Roma frente a El premio: El cine de la memoria

POR: RAFAEL MARTÍNEZ

14-12-2018 17:21:42

Roma frente a El premio


De Roma se ha hablado ya mucho y en prácticamente todos los medios. Muchas veces con entusiasmo, otras pocas con mayor reserva, pero prácticamente siempre con alabanzas desmedidas. Y eso que la película apenas este 14 de diciembre estrena, ahora sí mundialmente, a través de la gigante plataforma Netflix.

Una de las cosas que más ha dicho su director, guionista, fotógrafo, productor, editor, etc., Alfonso Cuarón, en casi cada entrevista que ha dado (y que no han sido pocas), es que todo partió de la memoria. El cineasta se sumergió en sus propios recuerdos de la infancia para encontrar en ellos una película que a la vez hablara de un país, de la mujer que lo crió y de sí mismo. El resultado tendría que ser su película más personal y cercana hasta la fecha.


Cuarón no es el primer cineasta que echa mano de la memoria para construir en torno a ella una obra cinematográfica, y aunque ejemplos hay muchos y muy variados, una película en particular (mexicana también, aunque rodada en Argentina) vino a mi mente (a mi memoria, vaya) y mientras más la recordaba, más le encontraba rasgos en común con Roma, a pesar de ser tan distintas. Estoy hablando de la estupenda El premio (2012), de Paula Markovitch.


Ambas películas tienen como punto de partida los recuerdos que ambos cineastas tienen de su niñez. En ambas películas hay, por circunstancias muy distintas, un padre ausente y una madre que se empeña en proteger a sus hijos. Ambas películas llevaron a sus directores de vuelta al lugar donde crecieron, para filmar exactamente en los espacios donde esas memorias fueron forjadas. En ambas películas hay un contexto histórico y político de mucho peso, las cicatrices de un país que se extienden hasta los núcleos familiares. Los relatos de ambas películas tienen lugar en la década de los setenta. Ambas películas cuentan con protagonistas femeninas que no tenían un entrenamiento previo en actuación. Y por último, ambas películas son formalmente muy bellas. La fotografía de El premio, aunque menos impresionante y mucha más modesta que la de Roma, fue reconocida con el Oso de Plata en el festival de cine de Berlín.


Ahora bien, hablemos mejor de sus diferencias, y en particular de por qué creo yo que, como ejercicio cinematográfico que parte de la memoria, El Premio es mucho más eficiente y valiosa.


EN PRIMER LUGAR: POR LA HONESTIDAD DE SU APROXIMACIÓN

Una de las más grandes virtudes de El premio como relato es su punto de vista, el de una pequeña niña que no logra entender el mundo adulto que le rodea y por lo tanto se refugia en el juego y en su imaginación. Markovitch decide llevarnos a su memoria de la forma más natural porsible, a través de su propia perspectiva, pues a final de cuentas nuestros recuerdos son nuestros, y de nadie más. Ella es esa niña que creció en ese pueblo, escondida con su familia de la dictadura argentina, sin saber lo que pasaba, imaginando que su casa era un pequeño barquito cuando la marea subía. Se trata de ella misma revisitando, ahora como adulta, esos años en los que su mundo no era mucho más que esa playa fría.


Roma frente a El premio


Por otro lado, Cuarón decide mostrarnos las memorias de su propia infancia, pero a través de los ojos de quien fuera su nana, Libo (en la película llamada Cleo), resultando de inmediato un retrato mucho más lejano, ajeno, “imaginado” y no tanto “recordado”. Romaes entonces la película de cómo Alfonso imagina que esa empleada de su casa vivía, sentía, amaba, actuaba. Por ello el personaje de Cleo nunca acaba de ser personaje, es sólo una silueta, se mueve de aquí para allá durante toda la película a voluntad del director y guionista, para visitar distintos momentos de sus propios recuerdos y ser testigo, nada más. Los momentos verdaderamente íntimos de Cleo son pocos y, la más de las veces, desafortunados, pues deja en evidencia el absoluto desconocimiento que Alfonso tiene de su universo personal, por más que se empeñó en ponerla hablando el mixteco. Las acciones de Cleo se limitan casi siempre a sus actividades de empleada doméstica, es decir, a lo que el director de niño veía y sabía que hacía su nana: limpiar las heces del perro, servir el desayuno, lavar la ropa y llevar a los niños a la cama.


EN SEGUNDO LUGAR: SU CONFIANZA EN LA NARRATIVA

Más de una vez Alfonso Cuarón ha dicho que piensa que “la narrativa es el veneno del cine”, y que el cine más que parecerse a la literatura o al teatro, debería parecerse a la música. En ese sentido, Alfonso suele darle cada vez menos importancia al “qué” nos está contando y mayor importancia al “cómo” nos lo cuenta (a la forma), pero no nos dejemos engañar, todo el cine que él hace es enteramente narrativo.


Con eso en mente, Cuarón escribe un guion (que a nadie de su equipo comparte) a partir de lo que recuerda, sin cuestionarlo, y así va hilando estas escenas que aparecieron por “libre asociación” con el punto de vista de la testigo (no personaje) de Cleo. Cuarón recuerda ese día que el bosque se quemó, y ahí pone a Cleo, viéndolo. Recuerda ese día del halconazo, y ahí pone en medio a Cleo, nada más porque sí (¿necesitaban ir a esa mueblería realmente?). Cuarón recuerda que iba al cine, que granizaba, que el profesor Zovek salía en la tele, que sus hermanos casi se ahogaron una vez en Tuxpan, y varias cosas más, así, a manera de viñetas por las que Cleo se pasea, pero sin constituir nunca una narración poderosa. La forma en que conecta un recuerdo (o escena) con el otro suele ser pobre, fácil, antecedido por un par de diálogos que nos explican la situación y ya.


Roma frente a El premio


En general, lo que nos deja ver aquí es que su verdadero interés en abordar la memoria a través del cine era más bien el de utilizar sus herramientas como una máquina del tiempo. Él quería reconstruir en el presente esa casa, esas avenidas, esos cines, esos sonidos, y al parecer no mucho más. Y al ser el cineasta tan importante que es hoy en día, pudo darse el lujo de hacer un impresionante despliegue de producción simplemente para contar una acción dramática tan minúscula como: “familia camina al cine”. Es decir, que más que de la memoria, Cuarón nos está hablando de la nostalgia.


Mientras que Paula Markovitch, quien viene de las letras y ha asegurado que para ella “el cine y la literatura son la misma cosa”, construye a partir de las imágenes de su memoria (la casa, el mar, el viento, la escuela, etc.) un poderoso relato, con escenas consecuentes y esa particular trama del “premio” que la niña protagonista obtiene en un concurso escolar, para a través de esta anécdota ser más certera con su intención de contrastar la mirada ingenua e infantil de su protagonista, con el oscuro y pesimista mundo de los adultos durante la dictadura. El mayor anhelo de esta niña es ir a recoger su premio, pero ese premio lo entregan los mismos militares que están persiguiendo a su familia. En El premio hay personajes, hay verdadera carga emotiva, hay un conflicto real y cercano, hay causa y hay efecto. En la película de Markovitch hay narración, y una muy honesta.


Ahora, la nota final, sólo para evitar cualquier confusión: Roma es una película, por muchas otras cosas, EXTRAORDINARIA. Véanla en los cines o en Netflix, y después échenle un ojo también a El premio en FilminLatino, ahora que la plataforma tiene una segunda oportunidad.



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