Abbas Kiarostami: El cineasta que revolucionó Irán con la mirada
POR: ULISES CASTAÑEDA
04-07-2016 10:52:53
“El cine es en gran medida una voz universal y común, no podemos limitarla a una cultura particular”, dijo en alguna entrevista el cineasta iraní Abbas Kiarostami, quien falleció el pasado 4 de julio en la ciudad de París, víctima de cáncer gastrointestinal con el que había luchado desde marzo de este año; después de varias operaciones perdió la batalla. Terminó así la vida no solo de uno de los cineastas más grandes del cine iraní sino la de uno de los referentes del cine mundial de los últimos 30 años.
El mundo entero se ha encargado de distinguir la obra con tanta luminosidad que pareciera una cadena interminable de epitafios, y no es para menos si ha partido un cineasta que no solo se encargó de plasmar a la humanidad con la inquietud documental, sino que también intentó crear en el cine su propia mirada; fue uno de los más importantes símbolos de resistencia en el mundo ante la voraz industria de Hollywood y se convirtió en influencia del cine mundial con un estilo comparado al de Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni o Robert Bresson, Vittorio De Sica o de Éric Rohmer, aunque su admiración más grande fue para Jacques Tati.
La revista neoyorquina The Film Stage, publicó en su cuenta de twitter sobre el fallecimiento del director: "El mundo quizá perdió a uno de sus más grandes cineastas"; en Irán, el cine quedó en estado de shock, como lo dijo Asghar Farhadi, autor de la extraordinaria Nader y Simin, una separación: “No era solo un cineasta, sino un místico moderno, tanto en su cine como en su vida privada”, expresó a The Guardian. “Abrió el camino a otros e influyó en mucha gente. No es solo el mundo del cine el que pierde a un gran hombre, sino el mundo entero el que pierde a alguien realmente magnífico”, destacó.
Y es que hablar de Abbas Kiarostami no era hablar de cualquier cineasta. El mismo Jean-Luc Godard lo idolatraba de tal manera que se aventuró a decir que "el cine comienza con DW Griffith y termina con Abbas Kiarostami".
Fue un cineasta que le dio la vuelta al mundo con su cine pero que nunca quiso sacar sus raíces de su país natal a pesar de que toda su vida le tocó padecer las dictaduras. Cuando nació en 1940, en Teherán había una dictadura imperial, cuando ésta terminó siguió la teocrática y así la pasó en la hostilidad política sin querer salir de ahí, a pesar de que en Europa se desbordaba en admiración por él. Siempre permaneció en Irán como un árbol como el Sarv-e Abarkuh (el segundo árbol más viejo del mundo ubicado en Irán):
“Hacer una película es difícil por todas partes. Hay que encontrar el tema, el guión, el productor y el dinero. En Irán hay menos problemas que en otros lugares en cuanto al tema y la financiación y además creo que para ser universal, debes estar enraizado en tu propia cultura”, explicó en 1995 al diario francés Libération, a propósito de la posibilidad de salir de su país después de la revolución iraní de 1979.
Y es que en realidad siempre trató de alejarse de su país a través del cine, “las personas buscan formas de resistencia ante lo que no les gusta. Unos combaten. Yo creo mi mundo personal, y me alejo (…) No sé si es afortunado o desafortunado, pero no tengo tal cosa como el orgullo nacional. No me siento orgulloso de que soy iraní. Sucede que soy lo que soy”, dijo posteriormente.
Cabe decir ahora, que el cine ni siquiera fue su único refugio, de hecho ni siquiera fue el primero y ni le interesaba en sus inicios. Fue un diseñador gráfico, graduado en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad, trabajó como pintor y publicista; diseñó carteles y publicidad y dirigió un centenar de anuncios televisivos, además de ilustrar algunos libros infantiles. Tenía 29 años cuando comenzó a trabajar en el Kanun, un centro para el desarrollo intelectual de los niños iraníes, donde rodó películas educativas destinadas a los jóvenes, ahí encontró su vocación como cineasta.
“Nunca tomé la decisión de convertirme en cineasta. Hice cosas alrededor del cine, hice comerciales, posters; fue el mejor entrenamiento para hacer películas. Y de repente me encontré haciendo películas para niños. Nunca hubiera concebido que hacer películas se convertiría en una profesión seria para mí”, dijo el realizador en noviembre del 2012, en la Master Class que ofreció en el Festival Internacional de Cine de Morelia.
A raíz de su experiencia con los niños fue que encontró el sentido de inspiración que lo llevaría a contar historias con ellos como protagonistas en la pantalla grande: “Ellos no piensan en el mañana ni en el ayer, aprenden el verdadero valor del momento. Estos filósofos que están alrededor de nosotros y no los tomamos en serio. Pero en mi trabajo siempre trato de mantener su perspectiva. Cuando dirijo y escribo trato de mantener la mirada de los niños”, dijo al respecto.
Después de filmar cortometrajes inspirados en su propia juventud como El pan y la calle (1970) y El recreo(1972), con niños como protagonistas filmó el largometraje El viajero (1974), el cual aborda la historia de un niño llamado Ghassem que respira, sueña y ansía fútbol, y viaja a Teherán para ver un partido. A partir de entonces dejó en claro el camino que tomaría en el cine con esa influencia clara del neorrealismo italiano y filmes como Los 400 golpes, de François Truffaut.
Después hubo otros filmes como Gozaresh (1977) y Párvulos (1984), que le dieron popularidad en Irán y posteriormente llegó el éxito fuera de sus fronteras con ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), que inauguró la llamada trilogía Koker, y al que siguieron Y la vida continúa (1992) y A través de los olivos(1994), y entre ellas Close Up (1990), de la cual Werner Herzog y Martin Scorsese escribieron maravillas, un filme basado en el caso real de Hossein Sabzian, un fanático del cine que finge ser el reputado director Mohsen Makmalbaf.
La consagración definitiva llegó con El sabor de las cerezas (1997), la historia de un hombre conduciendo sin rumbo para encontrar a alguien que le ayude a suicidarse, que ganó la Palma de Oro en Cannes y que lo convirtió en uno de los nombres más destacados del cine de autor a nivel internacional.
Kiarostami renovó sus credenciales con El viento nos llevará, Premio del Jurado en Venecia. Y en el nuevo siglo alternó realismo con filmes experimentales. Unos años después, su película Copia certificada (2010), sería prohibida en Irán, con Juliette Binoche en el protagónico, que recibió el premio a mejor actriz en Cannes, había sido su primer rodaje fuera de su país. Su último filme fue Como una enamorada (2012), producido en Japón. Toda su filmografía cambió la historia del cine iraní.
“Mi cine es lo que es por lo que el cine me ha enseñado. Yo quería ser pintor, pero no lo hice. Lo sigo cargando como un barco sobre los hombros. Lo compenso con la fotografía pero también con la cámara digital, creando algo que va entre la poesía y el cine”, dijo en su visita a México, en donde por cierto ganó su primer premio internacional, y aseguró entonces, que es el único que conserva.
A partir de historias corrientes o comunes, Kiarostami abordó las grandes cuestiones de la existencia, casi siempre a partir de la alegoría. Sus películas están pobladas de carreteras y vehículos, que circulan a través de paisajes tan áridos como espectaculares por lo que también fue venerado por autores como Kurosawa o Tarantino, que veían en él a un heredero de Rossellini y destacaban su influencia de la poesía en su filmografía, la que fue otra de sus grandes pasiones.
“La poesía siempre huye de ti, es muy difícil de entender, y cada vez que lo lees, dependiendo de sus condiciones, usted tendrá una idea diferente de la misma. Mientras que con una novela, una vez que usted ha leído, ha entendido él (…) En la oscuridad total, la poesía sigue ahí, y está ahí para usted”, dijo en una entrevista al respecto.
Siempre fue crítico en sus filmes y fuera de sus encuadres era contestatario e inconforme con la industria del cine de Hollywood, y tuvo sus consecuencias porque en 2001, tras los atentados a las Torres Gemelas, le negaron la visa para entrar a Estados Unidos: “En absoluto odio todo. Me molesta mucho la influencia artificial de Hollywood, esa invasión de películas que enseñan la violencia por la violencia y la acción por la acción, sin alma interior. Pero adoro El Padrino, la he visto decenas de veces. Ahí, la violencia y la acción sí tienen un significado”, dijo en una entrevista después del estreno de su último filme en Cannes.
Además de sus premios en Cannes y Venecia, también fue reconocido con el Leopardo de Honor en Locarno en reconocimiento a toda su carrera y hace unos días fue invitado a formar parte de la Academia que entrega los Oscar, paradójicamente, como broma macabra del destino, la respuesta está implícita en su muerte.
Posiblemente Kiarostami no estaría ofendido al decir que eso sería una paradoja, puesto que fue algo de lo que más amó en la vida y lo plasmó en su cine: “La paradoja es la belleza de la vida, yo no soy el único que vive instalado en las paradojas. El mundo es así. La belleza y el significado adquieren más poder al lado de películas intrascendentes, así que espero que sigan haciéndolas”, dijo el cineasta que hizo películas con la mirada de los niños en un país ahogado por regímenes autoritarios.
A través de su cine dio voz a historias sociales que nadie se atrevió. Su cine fue su manera de alzar la voz por un país lastimado y siempre defendió esa postura: “Si entendemos por político hablar de los problemas de la gente en la actualidad, entonces mi obra es política, y mucho (…) Cuando te interesas por el sufrimiento de los demás y tratas de expresarlo de manera tal que otras personas puedan sentirlo y comprenderlo, eso es política”, enfatizaba.
Gracias a sus caminos serpenteantes, sus árboles y su ritmo pausado el cine iraní logró el reconocimiento que se merecía. Sin Kiarostami hoy no conoceríamos a Jafar Panahi o a Asghar Faradi. Fue la cabeza del llamado Nuevo Cine Iraní, una corriente de realizadores que mezclaban lo poético con lo político, lo íntimo con lo social.
Ahora nos quedan sus filmes como legado, y sus palabras para aquellos soñadores del cine, a quienes dedicó sus mejores palabras: “No importa dónde filmes, todos los seres humanos lidian con la felicidad y la tristeza. Nuestro material básico son los seres humanos y los problemas humanos en el mismo modo que para un escultor el material es la madera o el barro (…) Para mí, signos de interrogación son la puntuación de la vida”.
“El cine es en gran medida una voz universal y común, no podemos limitarla a una cultura particular”, dijo en alguna entrevista el cineasta iraní Abbas Kiarostami, quien falleció el pasado 4 de julio en la ciudad de París, víctima de cáncer gastrointestinal con el que había luchado desde marzo de este año; después de varias operaciones perdió la batalla. Terminó así la vida no solo de uno de los cineastas más grandes del cine iraní sino la de uno de los referentes del cine mundial de los últimos 30 años.
El mundo entero se ha encargado de distinguir la obra con tanta luminosidad que pareciera una cadena interminable de epitafios, y no es para menos si ha partido un cineasta que no solo se encargó de plasmar a la humanidad con la inquietud documental, sino que también intentó crear en el cine su propia mirada; fue uno de los más importantes símbolos de resistencia en el mundo ante la voraz industria de Hollywood y se convirtió en influencia del cine mundial con un estilo comparado al de Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni o Robert Bresson, Vittorio De Sica o de Éric Rohmer, aunque su admiración más grande fue para Jacques Tati.
La revista neoyorquina The Film Stage, publicó en su cuenta de twitter sobre el fallecimiento del director: "El mundo quizá perdió a uno de sus más grandes cineastas"; en Irán, el cine quedó en estado de shock, como lo dijo Asghar Farhadi, autor de la extraordinaria Nader y Simin, una separación: “No era solo un cineasta, sino un místico moderno, tanto en su cine como en su vida privada”, expresó a The Guardian. “Abrió el camino a otros e influyó en mucha gente. No es solo el mundo del cine el que pierde a un gran hombre, sino el mundo entero el que pierde a alguien realmente magnífico”, destacó.
Y es que hablar de Abbas Kiarostami no era hablar de cualquier cineasta. El mismo Jean-Luc Godard lo idolatraba de tal manera que se aventuró a decir que "el cine comienza con DW Griffith y termina con Abbas Kiarostami".
Fue un cineasta que le dio la vuelta al mundo con su cine pero que nunca quiso sacar sus raíces de su país natal a pesar de que toda su vida le tocó padecer las dictaduras. Cuando nació en 1940, en Teherán había una dictadura imperial, cuando ésta terminó siguió la teocrática y así la pasó en la hostilidad política sin querer salir de ahí, a pesar de que en Europa se desbordaba en admiración por él. Siempre permaneció en Irán como un árbol como el Sarv-e Abarkuh (el segundo árbol más viejo del mundo ubicado en Irán):
“Hacer una película es difícil por todas partes. Hay que encontrar el tema, el guión, el productor y el dinero. En Irán hay menos problemas que en otros lugares en cuanto al tema y la financiación y además creo que para ser universal, debes estar enraizado en tu propia cultura”, explicó en 1995 al diario francés Libération, a propósito de la posibilidad de salir de su país después de la revolución iraní de 1979.
Y es que en realidad siempre trató de alejarse de su país a través del cine, “las personas buscan formas de resistencia ante lo que no les gusta. Unos combaten. Yo creo mi mundo personal, y me alejo (…) No sé si es afortunado o desafortunado, pero no tengo tal cosa como el orgullo nacional. No me siento orgulloso de que soy iraní. Sucede que soy lo que soy”, dijo posteriormente.
Cabe decir ahora, que el cine ni siquiera fue su único refugio, de hecho ni siquiera fue el primero y ni le interesaba en sus inicios. Fue un diseñador gráfico, graduado en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad, trabajó como pintor y publicista; diseñó carteles y publicidad y dirigió un centenar de anuncios televisivos, además de ilustrar algunos libros infantiles. Tenía 29 años cuando comenzó a trabajar en el Kanun, un centro para el desarrollo intelectual de los niños iraníes, donde rodó películas educativas destinadas a los jóvenes, ahí encontró su vocación como cineasta.
“Nunca tomé la decisión de convertirme en cineasta. Hice cosas alrededor del cine, hice comerciales, posters; fue el mejor entrenamiento para hacer películas. Y de repente me encontré haciendo películas para niños. Nunca hubiera concebido que hacer películas se convertiría en una profesión seria para mí”, dijo el realizador en noviembre del 2012, en la Master Class que ofreció en el Festival Internacional de Cine de Morelia.
A raíz de su experiencia con los niños fue que encontró el sentido de inspiración que lo llevaría a contar historias con ellos como protagonistas en la pantalla grande: “Ellos no piensan en el mañana ni en el ayer, aprenden el verdadero valor del momento. Estos filósofos que están alrededor de nosotros y no los tomamos en serio. Pero en mi trabajo siempre trato de mantener su perspectiva. Cuando dirijo y escribo trato de mantener la mirada de los niños”, dijo al respecto.
Después de filmar cortometrajes inspirados en su propia juventud como El pan y la calle (1970) y El recreo(1972), con niños como protagonistas filmó el largometraje El viajero (1974), el cual aborda la historia de un niño llamado Ghassem que respira, sueña y ansía fútbol, y viaja a Teherán para ver un partido. A partir de entonces dejó en claro el camino que tomaría en el cine con esa influencia clara del neorrealismo italiano y filmes como Los 400 golpes, de François Truffaut.
Después hubo otros filmes como Gozaresh (1977) y Párvulos (1984), que le dieron popularidad en Irán y posteriormente llegó el éxito fuera de sus fronteras con ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), que inauguró la llamada trilogía Koker, y al que siguieron Y la vida continúa (1992) y A través de los olivos(1994), y entre ellas Close Up (1990), de la cual Werner Herzog y Martin Scorsese escribieron maravillas, un filme basado en el caso real de Hossein Sabzian, un fanático del cine que finge ser el reputado director Mohsen Makmalbaf.
La consagración definitiva llegó con El sabor de las cerezas (1997), la historia de un hombre conduciendo sin rumbo para encontrar a alguien que le ayude a suicidarse, que ganó la Palma de Oro en Cannes y que lo convirtió en uno de los nombres más destacados del cine de autor a nivel internacional.
Kiarostami renovó sus credenciales con El viento nos llevará, Premio del Jurado en Venecia. Y en el nuevo siglo alternó realismo con filmes experimentales. Unos años después, su película Copia certificada (2010), sería prohibida en Irán, con Juliette Binoche en el protagónico, que recibió el premio a mejor actriz en Cannes, había sido su primer rodaje fuera de su país. Su último filme fue Como una enamorada (2012), producido en Japón. Toda su filmografía cambió la historia del cine iraní.
“Mi cine es lo que es por lo que el cine me ha enseñado. Yo quería ser pintor, pero no lo hice. Lo sigo cargando como un barco sobre los hombros. Lo compenso con la fotografía pero también con la cámara digital, creando algo que va entre la poesía y el cine”, dijo en su visita a México, en donde por cierto ganó su primer premio internacional, y aseguró entonces, que es el único que conserva.
A partir de historias corrientes o comunes, Kiarostami abordó las grandes cuestiones de la existencia, casi siempre a partir de la alegoría. Sus películas están pobladas de carreteras y vehículos, que circulan a través de paisajes tan áridos como espectaculares por lo que también fue venerado por autores como Kurosawa o Tarantino, que veían en él a un heredero de Rossellini y destacaban su influencia de la poesía en su filmografía, la que fue otra de sus grandes pasiones.
“La poesía siempre huye de ti, es muy difícil de entender, y cada vez que lo lees, dependiendo de sus condiciones, usted tendrá una idea diferente de la misma. Mientras que con una novela, una vez que usted ha leído, ha entendido él (…) En la oscuridad total, la poesía sigue ahí, y está ahí para usted”, dijo en una entrevista al respecto.
Siempre fue crítico en sus filmes y fuera de sus encuadres era contestatario e inconforme con la industria del cine de Hollywood, y tuvo sus consecuencias porque en 2001, tras los atentados a las Torres Gemelas, le negaron la visa para entrar a Estados Unidos: “En absoluto odio todo. Me molesta mucho la influencia artificial de Hollywood, esa invasión de películas que enseñan la violencia por la violencia y la acción por la acción, sin alma interior. Pero adoro El Padrino, la he visto decenas de veces. Ahí, la violencia y la acción sí tienen un significado”, dijo en una entrevista después del estreno de su último filme en Cannes.
Además de sus premios en Cannes y Venecia, también fue reconocido con el Leopardo de Honor en Locarno en reconocimiento a toda su carrera y hace unos días fue invitado a formar parte de la Academia que entrega los Oscar, paradójicamente, como broma macabra del destino, la respuesta está implícita en su muerte.
Posiblemente Kiarostami no estaría ofendido al decir que eso sería una paradoja, puesto que fue algo de lo que más amó en la vida y lo plasmó en su cine: “La paradoja es la belleza de la vida, yo no soy el único que vive instalado en las paradojas. El mundo es así. La belleza y el significado adquieren más poder al lado de películas intrascendentes, así que espero que sigan haciéndolas”, dijo el cineasta que hizo películas con la mirada de los niños en un país ahogado por regímenes autoritarios.
A través de su cine dio voz a historias sociales que nadie se atrevió. Su cine fue su manera de alzar la voz por un país lastimado y siempre defendió esa postura: “Si entendemos por político hablar de los problemas de la gente en la actualidad, entonces mi obra es política, y mucho (…) Cuando te interesas por el sufrimiento de los demás y tratas de expresarlo de manera tal que otras personas puedan sentirlo y comprenderlo, eso es política”, enfatizaba.
Gracias a sus caminos serpenteantes, sus árboles y su ritmo pausado el cine iraní logró el reconocimiento que se merecía. Sin Kiarostami hoy no conoceríamos a Jafar Panahi o a Asghar Faradi. Fue la cabeza del llamado Nuevo Cine Iraní, una corriente de realizadores que mezclaban lo poético con lo político, lo íntimo con lo social.
Ahora nos quedan sus filmes como legado, y sus palabras para aquellos soñadores del cine, a quienes dedicó sus mejores palabras: “No importa dónde filmes, todos los seres humanos lidian con la felicidad y la tristeza. Nuestro material básico son los seres humanos y los problemas humanos en el mismo modo que para un escultor el material es la madera o el barro (…) Para mí, signos de interrogación son la puntuación de la vida”.