La identidad del cine mexicano: José Antonio Valdés
POR: NANCY MORA
22-06-2020 12:29:31
Como parte de las actividades académicas del festival Smart Films México 2020, el investigador y crítico de cine José Antonio Valdés Peña ofreció una charla para hablar sobre la identidad del cine mexicano a través de los tiempos, iniciando con el cine silente hasta nuestros días, en la que destacó cómo la identidad de los mexicanos ha sido reflejada en la pantalla grande y la manera en que los cineastas han mostrado esta identidad a través de películas que forman parte de nuestra memoria colectiva.
José Antonio Valdés Peña, quien colaboró 21 años en la Cineteca Nacional en las áreas de Acervos, Difusión y Publicaciones; ha impartido cátedra en el Centro de Capacitación Cinematográfica, el Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación Pedregal y los Talleres Culturales de la SHCP, ejerce la crítica cinematográfica en diversos medios y actualmente dirige la Escuela de Cine y Televisión del CECC Pedregal, recorrió los hitos que definen la evolución del cine mexicano y cómo las nuevas tecnologías y las condiciones en las que nos encontramos en la actualidad han marcado un cambio en el mundo cinematográfico.
Su análisis inició con el cine silente y las primeras filmaciones en México, entre ellas, El presidente Porfirio Díaz montando a caballo por el bosque de Chapultepec; Tepeyac (1917), de Carlos E. González, José Manuel Ramos y Fernando Sáyago; El automóvil gris (1919), de Enrique Rosas; y El puño de hierro (1927), de Gabriel García Moreno.
Antes de la llegada del cine sonoro a México, con la película Santa (1931) el cine mexicano no tuvo una destacada presencia, porque había una gran competencia estadounidense y francesa, “no podíamos competir con Chaplin, por ejemplo, los directores de cine mudo se toparon con eso, así que los inversionistas hacían una o dos películas y no más, mientras que la exhibición estaba acaparada por el cine de Estados Unidos y Francia”, explicó Valdés Peña.
Recordó que durante esos años de formación de la industria cinematográfica en México destacan trabajos como El grito de dolores, una cinta de 11 minutos de duración filmada para celebrar las fiestas patrias y en donde se recreaba la escena del grito de Independencia. Después vino Tepeyac, sobre las apariciones de la virgen de Guadalupe, en el marco del sincretismo religioso. “Ambas tienen que ver con la identidad del mexicano: Independencia y Religión, también destacan El automóvil gris, en la que se recrean los robos que comete una peligrosa banda de criminales y en la que se habla de la corrupción, o El puño de hierro que habla de drogadicción”.
A principios de los años 30, el cine mexicano muestra una sincronía con el proyecto de nación, una formación caótica de la identidad, “Santa, la primera película sonora en México habla sobre una prostituta de buen corazón, un personaje tolerado, una pecadora que nunca alcanza su felicidad. Esta identidad del mexicano se forma a través de una prostituta con la que los señores se veían reflejados”.
La llamada Época de Oro del Cine Mexicano, que va de mediados de los años 30 a finales de los 50 se caracterizó por la búsqueda, por la experimentación centrada en la influencia europea, así llegaron cintas como La Mujer del Puerto (1934), dirigida por Arcady Boytler y protagonizada por Andrea Palma, así como con Fernando de Fuentes y su trilogía sobre la Revolución Mexicana: El prisionero trece (1933), El compadre Mendoza (1934) y Vámonos con Pancho Villa (1935), a la que se sumaron muchas otras, entre ellas, La Sombra del Caudillo (1960), la cual permaneció enlatada por 30 años.
La identidad del mexicano en el extranjero quedó patente con el primer trancazo comercial de una película: Allá en el rancho grande, dirigida también por Fernando de Fuentes, en la que esta identidad se manifiesta a través de los sarapes, los sombreros, los charros, las chinas poblanas y a partir de ahí surge la visión campirana y coincide con la Segunda Guerra Mundial, donde México toma partido por Estados Unidos. Así, el cine mexicano en esta etapa tuvo una bonanza que se extendió hasta 1948, porque a partir de entonces se recortan los presupuestos y la calidad artística.
En la Época de Oro del Cine Mexicano cobraron gran relevancia Emilio “El Indio” Fernández, el ya mencionado Fernando de Fuentes, Flor Silvestre, María Félix, así como películas como Río Escondido y Pueblerina, dramas rurales que involucran a la Revolución o la educación para salvar a México de la barbarie, mientras que “El Indio” muestra un México bronco y la fotografía de Gabriel Figueroa muestra imágenes de lo mexicano con magueyes y rostros como los del propio “Indio” Fernández que conquistan al público europeo y festivales como Cannes.
“A finales de los años 40 la identidad del mexicano se vuelve más citadina, Alejandro Galindo es un cronista social que investigó porque al mexicano siempre le va mal, porque no logra triunfar, lo muestran películas como Campeón sin corona o Una familia de tantas, mientras que Ismael Rodríguez retrata el barrio popular donde viven los pobres que se me mueven en un ambiente de solidaridad como Pepe el Toro”, apuntó José Antonio.
Por otro lado está el retrato de la vida nocturna en la ciudad, películas como Salón México (1949) y El Suavecito (1951) muestran la vida de mujeres que tienen que prostituirse para poder sobrevivir; además de personajes como Cantinflas con Ahí está el detalle o German Valdés, Tin Tan, que se convierte en el héroe del barrio.
“Para la década de los 50 el cine mexicano empieza su declive y en los 60 experimenta su peor etapa, solo se rescatan películas como Espaldas Mojadas, además de que hay temas de los que no se hablan como los cambios sexuales, las drogas, la religión, así que se convierte en un cine primitivo, tercermundista y refritos de las películas de la Época de Oro”, acotó Valdés Peña.
Esta identidad del cine tercermundista cambia en los 70 gracias a cineastas como con Juan Ibáñez, Arturo Ripstein, Felipe Cazals o Jorge Fons, quienes crean una nueva identidad con películas como Canoa o Los Caifanes.
Por otro lado estuvo el cine de luchadores en esta etapa del cine mexicano, “luchadores como el Santo, el Enmascarado de plata eran nuestros avengers, es un deporte popular que se convierte en una oportunidad para abrevar al cine mexicano fantástico, de monstruos, extraterrestres y contrabandistas, aunque no es una identidad de exportación, tendrán que pasar muchos años para que sea valorada”.
En los años 80 y 90 predomina una identidad relacionada con el cine de ficheras, consecuencia del cine de la prostitución. “No aporta nada cinematográficamente pero fue el más popular de la época y aporta actores de gran valor en el terreno del cómico popular. El cine de ficheras tiene este plus”.
En los 80 las producciones tenían tres caras: cine lepero, la sexycomedia, el doble sentido, albur y desnudos, así como el cine de narcos, por el fenómeno de la migración y de los narcos, con producciones como La Banda del Carro Rojo. A la par estaba el cine de Televisa, protagonizado por actores de televisón, “un cine visto peyorativamente en una industria que estaba prácticamente muerta”.
Es a partir de 1994 que el cine mexicano se empieza a ver como un género más, fue un cine hecho para las clases altas, por el costo de entrada a las cadenas de cine, de ahí destacan películas como Cilantro y perejil o Sexo, pudor y lágrimas, donde parece que México se remite solo a las colonias Condesa, Roma y Polanco.
Ya para el nuevo siglo, los éxitos del cine mexicano tienen claro la visión del público que quieren atrapar, No se aceptan devoluciones, Mirreyes contra Godínez, Nosotros los nobles, son comedias donde el humor es el choque de las clases sociales, esa es la identidad actual del cine mexicano.
“La producción ha ido cambiando, según el anuario 2019 del Imcine se hicieron ese año 216 películas, de las cuales no sabemos cuándo se van a estrenar, pero lo importante es ver cómo el cine mexicano como la sociedad mexicana misma se ha ido polarizando en la construcción de estas identidades, hay un cine realizado por cineastas que tienen muy claro su target, su objetivo publicitario, y es el caso de las películas más taquilleras de las últimas fechas”, apuntó Valdés Peña.
Es así como en los más de cien años de historia del cine mexicano, éste ha tenido muchos rostros, pero con ninguno se queda mucho tiempo, “el propio público va obligando que estos rostros cambien, sin olvidar esos rostros internacionales de identidad como Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón, que ya pueden filmar lo que quieran y como quieran, esa es una gran identidad del cine mexicano y claro que nos beneficia, aunque muchos digan que ya no hacen cine mexicano, pero se formaron aquí décadas atrás”.
Para finalizar, José Antonio habló de las más recientes películas mexicanas, y dijo que lo se que trata es de tener un equilibrio, “en el cine lo mismo hemos podido encontrar cintas como No se aceptan devoluciones a la par de Eli, de Amat Escalante, comedias ligeras pero también películas duras, así que hablamos de una identidad equilibrada, eso es lo que se busca, equilibrio entre el cine comercial y aquel que no pierda el piso y hable de temas importantes, por eso el valor de Roma, La Camarista, películas que despiertan el debate, un cine que no pierda ese contacto con nuestra realidad”.
Aunado a lo anterior, están las nuevas tecnologías, que de acuerdo con José Antonio, vinieron a salvar al cine mexicano y a todas las cinematografías pobres, “llegamos a una era en la que el que no quiera hacer cine es porque de verdad no quiere, no porque no pueda, tenemos celulares, programas de edición, la posibilidad de crear un largometraje en una computadora, pero más allá de todas las facilidades que te da la tecnología, lo más importante es tener algo que contar, así que la identidad está allá afuera, o en estos tiempos, incluso dentro de nuestras casas debido a la pandemia”.
Como parte de las actividades académicas del festival Smart Films México 2020, el investigador y crítico de cine José Antonio Valdés Peña ofreció una charla para hablar sobre la identidad del cine mexicano a través de los tiempos, iniciando con el cine silente hasta nuestros días, en la que destacó cómo la identidad de los mexicanos ha sido reflejada en la pantalla grande y la manera en que los cineastas han mostrado esta identidad a través de películas que forman parte de nuestra memoria colectiva.
José Antonio Valdés Peña, quien colaboró 21 años en la Cineteca Nacional en las áreas de Acervos, Difusión y Publicaciones; ha impartido cátedra en el Centro de Capacitación Cinematográfica, el Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación Pedregal y los Talleres Culturales de la SHCP, ejerce la crítica cinematográfica en diversos medios y actualmente dirige la Escuela de Cine y Televisión del CECC Pedregal, recorrió los hitos que definen la evolución del cine mexicano y cómo las nuevas tecnologías y las condiciones en las que nos encontramos en la actualidad han marcado un cambio en el mundo cinematográfico.
Su análisis inició con el cine silente y las primeras filmaciones en México, entre ellas, El presidente Porfirio Díaz montando a caballo por el bosque de Chapultepec; Tepeyac (1917), de Carlos E. González, José Manuel Ramos y Fernando Sáyago; El automóvil gris (1919), de Enrique Rosas; y El puño de hierro (1927), de Gabriel García Moreno.
Antes de la llegada del cine sonoro a México, con la película Santa (1931) el cine mexicano no tuvo una destacada presencia, porque había una gran competencia estadounidense y francesa, “no podíamos competir con Chaplin, por ejemplo, los directores de cine mudo se toparon con eso, así que los inversionistas hacían una o dos películas y no más, mientras que la exhibición estaba acaparada por el cine de Estados Unidos y Francia”, explicó Valdés Peña.
Recordó que durante esos años de formación de la industria cinematográfica en México destacan trabajos como El grito de dolores, una cinta de 11 minutos de duración filmada para celebrar las fiestas patrias y en donde se recreaba la escena del grito de Independencia. Después vino Tepeyac, sobre las apariciones de la virgen de Guadalupe, en el marco del sincretismo religioso. “Ambas tienen que ver con la identidad del mexicano: Independencia y Religión, también destacan El automóvil gris, en la que se recrean los robos que comete una peligrosa banda de criminales y en la que se habla de la corrupción, o El puño de hierro que habla de drogadicción”.
A principios de los años 30, el cine mexicano muestra una sincronía con el proyecto de nación, una formación caótica de la identidad, “Santa, la primera película sonora en México habla sobre una prostituta de buen corazón, un personaje tolerado, una pecadora que nunca alcanza su felicidad. Esta identidad del mexicano se forma a través de una prostituta con la que los señores se veían reflejados”.
La llamada Época de Oro del Cine Mexicano, que va de mediados de los años 30 a finales de los 50 se caracterizó por la búsqueda, por la experimentación centrada en la influencia europea, así llegaron cintas como La Mujer del Puerto (1934), dirigida por Arcady Boytler y protagonizada por Andrea Palma, así como con Fernando de Fuentes y su trilogía sobre la Revolución Mexicana: El prisionero trece (1933), El compadre Mendoza (1934) y Vámonos con Pancho Villa (1935), a la que se sumaron muchas otras, entre ellas, La Sombra del Caudillo (1960), la cual permaneció enlatada por 30 años.
La identidad del mexicano en el extranjero quedó patente con el primer trancazo comercial de una película: Allá en el rancho grande, dirigida también por Fernando de Fuentes, en la que esta identidad se manifiesta a través de los sarapes, los sombreros, los charros, las chinas poblanas y a partir de ahí surge la visión campirana y coincide con la Segunda Guerra Mundial, donde México toma partido por Estados Unidos. Así, el cine mexicano en esta etapa tuvo una bonanza que se extendió hasta 1948, porque a partir de entonces se recortan los presupuestos y la calidad artística.
En la Época de Oro del Cine Mexicano cobraron gran relevancia Emilio “El Indio” Fernández, el ya mencionado Fernando de Fuentes, Flor Silvestre, María Félix, así como películas como Río Escondido y Pueblerina, dramas rurales que involucran a la Revolución o la educación para salvar a México de la barbarie, mientras que “El Indio” muestra un México bronco y la fotografía de Gabriel Figueroa muestra imágenes de lo mexicano con magueyes y rostros como los del propio “Indio” Fernández que conquistan al público europeo y festivales como Cannes.
“A finales de los años 40 la identidad del mexicano se vuelve más citadina, Alejandro Galindo es un cronista social que investigó porque al mexicano siempre le va mal, porque no logra triunfar, lo muestran películas como Campeón sin corona o Una familia de tantas, mientras que Ismael Rodríguez retrata el barrio popular donde viven los pobres que se me mueven en un ambiente de solidaridad como Pepe el Toro”, apuntó José Antonio.
Por otro lado está el retrato de la vida nocturna en la ciudad, películas como Salón México (1949) y El Suavecito (1951) muestran la vida de mujeres que tienen que prostituirse para poder sobrevivir; además de personajes como Cantinflas con Ahí está el detalle o German Valdés, Tin Tan, que se convierte en el héroe del barrio.
“Para la década de los 50 el cine mexicano empieza su declive y en los 60 experimenta su peor etapa, solo se rescatan películas como Espaldas Mojadas, además de que hay temas de los que no se hablan como los cambios sexuales, las drogas, la religión, así que se convierte en un cine primitivo, tercermundista y refritos de las películas de la Época de Oro”, acotó Valdés Peña.
Esta identidad del cine tercermundista cambia en los 70 gracias a cineastas como con Juan Ibáñez, Arturo Ripstein, Felipe Cazals o Jorge Fons, quienes crean una nueva identidad con películas como Canoa o Los Caifanes.
Por otro lado estuvo el cine de luchadores en esta etapa del cine mexicano, “luchadores como el Santo, el Enmascarado de plata eran nuestros avengers, es un deporte popular que se convierte en una oportunidad para abrevar al cine mexicano fantástico, de monstruos, extraterrestres y contrabandistas, aunque no es una identidad de exportación, tendrán que pasar muchos años para que sea valorada”.
En los años 80 y 90 predomina una identidad relacionada con el cine de ficheras, consecuencia del cine de la prostitución. “No aporta nada cinematográficamente pero fue el más popular de la época y aporta actores de gran valor en el terreno del cómico popular. El cine de ficheras tiene este plus”.
En los 80 las producciones tenían tres caras: cine lepero, la sexycomedia, el doble sentido, albur y desnudos, así como el cine de narcos, por el fenómeno de la migración y de los narcos, con producciones como La Banda del Carro Rojo. A la par estaba el cine de Televisa, protagonizado por actores de televisón, “un cine visto peyorativamente en una industria que estaba prácticamente muerta”.
Es a partir de 1994 que el cine mexicano se empieza a ver como un género más, fue un cine hecho para las clases altas, por el costo de entrada a las cadenas de cine, de ahí destacan películas como Cilantro y perejil o Sexo, pudor y lágrimas, donde parece que México se remite solo a las colonias Condesa, Roma y Polanco.
Ya para el nuevo siglo, los éxitos del cine mexicano tienen claro la visión del público que quieren atrapar, No se aceptan devoluciones, Mirreyes contra Godínez, Nosotros los nobles, son comedias donde el humor es el choque de las clases sociales, esa es la identidad actual del cine mexicano.
“La producción ha ido cambiando, según el anuario 2019 del Imcine se hicieron ese año 216 películas, de las cuales no sabemos cuándo se van a estrenar, pero lo importante es ver cómo el cine mexicano como la sociedad mexicana misma se ha ido polarizando en la construcción de estas identidades, hay un cine realizado por cineastas que tienen muy claro su target, su objetivo publicitario, y es el caso de las películas más taquilleras de las últimas fechas”, apuntó Valdés Peña.
Es así como en los más de cien años de historia del cine mexicano, éste ha tenido muchos rostros, pero con ninguno se queda mucho tiempo, “el propio público va obligando que estos rostros cambien, sin olvidar esos rostros internacionales de identidad como Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón, que ya pueden filmar lo que quieran y como quieran, esa es una gran identidad del cine mexicano y claro que nos beneficia, aunque muchos digan que ya no hacen cine mexicano, pero se formaron aquí décadas atrás”.
Para finalizar, José Antonio habló de las más recientes películas mexicanas, y dijo que lo se que trata es de tener un equilibrio, “en el cine lo mismo hemos podido encontrar cintas como No se aceptan devoluciones a la par de Eli, de Amat Escalante, comedias ligeras pero también películas duras, así que hablamos de una identidad equilibrada, eso es lo que se busca, equilibrio entre el cine comercial y aquel que no pierda el piso y hable de temas importantes, por eso el valor de Roma, La Camarista, películas que despiertan el debate, un cine que no pierda ese contacto con nuestra realidad”.
Aunado a lo anterior, están las nuevas tecnologías, que de acuerdo con José Antonio, vinieron a salvar al cine mexicano y a todas las cinematografías pobres, “llegamos a una era en la que el que no quiera hacer cine es porque de verdad no quiere, no porque no pueda, tenemos celulares, programas de edición, la posibilidad de crear un largometraje en una computadora, pero más allá de todas las facilidades que te da la tecnología, lo más importante es tener algo que contar, así que la identidad está allá afuera, o en estos tiempos, incluso dentro de nuestras casas debido a la pandemia”.