Luciferia no peca de atrevimiento, sino de soberbia

POR: MAURICIO HERNÁNDEZ

26-08-2018 23:20:43


Tenemos claro que el estandarte del subgénero de posesiones demoníacas es El Exorcista de William Friedkin. Además, es, probablemente, la cinta de horror más famosa en la cinematografía. Desde ahí, las historias de seres endemoniados se dispararon con múltiples variaciones. Incluso, la interacción entre los demonios con los demás personajes se ha usado de numerosas formas. Luciferina, parte inicial de “La trilogía de las vírgenes”, dirigida por Gonzalo Calzada, plantea una relación distinta entre el demonio poseedor con la desafortunada chica afectada.


Natalia (Sofía Del Tuffo) es una joven monja que se ve forzada a regresar a su pueblo natal tras la muerte de su madre y la enfermedad de su padre. Esto y la curiosidad sembrada por su conflictuada hermana, le llevarán a un viaje con los “amigos” de su hermana, donde habrá autodescubrimiento y experiencias de combate con seres malignos.


Ésta puede sonar como una trama estándar de posesión demoníaca con matices de herencia familiar. En teoría lo es, pero la aparentemente imperiosa necesidad de dotar de elementos agregados al relato lo vuelve extravagante, pero no necesariamente virtuoso, y todo inicia con la construcción de la protagonista y su vínculo con el planteamiento sobrenatural.


Natalia, monja por “vocación”, es una mujer virgen, particularidad que es constantemente repetida a lo largo del desarrollo. Con el ahínco en ello, múltiples escenas también tienen varios detalles escenográficos que resaltan la cualidad de la mujer como dadora de vida, como pinturas y figuras con forma de trompas de falopio, ciertas secuencias que aluden al proceso de parto y otras al aborto -que realizó la hermana-.



Asimismo, el componente del exorcismo -siempre necesario- no se reduce solamente al tradicional, es decir, al católico, sino que se manejan otros: por medio de la ingesta de ayahuasca -planta madre para algunas culturas- y por contacto sexual, a manera de cuasi-purificación al estilo Reygadas… Todo esto se une cuando se nos revela la maldición que la chica carga, remontada a su madre, que únicamente puede romper al desvirgarse mutuamente con su nuevo amado Abel (Pedro Merlo), en un acto de amor puro que los liberará de su maldición. Ah, y aparte tiene el poder de ver si alguien es bueno o malo -tal cual- con una especie de aura brillante que irradia de los cuerpos que mira con su habilidad especial.


Sobra decir que entre tanto… tantísimo, es difícil unir todo en un argumento sin fluidez que circula entre lo metafísico, corre al thriller descompuesto y regresa al horror de sopetón, que se expresa sobre la violencia de género y termina en una experiencia erótica innecesariamente larga.


Fuera de su mezcolanza narrativa, destaca la excelente operación de los efectos especiales y cierta eficiencia en la labor fotográfica. Sin embargo, las luces claras en la realización no logran aclarar un enredo total que no pecó de atrevimiento, sino de soberbia. Un viaje, sólo eso.



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