Lucky: Una despedida para Harry Dean Stanton
POR: LUIS DANIEL DE LEÓN
07-07-2018 13:19:13
Todos hemos estado en la situación de estar viendo una película y decir “¡Ese actor lo he visto antes!”, y esa afirmación nunca ha sido tan acertada cuando se trataba de Harry Dean Stanton a quien estábamos viendo en pantalla. Casi de forma involuntaria, este actor ha estado presente en la cultura popular desde hace más de casi cinco décadas sin prácticamente hacer ningún alarde de ello.
Lo hemos visto como uno de los primeros miembros de la tripulación del Nostromo en desaparecer a manos del Xenomorfo en Alien; como el padre de Molly Ringwald en Pretty and Pink; con uno de los mejores monólogos sobre la fe cristiana en The Last Temptation of Christ, de Martin Scorsese, incluso haciendo un cameo como uno de los amigos de Charlie Sheen en Two and a Half Men, junto a Sean Penn y Elvis Costello.
Pero más allá de sus casi innumerables apariciones, Stanton era la clase de actor por el que todos podían sentir empatía y a quien no le faltaba la admiración profesional de sus colegas. Stanton tristemente falleció el 15 de septiembre del año pasado, solo un mes después de haber culminado posiblemente uno de los papeles más importantes en toda su carrera.
Detrás de todos sus papeles de corta participación, se escondía un hombre huraño que se guardaba para sí mismo los relatos de una vida fascinante, en la que destaca su participación como cocinero de la marina durante la Segunda Guerra Mundial, una amistad con el mítico Bob Dylan y sobre todo, una manera muy particular de ver la realidad que le valió su fama de “filósofo” entre los bares que solía frecuentar.
A pesar de su amplia capacidad actoral, muy pocas veces aceptó tener un papel protagónico, haciendo de su participación en la fabulosa Paris, Texas, de Win Wenders, tan memorable como inusual, a pesar de sus pocos diálogos supo llevar toda esa carga emotiva con maestría y talento. Ese fue su único papel principal durante varias décadas, al menos hasta que se estrenó Lucky este año, que podríamos considerar su obra póstuma y el resultado de todo su legado como actor y persona.
Lucky es una propuesta poco convencional al querer dar protagonismo a un hombre nonagenario, enfatizando el relato dentro de la cotidianeidad y la propia simpleza de acciones de su protagonista.
“Lucky” como se hace llamar Stanton en el filme, pasa la mayor parte de sus días como lo haría cualquier hombre solitario de su edad en un pequeño poblado de Texas; frecuentando la cafetería para hacer sus crucigramas, yendo a la tienda para comprar la leche, viendo programas de juegos en la tele de su casa o visitando un viejo bar local visitado por la clientela habitual.
Sin embargo, la historia toma un rumbo casi espiritual en el momento en que “Lucky” sufre un pequeño episodio en el que por primera vez en mucho tiempo, le da la oportunidad de reflexionar acerca de su propia fragilidad como individuo y las implicaciones personales de su propia muerte.
La estructura del filme a veces pareciera estar más orientada a presentar una serie de viñetas con pequeños personajes que van ampliando más este concepto abstracto sobre la muerte o el significado de la existencia, no necesariamente cambiando de forma drástica la cotidianeidad en la que vive el protagonista sino más bien enriqueciendo su propia perspectiva, más que una evolución o cambio en él existe una especie de concilio que al final podemos interpretar como un estado de paz interior.
Hay momentos cargados de crudo realismo, ternura, humor y monólogos emotivos completamente desgarradores, nada se siente en ningún momento forzado sino más bien reafirman una tonalidad completamente definida que parece estar condicionada por la propia presencia de su actor principal, en donde a veces se hace difícil separar esa línea divisoria entre los aspectos que parecen ser ficticios o directamente sacados de su propia persona.
Hay que mencionar como destacable la presencia de David Lynch en la cinta, separándose de su rol como director en esta oportunidad e integrándose como un miembro más del reparto, pero aun así dándole a su personaje elementos de la propia excentricidad con la que están cargadas sus propias películas.
De igual forma resulta curioso cómo esta cinta es la ópera prima de John Carrol Lynch, quien es más conocido por su trabajo como actor de reparto, a pesar de que su integración a este proyecto fue algo inesperada término siendo mucho más que solo una dirección funcional, el estatismo de la cámara y muchos otros elementos logran darle un cierto aire de iconicidad.
Es un filme que busca apelar por la pureza, reafirmando miedos preexistentes en nuestra sociedad sobre lo que es la fragilidad en la vejez o la incapacidad de encontrar significados trascendentales dentro de nuestras rutinas. Cuestiones que no pueden ser obviamente del todo concluidas pero al menos te da un aire de que pueden dársele cierto cierre satisfactorio.
Al final termina siendo una hermosa despedida cinematográfica al viejo Harry Dean Stanton en la que tuvo también el gusto de haber formado parte, no solo ayudando a preservar su imagen sino contribuyendo a crear aun más misticismo y curiosidad en torno a su figura, nuevamente se da pie a que otras personas conozcan sobre la vida de una persona fascinante con un legado actoral digno de ser recordado por generaciones.
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Todos hemos estado en la situación de estar viendo una película y decir “¡Ese actor lo he visto antes!”, y esa afirmación nunca ha sido tan acertada cuando se trataba de Harry Dean Stanton a quien estábamos viendo en pantalla. Casi de forma involuntaria, este actor ha estado presente en la cultura popular desde hace más de casi cinco décadas sin prácticamente hacer ningún alarde de ello.
Lo hemos visto como uno de los primeros miembros de la tripulación del Nostromo en desaparecer a manos del Xenomorfo en Alien; como el padre de Molly Ringwald en Pretty and Pink; con uno de los mejores monólogos sobre la fe cristiana en The Last Temptation of Christ, de Martin Scorsese, incluso haciendo un cameo como uno de los amigos de Charlie Sheen en Two and a Half Men, junto a Sean Penn y Elvis Costello.
Pero más allá de sus casi innumerables apariciones, Stanton era la clase de actor por el que todos podían sentir empatía y a quien no le faltaba la admiración profesional de sus colegas. Stanton tristemente falleció el 15 de septiembre del año pasado, solo un mes después de haber culminado posiblemente uno de los papeles más importantes en toda su carrera.
Detrás de todos sus papeles de corta participación, se escondía un hombre huraño que se guardaba para sí mismo los relatos de una vida fascinante, en la que destaca su participación como cocinero de la marina durante la Segunda Guerra Mundial, una amistad con el mítico Bob Dylan y sobre todo, una manera muy particular de ver la realidad que le valió su fama de “filósofo” entre los bares que solía frecuentar.
A pesar de su amplia capacidad actoral, muy pocas veces aceptó tener un papel protagónico, haciendo de su participación en la fabulosa Paris, Texas, de Win Wenders, tan memorable como inusual, a pesar de sus pocos diálogos supo llevar toda esa carga emotiva con maestría y talento. Ese fue su único papel principal durante varias décadas, al menos hasta que se estrenó Lucky este año, que podríamos considerar su obra póstuma y el resultado de todo su legado como actor y persona.
Lucky es una propuesta poco convencional al querer dar protagonismo a un hombre nonagenario, enfatizando el relato dentro de la cotidianeidad y la propia simpleza de acciones de su protagonista.
“Lucky” como se hace llamar Stanton en el filme, pasa la mayor parte de sus días como lo haría cualquier hombre solitario de su edad en un pequeño poblado de Texas; frecuentando la cafetería para hacer sus crucigramas, yendo a la tienda para comprar la leche, viendo programas de juegos en la tele de su casa o visitando un viejo bar local visitado por la clientela habitual.
Sin embargo, la historia toma un rumbo casi espiritual en el momento en que “Lucky” sufre un pequeño episodio en el que por primera vez en mucho tiempo, le da la oportunidad de reflexionar acerca de su propia fragilidad como individuo y las implicaciones personales de su propia muerte.
La estructura del filme a veces pareciera estar más orientada a presentar una serie de viñetas con pequeños personajes que van ampliando más este concepto abstracto sobre la muerte o el significado de la existencia, no necesariamente cambiando de forma drástica la cotidianeidad en la que vive el protagonista sino más bien enriqueciendo su propia perspectiva, más que una evolución o cambio en él existe una especie de concilio que al final podemos interpretar como un estado de paz interior.
Hay momentos cargados de crudo realismo, ternura, humor y monólogos emotivos completamente desgarradores, nada se siente en ningún momento forzado sino más bien reafirman una tonalidad completamente definida que parece estar condicionada por la propia presencia de su actor principal, en donde a veces se hace difícil separar esa línea divisoria entre los aspectos que parecen ser ficticios o directamente sacados de su propia persona.
Hay que mencionar como destacable la presencia de David Lynch en la cinta, separándose de su rol como director en esta oportunidad e integrándose como un miembro más del reparto, pero aun así dándole a su personaje elementos de la propia excentricidad con la que están cargadas sus propias películas.
De igual forma resulta curioso cómo esta cinta es la ópera prima de John Carrol Lynch, quien es más conocido por su trabajo como actor de reparto, a pesar de que su integración a este proyecto fue algo inesperada término siendo mucho más que solo una dirección funcional, el estatismo de la cámara y muchos otros elementos logran darle un cierto aire de iconicidad.
Es un filme que busca apelar por la pureza, reafirmando miedos preexistentes en nuestra sociedad sobre lo que es la fragilidad en la vejez o la incapacidad de encontrar significados trascendentales dentro de nuestras rutinas. Cuestiones que no pueden ser obviamente del todo concluidas pero al menos te da un aire de que pueden dársele cierto cierre satisfactorio.
Al final termina siendo una hermosa despedida cinematográfica al viejo Harry Dean Stanton en la que tuvo también el gusto de haber formado parte, no solo ayudando a preservar su imagen sino contribuyendo a crear aun más misticismo y curiosidad en torno a su figura, nuevamente se da pie a que otras personas conozcan sobre la vida de una persona fascinante con un legado actoral digno de ser recordado por generaciones.
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