Museo: la laberíntica realización
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
31-10-2018 15:50:46

Alonso Ruizpalacios, quien cuenta con interesantes trabajos de cortometraje y entró con mucho ruido a la escena nacional con su ópera prima Güeros (2014), road trip que maniobró con temas como la búsqueda del sentido en la vida, el activismo estudiantil, la juventud y la composición socioeconómica-urbana de la Ciudad de México, ahora, en su segundo largometraje recrea el atraco que sufrió el Museo Nacional de Antropología e Historia del entonces Distrito Federal en 1985.
En Museo, Juan Núñez (Gael García Bernal) y Benjamín Wilson (Leonardo Ortizgris) son dos jóvenes “amigos” satelucos que deambulan por la existencia y aunque el hilo conductor del argumento es el robo al museo, la cinta realmente aborda la búsqueda de la realización de este dúo nada dinámico.
Juan, joven (en esencia, además de que el actor que lo interpreta… joven, joven, ya tampoco es) con delirios supernacionalistas egresado de veterinaria, es el común miembro apestado de una familia fifí y la decepción de sus padres; Wilson -como es llamado por su compañero-, “muchacho” timorato sin gran voluntad propia y que tiene como mayor ocupación el cuidar a su padre enfermo.
Estos dos encarnan la representación de la incertidumbre en la juventud -asunto común en los trabajos de Ruizpalacios-, esa búsqueda del rumbo en una existencia desenfrenada dentro del monstruo urbano capitalino en los círculos de Ciudad Satélite. ¿Cómo se trasciende? ¿Cómo se superan las expectativas de unos padres que siempre han “batallado” contigo? Fácil: “¿Y si nos chingamos algo?”.
El crimen inmotivado es la respuesta que encuentran estos ingenuos chicos para hallar algo que dé sentido a su respiración, que les dé una historia que contar.

Después de unos magníficos créditos iniciales que exaltan la belleza de las piezas que serán parte del ilícito y que hacen breve justicia a la gran historia que cuentan, esta misión laberíntica es ágilmente contada con unas formas desafiantes y poco convencionales.
Desdeñando formalidades, la cinta utiliza recursos como, por ejemplo, el marcado meneo de la cámara que sigue a las figuras para, justamente, resaltar su movimiento acelerado y el desconcierto del protagonista en ese momento específico; o, la desincronización entre el audio y la imagen para escenificar los efectos de un “pericazo” en una excelente secuencia de devaneo playero, ubicada en una coyuntura donde toda esperanza se ha perdido y, para el personaje, sólo queda divertirse un poco. La utilización de la técnica cinematográfica no sólo es peculiar, también refrescante y osada. Se vale jugar con el libro de reglas.
La desmitificación es otro de los núcleos subtextuales que repite Ruizpalacios. En Güeros, toda la subtrama con Epigmenio Cruz; aquí, la propia obtención de las piezas, la posterior odisea para poder sacar algo de ellas y encontrarse sorpresas con su valor, desmitifica esos trozos de obsidiana y oro, regresándolos al valor material y, al mismo tiempo, alzándolos por su valor histórico incalculable.
Esto también sucede cuando Juan se encuentra con Sherezada (Leticia Brédice), su amor platónico de su película de “ficheras” favorita. Él la ve exuberante, inalcanzable, pero el trayecto la lleva a conocerla en un tugurio, decadente y viéndola totalmente terrenal, como una persona más. Unas vueltas temáticas que, lejos de verse como una simple repetición, lucen como los inicios de una formación estilística.

Sin embargo, no todo son puntos altos. Quizás el aspecto más accidentado para este realizador es la dirección de actores. Si bien, él toma un proyecto ya iniciado (lo que ya supone un reto) y consigue dar un toque personal al libreto reescrito en su totalidad, la compaginación entre las dos figuras principales se percibe truncada, algo que finalmente afecta la construcción en pantalla de este extraño nexo “amistoso”.
La película está situada en una época pasada pero su lectura tiene indiscutible actualidad. La juventud errante, hambrienta de certezas y sentido, encerrada en convencionalismos sociofamiliares y una configuración del mundo donde son meros receptores, y donde pueden ser capaces de cometer locuras insospechadas para sentir relevancia en ellos(as)... Así pues, Museo no es un vistazo nostálgico al pasado, sino una declaración atemporal sobre los omitidos e ignorados.
Alonso Ruizpalacios, quien cuenta con interesantes trabajos de cortometraje y entró con mucho ruido a la escena nacional con su ópera prima Güeros (2014), road trip que maniobró con temas como la búsqueda del sentido en la vida, el activismo estudiantil, la juventud y la composición socioeconómica-urbana de la Ciudad de México, ahora, en su segundo largometraje recrea el atraco que sufrió el Museo Nacional de Antropología e Historia del entonces Distrito Federal en 1985.
En Museo, Juan Núñez (Gael García Bernal) y Benjamín Wilson (Leonardo Ortizgris) son dos jóvenes “amigos” satelucos que deambulan por la existencia y aunque el hilo conductor del argumento es el robo al museo, la cinta realmente aborda la búsqueda de la realización de este dúo nada dinámico.
Juan, joven (en esencia, además de que el actor que lo interpreta… joven, joven, ya tampoco es) con delirios supernacionalistas egresado de veterinaria, es el común miembro apestado de una familia fifí y la decepción de sus padres; Wilson -como es llamado por su compañero-, “muchacho” timorato sin gran voluntad propia y que tiene como mayor ocupación el cuidar a su padre enfermo.
Estos dos encarnan la representación de la incertidumbre en la juventud -asunto común en los trabajos de Ruizpalacios-, esa búsqueda del rumbo en una existencia desenfrenada dentro del monstruo urbano capitalino en los círculos de Ciudad Satélite. ¿Cómo se trasciende? ¿Cómo se superan las expectativas de unos padres que siempre han “batallado” contigo? Fácil: “¿Y si nos chingamos algo?”.
El crimen inmotivado es la respuesta que encuentran estos ingenuos chicos para hallar algo que dé sentido a su respiración, que les dé una historia que contar.
Después de unos magníficos créditos iniciales que exaltan la belleza de las piezas que serán parte del ilícito y que hacen breve justicia a la gran historia que cuentan, esta misión laberíntica es ágilmente contada con unas formas desafiantes y poco convencionales.
Desdeñando formalidades, la cinta utiliza recursos como, por ejemplo, el marcado meneo de la cámara que sigue a las figuras para, justamente, resaltar su movimiento acelerado y el desconcierto del protagonista en ese momento específico; o, la desincronización entre el audio y la imagen para escenificar los efectos de un “pericazo” en una excelente secuencia de devaneo playero, ubicada en una coyuntura donde toda esperanza se ha perdido y, para el personaje, sólo queda divertirse un poco. La utilización de la técnica cinematográfica no sólo es peculiar, también refrescante y osada. Se vale jugar con el libro de reglas.
La desmitificación es otro de los núcleos subtextuales que repite Ruizpalacios. En Güeros, toda la subtrama con Epigmenio Cruz; aquí, la propia obtención de las piezas, la posterior odisea para poder sacar algo de ellas y encontrarse sorpresas con su valor, desmitifica esos trozos de obsidiana y oro, regresándolos al valor material y, al mismo tiempo, alzándolos por su valor histórico incalculable.
Esto también sucede cuando Juan se encuentra con Sherezada (Leticia Brédice), su amor platónico de su película de “ficheras” favorita. Él la ve exuberante, inalcanzable, pero el trayecto la lleva a conocerla en un tugurio, decadente y viéndola totalmente terrenal, como una persona más. Unas vueltas temáticas que, lejos de verse como una simple repetición, lucen como los inicios de una formación estilística.
Sin embargo, no todo son puntos altos. Quizás el aspecto más accidentado para este realizador es la dirección de actores. Si bien, él toma un proyecto ya iniciado (lo que ya supone un reto) y consigue dar un toque personal al libreto reescrito en su totalidad, la compaginación entre las dos figuras principales se percibe truncada, algo que finalmente afecta la construcción en pantalla de este extraño nexo “amistoso”.
La película está situada en una época pasada pero su lectura tiene indiscutible actualidad. La juventud errante, hambrienta de certezas y sentido, encerrada en convencionalismos sociofamiliares y una configuración del mundo donde son meros receptores, y donde pueden ser capaces de cometer locuras insospechadas para sentir relevancia en ellos(as)... Así pues, Museo no es un vistazo nostálgico al pasado, sino una declaración atemporal sobre los omitidos e ignorados.