18º Zanate: La convergencia del documental mexicano. PARTE 1

POR: JOSÉ LUIS SALAZAR

02-12-2025 16:25:04

18º Zanate: La convergencia del documental mexicano


Colima, capital del estado homónimo y el tercero más pequeño de México, es una ciudad de apenas 45 km², situada a tan solo 30 kilómetros desde su catedral a la disputada frontera con Jalisco marcada por el río Minatitlán. Sin embargo, pese a su tamaño, Colima se ha convertido en múltiples ocasiones en escenario de la cinefilia nacional. Este año, su emblemático Festival Zanate de Cine Documental Mexicano llega a la mayoría de edad y, con ello, se vislumbra un panorama distinto para lo que se ha denominado “la provincia”: el de ser nido de cineastas que comienzan su vuelo.

Fue en Colima donde el director mexicano Alberto Isaac, nacido capitalino, se refugió gran parte de su vida y filmó cinco de sus películas, dos de ellas durante el sexenio del, hasta ahora, único presidente oriundo de Colima, Miguel de la Madrid: Los días de amor (1971), El rincón de las vírgenes (1972), Tiempo de lobos(1981), Maten a Chinto (1989) y Mujeres insumisas (1995). Sus filmes retratan los paisajes de Comala, las iglesias y edificios de la capital, y las playas de Cuyutlán, donde finalmente fueron depositadas sus cenizas.


Esta identificación con lo que el cine nacional llamaba “la provincia” no fue algo espontáneo en Isaac. La mayor parte de su obra refleja un entendimiento y adaptación cultural a dinámicas ajenas al cine capitalino. Esto lo llevó, por ejemplo, a sostener conversaciones con Gabriel García Márquez mientras adaptaba su obra para En este pueblo no hay ladrones, en las que le explicaba expresiones propias del habla colimense:


“Adapté esta historia porque —de todas sus narraciones— era la más fácil de producir. El relato de García Márquez tiene una fuerza literaria que no admite adiciones. Mi película, aun con todos sus defectos, es bastante fiel al cuento original. Yo traté de reproducir no solo el ambiente mexicano, sino también el ambiente colimense, tanto así que de repente García Márquez no entendía algunas palabras totalmente colimenses que escribieron en el guion. Por lo demás, creo que está muy bien captada la atmósfera de quietud que prevalece en la cinta, ese ambiente en el cual aparentemente no ocurre nada a pesar del aceleramiento del personaje principal”.


Por esa forma de abordar la periferia nacional, Jorge Ayala Blanco lo apodó el “anti-Indio Fernández” y Alejandro Pelayo lo consideró “tal vez, el realizador más emblemático del cine de provincia”.


18º Zanate: La convergencia del documental mexicano


Los tiempos han cambiado, y con ellos la producción nacional. El Anuario Estadístico del Cine Mexicano 2024 señala que el 39% de la producción fílmica del país corresponde a documentales, cuya ventana de exhibición encuentra en los festivales especializados un espacio privilegiado y una salida importante para jóvenes talentos.


La decimoctava edición del Festival Zanate parece confirmarlo, pero en su selección también resuenan los ecos de cómo el historiador Eduardo de la Vega describía a Alberto Isaac: “alguien que quería hacer más bien un cine personal, intimista”.


Si Isaac filmaba la provincia desde una intimidad que traspasaba lo local, los títulos seleccionados este año parecen continuar, cada uno a su manera, esa misma búsqueda interior. Ahora ya no desde la ficción, sino desde el documental.


En su sección de cortometrajes, unidos de forma temática, En algún lugar dentro de mí, de Andoeni Padilla; Azul profundo, de Oswaldo Toledano Rebollo; Pesadumbre, de Jorge Enrique Venegas; This Place Is Not Mine, de Carolina Trujillo BM y Debajo de tu piel,- de Montserrat Merlo construyen una suerte de recorrido por vivencias personales.


Un amor reconstruido tras el paso de los años y una transición de género en el breve corto de Andoeni, donde ella misma actúa junto con Brahel, su ex pareja y ahora amiga; la experiencia de Oswaldo al descubrir la segunda familia de su padre y, con ello, a su media hermana en una serie de encuentros marcados por la fragmentariedad y por su relación con el agua; el trauma no procesado y las emociones reprimidas por la familia de Enrique Venegas tras un tiroteo a las afueras de su casa en Ciudad Madero, Tamaulipas; el desarraigo de Carolina luego de partir de intercambio a Europa y dejar a su familia atrás; y la reconstrucción de los recuerdos de una madre a través del registro fotográfico.


18º Zanate: La convergencia del documental mexicano


Los trabajos de Andoeni Padilla y Montserrat Merlo plasman a sus protagonistas y les regalan la pantalla para que sus conversaciones y recuerdos constituyan, por sí mismos, una narración. Contrario a ello, los cortos de Enrique Venegas y Carolina Trujillo recurren a narraciones en off, mayormente suyas, experimentan con el paisaje visual e imprimen un tono onírico, en el caso de Venegas casi pesadillezco, de manera que la exploración se extiende más allá de lo explícito. Siguiendo esa misma línea, Oswaldo Toledano incorpora un tercer elemento: el material de archivo. Con imágenes extraídas de la Filmoteca de la UNAM, registros personales y lo que él mismo filma, intenta disolver la distancia entre aquellos clavadistas de archivo, las grabaciones de entrenamiento de su hermana o los videos familiares en la playa, para establecer al agua como hilo conductor, como eje temático.


Una serie de cortometrajes que desde la Sala Universitaria de Cine de Colima, situada en el segundo piso del Museo Regional de Historia, sus autores ausentes o en presencia desnudaron un aspecto íntimo y personal de sus vidas o compartieron la extrañeza, el desarraigo, la tristeza, el trauma o la pesadumbre de una audiencia, igualmente atravesada. Que en una primera instancia parece sumar a una tendencia al “cine terapia” que se ha popularizado, en la que filmar implica también procesar algo propio, pero que su exhibición en el festival revela, más bien, una constelación de experiencias tan diversas que atraviesa a jóvenes cineastas de extremo a extremo del país.


Por otro lado, cortos como Capitana Partera, de Rosalina Estrada y Lizzie Hernández; El ruido del tiempo, de Patricio Escartín; El sueño de Kamal, de Miguel Crespo; La marcha del liquen, de Tania Ximena; Tei Miayema, de Antonio Vega Flores; Un día llegará la noche, de Chica Barbosa; Toda la vida para siempre, de Sebastián Molina Ruíz; Entre las rocas y el mar, de Alessandra Vera; Las voces del despeñadero, de Irving Serrano y Víctor Rejón; Cruz dividida, de Cristina Flores y David Meza; y Parque rojo: historia de una comunidad, de René Cabrera, plasman luchas colectivas, comunidades en resistencia y causas sociales generacionales. Su cámara es más amplia; sus retratos transfronterizos.


Tal es el caso de Shadi Abed, protagonista de El sueño de Kamal, quien lucha y protesta en México para detener el genocidio contra su pueblo y para traer a su familia desde Palestina. En La marcha del liquen, que explora la relación entre el desplazamiento en el Ártico y las consecuencias climáticas y medioambientales que está teniendo en territorio mexicano, en especial, en sus costas. O en Toda la vida para siempre, que, casi en la misma línea temática de This Place Is Not Mine, también habla de la experiencia de migrar, pero aquí a través de varios protagonistas en distintas ciudades de Europa que reflexionan sobre su sentir y su soñar.


Como sucede en el trabajo de Miguel Crespo, tanto Capitana Partera como Un día llegará la noche tienen un protagonista claramente definido. Chica Barbosa filma a Virginio, quien trata de mantener una vida digna en la península de Yucatán pese al asedio de Xtabay y a la recurrencia del trauma familiar que regresa a él. Y el dúo conformado por Rosalina Estrada y LizzieHernández, inspiradas por la labor de Lupita Galarza, partera de Guadalajara, muestra cómo mantiene una tradición para las mujeres que buscan una alternativa a la violencia obstétrica y al tratamiento hospitalario: acompaña, cuida y protege.


18º Zanate: La convergencia del documental mexicano 


Este último, en específico, comparte una cualidad con Las voces del despeñadero y Cruz dividida: además de estar dirigidos a cuatro manos, buscan, a través de la cámara —como sus protagonistas—, rescatar una tradición. En Las voces del despeñadero, el corto más celebrado del circuito festivalero mexicano, el blanco y negro y los planos en cámara lenta de los clavadistas de La Quebrada en Acapulco revelan cuerpos entregados a la emoción de las miradas y los aplausos; a la continuidad de un linaje de clavadistas y nadadores; a la preservación de la aventura de La Quebrada; a seguir convocando a una comunidad a su alrededor. De la misma manera, sus directores, Rejón y Serrano, intentan reunirnos y evocar esa emoción desde la cámara, ahora en la pantalla.


En Cruz dividida, de forma más amateur y austera, una serie de entrevistas a pobladores y al sacerdote de la capilla de la colonia Guadalajarita, en Colima, expone el temor ante la posibilidad de que el tradicional viacrucis de Semana Santa no pueda realizarse debido a la escalada de violencia. Pese al riesgo, el peregrinaje con la cruz a cuesta se abre paso. 


Otras tres comunidades acechadas aparecen en Parque rojo: historia de una comunidad, Tei Miayema y El ruido del tiempo. En el primero, su director debutante nos lleva al emblemático Parque Rojo de Guadalajara, zona de transbordo entre camiones, tren ligero y tianguis cultural que reúne a artistas, comerciantes, comunidad LGBT y tribus urbanas, pero que en los últimos años ha sido clausurado, y cuyos comerciantes han sido reprimidos, desplazados o reubicados ante la presión por el Mundial de Futbol y la retórica de la “limpieza social” y del “rescate” de los espacios públicos.


Algo similar ocurre en Tei Miayema, una escuela secundaria comunitaria wixárica que atiende a poblaciones abandonadas por el Estado en lo profundo de la Sierra Madre Occidental, en Nayarit, y que la Secretaría de Educación se niega a reconocer.


Y por último, en El ruido del tiempo —que, junto con Las voces del despeñadero, es el mejor logrado de las competencias de cortometrajes del festival— su director contrasta a la gente del pueblo Xoco, sus tradiciones y su identidad, con lo que ahora adorna los pisos de plaza Mitikah, sus tiendas y sus aparadores: una identidad y cultura comercializable, adaptada por las marcas para su exportación mientras sus ciudadanos son desplazados y reprimidos. El corto revela una voz madura, capaz de transmitiruna problemática compleja a partir de cuadros que se interpolan: el peregrinar religioso de Xoco y sus calles, ahora ensombrecidas por los imponentes edificios de Mitikah; sus pulidos pasillos donde se cuelan las artesanías; travellings infestados de consumidores que, a diario, observan los murales que celebran al pueblo Xoco mientras sus rostros, ausentes,luchan por sobrevivir a la exclusión del capital que el Estado mexicano avala y sostiene.


Tres comunidades, tres espacios autónomos que sobreviven no gracias al apoyo estatal, sino al contrario, a pesar de los esfuerzos gubernamentales por desmantelarlos y desplazarlos. Tres vías hacia otros modelos de identidad y de autonomía en los pueblos.


Todos estos relatos, tan distantes temática y geográficamente entre sí, ya sea en la sierra de Nayarit, las playas de Acapulco, el caos citadino de la capital o las tensiones urbanas de Guadalajara, funcionan como espejos de diversas realidades: ya no digamos del país, sino de los distintos Méxicos que habitan desde La Paz hasta Mérida.



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