Terror a 47 metros: la claustrofobia malograda (y muy-viajada)
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
21-10-2019 08:27:42

Supongo que recuerda el fenómeno Sharknado. Hablo de esas películas producidas por el canal televisivo Syfy que se convirtieron en todo un hito para la transmisión de “cine” en pantalla chica. El argumento de la saga es sobre un tornado que azota diferentes sitios, pero éste es un tornado con tiburones extremadamente feroces y lanzados con un tino tremendo.
Inserta en la Serie B -quien no lo vea así, de verdad que no entiende nada-, la franquicia se convirtió en un exitazo por su trama totalmente desorbitada, pero divertida, sumada a sus efectos visuales que fueron elaborados con la mayoría de los fondos disponibles -obviamente, lucen terribles-. Es decir, trae todo el encanto del bajo presupuesto. Tal fue la aceptación que dio para seis entregas.
La influencia de Sharknado se extendió a las productoras más “serias” que buscaron adaptar historias similares del subgénero de monstruos, pero inmersos en universos formales y que se tomaran muy en serio. De ahí sale Megalodón (Turteltaub, 2018) y Terror a 47 metros (Roberts, 2017), de la cual ya salió su segunda entrega: Terror a 47 metros: segundo ataque. Vaya oportunidad desperdiciada la de titularla Terror a 48 metros. En fin…
Esta secuela va sobre dos hermanastras, Mia (Sophie Nelisse) y Sasha (Corinne Foxx), unidas por el matrimonio de su padre y madre respectivamente que no logran congeniar. Por la bondad ingenua del padre y la búsqueda de aventura desmedida, terminan sumergiéndose junto con dos amigas en una ciudad maya recién descubierta en cenote yucateco. Tan grande es esta urbe submarina que tiene tiburones viviendo ahí desde hace mucho, tanto que les ha permitido evolucionar para adaptarse a la vida sin luz en los ojos. El peligro y la adrenalina les obligará a unirse para sobrevivir y… ya sabe.
El gran acierto de Sharknado y, probablemente, la razón por la que se convirtieron en un hito de las tv movies es que nunca se tomaron en serio. Jamás hubo una pizca de compostura en su realización ni en su comercialización, ni siquiera en sus títulos. Vaya, la última se llamó Sharknado 6: ya era hora. Las dos partes de Terror a 47 metros no optan por la farsa, sino por la intención de hacer una cinta de terror, el principal y mayor fallo.

Para construir una historia terrorífica, esta continuación opta por elaborar atmósferas claustrofóbicas en la imaginación del espectador. Una ciudad submarina en la que sólo se puede sobrevivir con el oxígeno integrado y las habilidades de nado, pues las chicas no traen aletas… sí, es una situación claustrofóbica. Quizá resulta exigente para una producción de este tipo el sugerir que pudieron explotar los matices del encierro y del peligro que representa estar en el mismo sitio con un tiburón de sentidos superdesarrollados, pero no, queda en el susto repentino y en el violento brinco de ataque.
La inoperancia del terror se suma con varios ataques a la lógica interna de la película. Es importante distinguir entre someterse a la ilusión cinematográfica y tener deficiencias en la diégesis narrativa. O sea, si se supone que es un tiburón ciego con sus demás sentidos potenciados, ¿no debería tener mejor ubicación espacial y un oído potente como para detectar cuando las chicas gemiquean del susto? ¿No una persona debería salir dañada si un enorme tiburón la tiene entre sus fauces? Contrario al efectoRápido y Furioso, estas fallas no generan risa ni crean un efecto de goce en el público con humor adecuado, sino que sólo generan la sensación de estar viendo algo muy tonto.
Con otros pesares como los efectos visuales cutres y un desempeño actoral que sí asemeja a su exitosa contraparte del cine de televisión, la segunda de Terror a 47 metros es una secuela descompuesta que peca de falta de visión -irónicamente-, pues su esquema pudo ser mejor de haber resuelto incongruencias en su planteamiento y de haber intentado proyectar el terror que viene en el nombre. ¿La tercera sí se llamará Terror a 48 metros?
Supongo que recuerda el fenómeno Sharknado. Hablo de esas películas producidas por el canal televisivo Syfy que se convirtieron en todo un hito para la transmisión de “cine” en pantalla chica. El argumento de la saga es sobre un tornado que azota diferentes sitios, pero éste es un tornado con tiburones extremadamente feroces y lanzados con un tino tremendo.
Inserta en la Serie B -quien no lo vea así, de verdad que no entiende nada-, la franquicia se convirtió en un exitazo por su trama totalmente desorbitada, pero divertida, sumada a sus efectos visuales que fueron elaborados con la mayoría de los fondos disponibles -obviamente, lucen terribles-. Es decir, trae todo el encanto del bajo presupuesto. Tal fue la aceptación que dio para seis entregas.
La influencia de Sharknado se extendió a las productoras más “serias” que buscaron adaptar historias similares del subgénero de monstruos, pero inmersos en universos formales y que se tomaran muy en serio. De ahí sale Megalodón (Turteltaub, 2018) y Terror a 47 metros (Roberts, 2017), de la cual ya salió su segunda entrega: Terror a 47 metros: segundo ataque. Vaya oportunidad desperdiciada la de titularla Terror a 48 metros. En fin…
Esta secuela va sobre dos hermanastras, Mia (Sophie Nelisse) y Sasha (Corinne Foxx), unidas por el matrimonio de su padre y madre respectivamente que no logran congeniar. Por la bondad ingenua del padre y la búsqueda de aventura desmedida, terminan sumergiéndose junto con dos amigas en una ciudad maya recién descubierta en cenote yucateco. Tan grande es esta urbe submarina que tiene tiburones viviendo ahí desde hace mucho, tanto que les ha permitido evolucionar para adaptarse a la vida sin luz en los ojos. El peligro y la adrenalina les obligará a unirse para sobrevivir y… ya sabe.
El gran acierto de Sharknado y, probablemente, la razón por la que se convirtieron en un hito de las tv movies es que nunca se tomaron en serio. Jamás hubo una pizca de compostura en su realización ni en su comercialización, ni siquiera en sus títulos. Vaya, la última se llamó Sharknado 6: ya era hora. Las dos partes de Terror a 47 metros no optan por la farsa, sino por la intención de hacer una cinta de terror, el principal y mayor fallo.
Para construir una historia terrorífica, esta continuación opta por elaborar atmósferas claustrofóbicas en la imaginación del espectador. Una ciudad submarina en la que sólo se puede sobrevivir con el oxígeno integrado y las habilidades de nado, pues las chicas no traen aletas… sí, es una situación claustrofóbica. Quizá resulta exigente para una producción de este tipo el sugerir que pudieron explotar los matices del encierro y del peligro que representa estar en el mismo sitio con un tiburón de sentidos superdesarrollados, pero no, queda en el susto repentino y en el violento brinco de ataque.
La inoperancia del terror se suma con varios ataques a la lógica interna de la película. Es importante distinguir entre someterse a la ilusión cinematográfica y tener deficiencias en la diégesis narrativa. O sea, si se supone que es un tiburón ciego con sus demás sentidos potenciados, ¿no debería tener mejor ubicación espacial y un oído potente como para detectar cuando las chicas gemiquean del susto? ¿No una persona debería salir dañada si un enorme tiburón la tiene entre sus fauces? Contrario al efectoRápido y Furioso, estas fallas no generan risa ni crean un efecto de goce en el público con humor adecuado, sino que sólo generan la sensación de estar viendo algo muy tonto.
Con otros pesares como los efectos visuales cutres y un desempeño actoral que sí asemeja a su exitosa contraparte del cine de televisión, la segunda de Terror a 47 metros es una secuela descompuesta que peca de falta de visión -irónicamente-, pues su esquema pudo ser mejor de haber resuelto incongruencias en su planteamiento y de haber intentado proyectar el terror que viene en el nombre. ¿La tercera sí se llamará Terror a 48 metros?