La Zona del Interés: La indiferencia, complicidad de la barbarie

POR: JOSÉ LUIS SALAZAR

23-02-2024 03:39:31

La Zona del Interés: La indiferencia, complicidad de la barbarie


Zona de interés, la nueva película del cineasta británico Jonathan Glazer realizada, quien tras 10 años de descanso obtuvo recientemente 5 nominaciones en los premios Oscar y llega a salas de cine del país en un contexto en que su tema y la manera en cómo lo aborda puede terminar desapareciendo de la conversación pública hechos recientes y abanderando a opresores.

El comandante alemán Rudolf Höss, su esposa Hedwig y sus hijos viven en una amplia casa con alberca, en la cercanía a un lago y a bellos paisajes naturales. Fuera de cuadro los siguen los sonidos de quejidos, llantos, gritos agónicos, disparos y un smog proveniente del otro lado del enorme muro que colinda la casa. Ellos viven en una “zona de interés”, término que utilizaban los nazis para referirse al espacio circundante a un campo de concentración; en este caso al de Auschwitz.


Jonathan Glazer filma su rutina desde la distancia y perspectiva casi de cámara de seguridad en coto residencial, diferenciándose de la novela de 2014 de Martin Amis que a manera de comedia de humor negro se metía en la vida íntima, encuentros sexuales y arranques de ira de sus personajes. Aquí incluso en las discusiones e interacciones en habitaciones no hay menor distancia que la que una videocámara en el techo.


Con esta gran diferencia entre la película y su fuente de inspiración no deja de existir el mismo propósito detrás de ambas: el morbo. En la novela claramente es saciado, en la película no tanto. El morbo que nace de la pregunta ¿cómo vivían o qué hacían en su vida privada los nazis? Una pregunta de quienes miran en ellos monstruos o bestias salvajes antes que humanos. Y la misma que alimenta a los fanáticos del true crime y del cine de asesinos seriales, de ver qué come, dónde vive, cómo duerme y qué gusta hacer en el interior de su hogar a aquel que disfruta de la tortura y flagelación en las calles.


Zona de interés


Glazer deja la mitificación de lado y los pinta mundanos. Riegan las flores del jardín, van de picnic, arreglan la cama, tienen problemas maritales, asisten a reuniones sociales, cuidan a los niños. Como cualquier vecino, amigo o familiar nuestro, tratando de que la cotidianidad plasmada no solo ilustre la banalidad detrás de su sadismo sino la sutileza de su complicidad. La banal de quien abraza a sus hijos mientras despelleja humanos cruzando el muro, y la sutileza de quien saluda y platica con quien mancilla y desaparece cuerpos a diario.


En el filme de Glazer, quien espera encontrar en los nazis sádicos psicópatas con partes humanas colgando del ropero se irá con la decepción de hallar individuos funcionales y conscientes de lo que hacen. Nada distintos en ese sentido de nosotros. Y aquí hay un riesgo.


La película tendría sentido si Rudolf Höss y su esposa Hedwig no hubieran existido en la vida real y fueran solo vagas inspiraciones de militantes nazis. Pero ellos lejos de haber sido un par de burócratas sumisos al régimen y concentrados en construir un hogar como son representados, eran entusiastas fascistas que desde jóvenes se enlistaron en cuanta organización racista y antisemita hallaron y que a 10 años de que si quiera existiera el partido nazi en Alemania ya cargaban sangre en sus manos y habían pisado la cárcel.


Vistos como unos oficiales más del régimen nazi, el filme se hubiera entendido como una advertencia de la capacidad de trivializar la violencia y como sutilmente podemos ser cooptados por el fascismo. Que no somos inmunes a la propaganda.


Zona de Interés


Como en Post Mortem, de Pablo Larraín, en donde nuestro protagonista, un auxiliar de morgue, se percataba que los cuerpos llegados venían de la represión en el contexto de la dictadura militar y lo hacía replantearse su burocrático trabajo que servía en realidad para encubrir la violencia del Estado. O en La historia oficial, de Luis Puenzo, en que una profesora de historia afín al régimen de Videla se percata de su papel en la dictadura cuando poco a poco cuestiona la historia oficial de su país a raíz de descubrir que su hija tomada en adopción en realidad fue robada a opositores.


En Zona del interés no se puede hacer este tipo de ejercicios cuando quienes están detrás de estos personajes fueron feroces asesinos entregados de lleno a la tortura y la barbarie desde antes que los nazis tomaran Alemania. Lo que se consigue parece contrario a lo que se quiere: justificar sus actos y contrarrestar sus cargos. La violencia, aunque no se pone en pantalla es terrorífica por cómo se diseña. Pues cada sonido, llanto, quejido, disparo, grito o lamento viene acompañado de imágenes de un enorme jardín, de niños jugando o de paisajes naturales, nosotros rellenamos el resto. No nos quedamos con imágenes filmadas para impactar y clavarse en la mente sino con ruidos aterradores que nosotros completamos. La tortura visual tiene un límite que acaba cuando el proyector se apaga, la mental que Glazer infringe nos persigue. Aquellas imágenes que nosotros por casi dos horas estuvimos imaginando, no son de él; nos pertenecen, nosotros las creamos. El mérito es de Mica Levi y del soberbio diseño sonoro.


Las aproximaciones fílmicas al Holocausto cuentan con la ya larga fama de acercarse a este episodio histórico doloroso desde la inconsciencia y la tosquedad ofreciendo los clásicos finales felices que te permiten volver a tu vida con un satisfactorio sentimiento de esperanza (La lista de Schlinder, la reciente One Life, The Book Thief, Jojo Rabbit) o la opción de la crudeza de quienes se regodean en el dolor, como quienes en México lo han hecho con las desapariciones forzadas, en Estados Unidos con los tiroteos y la violencia racista o en Latinoamérica con las dictaduras, para sacudir y perturbar más que denunciar.


La película ya no necesita condenar a los nazis, la historia ya lo ha hecho. Aquí no se recurre a estas sencillas formas de exhibición y prefiere mantener las agresiones fuera de cuadro, afortunadamente, pero hacia su final cuando trata de buscar paralelismos de la minimización de la opresión en la actualidad, no hace más que señalar con el dedo desde la ignorancia a los trabajadores en quienes, a diferencia de los nazis, sí se ensaña.



Casi al término de la película abandonamos el Auschwitz de los 40´s y nos trasladamos al actual en donde se encuentra el Museo del Holocausto. Ahí miramos a un grupo de trabajadores limpiando, aspirando y puliendo los pasillos y cristales de la exposición que se resguarda, la de uniformes, zapatos, batas y polvo. Lo que resta de los cautivos del antiguo campo de concentración.


Puede que Glazer encuentre en este desolador final una comparación de lo que había y lo que queda. De gritos, sufrimiento y cuerpos, ahora apenas telas. Sin embargo, después de mantenernos por más de una hora como espectadores de la vida de esta familia nazi indiferente al genocidio que sucede cruzando su jardín, al presentarnos a este grupo de limpieza llevando sus labores diarias solo a pasos de los restos que quedan se crea la impresión de que buscaba una comparación. Un obsceno paralelismo en donde ahora la indiferencia del nazi la lleva a cabo el trabajador inmutable a los vestigios de la crueldad.


Pudiendo hallar similitudes en la violencia actual, Glazer traslada responsabilidades a los trabajadores. A él no le interesa Gaza, Rafah, ya ni se diga Sudan. Para él ricos y pobres son indistinguibles. Uno violenta desde la codicia, el otro desde la ignorancia.


Si Glazer quería un paralelismo fácilmente hallaría cientos. Cuentas de Tiktok de soldados israelís bailando y celebrando mientras asesinan civiles. Jefes de Estado que bromean en sus campañas mientras lanzan misiles del otro lado del mundo. Bukele pagando youtubers mientras se violan derechos humanos. Celebridades dando el millón de dólares por un asiento en un estadio mientras se masacran palestinos y a medio juego presumen su patrocinio.


Zona de Interés


La firma de bienes raíces israelí Harey Zahav apenas hace unas semanas posteaba en su cuenta de Instagram bocetos de lujosas casas con piscina sobrepuestos en una Gaza arrasada y la cuenta JewishVoiceForPeace la compartía acompañada del mensaje: “¡Una casa en la playa no es un sueño! Hemos comenzado a limpiar los escombros y a defendernos de los ocupantes ilegales”.


Glazer ve más violencia en el precarizado trabajador que con su cuerpo cansado y manos achacadas limpia mecánica e indiferentemente el museo de su pueblo como si fuera su casa, que en quién ofrece, tal como en su película, ser vecino y partícipe de un exterminio.



MÁS LEIDAS

Los días francos: el metacine mexicano

POR FERNANDA LOZADA 29-02-2024 12:04:45

De noche con el diablo, la belleza de la nostalgia diabólica

POR DE MONSTERMASH 02-08-2024 12:28:55

Problemista: El inside de una mente soñadora

POR FERNANDA LOZADA 24-07-2024 14:13:50