Ladydi: Ser mujer mientras se pueda
POR: DIANA YESICA CRUZ CASTELL
20-05-2022 18:49:00
Ladydi es una niña nacida en Guerrero y, además la protagonista de la novela homónima en la que Jennifer Clement se adentra en las entrañas del estado de Guerrero -una tierra de montañas calurosas y gente mala y enojona, que además se enorgullece de serlo- para contarnos la historia de supervivencia de una niña y su mamá en el México contemporáneo.
“En México lo mejor que te puede pasar es ser una niña fea. Me llamo Ladydi García Martínez y tengo la piel morena, los ojos cafés y el pelo chino y castaño; mi apariencia es igual a la de toda la gente que conozco. De chica, mi madre me vestía de niño y me decía Niño” (Ladydi,Clement)
Los obstáculos a los que Ladydi se enfrenta son evidentes desde el principio, pues se trata de un personaje que habita todas las periferias territoriales y sociológicas posibles: ser mujer, vivir en una zona rural y crecer en la pobreza. Es justamente en este territorio, en el que se interceptan los anhelos de crecimiento y los intereses del grupo delictivo de la región, donde me parece que mejor dialogan la novela de Clement y la posterior adaptación cinematográfica de Tatiana Huezo, Noche de fuego (2021).
Mientras que la novela de Clement ambiciona con retratar los vertiginosos rumbos de un grupo de mujeres guerrerenses arrasadas por los efectos corrosivos del crimen organizado y la corrupción del Estado mexicano; Huezo prefiere concentrarse en las profundidades de lo local y de la psique femenina. Así, nos ubica en un caluroso pueblo mexicano, donde las prácticas extractivistas por parte de las empresas mineras, se conjugan con el cultivo de amapola y el secuestro de mujeres jóvenes es siempre una posibilidad latente.
En las obras de Clement y Huezo, las niñas aprenden a cavar hoyos en la tierra para después, cuando los narcos vengan a buscarlas -y es seguro que van a venir- esconderse ahí. También se cortan el pelo como niños y entienden que no deben mirar a los militares a los ojos porque podrían despertar en ellos todo tipo de deseos. Así, es el espíritu de lo femenino, anclado a la complejísima red de intereses del narcotráfico, las fuerzas del estado e incluso los de la iniciativa privado lo que nutre y se vuelve la esencia de Ladydi y Noche de fuego.
En Noche de fuego, conocemos las historias de Ana, María y Paula, un grupo de amigas que cursan a marcha forzada la primaria y, que también a marcha forzada dejan de ser niñas para convertirse en mujeres. Así, cuando la pequeña Ana juega a pintarse los labios por primera vez, su madre la regaña, porque ese gesto bien podría costarle su libertad, así que la obliga a cortarse la melena, porque hay que cuidarse de no lucir como mujer.
Cuando Ana y sus amigas son adolescentes, la sesión de belleza es interrumpida por un comando armado que pasa por enfrente de la clínica para amedrentar a los médicos que operan niños -entre ellos María- y los militares que vigilan el evento. Aquí, destaca la prontitud con la que las mujeres reaccionan ante la crisis, se esconden debajo de los muebles y después reanudan sus tratamientos. En Ladydi, la dueña de la estética se refería a su salón como un salón de fealdad, porque en lugar de hacer que las mujeres se vieran bonitas, se dedicaba a cortar cabelleras para disimular el atractivo de sus clientas. Se trata, en fin, de un universo en el que se es mujer mientras se pueda.
Sumergidos en este mundo de violencia, pronto entendemos que escuchar los sonidos de la montaña se vuelve una forma de sobrevivir. Es por ello que la mamá de Ana la enseña a identificar los ruidos de los animales y, sobre todo, el rodar de las Escalades negras en las que viajan los narcotraficantes. Escuchar a los demás, incluso sin que éstos hablen, es también una de las lenguas que Ana domina, pues junto con María, desarrolla desde muy pequeña una especie de telepatía que les permite saber en qué número está pensando su compañera de juego, en qué gesto domina su rostro.
Este juego infantil se convierte en el poderosísimo cierre de la cinta, pues cuando María ha sido secuestrada por los narcotraficantes locales, Ana intenta en su huida, ejecutar por última vez su magia: cierra los ojos y se concentra, confía en la estrechez de su vínculo con María y en que podrá, por medio de telepatía saber dónde se encuentra. La potencia de este acto de magia radica en su capacidad de conmovernos y lastimarnos, pues nos recuerda que, en México encontrar a una mujer desaparecida es prácticamente un acto de magia.
Ladydi es una niña nacida en Guerrero y, además la protagonista de la novela homónima en la que Jennifer Clement se adentra en las entrañas del estado de Guerrero -una tierra de montañas calurosas y gente mala y enojona, que además se enorgullece de serlo- para contarnos la historia de supervivencia de una niña y su mamá en el México contemporáneo.
“En México lo mejor que te puede pasar es ser una niña fea. Me llamo Ladydi García Martínez y tengo la piel morena, los ojos cafés y el pelo chino y castaño; mi apariencia es igual a la de toda la gente que conozco. De chica, mi madre me vestía de niño y me decía Niño” (Ladydi,Clement)
Los obstáculos a los que Ladydi se enfrenta son evidentes desde el principio, pues se trata de un personaje que habita todas las periferias territoriales y sociológicas posibles: ser mujer, vivir en una zona rural y crecer en la pobreza. Es justamente en este territorio, en el que se interceptan los anhelos de crecimiento y los intereses del grupo delictivo de la región, donde me parece que mejor dialogan la novela de Clement y la posterior adaptación cinematográfica de Tatiana Huezo, Noche de fuego (2021).
Mientras que la novela de Clement ambiciona con retratar los vertiginosos rumbos de un grupo de mujeres guerrerenses arrasadas por los efectos corrosivos del crimen organizado y la corrupción del Estado mexicano; Huezo prefiere concentrarse en las profundidades de lo local y de la psique femenina. Así, nos ubica en un caluroso pueblo mexicano, donde las prácticas extractivistas por parte de las empresas mineras, se conjugan con el cultivo de amapola y el secuestro de mujeres jóvenes es siempre una posibilidad latente.
En las obras de Clement y Huezo, las niñas aprenden a cavar hoyos en la tierra para después, cuando los narcos vengan a buscarlas -y es seguro que van a venir- esconderse ahí. También se cortan el pelo como niños y entienden que no deben mirar a los militares a los ojos porque podrían despertar en ellos todo tipo de deseos. Así, es el espíritu de lo femenino, anclado a la complejísima red de intereses del narcotráfico, las fuerzas del estado e incluso los de la iniciativa privado lo que nutre y se vuelve la esencia de Ladydi y Noche de fuego.
En Noche de fuego, conocemos las historias de Ana, María y Paula, un grupo de amigas que cursan a marcha forzada la primaria y, que también a marcha forzada dejan de ser niñas para convertirse en mujeres. Así, cuando la pequeña Ana juega a pintarse los labios por primera vez, su madre la regaña, porque ese gesto bien podría costarle su libertad, así que la obliga a cortarse la melena, porque hay que cuidarse de no lucir como mujer.
Cuando Ana y sus amigas son adolescentes, la sesión de belleza es interrumpida por un comando armado que pasa por enfrente de la clínica para amedrentar a los médicos que operan niños -entre ellos María- y los militares que vigilan el evento. Aquí, destaca la prontitud con la que las mujeres reaccionan ante la crisis, se esconden debajo de los muebles y después reanudan sus tratamientos. En Ladydi, la dueña de la estética se refería a su salón como un salón de fealdad, porque en lugar de hacer que las mujeres se vieran bonitas, se dedicaba a cortar cabelleras para disimular el atractivo de sus clientas. Se trata, en fin, de un universo en el que se es mujer mientras se pueda.
Sumergidos en este mundo de violencia, pronto entendemos que escuchar los sonidos de la montaña se vuelve una forma de sobrevivir. Es por ello que la mamá de Ana la enseña a identificar los ruidos de los animales y, sobre todo, el rodar de las Escalades negras en las que viajan los narcotraficantes. Escuchar a los demás, incluso sin que éstos hablen, es también una de las lenguas que Ana domina, pues junto con María, desarrolla desde muy pequeña una especie de telepatía que les permite saber en qué número está pensando su compañera de juego, en qué gesto domina su rostro.
Este juego infantil se convierte en el poderosísimo cierre de la cinta, pues cuando María ha sido secuestrada por los narcotraficantes locales, Ana intenta en su huida, ejecutar por última vez su magia: cierra los ojos y se concentra, confía en la estrechez de su vínculo con María y en que podrá, por medio de telepatía saber dónde se encuentra. La potencia de este acto de magia radica en su capacidad de conmovernos y lastimarnos, pues nos recuerda que, en México encontrar a una mujer desaparecida es prácticamente un acto de magia.