Isla de perros y la valía de la vida
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
11-05-2018 14:51:52
Después de mostrar sus peculiares propuestas (El fantástico Sr. Zorro de 2009 y El Gran Hotel Budapest de 2014, las más reconocidas), Wes Anderson se ha consolidado como todo un creador de indiscutible calidad estética-narrativa, así como un favorito del público por sus conmovedores relatos que, siendo amables para todas las audiencias, siempre tienen un trasfondo maduro.
Isla de Perros, la más reciente historia andersoniana, nos cuenta cómo la histeria del gobierno japonés ha prohibido a todos los perros del archipiélago por una epidemia que se desató sobre ellos. Desde ahí, la trama se centra en el viaje de Atari (Koyu Rankin), protegido del Alcalde Komayashi--(Konichi Nomura) artífice de la restricción--, a la Isla de la Basura para rescatar a su mejor amigo canino.
De nueva cuenta, como en la antes mencionada El fantástico Sr. Zorro, los animales antropomorfizados de Anderson demuestran un comportamiento humano y desbordan encanto con sus respectivas personalidades. Sin embargo, aquí los perrunos personajes poseen una construcción más profunda, pues sus características mentales, denotadas por sus diálogos, los establecen como los seres más racionales dentro de este universo. Con esto podemos marcar la primera línea del discurso de la cinta: a veces los animales parecen más racionales y sensatos que los humanos y sus supuestas organizaciones racionales (el gobierno), quienes optan por una medida radical y despiadada ante una emergencia -todo con excelentes escenas que homenajean a la obra maestra orwelliana Ciudadano Kane (1941)-; mientras que, por otro lado, los protagonistas perros idean un plan y siguen lealmente a Atari en su odisea guiada por el respeto y cariño a su compañero. Aún así, en su comportamiento (sus acciones) evidencian que siguen siendo animales guiados mayormente por instinto, lo que conforma una interesante dicotomía en su naturaleza.
Dentro de su división episódica o, mejor dicho, antes de ella, con un prólogo se nos explica una concepción de la vida canina previa a la domesticación, un periodo llamado “Antes de la Era de la Obediencia”. Esto nos recuerda el proceso artificial de adiestración animal que ha sido desconocido, aunque ya ampliamente aceptado, en las criaturas conocidas como “caseros”, particularmente los perros.
Este manifiesto se sostiene con las ideas de Chief (Bryan Cranston), un canino con ideas contrarias a las convenciones que implica el ser amansado: el amo, los exagerados consentimientos de la crianza casera, los juegos de lanzar-regresar objetos, etc. Un simpático perro anarquista. A pesar de que estas ideas se van disolviendo por resoluciones tiernas pero moralinas y previsibles, el planteamiento idiosincrático inicial de este anarcoperro era peculiarmente llamativo por su oposición ante el indiscutible sometimiento humano sobre otras especies. En contraparte, sus compañeros Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Boss (Bill Murray) y Duke (Jeff Goldblum) resaltan la lealtad intrínseca a los caninos domesticados, siendo los comunes “mejores amigos del hombre”.
Fuera del subtexto, esta película es todo una hazaña en términos de realización. Son 101 minutos de fluida animación mayormente en stop-motion (también hay un poco de 2D), escenarios impresionantes y un gran diseño de los muñecos. Tal como en su anterior producción animada, Anderson junto con su director de fotografía, Tristan Oliver, demuestran gran eficiencia para demostrar imaginación fílmica en la variación de los planos y movimientos de cámara. Además, dicho por el propio director, el filme reconoce constantemente la influencia del cine japonés en ella en, por ejemplo, los vistazos al manejo del espacio escénico de Akira Kurosawa y las espléndidas atmósferas de Hayao Miyazaki, maestro del maravilloso Studio Ghibli.
Identificaría como deficiencia esa aparente tendencia del argumento de ser en pintoresco en extremo. Es decir, se alargan muchas situaciones que, aún afables, se perciben innecesarias. Una presunción de este carisma inherente. Demasiado cursi-bondadoso, quizás.
No obstante, Isla de Perros -Isle of Dogs que, con la pronunciación en inglés se puede entender como “I Love Dogs”... ternura- es un emotivo reconocimiento al mundo animal y un recordatorio del valor de vida digna. Asimismo, una (re)confirmación del carácter autoral de Anderson en el actual panorama cinematográfico.
Después de mostrar sus peculiares propuestas (El fantástico Sr. Zorro de 2009 y El Gran Hotel Budapest de 2014, las más reconocidas), Wes Anderson se ha consolidado como todo un creador de indiscutible calidad estética-narrativa, así como un favorito del público por sus conmovedores relatos que, siendo amables para todas las audiencias, siempre tienen un trasfondo maduro.
Isla de Perros, la más reciente historia andersoniana, nos cuenta cómo la histeria del gobierno japonés ha prohibido a todos los perros del archipiélago por una epidemia que se desató sobre ellos. Desde ahí, la trama se centra en el viaje de Atari (Koyu Rankin), protegido del Alcalde Komayashi--(Konichi Nomura) artífice de la restricción--, a la Isla de la Basura para rescatar a su mejor amigo canino.
De nueva cuenta, como en la antes mencionada El fantástico Sr. Zorro, los animales antropomorfizados de Anderson demuestran un comportamiento humano y desbordan encanto con sus respectivas personalidades. Sin embargo, aquí los perrunos personajes poseen una construcción más profunda, pues sus características mentales, denotadas por sus diálogos, los establecen como los seres más racionales dentro de este universo. Con esto podemos marcar la primera línea del discurso de la cinta: a veces los animales parecen más racionales y sensatos que los humanos y sus supuestas organizaciones racionales (el gobierno), quienes optan por una medida radical y despiadada ante una emergencia -todo con excelentes escenas que homenajean a la obra maestra orwelliana Ciudadano Kane (1941)-; mientras que, por otro lado, los protagonistas perros idean un plan y siguen lealmente a Atari en su odisea guiada por el respeto y cariño a su compañero. Aún así, en su comportamiento (sus acciones) evidencian que siguen siendo animales guiados mayormente por instinto, lo que conforma una interesante dicotomía en su naturaleza.
Dentro de su división episódica o, mejor dicho, antes de ella, con un prólogo se nos explica una concepción de la vida canina previa a la domesticación, un periodo llamado “Antes de la Era de la Obediencia”. Esto nos recuerda el proceso artificial de adiestración animal que ha sido desconocido, aunque ya ampliamente aceptado, en las criaturas conocidas como “caseros”, particularmente los perros.
Este manifiesto se sostiene con las ideas de Chief (Bryan Cranston), un canino con ideas contrarias a las convenciones que implica el ser amansado: el amo, los exagerados consentimientos de la crianza casera, los juegos de lanzar-regresar objetos, etc. Un simpático perro anarquista. A pesar de que estas ideas se van disolviendo por resoluciones tiernas pero moralinas y previsibles, el planteamiento idiosincrático inicial de este anarcoperro era peculiarmente llamativo por su oposición ante el indiscutible sometimiento humano sobre otras especies. En contraparte, sus compañeros Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Boss (Bill Murray) y Duke (Jeff Goldblum) resaltan la lealtad intrínseca a los caninos domesticados, siendo los comunes “mejores amigos del hombre”.
Fuera del subtexto, esta película es todo una hazaña en términos de realización. Son 101 minutos de fluida animación mayormente en stop-motion (también hay un poco de 2D), escenarios impresionantes y un gran diseño de los muñecos. Tal como en su anterior producción animada, Anderson junto con su director de fotografía, Tristan Oliver, demuestran gran eficiencia para demostrar imaginación fílmica en la variación de los planos y movimientos de cámara. Además, dicho por el propio director, el filme reconoce constantemente la influencia del cine japonés en ella en, por ejemplo, los vistazos al manejo del espacio escénico de Akira Kurosawa y las espléndidas atmósferas de Hayao Miyazaki, maestro del maravilloso Studio Ghibli.
Identificaría como deficiencia esa aparente tendencia del argumento de ser en pintoresco en extremo. Es decir, se alargan muchas situaciones que, aún afables, se perciben innecesarias. Una presunción de este carisma inherente. Demasiado cursi-bondadoso, quizás.
No obstante, Isla de Perros -Isle of Dogs que, con la pronunciación en inglés se puede entender como “I Love Dogs”... ternura- es un emotivo reconocimiento al mundo animal y un recordatorio del valor de vida digna. Asimismo, una (re)confirmación del carácter autoral de Anderson en el actual panorama cinematográfico.