Grand Tour: Las raíces lúdicas de Miguel Gomes
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
26-11-2024 16:27:15
La película ganadora del premio a Mejor Director para Miguel Gomes en el Festival de Cannes, Grand Tour es un melodrama preciosista que al igual que el resto de su filmografía incorpora al espectador en la dinámica lúdica que entablan sus personajes y la propia que es el cine.
En la Birmania de 1918 aún bajo el dominio colonial inglés un diplomático de bajo rango de nombre Edward (Gonçalo Waddington) cr uza las selvas y ciudades buscando escapar de su prometida Molly de quien huyó el día de su boda. Molly (Cristina Alfaiate) por otro lado, determinada a casarse con él sigue sus pasos aún cuando una enfermedad terminal está agotando sus días.
Esta es la premisa de Grand Tour, sexta película del cineasta portugués Miguel Gomes y que, como el resto de sus obras, en medio de sus grandes y pasionales melodramas como caballo de Troya introduce sus intereses por el cine clásico, el colonialismo y el constante juego con los artilugios del cine hasta romper la ficción.
Ya en su película previa Diarios de Otsoga mucho de los recursos que Gomes emplea aquí se veían presentes pues ambos largometrajes persiguen el mismo objetivo: destruir la ficción y revelar el engaño. Ésta filmada la mayor parte en blanco y negro, homenajeando el cine clásico y constantemente referenciándolo como aquella obra mayor que fue Tabu del propio Gomes, nos lleva la primera mitad siguiendo las desventuras de Edward quien se sube a un tren que se vuelca antes de llegar a su destino obligándolo a andar en elefante por la selva, luego visitar a un joven rey quien le advierte de la presencia de Molly, por lo que escapa partiendo hacia China donde es acusado de espionaje y deportado.
Esto plasma una Asia salvaje y de estereotipo, de gurus, elefantes, animales exóticos, mujeres hipnotizantes y selvas espesas sin embargo entre dichas escenas fragmentos de videodiarios de los viajes de Gomes por el continente se alternan. Poco a poco este exotismo se cae, pero también todos los mecanismos que sostienen la ficción.
Uno de los referentes claros e inmediatos es Sans Soleil de Chris Marker quien en su cinta de narración epistolar ponía en pantalla video grabaciones de diversos países asiáticos. Aquí las formas de representar el continente con sus selvas, animales y hombres en túnica larga se revelan anticuadas cuando hombres y mujeres andando en motocicleta, caminando por sus mercados o unollorando y cantando en el karaoke borran cualquier sombra de fantasía colonial.
Como muchos cineastas recientes, Gomes encuentra un gozo mayor en los rostros de la actualidad que en la ilusión del pasado. Ya la reciente Dahomey de Mati Diop, entre sus debates a los efectos del colonialismo cerraba su largometraje con los rostros de su pueblo a cámara y la cotidianidad en el frente. De un cineasta que desde sus primeros largometrajes siempre melodramas y siempre tan profundamente impulsivos, ha priorizado historizar y desmantelar, irónicamente, en sus romantizaciones la farsa que esconde lo que supone una inocente ficción no se puede esperar algo distinto.
Es quizá por ello que escoge un género tan gustado y consumido por las clases medias y bajas. Porque ya hemos estado aquí cientos de veces, las historia de la mujer que corre tras el amor de un hombre que no le corresponde la conocemos al derecho y al revés, los amores imposibles son todo un imaginario por si solo. Gomes no crea uno más, desbarata su molde.
En medio de la selva un teléfono suena, uno de los acompañantes de Molly lo saca del bolsillo. La actualidad ha ocupado la idealización colonial asiática que Gomes propuso. Hacia el ya tan esperado dramático final, a Molly se le ha acabado el tiempo y cae muerta por el frio antes de siquiera volver a ver a su prometido Edward; las luces se encienden, el blanco y negro se vuelve color, Beyond the sea de Bobby Darininvade la pantalla y la cámara se aleja para dejarnos ver lo que siempre hemos sabido que existe detrás, cámaras, micrófonos, un set de grabación, un director y un sequito de actores.
El juego entre los dos amantes que por poco más de dos horas hemos visto perseguirse de un lado a otro del continente se extiende a uno mayor en el que todo un grupo juega a construir un mundo en 4 paredes. Quizás ya toda ficción ha sido filmada, ya toda historia la hemos de saber y aún así hay un encanto en quien reinventa y difumina los límites del juego detrás de cámara y del que construye en pantalla.
Es ahí la aventura que representa la mayor de la cinefilias; la que lleva a cineastas a esperar días a que deje de llover para poner en cámara una puesta de sol, pero también la que lleva a Molly aquí a subirse a un barco en medio de la tormenta a fin de ver de nuevo a Edward. También está aquí ese amor, el que lleva a Molly a pasar sus últimos días de vida con la ilusión de un hombre del que ni el rostro recuerda, mismo que lleva año con año en cada extremo del globo terráqueo a hombres y mujeres tan diversos a empuñar una cámara y lanzarse a la incertidumbre.
En Grand Tour, Gomes construye una bella reinvención del melodrama que termina declarando su devoción al cine más que a sus protagonistas pues hace del filmar la verdadera aventura y el mayor acto de amor. Con todo y esto hay momentos en que sus imágenes traicionan su propósito pues la belleza con la que filma en blanco y negro a Edward sosteniendo un ramo de flores a bordo de un barco o al tren fuera de los rieles con los pasajeros bajando es la misma con la que miramos a un par de trabajadores desnudos empujando los barcos o a las mujeres explotadas que les sostienen las sombrillas. Queda una deuda hacia los trabajadores a los que con su blanco y negro quisotorpemente hacer de ellos Redes (Emilio Gómez Muriel) y se quedó en Araya (Margot Benaceraf).
La película ganadora del premio a Mejor Director para Miguel Gomes en el Festival de Cannes, Grand Tour es un melodrama preciosista que al igual que el resto de su filmografía incorpora al espectador en la dinámica lúdica que entablan sus personajes y la propia que es el cine.
En la Birmania de 1918 aún bajo el dominio colonial inglés un diplomático de bajo rango de nombre Edward (Gonçalo Waddington) cr
Esta es la premisa de Grand Tour, sexta película del cineasta portugués Miguel Gomes y que, como el resto de sus obras, en medio de sus grandes y pasionales melodramas como caballo de Troya introduce sus intereses por el cine clásico, el colonialismo y el constante juego con los artilugios del cine hasta romper la ficción.
Ya en su película previa Diarios de Otsoga mucho de los recursos que Gomes emplea aquí se veían presentes pues ambos largometrajes persiguen el mismo objetivo: destruir la ficción y revelar el engaño. Ésta filmada la mayor parte en blanco y negro, homenajeando el cine clásico y constantemente referenciándolo
Esto plasma una Asia salvaje y de estereotipo, de gurus, elefantes, animales exóticos, mujeres hipnotizantes y selvas espesas sin embargo entre dichas escenas fragmentos de videodiarios de los viajes de Gomes por el continente se alternan. Poco a poco este exotismo se cae, pero también todos los mecanismos que sostienen la ficción.
Uno de los referentes claros e inmediatos es Sans Soleil de Chris Marker quien en su cinta de narración epistolar ponía en pantalla video grabaciones de diversos países asiáticos. Aquí las formas de representar el continente con sus selvas, animales y hombres en túnica larga se revelan anticuadas cuando hombres y mujeres andando en motocicleta, caminando por sus mercados o unollorando y cantando en el karaoke borran cualquier sombra de fantasía colonial.
Como muchos cineastas recientes, Gomes encuentra un gozo mayor en los rostros de la actualidad que en la ilusión del pasado. Ya la reciente Dahomey de Mati Diop, entre sus debates a los efectos del colonialismo cerraba su largometraje con los rostros de su pueblo a cámara y la cotidianidad en el frente. De un cineasta que desde sus primeros largometrajes siempre melodramas y siempre tan profundamente impulsivos, ha priorizado historizar y desmantelar, irónicamente, en sus romantizaciones la farsa que esconde lo que supone una inocente ficción no se puede esperar algo distinto.
Es quizá por ello que escoge un género tan gustado y consumido por las clases medias y bajas. Porque ya hemos estado aquí cientos de veces, las historia de la mujer que corre tras el amor de un hombre que no le corresponde la conocemos al derecho y al revés, los amores imposibles son todo un imaginario por si solo. Gomes no crea uno más, desbarata su molde.
En medio de la selva un teléfono suena, uno de los acompañantes de Molly lo saca del bolsillo. La actualidad ha ocupado la idealización colonial asiática que Gomes propuso. Hacia el ya tan esperado dramático final, a Molly se le ha acabado el tiempo y cae muerta por el frio antes de siquiera volver a ver a su prometido Edward; las luces se encienden, el blanco y negro se vuelve color, Beyond the sea de Bobby Darininvade la pantalla y la cámara se aleja para dejarnos ver lo que siempre hemos sabido que existe detrás, cámaras, micrófonos, un set de grabación, un director y un sequito de actores.
El juego entre los dos amantes que por poco más de dos horas hemos visto perseguirse de un lado a otro del continente se extiende a uno mayor en el que todo un grupo juega a construir un mundo en 4 paredes. Quizás ya toda ficción ha sido filmada, ya toda historia la hemos de saber y aún así hay un encanto en quien reinventa y difumina los límites del juego detrás de cámara y del que construye en pantalla.
Es ahí la aventura que representa la mayor de la cinefilias; la que lleva a cineastas a esperar días a que deje de llover para poner en cámara una puesta de sol, pero también la que lleva a Molly aquí a subirse a un barco en medio de la tormenta a fin de ver de nuevo a Edward. También está aquí ese amor, el que lleva a Molly a pasar sus últimos días de vida con la ilusión de un hombre del que ni el rostro recuerda, mismo que lleva año con año en cada extremo del globo terráqueo a hombres y mujeres tan diversos a empuñar una cámara y lanzarse a la incertidumbre.
En Grand Tour, Gomes construye una bella reinvención del melodrama que termina declarando su devoción al cine más que a sus protagonistas pues hace del filmar la verdadera aventura y el mayor acto de amor. Con todo y esto hay momentos en que sus imágenes traicionan su propósito pues la belleza con la que filma en blanco y negro a Edward sosteniendo un ramo de flores a bordo de un barco o al tren fuera de los rieles con los pasajeros bajando es la misma con la que miramos a un par de trabajadores desnudos empujando los barcos o a las mujeres explotadas que les sostienen las sombrillas. Queda una deuda hacia los trabajadores a los que con su blanco y negro quisotorpemente hacer de ellos Redes (Emilio Gómez Muriel) y se quedó en Araya (Margot Benaceraf).