Nuestros desaparecidos, nuestra justicia, Nuestras Madres
POR: ALEX VANSS
18-09-2021 17:05:56
La reparación simbólica consiste en la recuperación de la memoria histórica, el reconocimiento de la dignidad de las víctimas y la reconstrucción del tejido social, es el primer paso para subsanar hechos u omisiones realizados por el Estado, algo que hasta la fecha no ha ocurrido en Guatemala, donde el dictador Ríos Montt cometió un genocidio contra diversas pueblos originarios que hasta la fecha mantiene repercusiones en la sociedad misma que no puede vivir un duelo y cerrar un ciclo al no existir claridad en el numero de desaparecidos y en la localización de sus restos, un hecho que retrata la cinta Nuestras Madres de César Díaz.
El filme protagonizado por Armando Espitia nos cuenta la historia de Ernesto, un joven que trabaja para el Instituto Forense de Guatemala buscando e identificando a personas desaparecidas por la dictadura militar, aunque el trabajo de Ernesto parece monótono e intrascendente, en realidad es vital para aquellos familiares que buscan cumplir un ciclo, hacer un duelo, llorar a sus muertos - algo que en México podemos ver a través de el trabajo de organizaciones comúnmente llamadas Las rastreadoras - algo que él también persigue.
Aunque pudiéramos pensar que el Estado guatemalteco trabaja, a través del institutos o tribunales de justicia, en la identificación y reconocimiento de personas desaparecidas lo cierto es que la película nos muestra un horror que difícilmente podrá desaparecer si no existe un compromiso real por la reparación simbólica de los abusos y vejaciones del Estado y sus diferentes instituciones, como el ejército, el cual torturó, asesinó, desapareció y violó a miles de guatemaltecos, la mayoría provenientes de pueblos originarios.
Es verdad que no soy guatemalteco, que no puedo vivir y palpar de primera mano los trabajos que ha hecho el Estado de aquel país, con el que hacemos frontera al sur, y que tomar lo que un filme muestra como verdad es poco menos que irresponsable, pero seamos francos, en ningún país de Latinoamérica, vamos, en ningún país de América, se ha reconocido y reparado los excesos que han cometido contra sus propios pueblos, esto sucede en Canadá con los pueblos originarios, en Estados Unidos con los migrantes japoneses, en México con las diversas masacres en el sureste, y así nos podemos ir con Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil, más los que faltan.
Todos estos países han usado al ejército para reprimir al pueblo y por más que quieran maquillar a los "milicos" lo cierto es que éstas instituciones están al servicio de élites económicas y políticas, incluso religiosas, y no al servicio del pueblo como se pretende hacer pensar, por lo que ir contra los uniformados es un sacrilegio y un suicidio, aunque bien sepamos las atrocidades cometidas.
Es fácil empatizar con lo que vemos en esta película, es algo que sucede a lo largo y ancho de México, Yaquis buscando a sus desaparecidos, familiares buscando a sus estudiantes, madres buscando a sus hijos migrantes asesinados en Tlatlaya o en Tamaulipas, hijos llorando a sus padres asesinados en Acteal o Aguas Blancas, todos con una consigna, al igual que las mujeres a las que atiende Ernesto: sepultar con honor a sus familiares, en un lugar digno y decir "Te encontramos".
La sensibilidad de Díaz nos permite que ese proceso empático sea más sencillo y que también el coraje, la frustración, el odio, florezca más rápido ante la burocracia de los jefes, el protocolo, la falta de personal, los pocos recursos y el "vámonos con calmita no vaya a ser que pisemos cayos", esto también es posible gracias a la forma en que delinea al personaje de Ernesto, que si bien no sufrió en carne propia la dictadura militar sí vive sus consecuencias que le pegan de forma personal, íntima, familiar.
Pero aún con todas esas trabas, el filme nos invita a reencontrarnos con nuestros semejantes, no desde una perspectiva moralista o religiosa, tampoco desde una visión romanticista edulcorada, más bien desde una fraternidad humana, porque pertenecemos a una misma especie y es la capacidad de amar y hacer cosas hermosas por los que queremos lo que nos vuelve seres humanos, seamos esos seres humanos que las víctimas del Estado necesitan como aliados, seamos esos seres humanos empáticos que nos gustaría tener cerca si algo similar nos llegara a pasar, porque la búsqueda de la verdad y la justicia no es algo que solo beneficie a unos cuantos, es algo que nos beneficia y nos permite sanar a todos con miras en una sola cosa: Ser felices.
La reparación simbólica consiste en la recuperación de la memoria histórica, el reconocimiento de la dignidad de las víctimas y la reconstrucción del tejido social, es el primer paso para subsanar hechos u omisiones realizados por el Estado, algo que hasta la fecha no ha ocurrido en Guatemala, donde el dictador Ríos Montt cometió un genocidio contra diversas pueblos originarios que hasta la fecha mantiene repercusiones en la sociedad misma que no puede vivir un duelo y cerrar un ciclo al no existir claridad en el numero de desaparecidos y en la localización de sus restos, un hecho que retrata la cinta Nuestras Madres de César Díaz.
El filme protagonizado por Armando Espitia nos cuenta la historia de Ernesto, un joven que trabaja para el Instituto Forense de Guatemala buscando e identificando a personas desaparecidas por la dictadura militar, aunque el trabajo de Ernesto parece monótono e intrascendente, en realidad es vital para aquellos familiares que buscan cumplir un ciclo, hacer un duelo, llorar a sus muertos - algo que en México podemos ver a través de el trabajo de organizaciones comúnmente llamadas Las rastreadoras - algo que él también persigue.
Aunque pudiéramos pensar que el Estado guatemalteco trabaja, a través del institutos o tribunales de justicia, en la identificación y reconocimiento de personas desaparecidas lo cierto es que la película nos muestra un horror que difícilmente podrá desaparecer si no existe un compromiso real por la reparación simbólica de los abusos y vejaciones del Estado y sus diferentes instituciones, como el ejército, el cual torturó, asesinó, desapareció y violó a miles de guatemaltecos, la mayoría provenientes de pueblos originarios.
Es verdad que no soy guatemalteco, que no puedo vivir y palpar de primera mano los trabajos que ha hecho el Estado de aquel país, con el que hacemos frontera al sur, y que tomar lo que un filme muestra como verdad es poco menos que irresponsable, pero seamos francos, en ningún país de Latinoamérica, vamos, en ningún país de América, se ha reconocido y reparado los excesos que han cometido contra sus propios pueblos, esto sucede en Canadá con los pueblos originarios, en Estados Unidos con los migrantes japoneses, en México con las diversas masacres en el sureste, y así nos podemos ir con Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil, más los que faltan.
Todos estos países han usado al ejército para reprimir al pueblo y por más que quieran maquillar a los "milicos" lo cierto es que éstas instituciones están al servicio de élites económicas y políticas, incluso religiosas, y no al servicio del pueblo como se pretende hacer pensar, por lo que ir contra los uniformados es un sacrilegio y un suicidio, aunque bien sepamos las atrocidades cometidas.
Es fácil empatizar con lo que vemos en esta película, es algo que sucede a lo largo y ancho de México, Yaquis buscando a sus desaparecidos, familiares buscando a sus estudiantes, madres buscando a sus hijos migrantes asesinados en Tlatlaya o en Tamaulipas, hijos llorando a sus padres asesinados en Acteal o Aguas Blancas, todos con una consigna, al igual que las mujeres a las que atiende Ernesto: sepultar con honor a sus familiares, en un lugar digno y decir "Te encontramos".
La sensibilidad de Díaz nos permite que ese proceso empático sea más sencillo y que también el coraje, la frustración, el odio, florezca más rápido ante la burocracia de los jefes, el protocolo, la falta de personal, los pocos recursos y el "vámonos con calmita no vaya a ser que pisemos cayos", esto también es posible gracias a la forma en que delinea al personaje de Ernesto, que si bien no sufrió en carne propia la dictadura militar sí vive sus consecuencias que le pegan de forma personal, íntima, familiar.
Pero aún con todas esas trabas, el filme nos invita a reencontrarnos con nuestros semejantes, no desde una perspectiva moralista o religiosa, tampoco desde una visión romanticista edulcorada, más bien desde una fraternidad humana, porque pertenecemos a una misma especie y es la capacidad de amar y hacer cosas hermosas por los que queremos lo que nos vuelve seres humanos, seamos esos seres humanos que las víctimas del Estado necesitan como aliados, seamos esos seres humanos empáticos que nos gustaría tener cerca si algo similar nos llegara a pasar, porque la búsqueda de la verdad y la justicia no es algo que solo beneficie a unos cuantos, es algo que nos beneficia y nos permite sanar a todos con miras en una sola cosa: Ser felices.