Los delincuentes: Una alternativa de cine y de vida
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
18-12-2023 19:37:18
De unos años para acá muchos cineastas latinoamericanos han tocado Hollywood alejados de toda la gloria y éxito que han gozado en sus países, sin embargo, al revisar su filmografía encontramos todos los signos que llevan a ese predecible resultado. Argentina ha tomado un riesgo este año al seleccionar Los delincuentes, de Rodrigo Moreno, como su representante en los premios Oscar, una obra alejada totalmente del molde hollywoodense pero cercana a un público hambriento de historias más que de espectáculos, una película que llega a MUBI este 15 de diciembre.
Hace unos meses llegó a la plataforma de Prime Video la última película de Alejandra Márquez Abella titulada A millones de kilómetros, en la que Michael Peña interpretaba a un hombre terco y perseverante que habría de convertirse en ingeniero para la NASA basada en la historia real de José Hernández quien fuera el primer mexicoamericano en viajar al espacio. Aunque tierna, la película no se distancia en lo absoluto del cine biográfico o biopic que rige la industria norteamericana.
Mismo que ocurre con las obras de innumerables cineastas latinoamericanos como el argentino Damian Szifrón que estrenó Misántropo, una obra policial con Ben Mendelsohn y Shailene Woodley tan ignorada aquí como en Estados Unidos, el chileno Sebastián Lelio con su romance lésbico Disobedience a cargo de Rachel Weisz y Rachel McAdams, el brasileño Walter Salles con su fallido roadtrip On the road, la peruana Claudia Llosa con Aloft protagonizada por Cillian Murphy y Jennifer Connelly o el colombiano Ciro Guerra con su torpe intento de épica Waiting for the Barbarians.
Al hacer un breve repaso por la filmografía de estos directores que, aunque en varias ocasiones han sido representantes de su país en los premios Oscar o ganadores en distintos festivales, nunca se han distanciado del cine más convencional y narrativo. Sus películas tienen un sobresaliente apartado de fotografía, un gran trabajo en diseño de producción y destacadas actuaciones de todo el elenco que la conforman. Ganan premios en festivales de cine de todo el mundo, se hacen con el Ariel, el Goya, el Cóndor de Plata, el Premio Sur o el Macondo, entran en la terna de pre-nominados al Globo de Oro, al BAFTA o al Oscar y consiguen distribuidores en Estados Unidos. Sus obras, aunque destacables, en un país acostumbrado a la producción pulcra y en masa como Estados Unidos pasan a ser directores por encargo más que autores.
Su perfil fácilmente encaja con las producciones que se hacen en el país vecino puesto que, sus dramas históricos, familiares, policiales o biográficos pueden fácilmente cambiarse, en muchos de los casos, de idioma y de rostros pues rara vez, apelan a un sector específico y buscan hacer de sus obras lo más generales y fáciles de consumir por todo público y de llegar al espectador norteamericano.
No es sorpresa entonces que todos los mencionados lleguen a lo que Luis Buñuel denominó como “cine alimenticio”; aquel hecho por necesidad más que por compromiso. El que ayuda a satisfacer las necesidades primarias para poder volver, en muchos de los casos, a sus ambiciones personales.
Mientras tanto, al margen del cine narrativo y convencional, rondan las obras de Lucrecia Martel, Nicolás Pereda, Natalia Almada, Gabriel Mascaro, Kiro Russo, Lisandro Alonso o quienes integran el colectivo El Pampero Cine que, más allá de sus paseos por festivales de cine, rara vez consiguen la difusión, exhibición y reconocimiento de su industria nacional cerrándoles el paso a una salida internacional.
Este año las cosas aparentan ser distintas.
Morán (Daniel Elías) es, como todos nosotros, un asalariado que se despierta todos los días preguntándose si esto es todo en la vida: trabajar todos los días en un tedioso y repetitivo empleo de personal bancario que apenas cubre sus gastos hasta jubilarse y morir (lo que sea que pase primero).
En ese hastío se le ocurre un día como cualquiera en que debe guardar el dinero en la caja fuerte; tomarlo, ponerlo en una mochila y salir del trabajo. El plan es pasarle el dinero a Román (Esteban Bagliardi), un compañero del banco, quien debe guardarlo hasta que él salga de prisión y después podrán dividírselo y nunca más trabajar.
La película es una versión nueva del clásico noir argentino Apenas un delincuente, de Hugo Fregonese, pero de la que conserva apenas el título y la premisa inicial pues de las persecuciones y las traiciones de Fregonese, Rodrigo Moreno da espacios a los silencios y al placer.
Morán va a prisión, donde pese a las golpizas y la extorsión de los demás prisioneros por fin puede gozar de tiempo. Tiene todo el tiempo que afuera jamás tuvo. Y se nota en cómo él lee el poema La gran salina, de Ricardo Zelarayáncomo, si fuera el último bocado de un pastel que quisiera no acabarse.
Román por otro lado, se enfrenta a la sospecha en su área de trabajo y a la constante presión laboral, sin embargo, por fin tiene algo que lo motiva a soportarla. Las tardes se le van haciendo el amor con su esposa, escenas que Moreno filma con ternura, no como los apresurados minutos de una tarde de motel sino como quien tiene el tiempo para tocar cada centímetro de la cama y la alegría de sentir cada gota que cae por la cabeza en la bañera.
Román en una expedición al bosque buscando esconder el dinero robado, termina conociendo a un grupo de pueblerinos que tienen un picnic en las orillas del rio: Ramón, Morna y Norma, todos al igual que Román, anagramas de Morán. Termina alargando su estancia para comer y hablar con ellos iniciando un amorío con Norma, por quien deja a su esposa.
Román y Morán se ven seducidos por cosas que la ciudad y el trabajo les ha privado: las aguas del rio, el canto de las aves, las largas conversaciones desinteresadas, el tiempo suficiente para amar, el silencio para leer poesía y la tranquilidad para poder vivir. Ahí Moreno cuela, como con La gran salina, dichas que pocas veces en nuestro entorno se pueden experimentar como la sorpresa de descubrir L’argentde Robert Bresson en una pantalla de cine, la de abrazar a tu pareja emocionado advirtiendo que acabas de renunciar a tu trabajo, la de filmar una película con amigos en el campo, montar a caballo por los matorrales o saberte por primera vez libre.
Todos estos escenarios ocurren sin que en ningún momento sus protagonistas lleguen a tocar siquiera un peso del dinero robado.
Rodrigo Moreno prioriza bellas fotografías de insurrección en la cotidianidad en lugar de secuencias de persecuciones y elaborados atracos. Los directores de las famosas películas de atracos veían en ellas la liberadora emoción de alcanzar el éxito y la fortuna saltándose “los escalones sociales”, aquellos que los biopics romantizan. La fantasía de posicionarte de un golpe, encima del resto. Los biopics en cambio enseñan en el “si obras bien y perseveras, el destino te aguarda con su recompensa” a través del “ejemplo” de gente que muestran como trabajadores perseverantes e incansables. A fin de cuentas, ambas ofrecen la ilusión de alcanzar la riqueza, la cual se vuelve especial solo mientras tú exclusivamente la poseas y no el resto pues de ahí radica el si es “meritoria”, por tu osadía o tu talento.
Moreno prefiere la esperanza no de lujos y de riqueza sino de finalmente tener el control de nuestra existencia, concede a sus personajes y a los espectadores la posibilidad de que otra vida es posible. No para uno, sino para todos.
A principio del mes la prestigiosa revista Cahiers Du Cinema le otorgó su primer lugar en la lista de mejores películas de este año a Trenque Lauquen de Laura Citarella, una de las miembros del grupo de El Pampero Cine, quien se convirtió en la primera cineasta latinoamericana en tener una película en el primer puesto de la lista desde Buñuel con Élen 1953.
La película de 6 horas de duración que se exhibió en México dividida en dos partes de tres horas cada una, sigue el ritmo y estilo del resto de las producidas por El Pampero Cine, una productora independiente y colectiva conformada por Alejo Moguillansky, Laura Citarella, Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu que se salta las formas tradicionales de realización y exhibición ya que entre ellos se rolan los puestos haciendo de sonidistas, guionistas, montajistas, productores y si es necesario, hasta de actores, y evadiendo los estímulos del Estado como el INCAA.
Los trabajos de los miembros de El Pampero Cine dan fe de una forma distinta de hacer cine en la que no es necesario ceder ante las presiones de la industria norteamericana y que, antes de los premios y festivales, está el fervor y la diversión de hacer cine con amigos, y que sea exactamente el que les gusta.
Con estos dos triunfos casi simultáneos; la selección de Los delincuentes como representante de Argentina en los premios Oscar y el reconocimiento de Trenque Lauquen, Latinoamérica tiene la oportunidad de encontrarse con una alternativa de vida y una de hacer cine. En donde nuestras opciones no sean solo la pornomiseria y la tortura sin freno o Darín y Puenzo. Una en donde quepamos todos.
De unos años para acá muchos cineastas latinoamericanos han tocado Hollywood alejados de toda la gloria y éxito que han gozado en sus países, sin embargo, al revisar su filmografía encontramos todos los signos que llevan a ese predecible resultado. Argentina ha tomado un riesgo este año al seleccionar Los delincuentes, de Rodrigo Moreno, como su representante en los premios Oscar, una obra alejada totalmente del molde hollywoodense pero cercana a un público hambriento de historias más que de espectáculos, una película que llega a MUBI este 15 de diciembre.
Hace unos meses llegó a la plataforma de Prime Video la última película de Alejandra Márquez Abella titulada A millones de kilómetros, en la que Michael Peña interpretaba a un hombre terco y perseverante que habría de convertirse en ingeniero para la NASA basada en la historia real de José Hernández quien fuera el primer mexicoamericano en viajar al espacio. Aunque tierna, la película no se distancia en lo absoluto del cine biográfico o biopic que rige la industria norteamericana.
Mismo que ocurre con las obras de innumerables cineastas latinoamericanos como el argentino Damian Szifrón que estrenó Misántropo, una obra policial con Ben Mendelsohn y Shailene Woodley tan ignorada aquí como en Estados Unidos, el chileno Sebastián Lelio con su romance lésbico Disobedience a cargo de Rachel Weisz y Rachel McAdams, el brasileño Walter Salles con su fallido roadtrip On the road, la peruana Claudia Llosa con Aloft protagonizada por Cillian Murphy y Jennifer Connelly o el colombiano Ciro Guerra con su torpe intento de épica Waiting for the Barbarians.
Al hacer un breve repaso por la filmografía de estos directores que, aunque en varias ocasiones han sido representantes de su país en los premios Oscar o ganadores en distintos festivales, nunca se han distanciado del cine más convencional y narrativo. Sus películas tienen un sobresaliente apartado de fotografía, un gran trabajo en diseño de producción y destacadas actuaciones de todo el elenco que la conforman. Ganan premios en festivales de cine de todo el mundo, se hacen con el Ariel, el Goya, el Cóndor de Plata, el Premio Sur o el Macondo, entran en la terna de pre-nominados al Globo de Oro, al BAFTA o al Oscar y consiguen distribuidores en Estados Unidos. Sus obras, aunque destacables, en un país acostumbrado a la producción pulcra y en masa como Estados Unidos pasan a ser directores por encargo más que autores.
Su perfil fácilmente encaja con las producciones que se hacen en el país vecino puesto que, sus dramas históricos, familiares, policiales o biográficos pueden fácilmente cambiarse, en muchos de los casos, de idioma y de rostros pues rara vez, apelan a un sector específico y buscan hacer de sus obras lo más generales y fáciles de consumir por todo público y de llegar al espectador norteamericano.
No es sorpresa entonces que todos los mencionados lleguen a lo que Luis Buñuel denominó como “cine alimenticio”; aquel hecho por necesidad más que por compromiso. El que ayuda a satisfacer las necesidades primarias para poder volver, en muchos de los casos, a sus ambiciones personales.
Mientras tanto, al margen del cine narrativo y convencional, rondan las obras de Lucrecia Martel, Nicolás Pereda, Natalia Almada, Gabriel Mascaro, Kiro Russo, Lisandro Alonso o quienes integran el colectivo El Pampero Cine que, más allá de sus paseos por festivales de cine, rara vez consiguen la difusión, exhibición y reconocimiento de su industria nacional cerrándoles el paso a una salida internacional.
Este año las cosas aparentan ser distintas.
Morán (Daniel Elías) es, como todos nosotros, un asalariado que se despierta todos los días preguntándose si esto es todo en la vida: trabajar todos los días en un tedioso y repetitivo empleo de personal bancario que apenas cubre sus gastos hasta jubilarse y morir (lo que sea que pase primero).
En ese hastío se le ocurre un día como cualquiera en que debe guardar el dinero en la caja fuerte; tomarlo, ponerlo en una mochila y salir del trabajo. El plan es pasarle el dinero a Román (Esteban Bagliardi), un compañero del banco, quien debe guardarlo hasta que él salga de prisión y después podrán dividírselo y nunca más trabajar.
La película es una versión nueva del clásico noir argentino Apenas un delincuente, de Hugo Fregonese, pero de la que conserva apenas el título y la premisa inicial pues de las persecuciones y las traiciones de Fregonese, Rodrigo Moreno da espacios a los silencios y al placer.
Morán va a prisión, donde pese a las golpizas y la extorsión de los demás prisioneros por fin puede gozar de tiempo. Tiene todo el tiempo que afuera jamás tuvo. Y se nota en cómo él lee el poema La gran salina, de Ricardo Zelarayáncomo, si fuera el último bocado de un pastel que quisiera no acabarse.
Román por otro lado, se enfrenta a la sospecha en su área de trabajo y a la constante presión laboral, sin embargo, por fin tiene algo que lo motiva a soportarla. Las tardes se le van haciendo el amor con su esposa, escenas que Moreno filma con ternura, no como los apresurados minutos de una tarde de motel sino como quien tiene el tiempo para tocar cada centímetro de la cama y la alegría de sentir cada gota que cae por la cabeza en la bañera.
Román en una expedición al bosque buscando esconder el dinero robado, termina conociendo a un grupo de pueblerinos que tienen un picnic en las orillas del rio: Ramón, Morna y Norma, todos al igual que Román, anagramas de Morán. Termina alargando su estancia para comer y hablar con ellos iniciando un amorío con Norma, por quien deja a su esposa.
Román y Morán se ven seducidos por cosas que la ciudad y el trabajo les ha privado: las aguas del rio, el canto de las aves, las largas conversaciones desinteresadas, el tiempo suficiente para amar, el silencio para leer poesía y la tranquilidad para poder vivir. Ahí Moreno cuela, como con La gran salina, dichas que pocas veces en nuestro entorno se pueden experimentar como la sorpresa de descubrir L’argentde Robert Bresson en una pantalla de cine, la de abrazar a tu pareja emocionado advirtiendo que acabas de renunciar a tu trabajo, la de filmar una película con amigos en el campo, montar a caballo por los matorrales o saberte por primera vez libre.
Todos estos escenarios ocurren sin que en ningún momento sus protagonistas lleguen a tocar siquiera un peso del dinero robado.
Rodrigo Moreno prioriza bellas fotografías de insurrección en la cotidianidad en lugar de secuencias de persecuciones y elaborados atracos. Los directores de las famosas películas de atracos veían en ellas la liberadora emoción de alcanzar el éxito y la fortuna saltándose “los escalones sociales”, aquellos que los biopics romantizan. La fantasía de posicionarte de un golpe, encima del resto. Los biopics en cambio enseñan en el “si obras bien y perseveras, el destino te aguarda con su recompensa” a través del “ejemplo” de gente que muestran como trabajadores perseverantes e incansables. A fin de cuentas, ambas ofrecen la ilusión de alcanzar la riqueza, la cual se vuelve especial solo mientras tú exclusivamente la poseas y no el resto pues de ahí radica el si es “meritoria”, por tu osadía o tu talento.
Moreno prefiere la esperanza no de lujos y de riqueza sino de finalmente tener el control de nuestra existencia, concede a sus personajes y a los espectadores la posibilidad de que otra vida es posible. No para uno, sino para todos.
A principio del mes la prestigiosa revista Cahiers Du Cinema le otorgó su primer lugar en la lista de mejores películas de este año a Trenque Lauquen de Laura Citarella, una de las miembros del grupo de El Pampero Cine, quien se convirtió en la primera cineasta latinoamericana en tener una película en el primer puesto de la lista desde Buñuel con Élen 1953.
La película de 6 horas de duración que se exhibió en México dividida en dos partes de tres horas cada una, sigue el ritmo y estilo del resto de las producidas por El Pampero Cine, una productora independiente y colectiva conformada por Alejo Moguillansky, Laura Citarella, Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu que se salta las formas tradicionales de realización y exhibición ya que entre ellos se rolan los puestos haciendo de sonidistas, guionistas, montajistas, productores y si es necesario, hasta de actores, y evadiendo los estímulos del Estado como el INCAA.
Los trabajos de los miembros de El Pampero Cine dan fe de una forma distinta de hacer cine en la que no es necesario ceder ante las presiones de la industria norteamericana y que, antes de los premios y festivales, está el fervor y la diversión de hacer cine con amigos, y que sea exactamente el que les gusta.
Con estos dos triunfos casi simultáneos; la selección de Los delincuentes como representante de Argentina en los premios Oscar y el reconocimiento de Trenque Lauquen, Latinoamérica tiene la oportunidad de encontrarse con una alternativa de vida y una de hacer cine. En donde nuestras opciones no sean solo la pornomiseria y la tortura sin freno o Darín y Puenzo. Una en donde quepamos todos.