Mala suerte, buena suerte: La pobreza y sus lugares comunes
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
30-06-2023 14:17:30

Esta semana llega a salas mexicanas la película To Leslie o traducida al español como Mala suerte, buena suerte, del director Michael Morris, un estreno en el que aún resuena la pasada polémica por la nominación de su actriz principal (Andrea Riseborough) al Oscar de este año y que lamentablemente el verla no despeja las dudas en torno a sus méritos.
John Waters en 1994 dijo “White trash (basura blanca) es la última cosa racista que puedes decir y salirte con la tuya”. El término acuñado popularmente a partir del octavo capítulo de la novela Una llave para la cabaña del tío Tom, de Harriet Beeches Stowe titulado Poor White Trash serviría para definir a la población blanca pobre de los Estados Unidos, a la que se le dio la categoría de una “blanquitud degradada”.
Y es que, al tacharse a los blancos pobres y, casi siempre sureños, de una nociva blanquitud o una blanquitud deslegitimada es para defender la existencia de una versión superior de la blancura que se debe buscar; la económica. Parte de la historia del cine norteamericano nace de este concepto ya que, desde sus inicios, sus películas han intentado representar la humillación y vergüenza que es ser un blanco pobre o la ignorancia y violencia de sus comunidades encarecidas.
Gone with a Wind, Pretty Woman, To Kill a Mockingbird, Mississippi Burning, Green Book, The Help, The Grapes of Wrath, American History X, The Butler y un sinfín más de historias consideradas clásicos del cine norteamericano o multipremiadas por la Academia han recurrido a utilizar una narrativa que fortalece la creencia que hay una blancura superior que se tiene que alcanzar. Y, en la mayoría de las mencionadas se hace a través de historias del racismo de las comunidades sureñas que atacan a la población negra mientras que el blanco educado, económicamente loable y respaldado por las autoridades acude a salvarlo del tumulto violento e ignorante.
Tal es el caso de The Butler en donde nuestro salvador es nada más y nada menos que el presidente de los Estados Unidos que ve por televisión enfurecido la violencia racista del Klux Klux Klan, en Mississipi Burning en donde dos policías blancos también se enfrentan al clan, en Green Book en el guardaespaldas que pone la cara para defender a su cliente, un músico negro, o en To Kill a Mockingbird con el abogado que pone su honor en duda frente a las poblaciones blancas cuando decide defender a una persona de color acusada de violación.

Cuando no se aborda la relación de los blancos con las poblaciones migrantes o negras se recurre a la aspiracionalidad y a la burla. En Pretty Woman nuestra protagonista Vivian interpretada por Julia Roberts, pese a lucir físicamente igual que el resto de con quienes se codea Edward, es humillada por quienes la atienden en una tienda, menospreciada por los demás hombres y constantemente juzgada por los transeúntes de su edificio. Toda su trama es la transformación de Vivian en una WASP a través de la reafirmación en ella de lo reprobable de su vestir, sus costumbres, su manera de hablar y su profesión.
Similar, pero a manera de comedia, Milk Money, con Melanie Griffith y Ed Harris, humilla y rebaja a su protagonista, una prostituta bienintencionada, en una atracción de feria para un pueblito clasemediero y trofeo sexual de sus protagonistas. Aquí la brecha económica no es estratosférica como la de Pretty Woman pero es suficiente para que los blancos económicamente estables se posicionen por encima en la escalera social.
Este mensaje supremacista que por años estuvo presente en la mayoría de las películas y series parecía poco a poco a desaparecer o si no, por lo menos problematizarse cuando las consecuencias cruzaban el umbral de la realidad.
Cuando Barack Obama fue elegido presidente por primera vez en 2009 en uno de sus primeros discursos en televisión nacional como recién electo no titubeo en decir la palabra (white trash), incorporándola en el vocablo político de los partidos liberales estadounidenses de forma permanente hasta la elección de 2016 cuando Donald Trump consiguió la presidencia, en las que la propia demócrata Nancy Pelosi se reservó la palabra y mejor usó “blue collar men” al buscar culpables en el triunfo de una campaña populista y reaccionaria.
Los liberales y el pueblo estadounidense han revalorado su visión en torno a la clase obrera americana que por años estuvieron subestimando bajo caricaturas e insultos en televisión nacional que los representaba como hombres obesos ignorantes, racistas, ultra religiosos y xenófobos que ondean la bandera confederada en sus garajes, al ver el poderío que podían tener en las urnas electorales. Dicho cambio también se vio en el cine y su representación.
En el cine independiente, directoras mayormente, Andrea Arnold o Chloe Zhao que ya habían abarcado por años relatos de la clase obrera como Fish Tank, Wasp, Songs My Brother Taught Me o The Rider probaban las mieles del éxito festivalero con American Honey y Nomadland.

Nebraska, Dallas Buyers Club, The Broken Circle Breakdown, Winter´s Bone y Shotgun Stories eran revaloradas desde otra perspectiva y los nuevos directores como Sean Baker, Sian Heder o Eliza Hittman conseguían el reflector por historias que ponían énfasis en los problemas de las clases precarizadas; aquellas a las que John Waters y Harmony Korine dedicaron toda su filmografía consiguiendo migajas de la prensa.
TO LESLIE, de Michael Morris, parece insertarse en esta tendencia que explora humanamente a miembros de la clase obrera pero inmediatamente redirige a su protagonista a la miseria y al maltrato como castigo a su situación financiera y retrocediendo en su visión moralista a la época de Pretty Woman.
Leslie, la protagonista homónima, ganó la lotería y se convirtió en la sensación de su pequeño pueblo, llegando a tener fotografías en los bares locales, recibiendo cobertura televisiva y la admiración de un séquito de gente con quienes tomar tragos e ir de fiesta; eso fue hace 6 años, la Leslie que vemos en la película es una alcohólica que vive en la indigencia, que acude a los bares locales buscando hombres que le inviten una cerveza, que no ha visto a su hijo en años y que cuando tiene oportunidad de verlo no duda en robarle para seguir bebiendo, y que anda noche tras noche siendo expulsada de moteles y de cocheras privadas que invade para dormir.
En la primera de las dos horas que abarca la película vemos un retrato miserable de su vida y de las consecuencias de haber derrochado su fortuna en excesos donde el debate que quiere plantearnos Morris es sobre juzgar a Leslie por sus tendencias nocivas y el mal rol materno que ejerce, pero que en realidad es más como debatir si seguir viendo una película que pone a su protagonista al borde de ser abusada sexualmente con tal de comer una hamburguesa.
Morris llena su ópera prima de personajes nobles como una manera de contrastar con Leslie, a quien vulnera y la pone en el foco de sus torturas. Sus últimos 40 minutos en los que trata de dignificarla a ella y a sus decisiones, no son suficientes para arreglar una hora de manipulación en la que como espectador nos pone a culparla de lo que le sucede; pues, a cada imagen de ella robando dinero o aprovechándose de la gente le sigue una siendo arrojada a las calles o siendo casi violentada física o sexualmente.
¿Por qué hay una incapacidad detrás de quienes hacen todo para hacer empática una historia aparentemente universal y cotidiana como la de alguien alcohólico?
Cuando se anunciaron las nominaciones de los Premios Oscar de este año la gran duda era lo meritorio de la inclusión de Riseborough dentro de las contendientes por una película que pocos habían visto debido a su pequeño, casi nulo, circuito de exhibición. Irónicamente To Leslie, una película que retrata los dilemas de la clase obrera se enfrentó a acusaciones de nepotismo y tráfico de influencias por haber conseguido proyecciones privadas con miembros de la Academia -gracias a la esposa del director Mary McCormack- tratando de influir en su voto y menciones de estos mismos y de actores como Joe Mantegna, Dulé Hill o Mia Farrow en redes sociales que la promocionaban y favorecían en la carrera a la estatuilla.

Es imposible ignorar la sombra de la controversia que rodea la película porque su discurso no aminora el escepticismo sobre su calidad. Viola Davis, Danielle Deadlawyer, Cate Blanchett y Michelle Yeoh se pronunciaron en apoyo de la película bajo el lema de que las películas independientes también tendrían que poder competir y no deberían volverse sujeto de investigación, sin entender que esto tenía que ver con una cuestión de competencia desleal y violación de leyes de la Academia, y no de exclusión o sabotaje como quisieron hacerlo ver. Si casos de nepotismo y desigualdad no podrían entenderse desde el escenario aislado de una competencia fílmica ¿cómo serían capaces de entenderlo en nuestra cotidianidad? Siendo una constante en nuestra vida.
Lo mismo ocurre con el alcoholismo y la pobreza; ¿cómo podrían entender una situación socioeconómica distinta si solo la perciben como una cuestión de responsabilidad individual y a las adicciones como un acto de fuerza de voluntad?
To Leslie perdura en la memoria del espectador como una película noventera, como algo que envejeció mal, pese a ser de apenas hace un año, pues nos recuerda lo mucho que hemos avanzado.
En 2016 los críticos aclamaban la novela Hillbilly Elegy de J.D. Vance por su relato familiar en un pueblo rural encarecido, tan solo tres años después con el estreno de su película, el juicio cambió a la de un libro que busca responsabilizar a las familias del sur de su situación económica sin tomar en cuenta las políticas económicas de la región o el abandono institucional y, al de una película igual de deplorable.
Ni decir de quienes tomaron con gracia el chiste del ex vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney en West Virginia donde insinuaba que sus habitantes tenían relaciones entre primos y hermanos a apenas principios de este año que llamaron a la destitución de su cargo al consultor político James Carville por decir que se viste como una white trash a la Miembro de la Cámara de Representantes, Marjorie Taylor Greene.
Los tiempos han cambiado y To Leslie parece responder a una época en la que se creía que mostrar la desgracia humana y la podredumbre social aliviaría las asperezas de quienes la sufren. ¿Merece el hijo de una madre alcohólica verla sufrir en la pantalla para encontrar consuelo de su realidad? ¿Merece una familia en apuros financieros mirar a una mujer humillada por una hora para transformar su situación?
To Leslie nace de quien cree que la causa de todos los problemas sociales de la gente sureña es la pereza, y por ello le es imposible concederle el mínimo respeto y dignidad; nuestra lucha será entonces decidir si el logro técnico es suficiente para pasar por alto esto y en el caso de To Leslie la respuesta es NO.
Esta semana llega a salas mexicanas la película To Leslie o traducida al español como Mala suerte, buena suerte, del director Michael Morris, un estreno en el que aún resuena la pasada polémica por la nominación de su actriz principal (Andrea Riseborough) al Oscar de este año y que lamentablemente el verla no despeja las dudas en torno a sus méritos.
John Waters en 1994 dijo “White trash (basura blanca) es la última cosa racista que puedes decir y salirte con la tuya”. El término acuñado popularmente a partir del octavo capítulo de la novela Una llave para la cabaña del tío Tom, de Harriet Beeches Stowe titulado Poor White Trash serviría para definir a la población blanca pobre de los Estados Unidos, a la que se le dio la categoría de una “blanquitud degradada”.
Y es que, al tacharse a los blancos pobres y, casi siempre sureños, de una nociva blanquitud o una blanquitud deslegitimada es para defender la existencia de una versión superior de la blancura que se debe buscar; la económica. Parte de la historia del cine norteamericano nace de este concepto ya que, desde sus inicios, sus películas han intentado representar la humillación y vergüenza que es ser un blanco pobre o la ignorancia y violencia de sus comunidades encarecidas.
Gone with a Wind, Pretty Woman, To Kill a Mockingbird, Mississippi Burning, Green Book, The Help, The Grapes of Wrath, American History X, The Butler y un sinfín más de historias consideradas clásicos del cine norteamericano o multipremiadas por la Academia han recurrido a utilizar una narrativa que fortalece la creencia que hay una blancura superior que se tiene que alcanzar. Y, en la mayoría de las mencionadas se hace a través de historias del racismo de las comunidades sureñas que atacan a la población negra mientras que el blanco educado, económicamente loable y respaldado por las autoridades acude a salvarlo del tumulto violento e ignorante.
Tal es el caso de The Butler en donde nuestro salvador es nada más y nada menos que el presidente de los Estados Unidos que ve por televisión enfurecido la violencia racista del Klux Klux Klan, en Mississipi Burning en donde dos policías blancos también se enfrentan al clan, en Green Book en el guardaespaldas que pone la cara para defender a su cliente, un músico negro, o en To Kill a Mockingbird con el abogado que pone su honor en duda frente a las poblaciones blancas cuando decide defender a una persona de color acusada de violación.
Cuando no se aborda la relación de los blancos con las poblaciones migrantes o negras se recurre a la aspiracionalidad y a la burla. En Pretty Woman nuestra protagonista Vivian interpretada por Julia Roberts, pese a lucir físicamente igual que el resto de con quienes se codea Edward, es humillada por quienes la atienden en una tienda, menospreciada por los demás hombres y constantemente juzgada por los transeúntes de su edificio. Toda su trama es la transformación de Vivian en una WASP a través de la reafirmación en ella de lo reprobable de su vestir, sus costumbres, su manera de hablar y su profesión.
Similar, pero a manera de comedia, Milk Money, con Melanie Griffith y Ed Harris, humilla y rebaja a su protagonista, una prostituta bienintencionada, en una atracción de feria para un pueblito clasemediero y trofeo sexual de sus protagonistas. Aquí la brecha económica no es estratosférica como la de Pretty Woman pero es suficiente para que los blancos económicamente estables se posicionen por encima en la escalera social.
Este mensaje supremacista que por años estuvo presente en la mayoría de las películas y series parecía poco a poco a desaparecer o si no, por lo menos problematizarse cuando las consecuencias cruzaban el umbral de la realidad.
Cuando Barack Obama fue elegido presidente por primera vez en 2009 en uno de sus primeros discursos en televisión nacional como recién electo no titubeo en decir la palabra (white trash), incorporándola en el vocablo político de los partidos liberales estadounidenses de forma permanente hasta la elección de 2016 cuando Donald Trump consiguió la presidencia, en las que la propia demócrata Nancy Pelosi se reservó la palabra y mejor usó “blue collar men” al buscar culpables en el triunfo de una campaña populista y reaccionaria.
Los liberales y el pueblo estadounidense han revalorado su visión en torno a la clase obrera americana que por años estuvieron subestimando bajo caricaturas e insultos en televisión nacional que los representaba como hombres obesos ignorantes, racistas, ultra religiosos y xenófobos que ondean la bandera confederada en sus garajes, al ver el poderío que podían tener en las urnas electorales. Dicho cambio también se vio en el cine y su representación.
En el cine independiente, directoras mayormente, Andrea Arnold o Chloe Zhao que ya habían abarcado por años relatos de la clase obrera como Fish Tank, Wasp, Songs My Brother Taught Me o The Rider probaban las mieles del éxito festivalero con American Honey y Nomadland.
Nebraska, Dallas Buyers Club, The Broken Circle Breakdown, Winter´s Bone y Shotgun Stories eran revaloradas desde otra perspectiva y los nuevos directores como Sean Baker, Sian Heder o Eliza Hittman conseguían el reflector por historias que ponían énfasis en los problemas de las clases precarizadas; aquellas a las que John Waters y Harmony Korine dedicaron toda su filmografía consiguiendo migajas de la prensa.
TO LESLIE, de Michael Morris, parece insertarse en esta tendencia que explora humanamente a miembros de la clase obrera pero inmediatamente redirige a su protagonista a la miseria y al maltrato como castigo a su situación financiera y retrocediendo en su visión moralista a la época de Pretty Woman.
Leslie, la protagonista homónima, ganó la lotería y se convirtió en la sensación de su pequeño pueblo, llegando a tener fotografías en los bares locales, recibiendo cobertura televisiva y la admiración de un séquito de gente con quienes tomar tragos e ir de fiesta; eso fue hace 6 años, la Leslie que vemos en la película es una alcohólica que vive en la indigencia, que acude a los bares locales buscando hombres que le inviten una cerveza, que no ha visto a su hijo en años y que cuando tiene oportunidad de verlo no duda en robarle para seguir bebiendo, y que anda noche tras noche siendo expulsada de moteles y de cocheras privadas que invade para dormir.
En la primera de las dos horas que abarca la película vemos un retrato miserable de su vida y de las consecuencias de haber derrochado su fortuna en excesos donde el debate que quiere plantearnos Morris es sobre juzgar a Leslie por sus tendencias nocivas y el mal rol materno que ejerce, pero que en realidad es más como debatir si seguir viendo una película que pone a su protagonista al borde de ser abusada sexualmente con tal de comer una hamburguesa.
Morris llena su ópera prima de personajes nobles como una manera de contrastar con Leslie, a quien vulnera y la pone en el foco de sus torturas. Sus últimos 40 minutos en los que trata de dignificarla a ella y a sus decisiones, no son suficientes para arreglar una hora de manipulación en la que como espectador nos pone a culparla de lo que le sucede; pues, a cada imagen de ella robando dinero o aprovechándose de la gente le sigue una siendo arrojada a las calles o siendo casi violentada física o sexualmente.
¿Por qué hay una incapacidad detrás de quienes hacen todo para hacer empática una historia aparentemente universal y cotidiana como la de alguien alcohólico?
Cuando se anunciaron las nominaciones de los Premios Oscar de este año la gran duda era lo meritorio de la inclusión de Riseborough dentro de las contendientes por una película que pocos habían visto debido a su pequeño, casi nulo, circuito de exhibición. Irónicamente To Leslie, una película que retrata los dilemas de la clase obrera se enfrentó a acusaciones de nepotismo y tráfico de influencias por haber conseguido proyecciones privadas con miembros de la Academia -gracias a la esposa del director Mary McCormack- tratando de influir en su voto y menciones de estos mismos y de actores como Joe Mantegna, Dulé Hill o Mia Farrow en redes sociales que la promocionaban y favorecían en la carrera a la estatuilla.
Es imposible ignorar la sombra de la controversia que rodea la película porque su discurso no aminora el escepticismo sobre su calidad. Viola Davis, Danielle Deadlawyer, Cate Blanchett y Michelle Yeoh se pronunciaron en apoyo de la película bajo el lema de que las películas independientes también tendrían que poder competir y no deberían volverse sujeto de investigación, sin entender que esto tenía que ver con una cuestión de competencia desleal y violación de leyes de la Academia, y no de exclusión o sabotaje como quisieron hacerlo ver. Si casos de nepotismo y desigualdad no podrían entenderse desde el escenario aislado de una competencia fílmica ¿cómo serían capaces de entenderlo en nuestra cotidianidad? Siendo una constante en nuestra vida.
Lo mismo ocurre con el alcoholismo y la pobreza; ¿cómo podrían entender una situación socioeconómica distinta si solo la perciben como una cuestión de responsabilidad individual y a las adicciones como un acto de fuerza de voluntad?
To Leslie perdura en la memoria del espectador como una película noventera, como algo que envejeció mal, pese a ser de apenas hace un año, pues nos recuerda lo mucho que hemos avanzado.
En 2016 los críticos aclamaban la novela Hillbilly Elegy de J.D. Vance por su relato familiar en un pueblo rural encarecido, tan solo tres años después con el estreno de su película, el juicio cambió a la de un libro que busca responsabilizar a las familias del sur de su situación económica sin tomar en cuenta las políticas económicas de la región o el abandono institucional y, al de una película igual de deplorable.
Ni decir de quienes tomaron con gracia el chiste del ex vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney en West Virginia donde insinuaba que sus habitantes tenían relaciones entre primos y hermanos a apenas principios de este año que llamaron a la destitución de su cargo al consultor político James Carville por decir que se viste como una white trash a la Miembro de la Cámara de Representantes, Marjorie Taylor Greene.
Los tiempos han cambiado y To Leslie parece responder a una época en la que se creía que mostrar la desgracia humana y la podredumbre social aliviaría las asperezas de quienes la sufren. ¿Merece el hijo de una madre alcohólica verla sufrir en la pantalla para encontrar consuelo de su realidad? ¿Merece una familia en apuros financieros mirar a una mujer humillada por una hora para transformar su situación?
To Leslie nace de quien cree que la causa de todos los problemas sociales de la gente sureña es la pereza, y por ello le es imposible concederle el mínimo respeto y dignidad; nuestra lucha será entonces decidir si el logro técnico es suficiente para pasar por alto esto y en el caso de To Leslie la respuesta es NO.