En realidad no tenía muchas expectativas acerca de Napoleón, la nueva película de Ridley Scott, por las imágenes compartidas en redes, el tráiler y algunas otras usadas para promocionar, a lo mucho esperaba una película épica; pero ni histórica ni épica, el filme sobre el Emperador, después de la Primera República Francesa, son solo retablos de Napoleón.

En algunos casos el filme se convierte en viñetas, sketches del suplemento dominical que después se usará para limpiar las ventanas; y es que la figura de aquel genio militar, estratega bélico, de aquel hombre que hizo temblar a la Europa del siglo XIX sencillamente fue reducida a la de un niñato que no podía complacer a su mujer y que tomaba decisiones emberrinchado.

Más allá de las secuencias de guerra, de aquellas batallas magníficamente filmadas cuyo trabajo en los departamentos creativos, Arte, Vestuario, Diseño de producción, Maquillaje y Efectos especiales, son sobresalientes, lo cierto es que Napoleón carece de una trama que nos permita conocer la visión del director sobre este héroe y villano de la Francia de finales de 1700 y principios de 1800.

No caigamos en esta falsa discusión de si la película se apega a la historia, si es fidedigna en cada uno de los detalles de la misma porque es una discusión estéril, estamos hablando de una película de ficción, sin embargo, me hubiera gustado que se reflejara más la importancia de Napoleón, la importancia de Napoleón en Francia, en el continente europeo y en los territorios de ultramar.

Scott, en su afán de cubrir toda la vida militar de Napoleón, nos entregó segmentos aislados que viajaban varios años en el tiempo para presentarnos situaciones que, desde su perspectiva, eran importantes, sin embargo, al tocarlas de refilón perdían dicha importancia, un ejemplo es la batalla de Austerlitz, en la que Napoleón le muestra a Europa su genio militar pero también ese sadismo que cualquier Emperador que quisiera extender sus dominios más allá de sus fronteras debía tener, así como esa poca o nula compasión para con sus enemigos.

Esa batalla es tal vez una de las más placenteras de ver en pantalla grande, todo la hace una secuencia épica, sin embargo, saltamos en el tiempo y toda aquella importancia dramática que pudo tener la batalla se fue, así, sin más.

Y no es el único desacierto de Scott, también lo son sus licencias poéticas; sí, ya dijimos que es una ficción y esperar que se apeguen estrictamente a los hechos históricos tal y como sucedieron o como nos cuentan que sucedieron es un despropósito, sin embargo, hay cosas que tienen que ser respetadas y que tienen que ser bien relatadas para entender su importancia, una de ellas es cuando Napoleón decide convertirse en Emperador de Francia, lastimosamente la película de Scott nos plantea este momento decisivo en la historia del país galo como una cuestión de mera soberbia y vanidad napoleónica.

Claro que el hombre era un megalómano, cualquiera que aspire a tener ese poder tendría que serlo, pero sus decisiones no se basaban en obtener el respeto de los lores europeos, el hombre no era tonto, sabía que nunca iba a ser respetado por más que se convertirá en el Emperador de Francia, en cambio, si podía ser temido, pero Ridley no lo plantea de esa forma y eso, por decir lo menos, es altamente decepcionante.

Napoleón sí nos plantea buenas lecciones, que es importante tener en cuenta, así como los pueblos no tienen memoria y la democracia es una mentira, una película que se sustenta más en gestos técnicos para apantallar al público dejando de lado un guion e historia sólidos, que maximice esa inversión artística, solo tiene un destino. 

Napoleón pronto se convertirá en un filme olvidado, por eso, si tengo que elegir alguna película de Ridley Scott, entonces no tengo más que saludar a Maximo Décimo Meridio, Comandante de los ejércitos del Norte, General de las legiones Félix, leal servidor del verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada, que alcanzó su venganza en esta vida y espero que en la otra también.