Cosas que no hacemos, el reflejo de la otredad
POR: ALEX VANSS
31-05-2020 12:30:43
Si hay algo que admiro del trabajo de Bruno Santamaría es su lente honesta que retrata pedacitos de vida de personajes auténticos, humanos, con miedos pero con mucha valentía, que deciden vivir su vida en sus propios términos, es algo que ya habíamos visto en Margarita y ahora en su nuevo largo documental titulado Cosas que no hacemos, en el que nos comparte parte de la vida de Arturo.
Arturo, a quien cariñosamente le apodan Ñoño, vive en Nayarit, él como muchos niños de la zona han crecido en condiciones precarias, rodeados de la violencia que se apoderó del país y que hasta cierto punto han normalizado, sin embargo, Ñoño es distinto, no solo por el hecho de ser un joven que juega con niños y niñas, a quienes pone coreografías o ayuda en asuntos extraescolares, sino porque él tiene un sueño que en nuestro país machista es agravio.
Bruno nos permite conocer a Ñoño y al grupo de niños que lo rodean a través de una lente intimista, que no está como simple observador sino que participa, interactúa con los protagonistas, con él protagonista, lo que nos permite como espectadores romper, de alguna forma, la cuarta pared y estar aquel pueblo conviviendo con sus habitantes.
Esto en gran parte es responsabilidad del diseño sonoro, que nos permite escuchar el sonido ambiente, el murmullo de la gente, los altavoces que suenan a la distancia, la música de la fiesta, las risas de los niños que juegan, elementos que dotan al documental de humanidad, una humanidad que en muchas ocasiones hemos dejado de ver en los documentales para ser solo testigos que reciben una historia que a los pocos minutos perdemos.
No es que no haya diálogos en la película, los hay pero solo los necesarios, que entran en los momentos justos, porque Bruno permite que sea el contexto el que nos vaya explicando lo que pasa y no un narrador omnipresente cuya voz en off sea un Dios hablando. Sin duda un mérito indiscutible del talento de Bruno y del equipo que lo acompañó en la realización de la película.
Estos elementos que mencioné nos permiten ver más de cerca a los humanos que están en la pantalla, nos permiten no solo empatizar, también ver las cosas que no queremos hacer y preguntarnos cómo es que un joven de 16 años se atreve a confrontar a sus padres para lograr sus sueños y adultos mayores de 30 años nos da miedo cosas menos trascendentes que decidir sobre tu vida sin perder a tu familia.
Es ese momento climático de la película, en el que celebramos la valentía de Ñoño y cuestionamos nuestros miedos, es donde notamos con más fuerza las características del lenguaje cinematográfico que Bruno ha ido conquistando para bien de sus películas, rostros que muestran sentimientos que se transpiran por la piel; ojos que reflejan el temor y la esperanza de que todo estará bien; facciones duras, muecas, todo lo que la cámara capturó y que no es necesario que alguien te explique porque lo entiendes.
Al entenderlo sonríes con Ñoño, sonríes no solo por lo que acaba de hacer él en pantalla sino porque te demuestra que tú puedes transpolar todo lo visto a tu propia vida para cuestionarte esas cosas que no has hecho, si ha valido la pena evitarlas o negarlas, tal vez después te permitas hacerlas y como Arturo, comenzar a vivir una nueva etapa.
Si hay algo que admiro del trabajo de Bruno Santamaría es su lente honesta que retrata pedacitos de vida de personajes auténticos, humanos, con miedos pero con mucha valentía, que deciden vivir su vida en sus propios términos, es algo que ya habíamos visto en Margarita y ahora en su nuevo largo documental titulado Cosas que no hacemos, en el que nos comparte parte de la vida de Arturo.
Arturo, a quien cariñosamente le apodan Ñoño, vive en Nayarit, él como muchos niños de la zona han crecido en condiciones precarias, rodeados de la violencia que se apoderó del país y que hasta cierto punto han normalizado, sin embargo, Ñoño es distinto, no solo por el hecho de ser un joven que juega con niños y niñas, a quienes pone coreografías o ayuda en asuntos extraescolares, sino porque él tiene un sueño que en nuestro país machista es agravio.
Bruno nos permite conocer a Ñoño y al grupo de niños que lo rodean a través de una lente intimista, que no está como simple observador sino que participa, interactúa con los protagonistas, con él protagonista, lo que nos permite como espectadores romper, de alguna forma, la cuarta pared y estar aquel pueblo conviviendo con sus habitantes.
Esto en gran parte es responsabilidad del diseño sonoro, que nos permite escuchar el sonido ambiente, el murmullo de la gente, los altavoces que suenan a la distancia, la música de la fiesta, las risas de los niños que juegan, elementos que dotan al documental de humanidad, una humanidad que en muchas ocasiones hemos dejado de ver en los documentales para ser solo testigos que reciben una historia que a los pocos minutos perdemos.
No es que no haya diálogos en la película, los hay pero solo los necesarios, que entran en los momentos justos, porque Bruno permite que sea el contexto el que nos vaya explicando lo que pasa y no un narrador omnipresente cuya voz en off sea un Dios hablando. Sin duda un mérito indiscutible del talento de Bruno y del equipo que lo acompañó en la realización de la película.
Estos elementos que mencioné nos permiten ver más de cerca a los humanos que están en la pantalla, nos permiten no solo empatizar, también ver las cosas que no queremos hacer y preguntarnos cómo es que un joven de 16 años se atreve a confrontar a sus padres para lograr sus sueños y adultos mayores de 30 años nos da miedo cosas menos trascendentes que decidir sobre tu vida sin perder a tu familia.
Es ese momento climático de la película, en el que celebramos la valentía de Ñoño y cuestionamos nuestros miedos, es donde notamos con más fuerza las características del lenguaje cinematográfico que Bruno ha ido conquistando para bien de sus películas, rostros que muestran sentimientos que se transpiran por la piel; ojos que reflejan el temor y la esperanza de que todo estará bien; facciones duras, muecas, todo lo que la cámara capturó y que no es necesario que alguien te explique porque lo entiendes.
Al entenderlo sonríes con Ñoño, sonríes no solo por lo que acaba de hacer él en pantalla sino porque te demuestra que tú puedes transpolar todo lo visto a tu propia vida para cuestionarte esas cosas que no has hecho, si ha valido la pena evitarlas o negarlas, tal vez después te permitas hacerlas y como Arturo, comenzar a vivir una nueva etapa.