El complot mongol: la farsa negra

POR: MAURICIO HERNÁNDEZ

09-04-2019 12:00:00

Complot Mongol farsa negra


A pesar de estar en una etapa baja, lo negro (elegantemente llamado noir) es una de las estéticas -no género cinematográfico- más importantes del siglo pasado por  obras maestras como El Halcón Maltés (John Huston, 1942) oBarrio chino (Roman Polanski, 1974). En México no hay grandes exponentes de este estilo, salvo por algunas cintas de Roberto Gavaldón como La noche avanza (1952).

Hablando sobre novela negra, El complot mongol de Rafael García resulta una obra fundamental, pues fue la primera de su clase en la literatura mexicana. Ésta ya ha tenido dos adaptaciones a la pantalla grande. La primera ocurrió en 1977, dirigida por Antonio Eceiza, con Pedro Armendáriz Jr. como protagonista; la más reciente, dirigida por Sebastián del Amo y estelarizada por Damián Alcázar.


Filiberto García, detective mexicano más matón que policía, se ve envuelto en una complicada maquinación internacional después de que las autoridades mexicanas le encargan investigar un posible complot contra el presidente estadounidense John F. Kennedy. Desde ahí, se elabora toda la investigación, volviéndose cada vez más enredada mientras se gesta un romance con Martita “La china” (Bárbara Mori).


Parte importante del cine negro es su esquema plástico que explota las sombras y las tonalidades del gris para representar sus tramas de asesinato, investigaciones y una mentalidad decaída. En esta película no se exploran esos tonos grisáceos, pero sí las sombras. En lugar de eso, se utilizan colores que oscilan entre lo vivaz y opaco, y algunas luces neón para salir de la generalidad, componiendo una paleta interesante.


Es en la construcción del protagonista y en el argumento donde se nota la esencia de ésta estética. Dentro de la aparente dureza de Filiberto, existe un hombre corroído por la soledad -“¡pinche soledad!”- y desconfiado ante los cambios que observa en su entorno. Además, el hilo conductor de la caótica averiguación es típica de lo noir. Sin embargo, la mayor virtud de la cinta es la amalgama que consigue con la farsa.


Es decir, a pesar de que el núcleo del complot está desarrollado con provecho y congruencia, es el rompimiento de la seriedad con la interacción con el espectador, coloquialmente conocido como “romper la cuarta pared”, lo que crea un matiz fársico que, apoyado en el ingenioso libreto -que realmente contiene graciosos fragmentos-, dota de identidad a la película.


Complot Mongol Damian Alcazar


En estos quiebres de la narración ficticia se muestra la mentalidad de García que va muy cargada del ideario mexicano. Además, el diseño de los personajes y de la producción apoyan este sentido de la irrealidad al exponer figuras caricaturizadas como el sujeto chino más estereotipado o la luz neón más abrasadora que hay.


Igualmente, los involucrados en resolver la intriga internacional son seres con características muy reconocibles. Tal como chiste de cantina: un gringo, un ruso y un mexicano. Y así como en chiste, el mexicano, usando la practicidad y la simple pericia, logra darle la vuelta a dos detectives habilidosos. Dentro de sus diálogos también ellos denotan la idiosincrasia de la Guerra Fría, los dos queriendo demostrar su superioridad y el mexicano, neutral, entre dos cabezas llenas de aire caliente. Las tres personalidades sí logran confluir (hay “química”, pues): la audaz presunción del gringo, la sobriedad calculadora del soviético y la bravuconería intuitiva del mexicano. Esto queda perfectamente representado en una escena donde los dos rivales tratan de hacer que el otro abra una puerta, y es Filiberto quien termina abriéndola con un simple giro del picaporte: “¡Pinches expertos!”.


Sería apresurado comparar a El complot mongol con alguna de los notables exponentes, pero ciertamente es una interesante actualización de un texto imprescindible para el género y un filme que consolida una sustancia propia, objetivo primordial del director según sus propias palabras. Una efectiva farsa negra que representa adecuadamente la pícara mexicanidad. Un chiste bien contado (en pantalla).



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