Trauma y el escándalo insensato
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
31-08-2018 13:31:58
Es complicado determinar la valía discursiva del subgénero gore. En muchos casos de serie B, por lo que su objetivo no suele pasar de sorprender al espectador por su mera ejecución técnica. Hay quien logra ofrecer una suerte de concientización al exponer una imagen cruda, dependiendo, claro, del contexto de la película. Siempre se puede intentar, así como lo hizo Lucio A. Rojas en Trauma…
En el contexto de la dictadura militar chilena, un militar tortura a su esposa por creer que le es infiel con un comunista. No conforme con los golpes y cortadas, obliga a Juan, su hijo puberto, a violarla. El chico, obviamente, queda dañado psicológicamente, convirtiéndolo en un victimario sexual. Desde ahí, la cinta se desarrolla a partir de un ataque suyo contra unas chicas que vacacionan cerca de su residencia.
De nuevo, el gore usualmente no tiene mayor profundidad que la que su realización pueda darle, pero aquí el entorno político pudo darle esa entonación necesaria para dotar al argumento de sustancia, pero no… Este matiz que pudieron utilizar para posicionarse al respecto de un tema importante se abandona tan pronto como termina la primera secuencia, impactante por ser tan visualmente fidedigna.
Desde ahí, el discurso narrativo se concentra en ser tan inquietante como sea posible. Las escenas de violencia sexual son tan explícitas -y tan eficientemente producidas- que pueden llegar a incomodar a los más sensibles. Y no sólo es a nivel fotográfico que juega con las perspectivas para perturbar, también es el estridente diseño sonoro y los sorprendentes efectos especiales.
Sin embargo, esas virtudes externas se ven opacadas por las carencias narrativas que encierran a la trama en las convenciones de un slasher lelo: convenientes resoluciones a los conflictos que atraviesan las chicas perseguidas, decisiones ilógicas de los involucrados, diálogos exagerados y con sensación de falsedad… Incluso es ordinaria en la construcción de sus personajes: personas ingenuamente amables que son agredidas únicamente por su mala suerte de entrar a un lugar equivocado, pero que terminan venciendo increíblemente a un villano cuasi-indestructible. No obstante, hay aspectos interesantes en el linaje del antagonista (Daniel Antivilo), quien pasa su descomposición mental a su hijo Mario, creando una línea generacional de auténtica maldad, manifestada mediante flashbacks.
Sumando la renuncia al comentario político, tenemos una trama que tenía posibilidades de ser más reflexiva en una categoría usualmente blanda. Es decir, notamos una gran necesidad de ser escandalosa, ruido sin mayor sentido. Trauma queda como un simple desahogo, un grito demasiado fragoroso que soltó el contenido por el volumen.
Es complicado determinar la valía discursiva del subgénero gore. En muchos casos de serie B, por lo que su objetivo no suele pasar de sorprender al espectador por su mera ejecución técnica. Hay quien logra ofrecer una suerte de concientización al exponer una imagen cruda, dependiendo, claro, del contexto de la película. Siempre se puede intentar, así como lo hizo Lucio A. Rojas en Trauma…
En el contexto de la dictadura militar chilena, un militar tortura a su esposa por creer que le es infiel con un comunista. No conforme con los golpes y cortadas, obliga a Juan, su hijo puberto, a violarla. El chico, obviamente, queda dañado psicológicamente, convirtiéndolo en un victimario sexual. Desde ahí, la cinta se desarrolla a partir de un ataque suyo contra unas chicas que vacacionan cerca de su residencia.
De nuevo, el gore usualmente no tiene mayor profundidad que la que su realización pueda darle, pero aquí el entorno político pudo darle esa entonación necesaria para dotar al argumento de sustancia, pero no… Este matiz que pudieron utilizar para posicionarse al respecto de un tema importante se abandona tan pronto como termina la primera secuencia, impactante por ser tan visualmente fidedigna.
Desde ahí, el discurso narrativo se concentra en ser tan inquietante como sea posible. Las escenas de violencia sexual son tan explícitas -y tan eficientemente producidas- que pueden llegar a incomodar a los más sensibles. Y no sólo es a nivel fotográfico que juega con las perspectivas para perturbar, también es el estridente diseño sonoro y los sorprendentes efectos especiales.
Sin embargo, esas virtudes externas se ven opacadas por las carencias narrativas que encierran a la trama en las convenciones de un slasher lelo: convenientes resoluciones a los conflictos que atraviesan las chicas perseguidas, decisiones ilógicas de los involucrados, diálogos exagerados y con sensación de falsedad… Incluso es ordinaria en la construcción de sus personajes: personas ingenuamente amables que son agredidas únicamente por su mala suerte de entrar a un lugar equivocado, pero que terminan venciendo increíblemente a un villano cuasi-indestructible. No obstante, hay aspectos interesantes en el linaje del antagonista (Daniel Antivilo), quien pasa su descomposición mental a su hijo Mario, creando una línea generacional de auténtica maldad, manifestada mediante flashbacks.
Sumando la renuncia al comentario político, tenemos una trama que tenía posibilidades de ser más reflexiva en una categoría usualmente blanda. Es decir, notamos una gran necesidad de ser escandalosa, ruido sin mayor sentido. Trauma queda como un simple desahogo, un grito demasiado fragoroso que soltó el contenido por el volumen.