Amor y matemáticas, la nueva película de la directora mexicana Claudia Sainte-Luce es el sueño de toda fanática con un golpe de realidad que nos despierta y saca de una fantasía común que ha enfermado a nuestra sociedad. 

Ambas partes de esta ensoñación muestran todas sus facetas y convenciones para converger y representar el inevitable colapso entre dos personas tan distintas entre ellas y aun así destinadas a encontrarse.

Tras el disfraz de romance y dejos de comedia, encontramos al verdadero tema central de Amor y matemáticas, la idealización. Ésta tendencia humana tiene un desenlace poco esperanzador para quienes forman parte del acuerdo, por un lado, quien idealiza termina decepcionado y, por el otro, quien fue idealizado termina por sentirse insuficiente de una manera u otra. 

Idealizar e idolatrar a una celebridad es lo más común del mundo, sin embargo, con ello viene la deshumanización colateralmente, la imagen e idea que se tiene de una persona famosa es usualmente idónea, perfecta pero en realidad estamos muy alejados realmente de saber quién es verdaderamente a quien juramos conocer. 

Billy, interpretado por Roberto Quijano es un ex miembro de lo que fue en su época una famosa banda de chicos, con los años se han desintegrado pero conservan el éxito de varios temas y sobre todo el recuerdo de un grupo de fanáticas devotas; como es debido él continuó con su vida y decidió alejarse del medio, construyó una vida cotidiana y acomodada junto con su esposa Lucía, tiene ahora un bebé y comparte su espacio con una mascota cuya propietaria es exclusivamente el personaje de Daniela Salinas (Lucía), un perrito con el que no se lleva del todo bien; la monotonía y rutinaria vida de este ex artista refleja en él una sensación de estancamiento e insatisfacción innegable que de pronto cambia con la llegada de una nueva vecina, Mónica, una mujer casada y también madre que desde que conoce a sus vecinos se nota nerviosa, principalmente en presencia de Billy. 

La película es un gran ejemplo de cómo debe construirse la tensión entre personajes y gracias a esto también el espectador entra al juego que la misma película plantea, la idealización, pues, nosotros como público comenzamos a ver a estos dos personajes como potenciales amantes a pesar de saber que ambos tienen compromisos y otras situaciones que no permiten que se conviertan en una pareja pero aun así nuestra idea del amor y la concepción de felicidad nos traicionan. 

Mónica -interpretada por Diana Bovio- resulta ser una de las más grandes admiradoras de Billy desde que formaba parte de la banda “Equinoccio”; años después de su apogeo la vida la lleva a encontrarse con él y tener la oportunidad de conocerlo y convivir realmente, sin embargo, las cosas se trastornan muy pronto gracias a la idea y la admiración que plagaba su concepto de él como persona, haciendo que vuelva a ser una adolescente enamorada y dispuesta a hacer y dejarlo todo por su “primer amor”. 

La película nos muestra las consecuencias de idealizar a otro y las experiencias (tanto buenas como malas) que vienen con esto, además, la historia está aderezada con un montón de figuras alegóricas y referencias nostálgicas a por ejemplo grupos como lo fueron desde el famoso Menudo en los 80s hasta lo que fue One Direction en el 2012.

La particular visión y narrativa de Claudia le dan ese toque único y su sello a la película que la vuelve disfrutable, amena y sobre todo una pieza que ofrece la oportunidad de cumplir el sueño guajiro de conocer a tu estrella favorita y que se enamore de ti pero también la reflexión necesaria sobre la idealización y sus contras, todo en uno.