La noche devoró al mundo: La vida después de la (no) muerte

POR: MAURICIO HERNÁNDEZ

28-07-2018 12:57:09


No sé si lo recuerden -imagino que sí, porque fue bastante dura-, pero hasta hace poco tuvimos una fiebre zombi en la industria del entretenimiento, desatada -según recuerdo- por la autorreferencial (por ya estar zombificada) The Walking Dead. De repente hubo muchas producciones de la corriente de muertos vivientes, llegando hasta el absurdo con Orgullo, prejuicio y zombis (2016) y otros numerosos amorfos de serie B.


Aunque ya haya pasado el auge de los no-muertos, de repente aparece una que otra cinta de este subgénero. La noche devoró al mundo, dirigida por Dominique Rocher, cuenta la singular historia de Sam (Anders Danielsen Lee), un joven retraído que, al despertar tras quedarse dormido en una fiesta llevada a cabo en el departamento parisino de su ex, descubre que, aparentemente, todos se han convertido en zombis. Así pues, la trama explora su soledad y supervivencia tras una catástrofe inesperada e inexplicable.


En las convenciones de esta rama, usualmente hay numerosas escenas de persecución de las criaturas muertas hacia los sobrevivientes, sangre, vísceras y explicaciones locochonas de cómo ha sucedido todo. El vigor es lo que se suele inundar la narrativa, pero acá no. Aparte de que tenemos una figura única (donde normalmente existe un grupo variopinto), casi nunca se ahonda en la cotidianidad cuando ya se ha aceptado la crisis ni, por supuesto, en la exploración del carácter del protagonista. De este modo, la virtud se encuentra en una indagación más profunda del comportamiento en la quietud y el trasfondo del joven.



Sin embargo, no permanece como un filme estrictamente enfocado en mostrar a un sujeto lidiar con su soledad, sino que se reinserta en su subcategoría con momentos que irrumpen en la tensa calma con ciertas escenas de tensión que recuerdan el peligro latente en el que aún está Sam. Para construir la angustia, hay un tremendo acompañamiento musical de David Gubitsch no sólo para las escenas de intensidad, también lo hay para las escenas donde se pone a prueba la integridad psicológica y el deseo de vida del protagonista, que se halla oscilante entre la cordura y la alucinación. Asimismo, el trabajo fotográfico de Jordane Chouzenoux es bastante eficiente para entregar planos que combinan lo estético y lo útil para maniobrar con el espacio reducido, hasta con cierta osadía para hacer algún plano secuencia.


Fuera de ciertas decisiones estúpidas del protagonista -ya ven que nunca faltan-, ciertas resoluciones convenientes que caen en lo increíble y un final quizá demasiado poético (personalmente, me agradó) La noche devoró al mundo es una interesante desviación de la rama zombi que con virtud se aleja del morbo de las vísceras y de los “choros” rebuscados para adentrarse en un lugar reducido, pero que con la suficiente virtud conduce hacia una cinta provechosamente diferente.



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