El calor intermitente en Cold War
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
08-11-2018 13:37:43
¿El amor existe? Si sí, ¿puede ser para siempre? Por supuesto que cada quien hablará dependiendo de su experiencia personal o por la experiencia que ha visto en otros(as) y, a pesar de eso, estos cuestionamientos nunca tendrán una respuesta absoluta. En caso de que sólo podamos tener las vivencias como referencia, el cineasta polaco Pawel Pawlikowski nos ofrece un relato cercano a él en Cold War.
El quinto largometraje de este realizador muestra el viaje de Zula (Joanna Kulig) y Wiktor (Tomasz Kot), ambos músicos talentosos que inicialmente se conocen al formar parte de un conjunto musical del Estado polaco durante la posguerra. Historia sumamente íntima, pues se trata de la recreación imaginada de los padres del director.
Pawlikowski, quien en un momento aparece dentro de su propia narración, cuenta el amorío de sus padres desde que se conocen en dicho coro, viéndose a escondidas de los superiores y planeando un escape hacia la libertad, pero que por diferentes circunstancias de la vida, aparentemente nunca pueden concretar su relación, como si estuvieran para estar… y a la vez no. Así, esta es una representación de un calor intermitente durante la guerra fría.
Este romance entrecortado se conflictúa aún más por las características de los protagonistas. Su personalidad imponente y sus habilidades musicales de las que se vanaglorian, convierten a este peculiar vínculo en una constante pugna por el poder en la relación, donde -dentro de sus encuentros efímeros- uno trata de imponerse al otro, no con agresiones directas sino con una interacción con el entorno, el momento y el discurso. Esto es la “guerra fría”, una lucha por ver quién puede más, quién da más, pero nunca quién ama más, pues eso es imposible de saber. El amor atemporal que busca la eternidad, pero se trunca por la realidad.
Aunado a ser una muestra del amor más fuerte que pasa fronteras y regímenes, también es un excepcional recorrido musical por varios géneros que marcaron sus respectivas décadas. Desde el ya mencionado grupo musical que cantaba melodiosamente lo maravilloso -para ellos- que era Stalin, un jazz francés lleno de percusión a un alocado baile al ritmo del rock n’ roll de Elvis… todo conjuntado en pocas canciones base que fueron adaptadas a los diferentes estilos, pero que contienen el hilo de toda la cinta: el amor de la intérprete por aquél muchacho. Estas pistas, aparte de estar insertas en un espléndido diseño sonoro, se aderezan con unas sorprendentes coreografías de baile que demuestran una grandiosa capacidad de Pawlikowski en la dirección.
Aunque existen muchos ecos identificables en esta película y puede parecer un despliegue de maestría -que lo es- con alguna intención académica o meramente cinematográfica, la honestidad perceptible en la manera de moldear el relato y en la inclusión de detalles menos agradables de este amorío como la violencia que -de alguna forma- ambos ejercen entre sí, tumba esta idea y confirma que muchas veces lo más simple es lo verdadero. La única intención, sostenida por las palabras del propio director, era totalmente personal: un homenaje a una historia de amor digna de contarse y adjetivarse en una cinta.
No es “una historia de amor como esas que ya no hay”, porque seguramente sí las hay, pero el mérito de Cold War es contarla en menor medida desde el testimonio y en mayor medida desde la imaginación y, además, estimular el delirio del espectador. Ésta es una completa experiencia fílmica con su fotografía sencilla pero virtuosa y una meticulosa atmósfera sonora contenida en un melodrama realista que trasciende la época en la que está situada. Por donde se le mire, es una obra mayor del cine contemporáneo y una maravillosa fábula que provoca todas las ensoñaciones al contemplarse. El amor fugaz que trasciende al tiempo y ahora queda en pantalla.
Disfruta ahora de Cold War, directamente en nuestro portal gracias a Eyelet
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¿El amor existe? Si sí, ¿puede ser para siempre? Por supuesto que cada quien hablará dependiendo de su experiencia personal o por la experiencia que ha visto en otros(as) y, a pesar de eso, estos cuestionamientos nunca tendrán una respuesta absoluta. En caso de que sólo podamos tener las vivencias como referencia, el cineasta polaco Pawel Pawlikowski nos ofrece un relato cercano a él en Cold War.
El quinto largometraje de este realizador muestra el viaje de Zula (Joanna Kulig) y Wiktor (Tomasz Kot), ambos músicos talentosos que inicialmente se conocen al formar parte de un conjunto musical del Estado polaco durante la posguerra. Historia sumamente íntima, pues se trata de la recreación imaginada de los padres del director.
Pawlikowski, quien en un momento aparece dentro de su propia narración, cuenta el amorío de sus padres desde que se conocen en dicho coro, viéndose a escondidas de los superiores y planeando un escape hacia la libertad, pero que por diferentes circunstancias de la vida, aparentemente nunca pueden concretar su relación, como si estuvieran para estar… y a la vez no. Así, esta es una representación de un calor intermitente durante la guerra fría.
Este romance entrecortado se conflictúa aún más por las características de los protagonistas. Su personalidad imponente y sus habilidades musicales de las que se vanaglorian, convierten a este peculiar vínculo en una constante pugna por el poder en la relación, donde -dentro de sus encuentros efímeros- uno trata de imponerse al otro, no con agresiones directas sino con una interacción con el entorno, el momento y el discurso. Esto es la “guerra fría”, una lucha por ver quién puede más, quién da más, pero nunca quién ama más, pues eso es imposible de saber. El amor atemporal que busca la eternidad, pero se trunca por la realidad.
Aunado a ser una muestra del amor más fuerte que pasa fronteras y regímenes, también es un excepcional recorrido musical por varios géneros que marcaron sus respectivas décadas. Desde el ya mencionado grupo musical que cantaba melodiosamente lo maravilloso -para ellos- que era Stalin, un jazz francés lleno de percusión a un alocado baile al ritmo del rock n’ roll de Elvis… todo conjuntado en pocas canciones base que fueron adaptadas a los diferentes estilos, pero que contienen el hilo de toda la cinta: el amor de la intérprete por aquél muchacho. Estas pistas, aparte de estar insertas en un espléndido diseño sonoro, se aderezan con unas sorprendentes coreografías de baile que demuestran una grandiosa capacidad de Pawlikowski en la dirección.
Aunque existen muchos ecos identificables en esta película y puede parecer un despliegue de maestría -que lo es- con alguna intención académica o meramente cinematográfica, la honestidad perceptible en la manera de moldear el relato y en la inclusión de detalles menos agradables de este amorío como la violencia que -de alguna forma- ambos ejercen entre sí, tumba esta idea y confirma que muchas veces lo más simple es lo verdadero. La única intención, sostenida por las palabras del propio director, era totalmente personal: un homenaje a una historia de amor digna de contarse y adjetivarse en una cinta.
No es “una historia de amor como esas que ya no hay”, porque seguramente sí las hay, pero el mérito de Cold War es contarla en menor medida desde el testimonio y en mayor medida desde la imaginación y, además, estimular el delirio del espectador. Ésta es una completa experiencia fílmica con su fotografía sencilla pero virtuosa y una meticulosa atmósfera sonora contenida en un melodrama realista que trasciende la época en la que está situada. Por donde se le mire, es una obra mayor del cine contemporáneo y una maravillosa fábula que provoca todas las ensoñaciones al contemplarse. El amor fugaz que trasciende al tiempo y ahora queda en pantalla.
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