How to Have Sex: Tenemos que hablar de consentimiento
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
25-11-2023 12:45:36
La televisión, el cine, las redes sociales y los eventos actuales parecen decirnos algo muy claro: la juventud nunca había estado tan expuesta a conductas destructivas y escenarios de riesgo.
El libre acceso a drogas, armas, alcohol o pornografía han hecho que esta generación, en apariencia, una que está constantemente lidiando con el suicidio, pueda unirse a las filas del crimen organizado, morir de sobredosis, enfrentar un embarazo no planeado o contraer una enfermedad de transmisión sexual, tal como lo muestran shows como Euphoria y The Idol de HBO o las ficciones 13 Reasons Why y Élite de Netflix pero, dando un vistazo al pasado y en especial a los 2000´s encontramos un escenario similar sino es que mucho más agresivo en donde reality shows como Jersey Shore (y todas sus variantes), 16 & Pregnant o TeenMom hacían de la vida desenfrenada de los millenials y sus consecuencias un espectáculo el cual explotar, mismo que se repetía con la producción fílmica, estadounidense al menos, que giraba en torno a un número finito de temas: los bailes de graduación, el bullying escolar, el abuso de sustancias, las fiestas de fraternidad, la perdida de la virginidad, las noches alcoholizadas que terminan en embarazos, infidelidad o matrimonios, los sextapes filtrados, la lucha por la popularidad.
Desde obras festivaleras como Juno hasta franquicias taquilleras como The Hangover, todos veían en los millenials una generación perdida en los excesos. Hoy se repite el juicio con una generación más joven y más expuesta a estímulos, la generación z, aunque los datos contradicen esta narrativa.
Bill Albert, director de Power to Decide, un grupo que anteriormente se dedicaba a la prevención del embarazo adolescente y no deseado antes de que la tasa de este tipo de embarazo se cayera a la mitad, llama a esta, “la generación precavida”.
Y con justa razón, un artículo publicado por The New York Times titulado “The ‘Euphoria’ Teenagers Are Wild. But Most Real Teenagers Are Tame” evidenciaba con estadísticas, cómo la generación z bebe, fuma y usa mucho menos drogas que las generaciones de sus padres o sus abuelos, así como son menos probables de involucrarse en peleas físicas, tener accidentes automovilísticos, abandonar la escuela, embarazarse y en especial, menos probables de conseguir tener sexo; algo que parece contrastar con la representación en los medios.
De acuerdo a los números recogidos, la cifra de estudiantes de preparatoria que han tenido relaciones sexuales ha caído del 62% registrado en 1991 al 42% así como la cifra de personas que han tenido varias parejas sexuales de 22% en ese mismo año a poco menos del 11% en la actualidad. Esta disminución se ve en otros rubros como el 0.5% en quienes han consumido alucinógenos, un tercio de la cifra de finales de los 90´s. Del más del 40% en quienes han consumido bebidas alcohólicas en los últimos 30 días al 19% ahora pese al boom de la denominada “industria de la vida nocturna”.
Hay otros estudios al respecto, entre ellos Why Gen Zers are growing up sober curious de BBC, Gen Z, The Loneliness Epidemic de Forbes o More than a half of Gen Z want open relationships de The New York Post que dan cuenta de los cambios generacionales no solamente en hábitos sino también en preferencias.
De acuerdo al estudio Teens and Screens de la UCLA realizado en un grupo de 1,500 jóvenes entre 13 y 24 años el 51.5% afirmó que querían historias más identificables que enfatizaran en relaciones platónicas en lugar de en contenido sexual además de buscar “historias más parecidas a las suyas” lo que, incluía menos romance. El 48% también considera innecesario el sexo y el contenido sexual en series y películas, optando evitar aquellos que lo poseen.
Es decir, el distanciamiento con el sexo se da tanto dentro como fuera de la pantalla; en las relaciones que llevan como en los contenidos que consumen.
Este preámbulo aclaratorio me sirve para explicar mi extrañeza ante la fiel representación generacional de la ópera prima de la directora británica Molly Manning Walker que tras ganar Un Certain Regard en el Festival de Cannes y tener su primera exhibición mexicana en el pasado Festival de Cine de Morelia, llega a salas de cine del país de la mano de MUBI.
Su título How to Have Sex nos adelanta una comedia juvenil de fiestas y despilfarros similares a las de los 90´s o de los 2000´s, de hombres y mujeres desesperadas de llevarse al popular de la escuela a la cama más próxima, sin embargo, este juego de expectativas con el espectador choca con la realidad actual que retrata la película: una en donde nuestra protagonista, Tara, una recién graduada de la preparatoria que va de “spring break” con sus amigas a las costas griegas, más allá de ser virgen no disfruta de los mismos excesos que sus contrapartes cinematográficas (y de la vida real) de hace unas décadas. Vemos en varias escenas a ellas bailando, cayéndose al piso de ebriedad en la calle mientras se abrazan y se acompañan, la aversión que sienten de que personas ajenas al grupo de 3 que conforman se introduzcan, la diversión de bailar ellas solas desde la comodidad de su cuarto de hotel y la necesidad de cuidarse mutuamente.
No son solo jóvenes con muy buenas calificaciones que esperan con ansias los resultados de la universidad, responsables, cautelosas, sino que viven apegadas a su familia y amigas. Se distancian mucho de los jóvenes de la generación que los precede que vivieron esa etapa entre jerarquías sociales y la búsqueda de aprobación ajena.
Con esto no trato de ejercer un juicio sobre la vida sexual de las mujeres de la gen Z en comparación a las de la generación pasada o que las características con las que describo a nuestras protagonistas sirvan para posicionarlas por encima de los personajes de las comedias juveniles “dosmileras” porque entonces replicaría la misma dinámica de sus tramas poniéndolas a competir inútilmente o estableciendo una jerarquía misógina y conservadora entre ellas, sino justificar con toda la estadística presentada al inicio que la representación de las mujeres jóvenes ha cambiado, aunque el tabú sobre la virginidad perdure en sus discursos.
How to Have Sex es entonces, una obra que refleja, volviendo al artículo de The New York Times, una generación que entre ser resultado de una paternidad más presente y responsable y la distracción de las redes sociales ha creado relaciones de amistad más sólidas y formas de relacionarse más sanas, y es justo este panorama el que la directora inglesa utiliza para colar el tema presente en sus anteriores cortometrajes: el abuso sexual y el consentimiento.
Ella rehúye una y otra vez al conservadurismo más purista presente en este tipo de historias al presentar una escena en que Paddy, un joven turista inglés y preuniversitario igual que ellas que, después de ganarse la confianza del grupo de amigas, abusa sexualmente de Tara en dos ocasiones, una mientras está ebria, otra mientras intenta dormir; tratando de ir en contra de esta narrativa que, pese a las campañas de concientización, movimientos como el #MeToo o los tendederos de denuncia, insiste en responsabilizar a las mujeres de la violencia que sufren y excusa a los hombres abusadores al convertirlos en villanos de películas escondidos en los rincones de un callejón oscuro de forma aterradora y no retratarlos como hombres funcionales, compañeros de escuela o de trabajo, profesores, vecinos o familiares de la víctima que se aprovechan de su cercanía y de la complicidad de las personas de su entorno para cometer la agresión.
Tras la violencia sufrida, Tara pierde en un abrir y cerrar de ojos el refugio que por años ha construido con sus amigas que ahora, están bajo los encantos y el carisma de Paddy. ¿Tiene que ser tan trágico y desolador el despertar sexual para las adolescentes? ¿No puede la directora concederle a su protagonista la alegría que otorga el sexo?
Al inicio de este texto llené de estadísticas, porcentajes y números los cambios generacionales en cuanto a muchos hábitos, sin embargo, ¿cómo graficas el ser agredido sexualmente, si es que es acaso, posible?
Evidentemente es necesario, pero ¿cómo poner historias de horror, horas de llantos y años de sufrimiento en numeritos y gráficos coloridos de barras rectangulares? ¿cómo reducir el dolor de personas que por años deben de revivir agresiones y pensarse muchas veces desde la culpa infundada a través del equivalente a unos cuantos reportes de oficina?
Walker da un tierno escenario después de la tragedia al concederle a Tara una alternativa, la esperanza de que las cosas pueden ser distintas; tras perderse por la noche en un bar por el llanto y el dolor de lo ocurrido, Tara es incluida en un grupo de jóvenes que le ofrecen un espacio donde dormir, donde llorar y una genuina preocupación de que se encuentre bien. Un lugar donde por un breve, pero bello momento no existe el miedo. Esta y unas cuantas escenas más, entre ellas su final, es lo que diferencia el largometraje de una obra de explotación como las que abundan de este tema pues permite que su personaje después del sufrimiento pueda reír y hallar consuelo; no la reduce a un instrumento de dolor pues le concede su humanidad.
Si es tan complicado entender la gravedad del tema, tal vez Molly Manning Walker al despojar en la pantalla a su protagonista de las armas y el vocabulario necesario para expresar sus necesidades y reconocer que fue violentada, genera pautas para que como espectadores las tengamos y a la vez retrata una mirada aterradora pero real de la juventud actual, en donde, pese al cada vez mayor acceso a la información, aún es difícil escapar de la violencia machista; por ello - partiendo de How to Have a Sex - tenemos que hablar de consentimiento, hoy, mañana, todos los días, hasta hartarnos, empezando por ver historias desde la perspectiva de quienes en algún momento la sufrieron.
La televisión, el cine, las redes sociales y los eventos actuales parecen decirnos algo muy claro: la juventud nunca había estado tan expuesta a conductas destructivas y escenarios de riesgo.
El libre acceso a drogas, armas, alcohol o pornografía han hecho que esta generación, en apariencia, una que está constantemente lidiando con el suicidio, pueda unirse a las filas del crimen organizado, morir de sobredosis, enfrentar un embarazo no planeado o contraer una enfermedad de transmisión sexual, tal como lo muestran shows como Euphoria y The Idol de HBO o las ficciones 13 Reasons Why y Élite de Netflix pero, dando un vistazo al pasado y en especial a los 2000´s encontramos un escenario similar sino es que mucho más agresivo en donde reality shows como Jersey Shore (y todas sus variantes), 16 & Pregnant o TeenMom hacían de la vida desenfrenada de los millenials y sus consecuencias un espectáculo el cual explotar, mismo que se repetía con la producción fílmica, estadounidense al menos, que giraba en torno a un número finito de temas: los bailes de graduación, el bullying escolar, el abuso de sustancias, las fiestas de fraternidad, la perdida de la virginidad, las noches alcoholizadas que terminan en embarazos, infidelidad o matrimonios, los sextapes filtrados, la lucha por la popularidad.
Desde obras festivaleras como Juno hasta franquicias taquilleras como The Hangover, todos veían en los millenials una generación perdida en los excesos. Hoy se repite el juicio con una generación más joven y más expuesta a estímulos, la generación z, aunque los datos contradicen esta narrativa.
Bill Albert, director de Power to Decide, un grupo que anteriormente se dedicaba a la prevención del embarazo adolescente y no deseado antes de que la tasa de este tipo de embarazo se cayera a la mitad, llama a esta, “la generación precavida”.
Y con justa razón, un artículo publicado por The New York Times titulado “The ‘Euphoria’ Teenagers Are Wild. But Most Real Teenagers Are Tame” evidenciaba con estadísticas, cómo la generación z bebe, fuma y usa mucho menos drogas que las generaciones de sus padres o sus abuelos, así como son menos probables de involucrarse en peleas físicas, tener accidentes automovilísticos, abandonar la escuela, embarazarse y en especial, menos probables de conseguir tener sexo; algo que parece contrastar con la representación en los medios.
De acuerdo a los números recogidos, la cifra de estudiantes de preparatoria que han tenido relaciones sexuales ha caído del 62% registrado en 1991 al 42% así como la cifra de personas que han tenido varias parejas sexuales de 22% en ese mismo año a poco menos del 11% en la actualidad. Esta disminución se ve en otros rubros como el 0.5% en quienes han consumido alucinógenos, un tercio de la cifra de finales de los 90´s. Del más del 40% en quienes han consumido bebidas alcohólicas en los últimos 30 días al 19% ahora pese al boom de la denominada “industria de la vida nocturna”.
Hay otros estudios al respecto, entre ellos Why Gen Zers are growing up sober curious de BBC, Gen Z, The Loneliness Epidemic de Forbes o More than a half of Gen Z want open relationships de The New York Post que dan cuenta de los cambios generacionales no solamente en hábitos sino también en preferencias.
De acuerdo al estudio Teens and Screens de la UCLA realizado en un grupo de 1,500 jóvenes entre 13 y 24 años el 51.5% afirmó que querían historias más identificables que enfatizaran en relaciones platónicas en lugar de en contenido sexual además de buscar “historias más parecidas a las suyas” lo que, incluía menos romance. El 48% también considera innecesario el sexo y el contenido sexual en series y películas, optando evitar aquellos que lo poseen.
Es decir, el distanciamiento con el sexo se da tanto dentro como fuera de la pantalla; en las relaciones que llevan como en los contenidos que consumen.
Este preámbulo aclaratorio me sirve para explicar mi extrañeza ante la fiel representación generacional de la ópera prima de la directora británica Molly Manning Walker que tras ganar Un Certain Regard en el Festival de Cannes y tener su primera exhibición mexicana en el pasado Festival de Cine de Morelia, llega a salas de cine del país de la mano de MUBI.
Su título How to Have Sex nos adelanta una comedia juvenil de fiestas y despilfarros similares a las de los 90´s o de los 2000´s, de hombres y mujeres desesperadas de llevarse al popular de la escuela a la cama más próxima, sin embargo, este juego de expectativas con el espectador choca con la realidad actual que retrata la película: una en donde nuestra protagonista, Tara, una recién graduada de la preparatoria que va de “spring break” con sus amigas a las costas griegas, más allá de ser virgen no disfruta de los mismos excesos que sus contrapartes cinematográficas (y de la vida real) de hace unas décadas. Vemos en varias escenas a ellas bailando, cayéndose al piso de ebriedad en la calle mientras se abrazan y se acompañan, la aversión que sienten de que personas ajenas al grupo de 3 que conforman se introduzcan, la diversión de bailar ellas solas desde la comodidad de su cuarto de hotel y la necesidad de cuidarse mutuamente.
No son solo jóvenes con muy buenas calificaciones que esperan con ansias los resultados de la universidad, responsables, cautelosas, sino que viven apegadas a su familia y amigas. Se distancian mucho de los jóvenes de la generación que los precede que vivieron esa etapa entre jerarquías sociales y la búsqueda de aprobación ajena.
Con esto no trato de ejercer un juicio sobre la vida sexual de las mujeres de la gen Z en comparación a las de la generación pasada o que las características con las que describo a nuestras protagonistas sirvan para posicionarlas por encima de los personajes de las comedias juveniles “dosmileras” porque entonces replicaría la misma dinámica de sus tramas poniéndolas a competir inútilmente o estableciendo una jerarquía misógina y conservadora entre ellas, sino justificar con toda la estadística presentada al inicio que la representación de las mujeres jóvenes ha cambiado, aunque el tabú sobre la virginidad perdure en sus discursos.
How to Have Sex es entonces, una obra que refleja, volviendo al artículo de The New York Times, una generación que entre ser resultado de una paternidad más presente y responsable y la distracción de las redes sociales ha creado relaciones de amistad más sólidas y formas de relacionarse más sanas, y es justo este panorama el que la directora inglesa utiliza para colar el tema presente en sus anteriores cortometrajes: el abuso sexual y el consentimiento.
Ella rehúye una y otra vez al conservadurismo más purista presente en este tipo de historias al presentar una escena en que Paddy, un joven turista inglés y preuniversitario igual que ellas que, después de ganarse la confianza del grupo de amigas, abusa sexualmente de Tara en dos ocasiones, una mientras está ebria, otra mientras intenta dormir; tratando de ir en contra de esta narrativa que, pese a las campañas de concientización, movimientos como el #MeToo o los tendederos de denuncia, insiste en responsabilizar a las mujeres de la violencia que sufren y excusa a los hombres abusadores al convertirlos en villanos de películas escondidos en los rincones de un callejón oscuro de forma aterradora y no retratarlos como hombres funcionales, compañeros de escuela o de trabajo, profesores, vecinos o familiares de la víctima que se aprovechan de su cercanía y de la complicidad de las personas de su entorno para cometer la agresión.
Tras la violencia sufrida, Tara pierde en un abrir y cerrar de ojos el refugio que por años ha construido con sus amigas que ahora, están bajo los encantos y el carisma de Paddy. ¿Tiene que ser tan trágico y desolador el despertar sexual para las adolescentes? ¿No puede la directora concederle a su protagonista la alegría que otorga el sexo?
Al inicio de este texto llené de estadísticas, porcentajes y números los cambios generacionales en cuanto a muchos hábitos, sin embargo, ¿cómo graficas el ser agredido sexualmente, si es que es acaso, posible?
Evidentemente es necesario, pero ¿cómo poner historias de horror, horas de llantos y años de sufrimiento en numeritos y gráficos coloridos de barras rectangulares? ¿cómo reducir el dolor de personas que por años deben de revivir agresiones y pensarse muchas veces desde la culpa infundada a través del equivalente a unos cuantos reportes de oficina?
Walker da un tierno escenario después de la tragedia al concederle a Tara una alternativa, la esperanza de que las cosas pueden ser distintas; tras perderse por la noche en un bar por el llanto y el dolor de lo ocurrido, Tara es incluida en un grupo de jóvenes que le ofrecen un espacio donde dormir, donde llorar y una genuina preocupación de que se encuentre bien. Un lugar donde por un breve, pero bello momento no existe el miedo. Esta y unas cuantas escenas más, entre ellas su final, es lo que diferencia el largometraje de una obra de explotación como las que abundan de este tema pues permite que su personaje después del sufrimiento pueda reír y hallar consuelo; no la reduce a un instrumento de dolor pues le concede su humanidad.
Si es tan complicado entender la gravedad del tema, tal vez Molly Manning Walker al despojar en la pantalla a su protagonista de las armas y el vocabulario necesario para expresar sus necesidades y reconocer que fue violentada, genera pautas para que como espectadores las tengamos y a la vez retrata una mirada aterradora pero real de la juventud actual, en donde, pese al cada vez mayor acceso a la información, aún es difícil escapar de la violencia machista; por ello - partiendo de How to Have a Sex - tenemos que hablar de consentimiento, hoy, mañana, todos los días, hasta hartarnos, empezando por ver historias desde la perspectiva de quienes en algún momento la sufrieron.