Una historia de amor y guerra, mejor guion en FICUNAM14

POR: EDUARDO ARAGÓN MIJANGOS

01-07-2024 16:53:02


Una historia de amor y guerra es la nueva película del director mexicano Santiago Mohar Volkow, que se estrenó a nivel mundial en el Festival de Rotterdam a principios de este año; y en México el pasado 14 de junio en el marco del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM), en donde ganó el Premio a mejor guion original.

El filme es una sátira, diría que parcialmente una comedia estilo gringo (nueva escuela hollywoodense de comedia) que me recordó un poco, quizás por la caracterización que le dieron al personaje principal, la serie de películas llamadas Hangover (¿Qué pasó ayer?) de Todd Phillips, que tuvieron la característica de que la entrega posterior siempre fue peor que su predecesora. También me recordó el cine grotesco, que tanto gusta a mucha gente en Iberoamérica, de Alex de la Iglesia.


Digo que es parcialmente una comedia estilo gringo, porque a diferencia de este tipo de comedia vacías, sin significados dignos y completamente superficiales, casi siempre propagandísticas del capitalismo y el imaginario estilo de vida estadounidense, Una historia de amor y guerra resulta sorpresivamente una comedia cargada de significado social e histórico, lo que la distingue de aquel estilo que hoy domina las salas de los cines comerciales en el mundo, estilo preferido de los creadores del cine hegemónico de masas. Entonces podríamos decir que la película sigue la escuela gringa en cuanto a la forma, no en cuanto al fondo y eso la salva.


La trama es una reminiscencia satírica del Segundo Imperio Mexicano y de la presencia de Maximiliano de Habsburgo y Carlota en México, en los desesperados esfuerzos del siempre despreciable y pernicioso conservadurismo mexicano por mantener sus privilegios frente al peligro que representaba el gobierno liberal burgués de Benito Juárez.



Para el desarrollo de esta trama, el director diseñó un relato atemporal, donde no se sabe a ciencia cierta en qué momento histórico estamos. Con situaciones y ambientaciones escénicas modernas y contemporáneas, pero con vestuarios y detalles de utilería de la segunda parte del siglo XIX, Santiago Mohar logra ese efecto atemporal, que a la larga le permitirá jugar con distintos momentos de la historia de México, de tal forma que podremos ver al protagonista de la película Pepe Sánchez-Campo (Andrew Leland Rogers), un pernicioso junior moderno dedicado al oscuro negocio inmobiliario que tantos dudosos ricos ha hecho en nuestros tiempos, y que se encuentra cerca de casarse con su novia Constanza (Lucía Gómez Robledo), aparecer como Cortés ordenando a Pedro de Alvarado, mejor conocido como “el carnicero de Tenochtitlán”, ir a matar indios (lo que más le gustaba); o como Hidalgo gritando ¡Viva México! ¡Muera España! —Cosas que nunca grito. Realmente lo que gritó fue “Viva Fernando VII”— o como Pancho Villa.


Pepe Sánchez-Campo, que lo podemos identificar con Maximiliano, intenta construir un enorme y lujuso Centro Comercial en tierras ejidales o comunales, pasando, como siempre sucede, por encima de los derechos agrarios de las comunidades mexicanas que se encuentran en posesión y propiedad de las tierras. Él piensa, y la historia lo respalda, que corrompiendo, ya sea a los comuneros, ya sea a las autoridades, no deberá tener problema alguno para llevar a cabo su proyecto.


El Maximiliano recargado de Mohar logra sobornar a todo mundo a lo largo de la película, menos a los comuneros, quienes lo toman prisionero cuando regresaba de su surrealista despedida de soltero, para hacerle un juicio bajo sus normas y tradiciones. Mientras Constanza, que podemos identificar con Carlota, lo “espera” para casarse.


No es éste el tipo de cine que prefiero ver, lleno de exageraciones, ridiculizaciones, sin sentidos y eventualidades que llegan a caer en lo grotesco, pero en el caso de Una historia de Amor y Guerra, lo que salva a la película es que, en todo momento, busca lanzar un mensaje social donde crítica las eternas desigualdades de nuestro país, los hábitos y perniciosos excesos de las élites juveniles de nuestros días, que se sienten dueñas del país, que se dicen mirreyes entre ellos porque realmente se sienten reyes anacrónicos de un país atemporal, como la película, sumergido en la miseria y la violencia. Quizás de ahí se desprendan estas intenciones de atemporalidad del director.


Aunque Santiago Mohar, en un acto quijotesco, no deja títere con cabeza, y acaba criticando todos los estereotipos que aparecen a lo largo de su historia, hay un detalle que para mí es muestra clara de que tiene intenciones honestas de mandar un mensaje sincero de justicia social y no es otro blanco disfrazado de héroe, a quién en realidad no le importa la situación que supuestamente denuncia al momento de diseñar y escribir su obra, sino el mero lucimiento personal y si es posible lucro.


Dicho detalle de legitimidad consiste en que Santiago hace un esfuerzo argumentativo importante para no criminalizar al grupo de comuneros —que si me preguntan podrían ser la representación del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional—, y los exenta de la responsabilidad y autoría de un asesinato que ocurrirá en la trama, del que no voy a contar más a efecto de no hacer más revelaciones (spoilers dicen los gringos), pero que después de ver la película, seguramente entenderán a lo que me refiero, sin que ello implique, desde luego, que coincidan con mi apreciación.



Después de la presentación en el Centro Cultural Universitario Santiago Mohar dijo algo que me pareció muy interesante y que voy a tratar de reproducir con mis palabras: dijo que el realismo en el cine ya estaba rebasado, refiriéndose a que hoy en día hacer películas de denuncia social con un estilo realista, ya no causan ningún efecto en las conciencias de las audiencias, dando a entender que se empieza a normalizar.


Por lo que la opción que les queda a los realizadores cinematográficos comprometidos socialmente es acudir a la comedia, al “barroco intenso” y a la exageración para reflejar (y denunciar) lo que realmente está pasando en el país y en el mundo. Al director le gustaría que el mensaje que contiene su película sea tomado y analizado con seriedad y sirva para la reflexión del espectador, más allá de las risas del momento.


Le pregunté si había hecho una investigación histórica previa para la realización del guion y me contestó que no a profundidad, que el filme se basó de alguna manera en la novela Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Obra que leyó durante la prolongadísima cuarentana ocasionada por el COVID-19, que se atravesó en el rodaje de la película y que hizo que cambiará algunas cosas del guion originalmente elaborado, para adecuarla un poco más a la historia de Maximiliano y Carlota que se cuenta en aquel libro.


Quizás por esta razón, su fuente literaria, el texto ganó el Premio Tinta a mejor guion en el FICUNAM. Aunque el guion no es malo y cierra con un epilogo bastante bueno y emocional que llega a rescatar algunos defectos de la historia, me parece que pudo haberse pulido para darle más coherencia.


Con lo que quiero decir que el guion no es malo, ni mucho menos, pero no tan bueno como para ganar un premio. Aunque ahora que lo pienso, de todas la películas que vi en la Sección Ahora México, que es la Sección Oficial de cine mexicano del FICUNAM, salvo por Xquipi, de Juan Pablo Villalobos, —que hay que decir que es un cortometraje, que por alguna razón, sobre la que en algún momento especularemos, se incluyó en una sección propia de largos—, y la que ahora se comenta, en las demás piezas no hubo un guion artístico (literario), un guion premiable como guion, lo que no sé si sea una lamentable y peligrosa tendencia del cine mexicano actual, una coincidencia, o la extraña y cuestionable intención del mismo FICUNAM de seleccionar películas sin guion en términos artísticos o literarios. Siendo el guion, hoy en día y quizás desde siempre, una de las partes fundamentales de la obra cinematográfica.


Cualquiera que sea la razón que dio lugar a la pobreza guionística percibida en el FICUNAM 14, para los que nos gusta la experiencia literaria que se puede derivar de la obra cinematográfica, concebida no como inserciones literarias expuestas desde el exterior en la película, sino más bien creando un cine que se constituye a la vez como fuente original de literatura, como lo es el teatro; es un motivo de preocupación, que se junta, o quizás es parte de lo mismo, con los bajos niveles de calidad que el cine mexicano viene arrastrando desde hace varios años. Sólo en estas circunstancias se puede explicar que Una historia de Amor y Guerra haya ganado el premio a mejor guion.


Seguramente, por los niveles de producción y estilo de la película, en algún momento será exhibida en cines o por lo menos en alguna plataforma digital de reproducción de contenido cinematográfico (streaming), así que habrá oportunidad de que la vean y saquen sus propias y mejores conclusiones. Desde luego, que incluso aunque como he reiterado en diversas ocasiones este tipo de cine no me gusta, debo decir que vale la pena ver la película.


Anécdota.


La película se estrenó en la bellísima Sala Covarrubias del Centro Cultural Universitario de la UNAM, ante un aforo completamente lleno. Llegué un poco justo de tiempo y tuve que hacer una fila mediana a larga para ingresar a ver la proyección, que no tenía ni pies ni cabeza, así que tuve que recorrerla de cabo a rabo un par de veces —de hecho creo que sin querer me metí antes del final, pero yo no sé porque a la gente le da por ponerse a platicar y no hacer bien la línea de espera, esto no pasa cuando voy por las tortillas—, eso me permitió ver, como buen flaneur —que no soy pero quiero ser—, el tipo de gente que asistía a la función de estreno; y no porque me guste juzgar (que si me gusta, pero no fue por eso) sino porque era muy evidente, pude notar que la asistencia en su mayoría era clase media alta y alta, o lo que en términos de la actualidad político-social mexicana podríamos denominar fifís o whitexicans; descendientes, algunos, paradójica y probablemente, de los conservadores europeizados que invitaron a Maximiliano a establecer su Imperio en México.


Lo que me resultó especialmente curioso de dicha circunstancia es que aunque la película critica en gran medida actitudes que son regularmente identificadas o relacionadas con ese grupo social al que me refiero asistió mayoritariamente a la proyección (fifís), y que, por las mismas razones obvias, en algún momento se pudieron haber sentido ofendidos o agredidos, la verdad es que, o no cayeron en cuenta de la crítica que les estaban haciendo o no se asumieron en ese momento en ese grupo social al que si no pertenecen ansían pertenecer o simplemente lo tomaron por el lado amable, pero rieron igual que los 2 o 3 escasos proletarios despistados que nos habíamos colado a la función.



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