La luz que imaginamos: resplandecientes espejismos
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
16-07-2024 10:08:17
Después de un celebrado largometraje documental, Paal Kapadia hace su debut en el cine de ficción con La luz que imaginamos (All we imagine as a light), cinta que le valió el premio del jurado en el pasado Festival de Cannes y que, tras exhibirse como parte de la competencia internacional de FICUNAM, se hizo con el premio del público. Un segundo título en su filmografía que confirma su sensibilidad fílmica y en especial, a ojos de todos, su extensa intertextualidad cinéfila.
En la ópera prima de la directora Payal Kapadia A Night of Knowing Nothing, estrenada en México igualmente en la competencia internacional de FICUNAM de hace dos años, una estudiante universitaria intercambia cartas con su pareja que se encuentra fuera del país en los que lentamente se va colando la realidad nacional, así como sus sueños, ambiciones, angustias y recuerdos hasta difuminarse y no reconocerse la realidad de la fantasía.
Este estilo lírico que adoptó en su ópera prima y que, ha vuelto propio en La luz que imaginamos, remite a Satyajit Ray pues las heroínas que protagonizan ambas citas también se insertan en un imaginario popular alimentado por las obras Ray y de otros directores de la época de oro del cine indio.
La luz que imaginamos sigue la vida de tres enfermeras que laboran en el mismo hospital de Bombay: Prabha, Anu y Parvaty.
Prabha y Anu comparten un pequeñísimo departamento en el centro de la ciudad. Prabha lleva años sin hablar con su esposo, quien tras cumplir con el matrimonio arreglado por su familia viajó a Alemania y perdió contacto con la India y con ella. Anu por otro lado es una joven enfermera blanco de críticas en su lugar de trabajo por la relación que mantiene a escondidas con Shiaz, un joven musulmán. Y finalmente, Parvaty, una mujer recién enviudada amenazada de desalojo por una empresa constructora que compró su departamento al no contar ella con los papeles de su fallecido esposo que la acrediten como residente o la haga acreedora a recibir una compensación.
Las tres mujeres y sus historias de vida recuerdan a las protagonistas de Ray pues enfrentan dilemas morales que las confrontan con los valores sociales y costumbres de una sociedad conservadora como la de Bombay y a la vez uno de los mayores conglomerados urbanos del país. En Prabha hay algo de Charulata, quien lidera el filme homónimo ya que aquella mujer que apenas si pasaba tiempo con su esposo y se sentía atraída por Amal, el primo de este, carga consigo las mismas dudas que Prabha cuando empieza a desarrollar interés por el Dr. Manoj, quien busca estar con ella sabiendo que tiene esposo.
Pero también hay en ella algo de la abnegada vendedora Arati de The Big City al ser una mujer que ha sabido mantenerse por su cuenta en una ciudad tan grande y en muchas ocasiones ser el sostén de su entorno inmediato al insistir en brindarle asilo a Parvaty ante la intimidación institucional o cubriendo los gastos de Anu cuando el dinero no alcanza para la renta.
Anu por otro lado guarda similitudes con la Shaila de Bombay, de Mani Ratnam, no solamente por su relación con un musulmán sino porque es ella quien permite vislumbrar las limitantes que le impiden hacer pública su relación. Durante una boda familiar, Shiaz decide quedarse en casa e invita a Anu a pasar la tarde con ella, sin embargo, le aclara que es necesario portar el hijab para entrar a su barrio. Estando a unas cuantas estaciones de llegar, recibe un mensaje de Shiaz advirtiendo el regreso de su familia y, por ende, la cancelación de su cita.
La India es desde los años 30´s uno de los países con mayor producción fílmica del mundo siempre sentando cifras anuales récord, además de ser una de las poblaciones más asiduas a las salas de cine junto con la china y la mexicana.
Con todo esto, el cine indio que se exporta a festivales, igual que el chino y el mexicano, están envueltos en las mismas temáticas; las inspiradoras historias de realización a través de la migración que apuntan a Estados Unidos como sueño aspiracional o la ola de cine de pornomiseria que pintan nuestros pueblos como escenarios postapocalípticos y su gente como animales salvajes.
En estos dos tipos está Shah Ruh Khan quien ha protagonizado un universo fílmico de historias de superación personal y anhelo por la vida americana en cintas como My name is Khan o Swades y del otro extremo cineastas como Anubhab Sinha con Thappad, Mulk o Article 15 que reducen el país a desnutridos cuerpos muriendo en las calles y violentos traficantes de drogas.
De lo que Mira Nair hacía en Salaam Bombay! bebiendo del neorrealismo italiano o Guru Dutt, Ritwik Ghatak, Mani Kaul y Satyajit Ray que a sus retratos realistas de la vida suburbana ponían foco en las relaciones humanas, poco queda en el cine indio pues el ciclo festivalero se ha plagado de los dos tipos de cintas antes descritas y el circuito comercial ha quedado a merced del melodrama musical y las cintas de acción nacionalistas.
Por eso me es sorpresivo mirar en La luz que imaginamos una denuncia a la gentrificación, la explotación laboral, la discriminación y la pobreza desde pequeños actos de resistencia intercalando las escenas de muerte y miseria de la filmografía nacional por las de un par de amigas que incapaces de vencer el sistema apedrean la publicidad de la constructora que amenaza con quitarles la casa.
O que un largometraje al retratar la relación de un musulmán y una hindú (tema recurrente del cine indio) priorice escenas de intimidad, de los brazos recorriendo sus cuerpos y las gotas de los arboles cayendo sobre sus mejillas en medio del bosque, por encima de linchamientos y apedreadas. Escenas que en algún momento Dutt o Ray filmaron, en especial éste último que Kapadia sin duda tiene como memoria fílmica de Days and Nights in the Forest.
Pese a ello, Kapadia es muy clara en sus entrevistas al nombrar sus referentes: Agnés Varda, Alice Rohrwacher, Mati Diop y Claire Denis.
La abrumadora sensación de familiaridad con la que las imágenes de Kapadia resuenan en el espectador va más allá, pues sentada en la silla de cineasta hay también una espectadora que se define así misma como nosotros, como una cinéfila.
Como en La Chimera, de Rohrwacher, que mira a través de un hilo rojo un amor que trasciende la muerte o en Atlantics, de Diop, en las que una serie de acontecimientos conspiran para unir por última vez a dos amantes, Kapadia cree en los milagros. Aquí viene representado en una cafetera de fabricación alemana que puede poner fin al luto en vida que guarda Prabha y la posibilidad de despedirse y hacer una vida tras la partida de su esposo.
Esta realidad social que sobrepasa a Anu, Prabha y Parvaty ha sido el interés de la directora desde su cortometraje Afternoon Clouds. La independencia que persiguen las tres mujeres y la que han perseguido todas sus protagonistas desde aquel cortometraje está limitada, sí por lo social pero mayormente por hombres fantasmales, que aún en la ausencia siguen rigiendo de manera económica, emocional y laboral sus vidas.
Un contraste curioso que también se repite en la ciudad. Una Ciudad como Bombay que libera a muchas mujeres del yugo conservador y tradicionalista de los pueblos, pero las ata a códigos sociales y las somete a un sistema de producción abusivo para poder llevar comida a la mesa. Recorriendo la urbe en fragmentos que parecen extraídos de Phantom India de Louis Malle, sin embargo, éstos revelan no una ciudad de esperanza, sino una de ilusiones, una de cielos grises, luces azules y monzones en la que, como en las grandes urbes, hay que mantenerse anestesiado para sobrevivir y en la que el sentimiento de tristeza y estancamiento prevalece.
A esta adversidad no hay solución, pero sí intransigencia. Kapadia se abre paso con un milagro que libera a sus protagonistas de la tristeza, el rechazo y el abandono, no desde la ingenuidad sino desde la fe en la comunidad y el acompañamiento.
Frente a nosotros ocurren dos, el que está dentro de la pantalla y el que nosotros vivimos pues Kapadia mira en el cine y el acto de mirar el verdadero milagro que nos une. El que involuntariamente la vincula tanto con Satyajit Ray, Guru Dutt y Mira Nair como con Alice Rohrwacher, Mati Diop y Claire Denis y el que nos hace partícipes del diálogo con una igual, con una cinéfila que, emocionada, como nosotros cree que las imágenes de afectos y rostros son la resistencia a la cotidianidad y nuestro puente a la construcción de una comunidad.
Después de un celebrado largometraje documental, Paal Kapadia hace su debut en el cine de ficción con La luz que imaginamos (All we imagine as a light), cinta que le valió el premio del jurado en el pasado Festival de Cannes y que, tras exhibirse como parte de la competencia internacional de FICUNAM, se hizo con el premio del público. Un segundo título en su filmografía que confirma su sensibilidad fílmica y en especial, a ojos de todos, su extensa intertextualidad cinéfila.
En la ópera prima de la directora Payal Kapadia A Night of Knowing Nothing, estrenada en México igualmente en la competencia internacional de FICUNAM de hace dos años, una estudiante universitaria intercambia cartas con su pareja que se encuentra fuera del país en los que lentamente se va colando la realidad nacional, así como sus sueños, ambiciones, angustias y recuerdos hasta difuminarse y no reconocerse la realidad de la fantasía.
Este estilo lírico que adoptó en su ópera prima y que, ha vuelto propio en La luz que imaginamos, remite a Satyajit Ray pues las heroínas que protagonizan ambas citas también se insertan en un imaginario popular alimentado por las obras Ray y de otros directores de la época de oro del cine indio.
La luz que imaginamos sigue la vida de tres enfermeras que laboran en el mismo hospital de Bombay: Prabha, Anu y Parvaty.
Prabha y Anu comparten un pequeñísimo departamento en el centro de la ciudad. Prabha lleva años sin hablar con su esposo, quien tras cumplir con el matrimonio arreglado por su familia viajó a Alemania y perdió contacto con la India y con ella. Anu por otro lado es una joven enfermera blanco de críticas en su lugar de trabajo por la relación que mantiene a escondidas con Shiaz, un joven musulmán. Y finalmente, Parvaty, una mujer recién enviudada amenazada de desalojo por una empresa constructora que compró su departamento al no contar ella con los papeles de su fallecido esposo que la acrediten como residente o la haga acreedora a recibir una compensación.
Las tres mujeres y sus historias de vida recuerdan a las protagonistas de Ray pues enfrentan dilemas morales que las confrontan con los valores sociales y costumbres de una sociedad conservadora como la de Bombay y a la vez uno de los mayores conglomerados urbanos del país. En Prabha hay algo de Charulata, quien lidera el filme homónimo ya que aquella mujer que apenas si pasaba tiempo con su esposo y se sentía atraída por Amal, el primo de este, carga consigo las mismas dudas que Prabha cuando empieza a desarrollar interés por el Dr. Manoj, quien busca estar con ella sabiendo que tiene esposo.
Pero también hay en ella algo de la abnegada vendedora Arati de The Big City al ser una mujer que ha sabido mantenerse por su cuenta en una ciudad tan grande y en muchas ocasiones ser el sostén de su entorno inmediato al insistir en brindarle asilo a Parvaty ante la intimidación institucional o cubriendo los gastos de Anu cuando el dinero no alcanza para la renta.
Anu por otro lado guarda similitudes con la Shaila de Bombay, de Mani Ratnam, no solamente por su relación con un musulmán sino porque es ella quien permite vislumbrar las limitantes que le impiden hacer pública su relación. Durante una boda familiar, Shiaz decide quedarse en casa e invita a Anu a pasar la tarde con ella, sin embargo, le aclara que es necesario portar el hijab para entrar a su barrio. Estando a unas cuantas estaciones de llegar, recibe un mensaje de Shiaz advirtiendo el regreso de su familia y, por ende, la cancelación de su cita.
La India es desde los años 30´s uno de los países con mayor producción fílmica del mundo siempre sentando cifras anuales récord, además de ser una de las poblaciones más asiduas a las salas de cine junto con la china y la mexicana.
Con todo esto, el cine indio que se exporta a festivales, igual que el chino y el mexicano, están envueltos en las mismas temáticas; las inspiradoras historias de realización a través de la migración que apuntan a Estados Unidos como sueño aspiracional o la ola de cine de pornomiseria que pintan nuestros pueblos como escenarios postapocalípticos y su gente como animales salvajes.
En estos dos tipos está Shah Ruh Khan quien ha protagonizado un universo fílmico de historias de superación personal y anhelo por la vida americana en cintas como My name is Khan o Swades y del otro extremo cineastas como Anubhab Sinha con Thappad, Mulk o Article 15 que reducen el país a desnutridos cuerpos muriendo en las calles y violentos traficantes de drogas.
De lo que Mira Nair hacía en Salaam Bombay! bebiendo del neorrealismo italiano o Guru Dutt, Ritwik Ghatak, Mani Kaul y Satyajit Ray que a sus retratos realistas de la vida suburbana ponían foco en las relaciones humanas, poco queda en el cine indio pues el ciclo festivalero se ha plagado de los dos tipos de cintas antes descritas y el circuito comercial ha quedado a merced del melodrama musical y las cintas de acción nacionalistas.
Por eso me es sorpresivo mirar en La luz que imaginamos una denuncia a la gentrificación, la explotación laboral, la discriminación y la pobreza desde pequeños actos de resistencia intercalando las escenas de muerte y miseria de la filmografía nacional por las de un par de amigas que incapaces de vencer el sistema apedrean la publicidad de la constructora que amenaza con quitarles la casa.
O que un largometraje al retratar la relación de un musulmán y una hindú (tema recurrente del cine indio) priorice escenas de intimidad, de los brazos recorriendo sus cuerpos y las gotas de los arboles cayendo sobre sus mejillas en medio del bosque, por encima de linchamientos y apedreadas. Escenas que en algún momento Dutt o Ray filmaron, en especial éste último que Kapadia sin duda tiene como memoria fílmica de Days and Nights in the Forest.
Pese a ello, Kapadia es muy clara en sus entrevistas al nombrar sus referentes: Agnés Varda, Alice Rohrwacher, Mati Diop y Claire Denis.
La abrumadora sensación de familiaridad con la que las imágenes de Kapadia resuenan en el espectador va más allá, pues sentada en la silla de cineasta hay también una espectadora que se define así misma como nosotros, como una cinéfila.
Como en La Chimera, de Rohrwacher, que mira a través de un hilo rojo un amor que trasciende la muerte o en Atlantics, de Diop, en las que una serie de acontecimientos conspiran para unir por última vez a dos amantes, Kapadia cree en los milagros. Aquí viene representado en una cafetera de fabricación alemana que puede poner fin al luto en vida que guarda Prabha y la posibilidad de despedirse y hacer una vida tras la partida de su esposo.
Esta realidad social que sobrepasa a Anu, Prabha y Parvaty ha sido el interés de la directora desde su cortometraje Afternoon Clouds. La independencia que persiguen las tres mujeres y la que han perseguido todas sus protagonistas desde aquel cortometraje está limitada, sí por lo social pero mayormente por hombres fantasmales, que aún en la ausencia siguen rigiendo de manera económica, emocional y laboral sus vidas.
Un contraste curioso que también se repite en la ciudad. Una Ciudad como Bombay que libera a muchas mujeres del yugo conservador y tradicionalista de los pueblos, pero las ata a códigos sociales y las somete a un sistema de producción abusivo para poder llevar comida a la mesa. Recorriendo la urbe en fragmentos que parecen extraídos de Phantom India de Louis Malle, sin embargo, éstos revelan no una ciudad de esperanza, sino una de ilusiones, una de cielos grises, luces azules y monzones en la que, como en las grandes urbes, hay que mantenerse anestesiado para sobrevivir y en la que el sentimiento de tristeza y estancamiento prevalece.
A esta adversidad no hay solución, pero sí intransigencia. Kapadia se abre paso con un milagro que libera a sus protagonistas de la tristeza, el rechazo y el abandono, no desde la ingenuidad sino desde la fe en la comunidad y el acompañamiento.
Frente a nosotros ocurren dos, el que está dentro de la pantalla y el que nosotros vivimos pues Kapadia mira en el cine y el acto de mirar el verdadero milagro que nos une. El que involuntariamente la vincula tanto con Satyajit Ray, Guru Dutt y Mira Nair como con Alice Rohrwacher, Mati Diop y Claire Denis y el que nos hace partícipes del diálogo con una igual, con una cinéfila que, emocionada, como nosotros cree que las imágenes de afectos y rostros son la resistencia a la cotidianidad y nuestro puente a la construcción de una comunidad.