y se deslindó de cualquier responsabilidad hacia las familias afectadas y sobre las desapariciones ocurridas.
Cuatro meses después, el cineasta guanajuatense Amat Escalante presentaba en el Festival de Cannes Perdidos en la Noche, una película que conjunta una infinidad de temas como el arte contemporáneo, las divisiones de clase, la corrupción, el fanatismo religioso o el uso de plataformas digitales, pero poniendo en el centro la historia de un joven que busca a su madre desaparecida años atrás por oponerse a la actividad de una empresa minera en su pueblo.
De un centenar de historias en México sobre desapariciones forzadas a causa de la colusión entre empresas mineras y el Estado, rescato esta por las repercusiones internacionales que tuvo, causando que la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos abrieran una carpeta de investigación, por lo reciente del acontecimiento y en especial, porque la escena inicial de la película es similar a lo ocurrido con Valencia y Lagunes. Tan solo cambiando a sus protagonistas.
Una mujer líder de una comunidad afectada por una empresa minera está en una reunión con los comuneros entre los que ella no es muy popular. De regreso a casa los policías le disparan al carro matando al conductor y deteniéndola a ella. Es la primera y última vez que se ve su personaje en la película. Años después Emiliano, su hijo, recibe una pista de parte de un policía hospitalizado que está por morir que lo conduce a una lujosa finca alejada del pueblo, hogar de una pareja de excéntricos artistas y sus dos hijas que podrían estar involucrados en la desaparición de su madre.
Aquí la historia se divide en muchos temas que abarca a ratos, pero hay una idea general de Escalante que mantiene a lo largo de la película. Los ricos, pese a estar coludidos con las autoridades, también pagan por sus crímenes.
Los ricos pagan de otra manera. Con las lágrimas derramadas, con el peso de la consciencia, con la alteración de su paz, con la pérdida de sueño. Éstas pobres almas atormentadas pueden ser víctimas de las circunstancias que los orilla a cometer estos terribles actos.
Y si así lo explico es porque, ironía aparte, así lo representa Escalante en la película, sin embargo, no es el único que lo hace, Heroico de David Zonana, La civil de Teodora Ana Mihai, Batalla en el cielo de Carlos Reygadas; Daniel y Ana, de Michel Franco; Perdida, de Jorge Michel Grau, y un sinfín de películas mexicanas de los últimos años han transformado escenarios de nuestra lamentable cotidianidad como las desapariciones forzadas, los feminicidios, el narcotráfico, la violencia de las autoridades o el abuso sexual en thrillers de acción con la misma conclusión: el vengador solitario.
Las influencias están claras en el molde del thriller criminal estadounidense añadiéndole la violencia desmedida del cine europeo pero lo extraño es el contexto mexicano, uno real y que supera sus fantasías de ficción. En un país en donde, una y otra vez, los movimientos sociales nos recuerdan que la lucha es colectiva, de los frutos de la unión de las madres buscadoras, de las marchas de los pueblos indígenas, de las protestas feministas o del autogobierno de Cheran y otras comunidades del país, estos directores insisten en la vía individual.
Escalante y otros directores, aunque claman que sus películas son críticas con la realidad nacional y que buscan ayudar a conseguir justicia, más bien son una continuación del liberalismo agringado que influencia a la derecha latinoamericana. Aquella que ya no cree en el Estado y con fusil en mano reparte venganza personal y defiende la propiedad privada.
Perdidos en la noche nos presenta una tragedia en la que la responsabilidad recae enteramente en el Estado pues aquellos con capital pueden volverse aliados en la toma de justicia o retratados como víctimas de la situación, una de la que el Estado abusó.
Entre golpes de pecho a la clase adinerada que abusa de los trabajadores y una fantasía de justicia, Escalante se las arregla para hacer como en sus obras anteriores, Heli y Los bastardos, imágenes terribles de shock value como la muerte en un trabajador en una construcción, la desaparición forzada a manos de la policía, una violenta persecución policiaca, el primer plano de una eyaculación o un suicidio, para entretenimiento del público, no buscando la reflexión en torno a estas imágenes sino buscando una violenta y aversiva reacción en su espectador.
Como concluye el breve ensayo Sorry to Disturb You: An Analysis of Shock Value in Film, de Kaly Cerqueira: “En última instancia, el ´shock value´ tiene cierto mérito como dispositivo cinematográfico. Puede usarse para alterar la perspectiva y hacerle sentir realmente la gravedad de la situación. Pero esto, inevitablemente, tiene un precio: no se equivoque, apelar al valor del shock es apelar a la explotación y, si bien a veces puede estar justificado, eso no lo hace menos insensible. Desafortunadamente, la violencia sexual y la tortura física son cosas muy reales que la gente realmente ha experimentado. Por naturaleza, la explotación de esto en el cine es irreflexiva, insensible e irrespetuosa. Estas películas pueden estimular a las personas, y lo harán, y pueden dejar impresiones duraderas”.
Regresar a la crítica de por qué éstas imágenes y su uso en el cine, y en especial en el mexicano, es revictimizante con aquellos que en la vida cotidiana la sufren o la han sufrido y tortuoso para el espectador que a diario se somete al espectáculo que noticieros y redes sociales hacen de la violencia en el país, es volver a algo muy dicho cada que Zonana y el resto de directores mencionados estrenan en salas mexicanas que podría resumirse en una pregunta.
¿Por qué la insistencia de los directores en someternos una y otra vez a estas violencias dentro y fuera de las pantallas?
Es obvio finalmente que esta incapacidad de criticar a los ricos y de abordar la violencia nacional está en que, quienes los interpretan, quienes escriben estos personajes y sus primeros espectadores en Cannes son más parecidos de lo que creen a los explotadores que condenan que, a los héroes de sus historias.
Sus soluciones: el fuego abierto y la venganza persona. Sus maneras de denunciar los abusos: lives en Instagram, historias en redes sociales y más formas de activismo performativo. Basta con ver la conclusión que da Escalante al viaje de Emiliano; una desconectada de la realidad de miles de familiares de desaparecidos.
Si las acciones del personaje del Comandante Sierra en Heroico, interpretado por Fernando Cuautle, tenían un peculiar paralelismo con el papel que Zonana ejerce como director: torturar al recién llegado Luis de todas las formas posibles en el caso de Sierra, y torturar visualmente lo más posible a su espectador haciéndolo sufrir lo que vive su protagonista en el caso de Zonana con su público; en Perdidos en la Noche ese paralelismo es entre el líder de la acaudalada familia Aldama, Rigoberto, interpretado por Fernando Bonilla: un artista afamado que utiliza el cuerpo del líder de una comunidad en sus obras para mofarse de la religión, y Escalante, quién utiliza vidas humanas, acontecimientos que día a día suceden en el lugar del que es originario (Guanajuato) y las imágenes más gráficas posibles para contar un cuento de hadas que se burla de las víctimas de violencia del país.
Nuestros activistas merecen mejor memoria que esto. El público mexicano merece mejor cine que esto. Que pararse en una sala de cine a ser torturado por un director y un elenco indolente a la realidad nacional.