Donde los caballos llegan a morir: un destino común
POR: ALEX VANSS
10-07-2017 12:30:24
A menudo los seres humanos nos dejamos guiar por nuestros prejuicios colocando etiquetas en los demás distanciándonos por las diferencias que a menudo son solo ideas que nos hacemos para crear así clases sociales, grupos y niveles que no hacen más que destruir nuestra humanidad.
El arte tiene entre sus grandes virtudes develarnos, a través de la sensibilidad de su creador, las almas de los seres humanos, ver sus demonios, conocer sus secretos y borrar cualquier etiqueta recobrando así nuestra pureza como seres neutrales, no buenos, no malos, simplemente seres vivos.
Esta pureza es explorada en Donde los caballos llegan a morir, película francesa dirigida por Antony Hickling, la cual aborda el viaje surrealista de Daniel, un artista plástico que viajará a través de los sueños, frustraciones y demonios de tres mujeres: Manuela, Divine y Candice. A través de la pintura Daniel develará quiénes son en realidad descubriendo que no importa su apariencia física.
Donde los caballos llegan a morir, es un viaje surrealista y lleno de metáforas. A través de la mirada de Daniel, Hickling nos muestra la decadencia de una sociedad que aún usa estereotipos y dogmas morales para juzgarnos cuando en realidad todos tenemos sueños frustrados, alegrías o tristezas, y todos absolutamente todos buscamos la felicidad.
Hay poesía en la propuesta de Hickling, la cámara nos vuelve testigos y nos permite conocer lo que mueve a cada una de las mujeres. Candice quien se aleja de Manchester para lograr convertirse en cantante, nos muestra una cara dura, una actitud agresiva y un lenguaje verbal grosero pero no es que esté amargada, simplemente es que bajo ese camuflaje pretende olvidar que su sueño de ser cantante es simplemente eso, un sueño frustrado que no podrá ser.
Los claros oscuros que nos presenta el director en su propuesta no son más que el reflejo de las vidas de las protagonistas. Divine, una mujer transexual que ha sido abusada por dedicarse a la prostitución, que ha tenido que resistir la violencia a la que ha sido sometida por su apariencia y su profesión misma que la ha vuelto invisible aunque ella se aferra a sus sueños de tener una familia.
En 70 minutos Hickling nos muestra que todos tenemos demonios con los que batallamos día a día. Manuela, mujer travesti lucha con su pasado, un pasado que la persigue, olvidar que algún día fue un hombre y convencerse de que es y será mujer.
Pero el director no deja los tormentos de Daniel fuera, el hombre que parece perfectamente funcional y aceptado por la sociedad también tiene una historia que no lo deja ser, que le rezumba en la cabeza, Daniel es ese reflejo de los que nos auto nombramos normales; él deja de ser un espectador de las minorías para ser parte de ellas recobrando así aquello que perdió.
Al final este viaje convertirá a las protagonistas en la inspiración que Daniel perdió permitiéndole construir su obra y a nosotros como espectadores nos devolverá la humanidad que los prejuicios nos quitaron mostrándonos que hay más cosas en común en el semejante que lo que nos separa.
A menudo los seres humanos nos dejamos guiar por nuestros prejuicios colocando etiquetas en los demás distanciándonos por las diferencias que a menudo son solo ideas que nos hacemos para crear así clases sociales, grupos y niveles que no hacen más que destruir nuestra humanidad.
El arte tiene entre sus grandes virtudes develarnos, a través de la sensibilidad de su creador, las almas de los seres humanos, ver sus demonios, conocer sus secretos y borrar cualquier etiqueta recobrando así nuestra pureza como seres neutrales, no buenos, no malos, simplemente seres vivos.
Esta pureza es explorada en Donde los caballos llegan a morir, película francesa dirigida por Antony Hickling, la cual aborda el viaje surrealista de Daniel, un artista plástico que viajará a través de los sueños, frustraciones y demonios de tres mujeres: Manuela, Divine y Candice. A través de la pintura Daniel develará quiénes son en realidad descubriendo que no importa su apariencia física.
Donde los caballos llegan a morir, es un viaje surrealista y lleno de metáforas. A través de la mirada de Daniel, Hickling nos muestra la decadencia de una sociedad que aún usa estereotipos y dogmas morales para juzgarnos cuando en realidad todos tenemos sueños frustrados, alegrías o tristezas, y todos absolutamente todos buscamos la felicidad.
Hay poesía en la propuesta de Hickling, la cámara nos vuelve testigos y nos permite conocer lo que mueve a cada una de las mujeres. Candice quien se aleja de Manchester para lograr convertirse en cantante, nos muestra una cara dura, una actitud agresiva y un lenguaje verbal grosero pero no es que esté amargada, simplemente es que bajo ese camuflaje pretende olvidar que su sueño de ser cantante es simplemente eso, un sueño frustrado que no podrá ser.
Los claros oscuros que nos presenta el director en su propuesta no son más que el reflejo de las vidas de las protagonistas. Divine, una mujer transexual que ha sido abusada por dedicarse a la prostitución, que ha tenido que resistir la violencia a la que ha sido sometida por su apariencia y su profesión misma que la ha vuelto invisible aunque ella se aferra a sus sueños de tener una familia.
En 70 minutos Hickling nos muestra que todos tenemos demonios con los que batallamos día a día. Manuela, mujer travesti lucha con su pasado, un pasado que la persigue, olvidar que algún día fue un hombre y convencerse de que es y será mujer.
Pero el director no deja los tormentos de Daniel fuera, el hombre que parece perfectamente funcional y aceptado por la sociedad también tiene una historia que no lo deja ser, que le rezumba en la cabeza, Daniel es ese reflejo de los que nos auto nombramos normales; él deja de ser un espectador de las minorías para ser parte de ellas recobrando así aquello que perdió.
Al final este viaje convertirá a las protagonistas en la inspiración que Daniel perdió permitiéndole construir su obra y a nosotros como espectadores nos devolverá la humanidad que los prejuicios nos quitaron mostrándonos que hay más cosas en común en el semejante que lo que nos separa.