Perfectos desconocidos: sobre las séptimas partes
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
24-12-2018 14:08:57
Si no me ha fallado la investigación, la versión mexicana del arquetípico argumento Perfectos Desconocidos -una idea originalmente italiana en Perfetti sconosciuti (2016), de Paolo Genovese- será la séptima versión y el séptimo idioma al que será adaptado (si contamos la variante producida en España como una aparte).
En su declaración sobre por qué dirigir el remake mexicano, Manolo Caro señaló como razones la potencia del mercado nacional y la inteligencia del guion -el cual, según, le hubiera gustado escribir personalmente-. Tiene sentido que él sea el elegido para encabezar esta trama ampliamente popular y maleable, pues sus trabajos han gozado de aceptación y éxito en taquilla.
El argumento es esencialmente el mismo que en todas las versiones anteriores: en el marco de un eclipse lunar -claro augurio sobrenatural de una catástrofe próxima, incluso referida por una de las protagonistas- un grupo de amigos se reúnen para cenar. En la conversación de mesa, a alguien se le ocurre hacer un juego que consiste en dejar sus celulares sobre la mesa y hacer públicos todos los mensajes/llamadas que reciban, excusándose en la confianza que hay entre todos. Obviamente, conforme avanza la noche, salen los trapos sucios y demás.
Éste es un proyecto ajustado para Caro, pues dentro de las someras líneas subtextuales que maneja la cinta, se encuentran los claroscuros morales como cualidad inherente a la condición humana, matiz visto en la aclamada -y defendida a capa y espada en la corte virtual- La casa de las flores (2018), así como la secrecía permanente en los círculos sociales y en las relaciones afectivas; todo desarrollado en un ambiente de una clase social media-alta, también común en sus audiovisuales.
Se nota cierta comodidad en la adaptación, pues no hubo molestias en cambiar ligeramente algunas -muchas- líneas del libreto o en el desarrollo de varias subtramas, repeticiones exactas de otras versiones. No se rompieron la cabeza, vaya. Ahora, donde sí se nota una mano directorial es en el manejo actoral, notoria mayor virtud de Manolo Caro.
Como era la idea, la película mexicana debía ser considerablemente más relajada y amena, es decir, una comedia. Si bien, la trayectoria del director contiene mayormente el melodrama, los tonos cómicos no le son ajenos ni falla demasiado al insertarlos. Aquí, las interacciones entre los personajes se perciben naturales y, en múltiples ocasiones, francamente graciosas. Es un vaivén constante de risas y comentarios algo incómodos -como auténticamente sucede en cualquier reunión, aplicando el refrán “entre broma y broma…”-. Contrario a las versiones extranjeras que son planteadas como melodramas con cierta tragedia, la mexicana afortunadamente carece de la modulación sobria y, en algunas, aburrida de los otros largometrajes.
En términos de realización igualmente hay grandes similitudes con los filmes hermanos, pero aquí se toman mayores riesgos formales y hay una ligera mayor solvencia al momento de crear un discurso audiovisual congruente, tal como sucede en los movimientos de cámara -particularmente en el travelling circular que expresa el flujo de las interacciones en un entorno tan activo- y en los emplazamientos, pero con escollos en el montaje. Asimismo, se notan otros recursos estilísticos de Caro en el diseño de arte, ostentoso y de colores resaltantes, como se le ha visto previamente. Digo, sobra decir de qué director español pueden provenir ciertas mañas que tiene, pero al menos se ha mantenido por la misma línea. Recuerde que no hay mirada impoluta.
Dentro de un conjunto en el que es complicado resaltar, Perfectos desconocidos (México) logra separarse levemente por sus facetas más osadas y provechosas, pero considero que aún es complicado hablar de una base estilística propia de un autor. En fin, hasta las calcas se separan...
Si no me ha fallado la investigación, la versión mexicana del arquetípico argumento Perfectos Desconocidos -una idea originalmente italiana en Perfetti sconosciuti (2016), de Paolo Genovese- será la séptima versión y el séptimo idioma al que será adaptado (si contamos la variante producida en España como una aparte).
En su declaración sobre por qué dirigir el remake mexicano, Manolo Caro señaló como razones la potencia del mercado nacional y la inteligencia del guion -el cual, según, le hubiera gustado escribir personalmente-. Tiene sentido que él sea el elegido para encabezar esta trama ampliamente popular y maleable, pues sus trabajos han gozado de aceptación y éxito en taquilla.
El argumento es esencialmente el mismo que en todas las versiones anteriores: en el marco de un eclipse lunar -claro augurio sobrenatural de una catástrofe próxima, incluso referida por una de las protagonistas- un grupo de amigos se reúnen para cenar. En la conversación de mesa, a alguien se le ocurre hacer un juego que consiste en dejar sus celulares sobre la mesa y hacer públicos todos los mensajes/llamadas que reciban, excusándose en la confianza que hay entre todos. Obviamente, conforme avanza la noche, salen los trapos sucios y demás.
Éste es un proyecto ajustado para Caro, pues dentro de las someras líneas subtextuales que maneja la cinta, se encuentran los claroscuros morales como cualidad inherente a la condición humana, matiz visto en la aclamada -y defendida a capa y espada en la corte virtual- La casa de las flores (2018), así como la secrecía permanente en los círculos sociales y en las relaciones afectivas; todo desarrollado en un ambiente de una clase social media-alta, también común en sus audiovisuales.
Se nota cierta comodidad en la adaptación, pues no hubo molestias en cambiar ligeramente algunas -muchas- líneas del libreto o en el desarrollo de varias subtramas, repeticiones exactas de otras versiones. No se rompieron la cabeza, vaya. Ahora, donde sí se nota una mano directorial es en el manejo actoral, notoria mayor virtud de Manolo Caro.
Como era la idea, la película mexicana debía ser considerablemente más relajada y amena, es decir, una comedia. Si bien, la trayectoria del director contiene mayormente el melodrama, los tonos cómicos no le son ajenos ni falla demasiado al insertarlos. Aquí, las interacciones entre los personajes se perciben naturales y, en múltiples ocasiones, francamente graciosas. Es un vaivén constante de risas y comentarios algo incómodos -como auténticamente sucede en cualquier reunión, aplicando el refrán “entre broma y broma…”-. Contrario a las versiones extranjeras que son planteadas como melodramas con cierta tragedia, la mexicana afortunadamente carece de la modulación sobria y, en algunas, aburrida de los otros largometrajes.
En términos de realización igualmente hay grandes similitudes con los filmes hermanos, pero aquí se toman mayores riesgos formales y hay una ligera mayor solvencia al momento de crear un discurso audiovisual congruente, tal como sucede en los movimientos de cámara -particularmente en el travelling circular que expresa el flujo de las interacciones en un entorno tan activo- y en los emplazamientos, pero con escollos en el montaje. Asimismo, se notan otros recursos estilísticos de Caro en el diseño de arte, ostentoso y de colores resaltantes, como se le ha visto previamente. Digo, sobra decir de qué director español pueden provenir ciertas mañas que tiene, pero al menos se ha mantenido por la misma línea. Recuerde que no hay mirada impoluta.
Dentro de un conjunto en el que es complicado resaltar, Perfectos desconocidos (México) logra separarse levemente por sus facetas más osadas y provechosas, pero considero que aún es complicado hablar de una base estilística propia de un autor. En fin, hasta las calcas se separan...