Beetlejuice, Beetlejuice y el negocio de la nostalgia

POR: ALEX VANSS

06-09-2024 08:32:39

Beetlejuice, Beetlejuice y el negocio de la nostalgia


Desde hace unos años se explota la nostalgia a full y es un buen negocio, la verdad, aquellos niños sin poder adquisitivo ahora pueden gastar sus quincenas como adulto independiente con gustos bien dementes -like si lo leíste cantando- pero este negocio va en detrimento de lo que se entrega a cambio, productos de mala calidad, pasajeros y olvidables, esto le pasa a Beetlejuice, Beetlejuice, que no lo voy a negar, es divertida, pero no memorable.

Las secuelas tiene el estigma de ser malas y es que superar a una película que cautivó al público, marcó época, regaló secuencias memorables y fascinó con su soundtrack, no es tarea fácil para nadie, así seas un director indie o una vaca sagrada como Tim Burton.


Nadie viene aquí a negar el talento del director sesentero, nadie puede discutir su trayectoria y legado pero tampoco podemos negar que hay películas que si no las hacen, pues no pasa nada.


Y eso ocurre exactamente con Beetlejuice, Beetlejuice, una película cuya inexistencia no hubiera afectado en nada la carrera de Burton, Keaton, Ryder u O’Hara, ni a los fans de la primera cinta, pero ya que fue hecha, pues hay que verla.


Dicho lo anterior, hablemos de ella. La historia es simple, han pasado muchos años desde que aquel “demonio” aterrorizó a los Deetz, sin embargo, la vida de sus víctimas siguió siendo tan bizarra como la conocimos, una mujer medio dark/empastillada, que vive haciendo programas de fantasmas, una artista plástica que ha sabido sacarle jugo a aquella experiencia paranormal y un padre más mundano y preocupado en placeres simples, como la observación de aves, que será el gatillo para que ésta familia regrese a aquella casa, junto con Astrid, una adolescente, interpretada por Jenna Ortega, que tiene una terrible relación con su mamá, sí, con Lydia.


En paralelo, descubrimos que Beetlejuice sigue… mmm… enamorado de Lydia y fantasea con casarse con ella, sin embargo, un evento trágico se interpondrá en su camino, eso y que está atorado en ese mundo donde los muertos  esperan su turno para ir a la gloria eterna.


Además de los personajes de siempre, y el de Ortega, previamente revelado, conocemos al novio de Lydia, a la novia de Beetlejuice, a un actor que al morir se convierte en detective del más allá y a un adolescente que enamorará a Astrid, ahhh y claro, a Rob, ¿recuerdan a los hombres con cabezas jíbaras de la primera película? Pues Rob es uno de ellos y ahora trabaja para “Bitelchuz”.


Beetlejuice, Beetlejuice y el negocio de la nostalgia


Díganme amargado pero tanto nuevo personaje solo genera problemas, en una de esas hubiera sido mejor hacer una miniserie y es que con tantas nuevas incorporaciones, incluso el papá de Astrid, al cual conoceremos hacia la recta final de la película, sus historia no alcanzan a cuajar, no entendemos muy bien sus historias ni sus intenciones u objetivos, se nos dice muy someramente, tal vez la historia entre Beetlejuice y su novia, interpretada por la hermosa, diosa, diva, Monica Belluci, sea la única que se nos explica pero pues al final esa relación que prometía muchas complicaciones para los protas, termina siendo anecdótica.


Tal vez Burton estaba más preocupado en el diseño de producción, vestuario, maquillaje, escenografía, efectos o haciendo al gusano de arena en stop motion que en trabajar un guion que pudiera conjuntar a tanto personaje y entregar una película donde no todo se resolviera de un plumazo.


Y tal vez me ando poniendo exquisito pero es que cuando tienes una saga tan icónica a la que pretendes hacerle una secuela después de tantos años (porque caricatura hubo y toda la cosa) pues uno esperaría algo menos “faciloso”.


No sé si es el amor, la edad, la flojera, la huelga de escritores o que sencillamente el negocio de la nostalgia no es tan negocio, pero desafortunadamente Beetlejuice, Beetlejuice terminó siendo una película más, de esas que se hacen para pasar un rato agradable en fin de semana, en lo que llega el lunes y na’mas. 



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