El ángel: cine argentino con toda la facha
POR: ORIANNA PAZ
22-03-2019 12:00:00
Carlos Robledo Puch es uno de los mayores criminales, asesinos y sociópatas de la historia de Argentina. Apodado “El Ángel Negro” o “El Ángel de la Muerte” por la prensa porteña, en referencia a su juventud y al mismo tiempo crueldad para asesinar a sus víctimas, cometió entre los años de 1971 y 1972 una decena de homicidios, diecisiete robos, dos secuestros, fue cómplice de una violación, entre otros delitos varios, por los que cumple una sentencia de cadena perpetua.
Su caso conmocionó en su época a la sociedad argentina, ya que no provenía de un hogar roto, violento o inestable, tampoco estuvo involucrado en drogas y su familia, aunque era humilde, no sufría carencias económicas. Lo suyo era matar por placer sin sentir remordimiento alguno.
Así lo refleja la versión cinematográfica de su vida, El Ángel (Argentina-España, 2018), a cargo del cineasta Luis Ortega, quien echa mano de un reparto de lujo con actores de mucho oficio y trayectoria como Cecilia Roth como la madre del asesino; Mercedes Morán y Daniel Fanego; cómplices y explotadores del protagonista; que a su vez conviven con la sangre joven como Chino Darín, quien encarna a su pareja en el crimen y demuestra una vez más que es un actor que se crece con cada nuevo personaje y el extraordinario debut de Lorenzo Ferro en la piel de Carlitos Puch.
“La gente está loca. No quiere ser libre. No creo en esto es tuyo y esto es mío”. Con esta declaración despreocupada y cínica en voz de Carlos comienza el séptimo largometraje de Ortega (Caja negra, Verano maldito) como un anticipo a la espeluznante personalidad del protagonista.
Dueño de un rostro delicado, rasgos que bien podrían ser los de una mujer, rizos de oro y una apariencia de quien “no rompe un plato”, Carlos Puch de Ortega va por la vida en motos “prestadas”, regalando joyas “herencias familiares” a su novia, en casas ajenas con una desfachatez e impunidad absolutas, ¿por qué? simplemente porque puede. Su carrera como ladrón de barrio da un vuelco cuando encuentra al cómplice perfecto para el “negocio”, Ramón (Chino Darín), un compañero de escuela al que se gana a golpes -literalmente- y quien también es una fichita de cuidado, con un padre exconvicto y amante de las armas. Ahí la cosa comienza a ponerse fea y no hace más que empeorar.
Carlos aprende a disparar y tras el robo a una armería se hace de un arsenal. En la primera oportunidad que se le presenta en un atraco a un bar asesina a sus primeras víctimas ante la incredulidad de Ramón. Después de cruzar esa línea sin retorno el también llamado Charlie Brown, al menos en su documentación falsa, se cobrará varias vidas más sin siquiera parpadear y mucho menos sentir el menor atisbo de culpa.
En la misma línea de la multipremiada El Clan, de Pablo Trapero, que daba cuenta de los secuestros y asesinatos cometidos por una familia argentina de clase media comandada por Arquímedes Puccio, que también horrorizó y ocupó los titulares de los periódicos de la Argentina durante los 80, El Ángel no pretende juzgar al protagonista, eso ya lo hizo la justicia. Ortega presenta a un individuo que no se cuestiona, ni se limita, que no se rige por la moral o las reglas establecidas por la sociedad, que disfruta de su “oficio” sin remordimientos y que parece ser todo un rockstar gracias a la caracterización poderosa de Lorenzo Ferro, la revelación juvenil del cine argentino actual, un verdadero deleite para el espectador.
Ferro logra mimetizarse con el personaje a un nivel íntimo, personal. Su actuación está llena de matices y claroscuros, de complejidad y emoción porque Carlos a pesar de ser cruel, violento y cínico es capaz de sentir amor por su madre, de ser en ciertos momentos vulnerable e incluso de experimentar atracción por su cómplice, Ramón, en una relación tormentosa con tintes homosexuales cuya tensión trasciende la pantalla gracias a la enorme química entre Darín y Ferro.
Mención aparte merece la hipnótica banda sonora que nos transporta a la década de los 70 con clásicos de la música argentina de la época como El extraño del pelo largo, de la banda La Joven Guardia, varios tracks de Billy Bond y La Pesada (pionero del rock argentino), Moondog y de cantantes íconos de la escena musical argentina setentera como Leonardo Favio y Palito Ortega, quien no podía faltar ya que es el padre de Luis Ortega, director de la película.
Si a la fuerza de las interpretaciones y a la truculenta historia de crimen y sangre basada en hechos reales, le agregamos la brillante y colorida fotografía, la estupenda reconstrucción de época y la seductora banda sonora, El Ángel convence, atrapa y demuestra que el cine argentino sigue siendo garantía de calidad, buena manufactura e historias sólidas y atractivas.
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Carlos Robledo Puch es uno de los mayores criminales, asesinos y sociópatas de la historia de Argentina. Apodado “El Ángel Negro” o “El Ángel de la Muerte” por la prensa porteña, en referencia a su juventud y al mismo tiempo crueldad para asesinar a sus víctimas, cometió entre los años de 1971 y 1972 una decena de homicidios, diecisiete robos, dos secuestros, fue cómplice de una violación, entre otros delitos varios, por los que cumple una sentencia de cadena perpetua.
Su caso conmocionó en su época a la sociedad argentina, ya que no provenía de un hogar roto, violento o inestable, tampoco estuvo involucrado en drogas y su familia, aunque era humilde, no sufría carencias económicas. Lo suyo era matar por placer sin sentir remordimiento alguno.
Así lo refleja la versión cinematográfica de su vida, El Ángel (Argentina-España, 2018), a cargo del cineasta Luis Ortega, quien echa mano de un reparto de lujo con actores de mucho oficio y trayectoria como Cecilia Roth como la madre del asesino; Mercedes Morán y Daniel Fanego; cómplices y explotadores del protagonista; que a su vez conviven con la sangre joven como Chino Darín, quien encarna a su pareja en el crimen y demuestra una vez más que es un actor que se crece con cada nuevo personaje y el extraordinario debut de Lorenzo Ferro en la piel de Carlitos Puch.
“La gente está loca. No quiere ser libre. No creo en esto es tuyo y esto es mío”. Con esta declaración despreocupada y cínica en voz de Carlos comienza el séptimo largometraje de Ortega (Caja negra, Verano maldito) como un anticipo a la espeluznante personalidad del protagonista.
Dueño de un rostro delicado, rasgos que bien podrían ser los de una mujer, rizos de oro y una apariencia de quien “no rompe un plato”, Carlos Puch de Ortega va por la vida en motos “prestadas”, regalando joyas “herencias familiares” a su novia, en casas ajenas con una desfachatez e impunidad absolutas, ¿por qué? simplemente porque puede. Su carrera como ladrón de barrio da un vuelco cuando encuentra al cómplice perfecto para el “negocio”, Ramón (Chino Darín), un compañero de escuela al que se gana a golpes -literalmente- y quien también es una fichita de cuidado, con un padre exconvicto y amante de las armas. Ahí la cosa comienza a ponerse fea y no hace más que empeorar.
Carlos aprende a disparar y tras el robo a una armería se hace de un arsenal. En la primera oportunidad que se le presenta en un atraco a un bar asesina a sus primeras víctimas ante la incredulidad de Ramón. Después de cruzar esa línea sin retorno el también llamado Charlie Brown, al menos en su documentación falsa, se cobrará varias vidas más sin siquiera parpadear y mucho menos sentir el menor atisbo de culpa.
En la misma línea de la multipremiada El Clan, de Pablo Trapero, que daba cuenta de los secuestros y asesinatos cometidos por una familia argentina de clase media comandada por Arquímedes Puccio, que también horrorizó y ocupó los titulares de los periódicos de la Argentina durante los 80, El Ángel no pretende juzgar al protagonista, eso ya lo hizo la justicia. Ortega presenta a un individuo que no se cuestiona, ni se limita, que no se rige por la moral o las reglas establecidas por la sociedad, que disfruta de su “oficio” sin remordimientos y que parece ser todo un rockstar gracias a la caracterización poderosa de Lorenzo Ferro, la revelación juvenil del cine argentino actual, un verdadero deleite para el espectador.
Ferro logra mimetizarse con el personaje a un nivel íntimo, personal. Su actuación está llena de matices y claroscuros, de complejidad y emoción porque Carlos a pesar de ser cruel, violento y cínico es capaz de sentir amor por su madre, de ser en ciertos momentos vulnerable e incluso de experimentar atracción por su cómplice, Ramón, en una relación tormentosa con tintes homosexuales cuya tensión trasciende la pantalla gracias a la enorme química entre Darín y Ferro.
Mención aparte merece la hipnótica banda sonora que nos transporta a la década de los 70 con clásicos de la música argentina de la época como El extraño del pelo largo, de la banda La Joven Guardia, varios tracks de Billy Bond y La Pesada (pionero del rock argentino), Moondog y de cantantes íconos de la escena musical argentina setentera como Leonardo Favio y Palito Ortega, quien no podía faltar ya que es el padre de Luis Ortega, director de la película.
Si a la fuerza de las interpretaciones y a la truculenta historia de crimen y sangre basada en hechos reales, le agregamos la brillante y colorida fotografía, la estupenda reconstrucción de época y la seductora banda sonora, El Ángel convence, atrapa y demuestra que el cine argentino sigue siendo garantía de calidad, buena manufactura e historias sólidas y atractivas.
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