La mula: el viejo caballo autorreferencial
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
25-01-2019 18:46:15
Clint Eastwood es uno de los mejores casos de actor convertido a cineasta. Digo, puede que no esté de acuerdo con la ideología impresa en su cine, pero el señor le sabe a los aparatos y, aún más importante, a la potencia que tienen. También es de reconocer que esa misma potencia la mantiene en su salud, pues sigue en activo siendo ya un octogenario. Viejos los cerros.
A pesar de sus cualidades como realizador, Eastwood vive en esta época tan caótica donde muchas de las cintas en las que ha participado son cuestionadas por sus contenidos discursivos. Cada largometraje -y obra, en cualquier sentido- es testigo de su tiempo, pero con su pasar surgen nuevas interpretaciones, todas tan igualmente válidas e inválidas. Tomemos como ejemplo Francotirador (2014), una obra de innegables virtudes fílmicas, pero cargada con un discurso conservador patriota propio de Eastwood. Ahora, esa interesante representación de los traumas que deja un evento bélico y la sanación con desenlace trágico-irónico es incómoda. Ni qué decir.
Estos comentarios los ha tenido el director a lo largo de los años, pero ahora se han potenciado. No obstante, Clint Eastwood es un creador que se retirará o morirá con su estilo, y La Mula lo demuestra.
Basada en hechos reales, ésta es la historia de Earl (Clint Eastwood), un anciano jardinero que siempre ha antepuesto el empleo a la familia. Con el pasar de los años, su labor artesanal de florería se ve superada por el mundo digital, dejando su negocio en quiebra. Al ya no tener nada material, decide regresar con la familia, quien inevitablemente lo rechaza; en su afán de hacer algo, por sugerencia de alguien termina de narcochofer (a quienes desempeñan este trabajo se les conoce como “mulas”, de ahí el título) para un cartel mexicano. Desde ahí, la cinta elabora a través de los numerosas entregas de “mercancía” que hace el protagonista y la investigación de la DEA para agarrarlo.
A pesar de que el filme posee un ritmo fluido y construye su relato de forma lo suficientemente congruente, hibridándose provechosamente entre el western con el melodrama, el cine policiaco y pizcas de road movie -lo que ya habla de una narrativa profunda-, considero que el núcleo subtextual está en cómo la película habla de su protagonista y su relación con el entorno, en cómo se autorefiere.
Si observamos la trama, hay varios puntos en los que podemos afirmar -y, de hecho, quedan adjetivados en pantalla- que Eastwood se refiere a sí mismo en una conversación entre él con la actualidad, tanto de la industria cinematográfica como del mundo.
Veamos: un señor que prefiere las cosas “como eran antes” -una expresión que repite varias veces- ante el nuevo panorama hipertecnológico. Aquí se refleja cierto malestar que tiene el director ante la ola sofocante de filmes repletos de despliegue digital, así como cuando él mismo dijera que no haría una película de superhéroes. “Esta generación vive en el teléfono”.
Otro momento, notablemente más escabroso en estos tiempos, es cuando el personaje de Eastwood detiene su recorrido para ayudar a una pareja de afroamericanos a cambiar su llanta. “Me gusta ayudar, especialmente a los amigos negros” (dicho con el término negro). La chica mira ofendida a Earl y le explica amablemente que “la gente ya no utiliza esas palabras”, a lo que le responde con un simple “está bien” seguido de una sonrisa discreta. Una línea sumamente incorrecta para una producción actual, pero el mismo Clint Eastwood ha declarado anteriormente que él cree que “secretamente todos se están hartando de la corrección política, del peloteo. Estamos en una generación de blandengues”. Un poco de provocación para el público y un autoenfrentamiento del hombre con un mundo totalmente distinto al que conoció.
Y, la señal más clara: algunas líneas donde parece ser que Eastwood se lamenta por su estatus de próxima leyenda, pero actualmente omitida. En una escena posterior a una narcofiesta, Earl se acerca con su superior directo, quien es usualmente omitido por el capo mayor. A manera de consejo, trata de animarlo a que deje la organización para hacer algo que realmente disfrute. Su jefe se enoja y lo manda a su cuarto desdeñándolo por ser un “viejo molesto”. “Sí, me voy a mi cuarto donde sí soy alguien”, dice el personaje del anciano mientras mira y camina hacia fuera del cuadro con la mirada perdida. Por el corte de la escena y el lenguaje corporal del protagonista se puede decir que ésta intervención no sólo queda dentro de la narración, sino que sería el propio Eastwood dirigiéndose a la audiencia, algo similar al “me amarán cuando esté muerto”, de Orson Welles.
Aparte de ser una película que demuestra a Clint Eastwood regresando a sus mejores formas, La mula es un enfrentamiento del autor consigo mismo, en su forma de cineasta y de ser humano; lamentablemente, también tiene aires de despedida como el Lucky, de John Carroll Lynch. Si así fuera, vaya manera de poner un “hasta luego” en cine.
Clint Eastwood es uno de los mejores casos de actor convertido a cineasta. Digo, puede que no esté de acuerdo con la ideología impresa en su cine, pero el señor le sabe a los aparatos y, aún más importante, a la potencia que tienen. También es de reconocer que esa misma potencia la mantiene en su salud, pues sigue en activo siendo ya un octogenario. Viejos los cerros.
A pesar de sus cualidades como realizador, Eastwood vive en esta época tan caótica donde muchas de las cintas en las que ha participado son cuestionadas por sus contenidos discursivos. Cada largometraje -y obra, en cualquier sentido- es testigo de su tiempo, pero con su pasar surgen nuevas interpretaciones, todas tan igualmente válidas e inválidas. Tomemos como ejemplo Francotirador (2014), una obra de innegables virtudes fílmicas, pero cargada con un discurso conservador patriota propio de Eastwood. Ahora, esa interesante representación de los traumas que deja un evento bélico y la sanación con desenlace trágico-irónico es incómoda. Ni qué decir.
Estos comentarios los ha tenido el director a lo largo de los años, pero ahora se han potenciado. No obstante, Clint Eastwood es un creador que se retirará o morirá con su estilo, y La Mula lo demuestra.
Basada en hechos reales, ésta es la historia de Earl (Clint Eastwood), un anciano jardinero que siempre ha antepuesto el empleo a la familia. Con el pasar de los años, su labor artesanal de florería se ve superada por el mundo digital, dejando su negocio en quiebra. Al ya no tener nada material, decide regresar con la familia, quien inevitablemente lo rechaza; en su afán de hacer algo, por sugerencia de alguien termina de narcochofer (a quienes desempeñan este trabajo se les conoce como “mulas”, de ahí el título) para un cartel mexicano. Desde ahí, la cinta elabora a través de los numerosas entregas de “mercancía” que hace el protagonista y la investigación de la DEA para agarrarlo.
A pesar de que el filme posee un ritmo fluido y construye su relato de forma lo suficientemente congruente, hibridándose provechosamente entre el western con el melodrama, el cine policiaco y pizcas de road movie -lo que ya habla de una narrativa profunda-, considero que el núcleo subtextual está en cómo la película habla de su protagonista y su relación con el entorno, en cómo se autorefiere.
Si observamos la trama, hay varios puntos en los que podemos afirmar -y, de hecho, quedan adjetivados en pantalla- que Eastwood se refiere a sí mismo en una conversación entre él con la actualidad, tanto de la industria cinematográfica como del mundo.
Veamos: un señor que prefiere las cosas “como eran antes” -una expresión que repite varias veces- ante el nuevo panorama hipertecnológico. Aquí se refleja cierto malestar que tiene el director ante la ola sofocante de filmes repletos de despliegue digital, así como cuando él mismo dijera que no haría una película de superhéroes. “Esta generación vive en el teléfono”.
Otro momento, notablemente más escabroso en estos tiempos, es cuando el personaje de Eastwood detiene su recorrido para ayudar a una pareja de afroamericanos a cambiar su llanta. “Me gusta ayudar, especialmente a los amigos negros” (dicho con el término negro). La chica mira ofendida a Earl y le explica amablemente que “la gente ya no utiliza esas palabras”, a lo que le responde con un simple “está bien” seguido de una sonrisa discreta. Una línea sumamente incorrecta para una producción actual, pero el mismo Clint Eastwood ha declarado anteriormente que él cree que “secretamente todos se están hartando de la corrección política, del peloteo. Estamos en una generación de blandengues”. Un poco de provocación para el público y un autoenfrentamiento del hombre con un mundo totalmente distinto al que conoció.
Y, la señal más clara: algunas líneas donde parece ser que Eastwood se lamenta por su estatus de próxima leyenda, pero actualmente omitida. En una escena posterior a una narcofiesta, Earl se acerca con su superior directo, quien es usualmente omitido por el capo mayor. A manera de consejo, trata de animarlo a que deje la organización para hacer algo que realmente disfrute. Su jefe se enoja y lo manda a su cuarto desdeñándolo por ser un “viejo molesto”. “Sí, me voy a mi cuarto donde sí soy alguien”, dice el personaje del anciano mientras mira y camina hacia fuera del cuadro con la mirada perdida. Por el corte de la escena y el lenguaje corporal del protagonista se puede decir que ésta intervención no sólo queda dentro de la narración, sino que sería el propio Eastwood dirigiéndose a la audiencia, algo similar al “me amarán cuando esté muerto”, de Orson Welles.
Aparte de ser una película que demuestra a Clint Eastwood regresando a sus mejores formas, La mula es un enfrentamiento del autor consigo mismo, en su forma de cineasta y de ser humano; lamentablemente, también tiene aires de despedida como el Lucky, de John Carroll Lynch. Si así fuera, vaya manera de poner un “hasta luego” en cine.