La ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y 5 veces nominada a los Premios Oscar de este año, la cinta francesa Anatomía de una Caída, llegó este fin de semana a salas de cine en México y aunque la película contada como un drama judicial aborda una premisa tan vieja y repetida en el cine y la televisión, su puesta en escena y el discurso que cobija a su protagonista es lo que la hace resaltar sobre cualquier otra.

En el transcurso de un año de largo juicio en contra de Sandra, madre del pequeño con discapacidad visual Daniel y esposa del fallecido Samuel Theis, no se ha llegado a una conclusión en torno a qué causó la muerte de su esposo.

Todos vieron el cuerpo, la caída desde un ventanal de la casa y se ha concluido que fue el asesino de Samuel y, aun así, para el jurado hace falta un responsable. Un nombre. Una persona. Desconocen si fue el mismo Samuel quién decidió quitarse la vida o si Sandra, la única persona presente en el momento de su muerte, fue la responsable, sin embargo, el juicio revela que antes de que el cuerpo de Samuel tocará la nieve él y su esposa ya estaban muertos, ya sus cuerpos a duras penas los cargaban.

La película desde el título remite inmediatamente al clásico insuperable de Otto Preminger Anatomía de un asesinato, pero Justine Trier no toma más que el concepto inicial de eéta sobre una mujer cuya inocencia en un caso de asesinato queda atada al juicio que ejercen en la corte no de los hechos alrededor de la muerte sino sobre su relación con otros hombres.

La obra de Trier por eso se emparenta más con Secretos de un matrimonio de Ingmar Bergman, con Kramer contra Kramer de Robert Brenton o con una más reciente, Historia de un matrimonio de Noah Baumbach porque opta por dejar de lado el drama criminal y de investigación para trazar un recorrido por la decadencia de una relación, por plasmar no los hematomas del cuerpo fallecido sino las heridas de dos personas muertas en vida.

Anatomía de una caída se sirve perfectamente de cada uno de los códigos bien establecidos en las mejores cintas y series de televisión de corte tribunal y con su misma sobriedad, no hay grandes arreglos de piano, no hay música de suspenso, no hay un anticipo al juicio como aquella que caracteriza a las obras más tradicionales como Philadelphia o la reciente Argentina, 1985 que hasta con sus notas dictan sentencias. Aquellas canciones que una y otra vez se repiten a lo largo de la cinta no son más que interpretaciones que suceden dentro de la pantalla como la versión instrumental de P.I.M.P de 50 Cent que suena durante la muerte de Samuel y cada vez que buscan recrear los hechos o Preludio, Op. 28, No. 4 de Frédéric Chopin que es tocada a piano en distintas ocasiones por Daniel.

Pero al mismo tiempo choca con las convenciones del género pues su interrogatorio con la misma precisión quirúrgica que las obras judiciales se asemeja a una sesión de terapia en las que las preguntas lejos de acercarse a lo sucedido con Samuel buscan indagar en los conflictos de la pareja; en la acusación de plagio de una de las obras de Samuel por Sandra, en la infidelidad, en la culpa que cargan por el accidente del niño, en las peleas, en los insultos, en la fatiga y en la distribución de tareas del hogar. Aquí no hay abogados de derecho penal, solo familiar/conyugal, así como no hay un caso de asesinato sino uno de infelicidad y tristeza marital.

En los dramas de divorcio casi al final siempre hay un momento donde el veredicto deja de ser importante. Es ahí donde aquellos dos individuos que ya sea por la repartición de bienes materiales y sumas monetarias o la custodia de infantes se dan cuenta del sadismo detrás de su defensa y sus ataques en el proceso judicial. Donde ambos dejan de reconocerse para hallar solo a dos pobres infelices que a falta de amor dieron paso a la violencia arrastrando a todos a su alrededor (casi siempre a sus hijos).

A falta de Samuel, el luto y su ausencia hacen lo propio con Daniel quien a pocos días debe de ser testigo del conflictivo pasado de la pareja y de las acusaciones contra su madre. Que la intimidad de nuestra protagonista sea expuesta al ojo público sirve, paradójicamente, como una prueba de fe y una manera de recuperar la confianza de su hijo. 

¿Cuándo murió Samuel? Antes del largo proceso judicial explican la caída desde el ventanal, el choque con una estructura y las salpicaduras de sangre, pero antes de eso, Samuel ya había muerto. 

El leitmotiv de la película es P.I.M.P de 50 Cent, canción que se reproducía cuando falleció y que a principios del siglo junto con Sippin ‘on Some Syrup de Three 6 Mafia jugaban con la doble significación; la del pimp o proxeneta y la del neologismo simp, acrónimo de “Sucker Idolizing Mediocre Pussy”, usado en los pilares de la masculinidad contemporánea para humillar a un hombre bajo la categoría de perdedor pues define al que pese a su sacrificado esfuerzo no logra compensación sexual de las mujeres.

Tal vez Samuel murió cuando decidió comprar las pastillas pensando en terminar con su vida. Tal vez fue cuando comenzó a grabar sus conversaciones sabiendo que no estaría para testificar en su juicio. Quizá fue esa misma tarde a la espera que su hijo saliera de casa y se alejara lo suficiente. O tal vez fue cuando él mismo se puso en esa categoría sexista y decidió creérsela.

Una categoría que en el mismo juicio admiten, es sexista, sin embargo, repiten una y otra vez al reducir a Samuel a un esposo humillado, plagiado y engañado, y no atreverse a verlo como Sandra lo hace: no una víctima, un humano.

Las fracturas emocionales siempre brotan en forma física y si no se tratan, como las del cuerpo, pueden carcomer.

Daniel dice lo contrario a estas hipótesis. Daniel recuerda cuando su padre se dio por vencido y lo deja de testimonio para que su madre pueda hacer lo contrario, para que pueda vivir.

Así es Anatomía de una caída, la galardonada obra de Trier, alguien se pierde y otra apenas vuelve a la vida.