Candyman: El aburguesamiento del barrio
POR: SAÚL ARELLANO MONTORO
27-08-2021 13:22:24
La película original de CANDYMAN del director Bernard Rose, inspirado en el cuento de Clive Barker, abrió la puerta a un nuevo personaje negro que entraba de lleno en el Partenón de los asesinos del género Slasher que se venía arrastrando desde la década de los 80 y que en la primera mitad de los años 90 mostraba ya signos de hartazgo entre el público que estaba ya fastidiado de la fórmula repetitiva del inmortal asesino de adolescentes.
CANDYMAN llegó en un momento clave en la renovada lucha por los derechos de las minorías y los constantes abusos a la población afroamericana en todo el territorio de Estados Unidos; de hecho, unos días después del estreno de la película se dieron los funestos acontecimientos del caso Rodney King en Los Ángeles, California, por lo que la película protagonizada por Tony Todd y Virginia Madsen (que regresan a esta continuidad) se convirtió en una especie de bandera para muchos que la vieron justo por el mensaje en contra del racismo y la brutalidad de la sociedad que en los 90 comenzaba a practicar el descarnado uso del aburguesamiento de los guetos y barrios de las minorías en beneficio de una nueva clase trabajadora burguesa blanca.
Todo esto ocurría en el año 1991; situaciones sociales que 30 años después siguen vigentes y que dieron pauta a que Jordan Peele produjera una continuación espiritual y social en manos de la directora Nia DaCosta, ambos deciden que es momento de traer a CANDYMAN al siglo XXI.
“WHO CAN TAKE TOMORROW, DIP IT IN A DREAM...”
En los años 90, CANDYMAN quiso seguir con la dinámica que dejaron los asesinos del género Slasher de la década anterior solo que con una narrativa más adecuada a la nueva década, a la era New Age que flotaba en el mundo entero. CANDYMAN representa no solo al primer asesino slasher negro del cine (punto y aparte son las versiones BLACKULA o BLACKENSTEIN del extravagante pero importante Blaxplotation de los años 70) que daba paso a los seres sobrenaturales de TALES FROM THE HOOD del 95 sino que también representa el primer intento formal de hablar de la represión y brutalidad del Estado contra las minorías de color. El problema fue que CANDYMAN era escrita, producida y dirigida por blancos por lo que el mensaje quedaba solo en un intento que no trascendió como se esperaba. Y esta fue la chispa que quiso retomar Jordan Peele para esta continuidad.
“CANDYMAN MAKES EVERYTHING HE BAKES SATISFYING AND DELICIOUS...”
Esta continuación refuerza el problema del aburguesamiento o gentrificación de la zona urbanística y social deteriorada donde el desplazamiento de los vecinos empobrecidos del antiguo barrio, en este caso específico del real Cabrini-Green en Chicago, es representado con la figura constante del CANDYMAN como un bastión de defensa ante el embate de la división cultural y social entre pobres retirados y ricos que se apropian de los espacios que antes rehuían. Un tema que a Peele le apasiona hasta el hartazgo de muchos espectadores y que como productor de la película, lo deja bien claro al soltar el proyecto en las manos de la directora Nia DaCosta que asume y hace propia la narrativa de Peele para darle un sesgo radical a una historia que navega entre el terror y la denuncia social.
La denuncia corre a cargo del personaje Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen), un artista plástico que goza de la vida burguesa, que descubre la leyenda de CANDYMAN cuando visita el barrio de Cabrini-Green y como ésta pertenece a los usos y costumbres de los habitantes de la zona al grado de tomarla como fuente de inspiración para su obra pese a las advertencias de su esposa y representante Brianna (Teyonah Parris) y todos a su alrededor; esto también es mostrado como denuncia al mundo de los artistas y el manejo tendencioso de las galerías.
En la medida que avanza la película, DaCosta maneja la leyenda urbana para llevarnos a donde ella quiere mostrando, a manera de evocación del pasado, los acontecimientos ocurridos en la película del 91 dándose el lujo (para la generación que la vimos en pantalla grande) de traer de vuelta a las actrices y actores que dieron vida a los personajes mencionados en la historia actual, como en el caso de la madre adoptiva de Anthony, Anne-Marie McCoy, interpretada por la misma actriz del 91, Vanessa Williams por mencionar uno de los momentos más evidentes en pantalla. Un gran y agradecible acierto.
Por lo mismo, resulta muy difícil no reconocer aunque sea un poco el modelo de renovación de franquicia aplicado a la saga HALLOWEEN establecido por Danny McBride y el director Gordon Greene al actualizar el concepto tradicional y adaptarlo a las circunstancias del siglo XXI y las generaciones que acompañan estas primeras décadas pero en algún punto Peele y DaCosta deciden cambiar la ruta e irse hacia la defensa de las minorías sin concesiones ni entre-líneas al presentar una sangrienta figura que muestra una franca y abierta tendencia de asesinato racial dejando ver que Peele se dio el lujo de no contenerse en el mensaje al dotar a este nuevo relevo de la leyenda urbana CANDYMAN de un apetito destructivo hacia los personajes blancos que aparecen en la película. Una narrativa que puede resultar contraproducente debido, justamente, al ambiente de una aldea global donde el radicalismo, las ideas conservadoras, la corrección política y los constantes discursos igualitarios se pueden tergiversar de una manera muy sencilla y peligrosa en la olla de presión social contemporánea.
EN RESUMEN
CANDYMAN llega con una carga social contra la brutalidad del Estado en un tiempo donde los abusos y represión policíaca se suman a estos nuevos embates inmobiliarios de desplazamiento social para dotar a la nueva burguesía de lugares donde pueden defender rabiosamente la corrección política frenando la libre expresión en una olla de presión social que marca una clara línea que separa las clases sociales y los tonos de piel.
CANDYMAN representa un grito social de un sector reprimido desde hace muchos siglos en los EEUU en la forma de un justiciero sobrenatural que no busca acuerdos sino responder de la misma forma.
La película original de CANDYMAN del director Bernard Rose, inspirado en el cuento de Clive Barker, abrió la puerta a un nuevo personaje negro que entraba de lleno en el Partenón de los asesinos del género Slasher que se venía arrastrando desde la década de los 80 y que en la primera mitad de los años 90 mostraba ya signos de hartazgo entre el público que estaba ya fastidiado de la fórmula repetitiva del inmortal asesino de adolescentes.
CANDYMAN llegó en un momento clave en la renovada lucha por los derechos de las minorías y los constantes abusos a la población afroamericana en todo el territorio de Estados Unidos; de hecho, unos días después del estreno de la película se dieron los funestos acontecimientos del caso Rodney King en Los Ángeles, California, por lo que la película protagonizada por Tony Todd y Virginia Madsen (que regresan a esta continuidad) se convirtió en una especie de bandera para muchos que la vieron justo por el mensaje en contra del racismo y la brutalidad de la sociedad que en los 90 comenzaba a practicar el descarnado uso del aburguesamiento de los guetos y barrios de las minorías en beneficio de una nueva clase trabajadora burguesa blanca.
Todo esto ocurría en el año 1991; situaciones sociales que 30 años después siguen vigentes y que dieron pauta a que Jordan Peele produjera una continuación espiritual y social en manos de la directora Nia DaCosta, ambos deciden que es momento de traer a CANDYMAN al siglo XXI.
“WHO CAN TAKE TOMORROW, DIP IT IN A DREAM...”
En los años 90, CANDYMAN quiso seguir con la dinámica que dejaron los asesinos del género Slasher de la década anterior solo que con una narrativa más adecuada a la nueva década, a la era New Age que flotaba en el mundo entero. CANDYMAN representa no solo al primer asesino slasher negro del cine (punto y aparte son las versiones BLACKULA o BLACKENSTEIN del extravagante pero importante Blaxplotation de los años 70) que daba paso a los seres sobrenaturales de TALES FROM THE HOOD del 95 sino que también representa el primer intento formal de hablar de la represión y brutalidad del Estado contra las minorías de color. El problema fue que CANDYMAN era escrita, producida y dirigida por blancos por lo que el mensaje quedaba solo en un intento que no trascendió como se esperaba. Y esta fue la chispa que quiso retomar Jordan Peele para esta continuidad.
“CANDYMAN MAKES EVERYTHING HE BAKES SATISFYING AND DELICIOUS...”
Esta continuación refuerza el problema del aburguesamiento o gentrificación de la zona urbanística y social deteriorada donde el desplazamiento de los vecinos empobrecidos del antiguo barrio, en este caso específico del real Cabrini-Green en Chicago, es representado con la figura constante del CANDYMAN como un bastión de defensa ante el embate de la división cultural y social entre pobres retirados y ricos que se apropian de los espacios que antes rehuían. Un tema que a Peele le apasiona hasta el hartazgo de muchos espectadores y que como productor de la película, lo deja bien claro al soltar el proyecto en las manos de la directora Nia DaCosta que asume y hace propia la narrativa de Peele para darle un sesgo radical a una historia que navega entre el terror y la denuncia social.
La denuncia corre a cargo del personaje Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen), un artista plástico que goza de la vida burguesa, que descubre la leyenda de CANDYMAN cuando visita el barrio de Cabrini-Green y como ésta pertenece a los usos y costumbres de los habitantes de la zona al grado de tomarla como fuente de inspiración para su obra pese a las advertencias de su esposa y representante Brianna (Teyonah Parris) y todos a su alrededor; esto también es mostrado como denuncia al mundo de los artistas y el manejo tendencioso de las galerías.
En la medida que avanza la película, DaCosta maneja la leyenda urbana para llevarnos a donde ella quiere mostrando, a manera de evocación del pasado, los acontecimientos ocurridos en la película del 91 dándose el lujo (para la generación que la vimos en pantalla grande) de traer de vuelta a las actrices y actores que dieron vida a los personajes mencionados en la historia actual, como en el caso de la madre adoptiva de Anthony, Anne-Marie McCoy, interpretada por la misma actriz del 91, Vanessa Williams por mencionar uno de los momentos más evidentes en pantalla. Un gran y agradecible acierto.
Por lo mismo, resulta muy difícil no reconocer aunque sea un poco el modelo de renovación de franquicia aplicado a la saga HALLOWEEN establecido por Danny McBride y el director Gordon Greene al actualizar el concepto tradicional y adaptarlo a las circunstancias del siglo XXI y las generaciones que acompañan estas primeras décadas pero en algún punto Peele y DaCosta deciden cambiar la ruta e irse hacia la defensa de las minorías sin concesiones ni entre-líneas al presentar una sangrienta figura que muestra una franca y abierta tendencia de asesinato racial dejando ver que Peele se dio el lujo de no contenerse en el mensaje al dotar a este nuevo relevo de la leyenda urbana CANDYMAN de un apetito destructivo hacia los personajes blancos que aparecen en la película. Una narrativa que puede resultar contraproducente debido, justamente, al ambiente de una aldea global donde el radicalismo, las ideas conservadoras, la corrección política y los constantes discursos igualitarios se pueden tergiversar de una manera muy sencilla y peligrosa en la olla de presión social contemporánea.
EN RESUMEN
CANDYMAN llega con una carga social contra la brutalidad del Estado en un tiempo donde los abusos y represión policíaca se suman a estos nuevos embates inmobiliarios de desplazamiento social para dotar a la nueva burguesía de lugares donde pueden defender rabiosamente la corrección política frenando la libre expresión en una olla de presión social que marca una clara línea que separa las clases sociales y los tonos de piel.
CANDYMAN representa un grito social de un sector reprimido desde hace muchos siglos en los EEUU en la forma de un justiciero sobrenatural que no busca acuerdos sino responder de la misma forma.