Godzilla: El Rey de los monstruos, la enloquecida divinidad
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
16-06-2019 16:16:24
El proyecto de crear un “universo cinematográfico” con los grandes monstruos del cine es ciertamente ambicioso, especialmente considerando las figuras que pretende involucrar. Godzilla es el monstruo fílmico más famoso del mundo, teniendo una enorme cantidad de cintas -incluyendo a la serie B- con su nombre, ahora teniendo una nueva mirada en el cine mainstream desde Godzilla (2014), película más concentrada en el drama humano alrededor de su descubrimiento que en el propio engendro. La taquilla dictó que debía haber más Godzilla, así que ha llegado Godzilla: El Rey de los monstruos, ahora a cargo de Michael Dougherty.
Supuestamente, aquí se cuenta sobre las consecuencias de haber perturbado la paz de esta quimera y cómo la humanidad va a lidiar con él. ¿Tiene que ser destruido? ¿Puede ser destruido? ¿Es el único de su tipo? Todas son preguntas con respuestas que pueden resolverse en los primeros minutos por la simpleza del relato.
Uno de los principales comentarios contra la primera entrega fue que, pues… hubo poco del lagarto radioactivo, cosa que fue resuelta… en grande. De hecho, casi cualquier ápice de argumento fue sustituido en favor de mostrar más su poderío. El guion se nota como un requerimiento para seguir cierto orden -o algo así-, pues el desarrollo se percibe caótico y extendido con el único objetivo de mostrar más animación computarizada.
Hay muchas situaciones que se resuelven con conveniencias absurdas -los llamados Deus ex machina- y vaya, mucha hilaridad involuntaria. Ahora, hay que decir que la idea de la película nunca parece ser contar algo, sino mostrar. Es decir que si usted espera que la mencionada animación computarizada sea el punto alto, ciertamente lo es. Por conveniencia y requerimiento del estudio, resulta que vivimos siempre entre monstruos y pues, todos salen y se pelean.
El clímax se alcanza con la pelea entre Godzilla y Ghidorah, la cosa “antagonista”, con un enorme despliegue de brutalidad mitológica que resulta interesante por la construcción del diálogo alrededor de esto. Constantemente se refuerza la idea de que Gojira (por su pronunciación en japonés) no es un fenómeno, sino una divinidad -de ahí la famosa escena del tráiler donde, en su sorpresa, un científico dice “God” (aludiendo a Dios, pero dicho como una expresión de sorpresa) y otro le complementa con el “...zilla”-. De hecho, se muestra cómo otras civilizaciones antiguas trataban con él y era venerado. Lucha de gigantes…
La exposición de la furia es la sustancia de esta obra, en donde se puede hacer una analogía de Godzilla como la divina espectacularidad que constantemente persigue la actual industria cinematográfica hollywoodense, la cual suele desdeñar la articulación de una trama por la simple muestra de valores de producción -usualmente con una artificialidad predominante- y a veces ni eso.
Godzilla: El Rey de los monstruos funciona en sus deberes industriales al sentar las bases del llamado Monsterverse. Embarra al espectador con animación y un argumento sencillamente confuso y con un desempeño actoral tan descuidado que expone cierto desinterés en la dirección al saber que la médula no está ahí. Sigue su enfrentamiento con King Kong que promete ser aún más descabellado.
El proyecto de crear un “universo cinematográfico” con los grandes monstruos del cine es ciertamente ambicioso, especialmente considerando las figuras que pretende involucrar. Godzilla es el monstruo fílmico más famoso del mundo, teniendo una enorme cantidad de cintas -incluyendo a la serie B- con su nombre, ahora teniendo una nueva mirada en el cine mainstream desde Godzilla (2014), película más concentrada en el drama humano alrededor de su descubrimiento que en el propio engendro. La taquilla dictó que debía haber más Godzilla, así que ha llegado Godzilla: El Rey de los monstruos, ahora a cargo de Michael Dougherty.
Supuestamente, aquí se cuenta sobre las consecuencias de haber perturbado la paz de esta quimera y cómo la humanidad va a lidiar con él. ¿Tiene que ser destruido? ¿Puede ser destruido? ¿Es el único de su tipo? Todas son preguntas con respuestas que pueden resolverse en los primeros minutos por la simpleza del relato.
Uno de los principales comentarios contra la primera entrega fue que, pues… hubo poco del lagarto radioactivo, cosa que fue resuelta… en grande. De hecho, casi cualquier ápice de argumento fue sustituido en favor de mostrar más su poderío. El guion se nota como un requerimiento para seguir cierto orden -o algo así-, pues el desarrollo se percibe caótico y extendido con el único objetivo de mostrar más animación computarizada.
Hay muchas situaciones que se resuelven con conveniencias absurdas -los llamados Deus ex machina- y vaya, mucha hilaridad involuntaria. Ahora, hay que decir que la idea de la película nunca parece ser contar algo, sino mostrar. Es decir que si usted espera que la mencionada animación computarizada sea el punto alto, ciertamente lo es. Por conveniencia y requerimiento del estudio, resulta que vivimos siempre entre monstruos y pues, todos salen y se pelean.
El clímax se alcanza con la pelea entre Godzilla y Ghidorah, la cosa “antagonista”, con un enorme despliegue de brutalidad mitológica que resulta interesante por la construcción del diálogo alrededor de esto. Constantemente se refuerza la idea de que Gojira (por su pronunciación en japonés) no es un fenómeno, sino una divinidad -de ahí la famosa escena del tráiler donde, en su sorpresa, un científico dice “God” (aludiendo a Dios, pero dicho como una expresión de sorpresa) y otro le complementa con el “...zilla”-. De hecho, se muestra cómo otras civilizaciones antiguas trataban con él y era venerado. Lucha de gigantes…
La exposición de la furia es la sustancia de esta obra, en donde se puede hacer una analogía de Godzilla como la divina espectacularidad que constantemente persigue la actual industria cinematográfica hollywoodense, la cual suele desdeñar la articulación de una trama por la simple muestra de valores de producción -usualmente con una artificialidad predominante- y a veces ni eso.
Godzilla: El Rey de los monstruos funciona en sus deberes industriales al sentar las bases del llamado Monsterverse. Embarra al espectador con animación y un argumento sencillamente confuso y con un desempeño actoral tan descuidado que expone cierto desinterés en la dirección al saber que la médula no está ahí. Sigue su enfrentamiento con King Kong que promete ser aún más descabellado.