La Falla: Un diario documental que se posiciona desde la cámara
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
11-11-2024 10:42:53
Acreedora de una Mención Especial de la Sección de Largometraje Documental Mexicano en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia, La falla, de la directora Alana Simões, es un diario documental que a través de la cámara se posiciona políticamente en defensa del bienestar de los niños y a contracorriente de un cine y un discurso oficial que busca criminalizarlos.
Este año el FICM dedicó una retrospectiva al trabajo del recién fallecido director francés Laurent Cantet, quien ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2008 por Entre les murs, una ficción autobiográfica pues al estar basada en la obra homónima de François Bégaudeau que recoge sus vivencias como profesor de lengua y el mismo protagonizarla, crea un efecto de falso documental. En la obra de Cantet como en muchas otras que se habrían de realizar después impera la dicotomía del profesor como salvador o policía y los alumnos como criminales. Las películas en lugar de hablar de educación son dramas de reinserción social e intervención psicológica.
Pienso, por ejemplo, en la reciente No hagas olas, de Teddy Lussi-Modeste; Amal, de Jawad Rhalib; Explanation for everything, de Gábor Reisz; Armand, de Halfdan Ullmann Tøndel; The Teacher´s Lounge, de Ilker Çatak o About Dry Grasses, de Nuri Bilge Ceylan, pues en cada una de ellas los profesores son retratados como víctimas de un sistema que les impide reprender a sus estudiantes mientras estos desquitan su rabia en difamaciones, agresiones e insultos a sus profesores.
El cine alimentado de problemáticas actuales como las denuncias de acoso, el plagio académico, la violencia virtual y los videos con tecnología deepfake, en lugar de concientizar de los riesgos que existen para niños y jóvenes ha decidido tomar una postura adultocentrista que desacredita sus preocupaciones y busca responsabilizarlos en el mejor de los casos o directamente criminalizarlos. Las denuncias de acoso son reducidas a difamaciones de estudiantes vengativos, las de plagio académico a manipulación de estudiantes por padres interesados en obtener un beneficio económico y en los distintos tipos de violencia que sufren los profesores han colocado a los estudiantes como perpetradores.
La visión en estas producciones en torno a la educación es la misma que la existente detrás de los gobiernos que desacreditan los campamentos solidarios en universidades, de los que persiguen protestas estudiantiles, de los que desfinancian comedores escolares y de los que buscan privatizar la educación: la de escuelas como negocios y la de la educación como preparación apenas justa para sentarse detrás de un escritorio o para emplear en las fábricas y maquilas 48 o más horas a la semana.
Ante este panorama tan deprimente y desalentador, Simões filma a Celeste, una maestra de primaria que a lo largo de varios meses desde su llegada hasta su partida, nos presta sus ojos con los que vemos a su grupo de niños, no desde el prejuicio sino la empatía.
Gracias al permiso de sus padres, los rostros de cada uno de los pequeños aparecen a cuadro y crean poderosas imágenes como esos close ups de sus caras pegadas al suelo y sus brazos que se aferran a los de su profesora mientras hacen el simulacro de una balacera o las expresiones de quienes se voltean a ver unos a otros mientras la maestra Celeste les señala en el pizarrón qué partes del cuerpo no deben dejar que les toquen. Esto viniendo de una cinta filmada en un estado con crisis nacional de violencia y personas desaparecidas y en un país que ostenta el primer lugar en abuso sexual infantil y que, mientras escribo esto, uno de sus 31 estados vergonzosamente debate en tribunales si llevar a la cárcel a una niña y obligarla a indemnizar a su abusador.
El poder de La Falla reside en la mirada de su directora, quien pudiendo dejar una cámara fija y hacer de esto un simple acto de observación, escoge minuciosamente dónde colocarla. Como en las secuencias antes mencionadas en donde hay una clara intencionalidad de problematizar el concebir la violencia como cotidianidad o de resaltar la importancia de una educación sexual íntegra como parte de la prevención del abuso y la violencia, en especial en un momento en que el cine de ficción mexicano incesante e irresponsablemente ha plasmado el crimen con lujo de detalle y priorizando nuestros cuerpos heridos y sangrantes, las agresiones sexuales y el shock barato así como mientras hay quien se sigue oponiendo a la educación sexual en las aulas.
La directora también da protagonismo a los estudiantes. Los pequeños dibujan a su familia, donde a veces el padre no aparece, a veces se les olvida o lo hacen pequeñito en una esquina "porque no cabe". En conversaciones posteriores ellos cuentan como muchos de ellos están ausentes, como otros migraron al norte e incluso, de sus deseos de también seguir sus pasos y migrar.
Entre el juego y la convivencia en el salón de clases, la realidad nacional los alcanza; hay un momento en que los niños juegan a ser esposos, uno de ellos le grita a una de las niñas exigiéndole que le haga de comer, la otra contesta estar cansada de él y este termina la interacción amenazando con matarla. La discusión actuada que interrumpe la maestra Celeste es resultado, en ambas proporciones, de los contenidos culturales que reciben los niños en casa y las propias interacciones aprendidas de su entorno inmediato.
La directora no busca respuestas ni repartir culpas, sino crear imágenes perdurables que abran el diálogo y reflexiones en torno a la importancia de la protección de las infancias a través de la educación. No por nada, La Falla triunfó en el FICM compartiendo tema con la cinta de ficción ganadora del festival: Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, porque en un momento en que la violencia nos sobrepasa y el fatalismo nos invade, el cine mexicano debe dejar de buscar asustar a sus audiencias y revictimizar a quienes sufren violencia, en su lugar rescatar perspectivas que nos ayuden a creer que otro mundo es posible.
Una de estas perspectivas es la de la maestra Celeste, una alegre profesora de primaria que, como muchos educadores en el país, en un contexto complicado y adverso la cooperación y el cariño son sus armas para ayudar a un grupo de niños. Aquí no hay la abnegación de las maestras de nuestro cine nacional como María Félix de Río Escondido o Cantinflas en El profe, solo hay la firme creencia de que hay más alternativas para nuestros niños que la violencia y hay más futuro para nosotros en la educación que en la indiferencia.
Acreedora de una Mención Especial de la Sección de Largometraje Documental Mexicano en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia, La falla, de la directora Alana Simões, es un diario documental que a través de la cámara se posiciona políticamente en defensa del bienestar de los niños y a contracorriente de un cine y un discurso oficial que busca criminalizarlos.
Este año el FICM dedicó una retrospectiva al trabajo del recién fallecido director francés Laurent Cantet, quien ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2008 por Entre les murs, una ficción autobiográfica pues al estar basada en la obra homónima de François Bégaudeau que recoge sus vivencias como profesor de lengua y el mismo protagonizarla, crea un efecto de falso documental. En la obra de Cantet como en muchas otras que se habrían de realizar después impera la dicotomía del profesor como salvador o policía y los alumnos como criminales. Las películas en lugar de hablar de educación son dramas de reinserción social e intervención psicológica.
Pienso, por ejemplo, en la reciente No hagas olas, de Teddy Lussi-Modeste; Amal, de Jawad Rhalib; Explanation for everything, de Gábor Reisz; Armand, de Halfdan Ullmann Tøndel; The Teacher´s Lounge, de Ilker Çatak o About Dry Grasses, de Nuri Bilge Ceylan, pues en cada una de ellas los profesores son retratados como víctimas de un sistema que les impide reprender a sus estudiantes mientras estos desquitan su rabia en difamaciones, agresiones e insultos a sus profesores.
El cine alimentado de problemáticas actuales como las denuncias de acoso, el plagio académico, la violencia virtual y los videos con tecnología deepfake, en lugar de concientizar de los riesgos que existen para niños y jóvenes ha decidido tomar una postura adultocentrista que desacredita sus preocupaciones y busca responsabilizarlos en el mejor de los casos o directamente criminalizarlos. Las denuncias de acoso son reducidas a difamaciones de estudiantes vengativos, las de plagio académico a manipulación de estudiantes por padres interesados en obtener un beneficio económico y en los distintos tipos de violencia que sufren los profesores han colocado a los estudiantes como perpetradores.
La visión en estas producciones en torno a la educación es la misma que la existente detrás de los gobiernos que desacreditan los campamentos solidarios en universidades, de los que persiguen protestas estudiantiles, de los que desfinancian comedores escolares y de los que buscan privatizar la educación: la de escuelas como negocios y la de la educación como preparación apenas justa para sentarse detrás de un escritorio o para emplear en las fábricas y maquilas 48 o más horas a la semana.
Ante este panorama tan deprimente y desalentador, Simões filma a Celeste, una maestra de primaria que a lo largo de varios meses desde su llegada hasta su partida, nos presta sus ojos con los que vemos a su grupo de niños, no desde el prejuicio sino la empatía.
Gracias al permiso de sus padres, los rostros de cada uno de los pequeños aparecen a cuadro y crean poderosas imágenes como esos close ups de sus caras pegadas al suelo y sus brazos que se aferran a los de su profesora mientras hacen el simulacro de una balacera o las expresiones de quienes se voltean a ver unos a otros mientras la maestra Celeste les señala en el pizarrón qué partes del cuerpo no deben dejar que les toquen. Esto viniendo de una cinta filmada en un estado con crisis nacional de violencia y personas desaparecidas y en un país que ostenta el primer lugar en abuso sexual infantil y que, mientras escribo esto, uno de sus 31 estados vergonzosamente debate en tribunales si llevar a la cárcel a una niña y obligarla a indemnizar a su abusador.
El poder de La Falla reside en la mirada de su directora, quien pudiendo dejar una cámara fija y hacer de esto un simple acto de observación, escoge minuciosamente dónde colocarla. Como en las secuencias antes mencionadas en donde hay una clara intencionalidad de problematizar el concebir la violencia como cotidianidad o de resaltar la importancia de una educación sexual íntegra como parte de la prevención del abuso y la violencia, en especial en un momento en que el cine de ficción mexicano incesante e irresponsablemente ha plasmado el crimen con lujo de detalle y priorizando nuestros cuerpos heridos y sangrantes, las agresiones sexuales y el shock barato así como mientras hay quien se sigue oponiendo a la educación sexual en las aulas.
La directora también da protagonismo a los estudiantes. Los pequeños dibujan a su familia, donde a veces el padre no aparece, a veces se les olvida o lo hacen pequeñito en una esquina "porque no cabe". En conversaciones posteriores ellos cuentan como muchos de ellos están ausentes, como otros migraron al norte e incluso, de sus deseos de también seguir sus pasos y migrar.
Entre el juego y la convivencia en el salón de clases, la realidad nacional los alcanza; hay un momento en que los niños juegan a ser esposos, uno de ellos le grita a una de las niñas exigiéndole que le haga de comer, la otra contesta estar cansada de él y este termina la interacción amenazando con matarla. La discusión actuada que interrumpe la maestra Celeste es resultado, en ambas proporciones, de los contenidos culturales que reciben los niños en casa y las propias interacciones aprendidas de su entorno inmediato.
La directora no busca respuestas ni repartir culpas, sino crear imágenes perdurables que abran el diálogo y reflexiones en torno a la importancia de la protección de las infancias a través de la educación. No por nada, La Falla triunfó en el FICM compartiendo tema con la cinta de ficción ganadora del festival: Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, porque en un momento en que la violencia nos sobrepasa y el fatalismo nos invade, el cine mexicano debe dejar de buscar asustar a sus audiencias y revictimizar a quienes sufren violencia, en su lugar rescatar perspectivas que nos ayuden a creer que otro mundo es posible.
Una de estas perspectivas es la de la maestra Celeste, una alegre profesora de primaria que, como muchos educadores en el país, en un contexto complicado y adverso la cooperación y el cariño son sus armas para ayudar a un grupo de niños. Aquí no hay la abnegación de las maestras de nuestro cine nacional como María Félix de Río Escondido o Cantinflas en El profe, solo hay la firme creencia de que hay más alternativas para nuestros niños que la violencia y hay más futuro para nosotros en la educación que en la indiferencia.