The Prom, una luz musical para la comunidad LGBTQ
POR: MARÍA DEL CARMEN VARELA
26-12-2020 01:17:13
Pese a la vorágine navideña que se adueña de las pantallas en esta época y a la que Netflix también ha sucumbido, entre sus estrenos de diciembre destaca una cinta que no puedes dejar de ver, se trata de The Prom, basada en el musical del mismo nombre, que ahora bajo la dirección de Ryan Murphy ofrece un respiro a los amantes de la televisión de pago.
La película fue estrenada el 11 de diciembre en la citada plataforma y desde entonces no han parado los halagos para este ejercicio cinematográfico, centrando sus mejores comentarios en el arrojo de la experimentada Merryl Streep, cuyo talento y madurez le permite darse este tipo de concesiones, pues tras sus sonados éxitos dramáticos no tiene nada más que demostrar a la industria ni a sus admiradores, acostumbrados ya a este tipo de sorpresas.
En esta ocasión, Streep interpreta a una diva de Broadway en el ocaso, muy lejana a Francesca Johnson (Los puentes de Madison), a Miranda Presley, de Devil’s Prada (El diablo se viste a la moda) o a la Donna de Mamma Mía!. Dee Dee Allen es una dos veces ganadora del premio Tony, a quien la fortuna ya no le sonríe y que antes de aceptar la inminencia de su retiro pretende reinventarse abanderando la causa de una jovencita lesbiana de Indiana, de nombre Emma Nolan (Jo Ellen Pellman).
Acompañan a Streep en esta aventura una sobria Nicole Kidman (Angie Dickinson), James Corden (Barry Glickman) y Andrew Rannells (Trent Oliver), con quienes comparte profesión, decadencia, pero también pasión por los escenarios, el mismo que los lleva a pelear con vehemencia, primero por su autorescate y luego porque la chica cumpla su sueño de llevar al baile a su novia.
Original de Chad Beguelin y Bob Martin, el musical se estrenó en Broadway en 2016 y ponía en la mesa temas como la inclusión, la tolerancia, la necesidad de visibilizar la discriminación por cuestión de preferencias sexuales en una variopinta sociedad norteamericana. La trama se mantuvo en el contexto de un instituto plagado de puritanos padres de familia e hipócritas y crueles adolescentes, ya clichés en el cine norteamericano.
El tema sigue vigente y no es que Murphy haya logrado ir más allá, pero se agradece el hecho de mantenerlo ahí, latente, aunque sea de manera superficial. También se agradece que pese al caos narrativo que exhibe el trabajo, permita descubrir a una Streep capaz de divertirse en escena, de burlarse de la industria que la ha encumbrado y de recuperar lo mejor del cine para el espectador: el entretenimiento puro.
Desde luego hay quienes agradecen además el descubrimiento de Jo Ellen Pellman, una chica cuya ingenuidad refresca la pantalla y eclipse por momentos la exageración que de pronto exhiben los estelares.
En contra parte hay quienes critican que parezca un tediosamente largo capítulo de Glee, el exceso de números musicales que hacen perder el hilo narrativo la trama, y sobre todo que, aun teniendo temas interesantes, no hayan encontrado una fórmula contundente de abordarlos.
Lentejuelas, brillos y estridentes interpretaciones al servicio de un falso activismo, seres humanos decadentes en busca de la redención de última hora, ingenuas aspiraciones amorosas de un par de chicas adolescentes, que sobreviven con una doble vida, ante una fresa comunidad escolar que añora su baile de fin de año como la panacea de la libertad, son una combinación amorfa, diría hasta un tanto bizarra, como para esperar mucho más de esta película que, si bien, no es una joya, destaca por ser diferente en la oferta cinematográfica de la plataforma.
Habrá que quedarse con el diluido mensaje de la humanidad somos todos y necesitamos mirarnos como iguales para poder avanzar y trascender, más allá de clichés y prejuicios de clase, raza, religión o credo político, sobre todo en esta época en la que una pandemia nos hace voltear a ver al otro, pero también a nosotros mismos y darnos cuenta de nuestra fragilidad individual y colectiva.
Como musical, nada que ver con La, la, land (2016) o Moulin Rouge (2001), como director, Murphy tampoco es el de 2010 que filmó Comer, rezar y amar (2010), ojalá esté pensando en reinventarse o en hacer caso a quienes piensan que es mejor productor que director.
Pese a la vorágine navideña que se adueña de las pantallas en esta época y a la que Netflix también ha sucumbido, entre sus estrenos de diciembre destaca una cinta que no puedes dejar de ver, se trata de The Prom, basada en el musical del mismo nombre, que ahora bajo la dirección de Ryan Murphy ofrece un respiro a los amantes de la televisión de pago.
La película fue estrenada el 11 de diciembre en la citada plataforma y desde entonces no han parado los halagos para este ejercicio cinematográfico, centrando sus mejores comentarios en el arrojo de la experimentada Merryl Streep, cuyo talento y madurez le permite darse este tipo de concesiones, pues tras sus sonados éxitos dramáticos no tiene nada más que demostrar a la industria ni a sus admiradores, acostumbrados ya a este tipo de sorpresas.
En esta ocasión, Streep interpreta a una diva de Broadway en el ocaso, muy lejana a Francesca Johnson (Los puentes de Madison), a Miranda Presley, de Devil’s Prada (El diablo se viste a la moda) o a la Donna de Mamma Mía!. Dee Dee Allen es una dos veces ganadora del premio Tony, a quien la fortuna ya no le sonríe y que antes de aceptar la inminencia de su retiro pretende reinventarse abanderando la causa de una jovencita lesbiana de Indiana, de nombre Emma Nolan (Jo Ellen Pellman).
Acompañan a Streep en esta aventura una sobria Nicole Kidman (Angie Dickinson), James Corden (Barry Glickman) y Andrew Rannells (Trent Oliver), con quienes comparte profesión, decadencia, pero también pasión por los escenarios, el mismo que los lleva a pelear con vehemencia, primero por su autorescate y luego porque la chica cumpla su sueño de llevar al baile a su novia.
Original de Chad Beguelin y Bob Martin, el musical se estrenó en Broadway en 2016 y ponía en la mesa temas como la inclusión, la tolerancia, la necesidad de visibilizar la discriminación por cuestión de preferencias sexuales en una variopinta sociedad norteamericana. La trama se mantuvo en el contexto de un instituto plagado de puritanos padres de familia e hipócritas y crueles adolescentes, ya clichés en el cine norteamericano.
El tema sigue vigente y no es que Murphy haya logrado ir más allá, pero se agradece el hecho de mantenerlo ahí, latente, aunque sea de manera superficial. También se agradece que pese al caos narrativo que exhibe el trabajo, permita descubrir a una Streep capaz de divertirse en escena, de burlarse de la industria que la ha encumbrado y de recuperar lo mejor del cine para el espectador: el entretenimiento puro.
Desde luego hay quienes agradecen además el descubrimiento de Jo Ellen Pellman, una chica cuya ingenuidad refresca la pantalla y eclipse por momentos la exageración que de pronto exhiben los estelares.
En contra parte hay quienes critican que parezca un tediosamente largo capítulo de Glee, el exceso de números musicales que hacen perder el hilo narrativo la trama, y sobre todo que, aun teniendo temas interesantes, no hayan encontrado una fórmula contundente de abordarlos.
Lentejuelas, brillos y estridentes interpretaciones al servicio de un falso activismo, seres humanos decadentes en busca de la redención de última hora, ingenuas aspiraciones amorosas de un par de chicas adolescentes, que sobreviven con una doble vida, ante una fresa comunidad escolar que añora su baile de fin de año como la panacea de la libertad, son una combinación amorfa, diría hasta un tanto bizarra, como para esperar mucho más de esta película que, si bien, no es una joya, destaca por ser diferente en la oferta cinematográfica de la plataforma.
Habrá que quedarse con el diluido mensaje de la humanidad somos todos y necesitamos mirarnos como iguales para poder avanzar y trascender, más allá de clichés y prejuicios de clase, raza, religión o credo político, sobre todo en esta época en la que una pandemia nos hace voltear a ver al otro, pero también a nosotros mismos y darnos cuenta de nuestra fragilidad individual y colectiva.
Como musical, nada que ver con La, la, land (2016) o Moulin Rouge (2001), como director, Murphy tampoco es el de 2010 que filmó Comer, rezar y amar (2010), ojalá esté pensando en reinventarse o en hacer caso a quienes piensan que es mejor productor que director.