Los años azules, en un tono pálido
POR: MAURICIO HERNÁNDEZ
18-01-2019 15:19:59
Todos tenemos épocas de inestabilidad. Algunos las sufren solamente en la adolescencia, otros al inicio de los 20, los 40… depende de lo que el “destino” o en-lo-que-elija-creer le depare, pero usualmente la vida nos coloca en arenas movedizas más de una vez en nuestra existencia. Claro que no sólo intervienen nuestras decisiones, también influyen las condiciones del mundo que nos rodea.
Los años azules, ópera prima de Sofía Gómez Córdova, relata -medianamente- los caminos cruzados de cinco jóvenes en una maltrecha casona de huéspedes. Todos son acompañados por Chobi, el gato que no es de nadie “porque es de la casa”, o eso dicen.
Aquí tenemos otra supuesta historia sobre la juventud errante: sin rumbo, sin grandes ingresos monetarios (no los suficientes, por lo menos) y con grandes aspiraciones de convertir el mundo que les rodea en un espacio lo suficientemente ideal. Está la chica que entre que hace todo… no hace nada, el chavorruco flojo, la planeadora obsesiva, la “bruja” insoportable y el indiferente. Todos cargan con distintos lastres como asuntos familiares, monetarios o personales; no obstante, todos y cada uno cargan con un mal mayor: la falta de desarrollo en su personaje.
Si bien es verosímil que la forma en la que todos se conectan es meramente circunstancial, pues la cinta comienza con la llegada de Diana (Paloma Domínguez) -la entusiasta que nunca acaba algo-, el resto de la estructura caracterológica se ve sustentada en unas cuantas líneas sin mayor exploración o sustento real en escenas; peor aún, el desarrollo entero de la cinta transcurre como un acervo de anécdotas sin conexión entre sí. Son un montón de “chavos haciendo cosas de chavos”, es decir, fiestas, conocer el amor brevemente y uno que otro descontrol emocional.
En cuanto a realización, encontramos un trabajo oscilante. Mientras por momentos notamos cierto atrevimiento hasta con un plano secuencia hecho… porque sí -es decir, sin mayor motivo expresivo, en otros hay un mayor conservadurismo que se inclina a una falta de virtud técnica. El diseño sonoro se percibe un poco más cuidado en los niveles de volumen y la intercalación con la música; igualmente, el diseño de arte realmente refleja una la construcción de un edificio a punto de derrumbarse con cierta apariencia.
Sin embargo, la carencia de argumento y de un flujo congruente en las subtramas de los personajes termina por derruir esta casa narrativa al tintar sus cimientos de un gris demasiado oscuro. El supuesto elemento unificador, el gato Schrödinger “Chobi”, queda como una pieza mayormente anecdótica sin algún peso real en la trama. Los años azules hace justicia al color referido, pero en un tono pálido… muy pálido.
Ahora ya puedes disfrutar de Los años azules sin salir de Encuadres; date de alta en Eyelet y disfruta de este y otros titulos sin dejar la revista que pone todo el cine en tus manos
Todos tenemos épocas de inestabilidad. Algunos las sufren solamente en la adolescencia, otros al inicio de los 20, los 40… depende de lo que el “destino” o en-lo-que-elija-creer le depare, pero usualmente la vida nos coloca en arenas movedizas más de una vez en nuestra existencia. Claro que no sólo intervienen nuestras decisiones, también influyen las condiciones del mundo que nos rodea.
Los años azules, ópera prima de Sofía Gómez Córdova, relata -medianamente- los caminos cruzados de cinco jóvenes en una maltrecha casona de huéspedes. Todos son acompañados por Chobi, el gato que no es de nadie “porque es de la casa”, o eso dicen.
Aquí tenemos otra supuesta historia sobre la juventud errante: sin rumbo, sin grandes ingresos monetarios (no los suficientes, por lo menos) y con grandes aspiraciones de convertir el mundo que les rodea en un espacio lo suficientemente ideal. Está la chica que entre que hace todo… no hace nada, el chavorruco flojo, la planeadora obsesiva, la “bruja” insoportable y el indiferente. Todos cargan con distintos lastres como asuntos familiares, monetarios o personales; no obstante, todos y cada uno cargan con un mal mayor: la falta de desarrollo en su personaje.
Si bien es verosímil que la forma en la que todos se conectan es meramente circunstancial, pues la cinta comienza con la llegada de Diana (Paloma Domínguez) -la entusiasta que nunca acaba algo-, el resto de la estructura caracterológica se ve sustentada en unas cuantas líneas sin mayor exploración o sustento real en escenas; peor aún, el desarrollo entero de la cinta transcurre como un acervo de anécdotas sin conexión entre sí. Son un montón de “chavos haciendo cosas de chavos”, es decir, fiestas, conocer el amor brevemente y uno que otro descontrol emocional.
En cuanto a realización, encontramos un trabajo oscilante. Mientras por momentos notamos cierto atrevimiento hasta con un plano secuencia hecho… porque sí -es decir, sin mayor motivo expresivo, en otros hay un mayor conservadurismo que se inclina a una falta de virtud técnica. El diseño sonoro se percibe un poco más cuidado en los niveles de volumen y la intercalación con la música; igualmente, el diseño de arte realmente refleja una la construcción de un edificio a punto de derrumbarse con cierta apariencia.
Sin embargo, la carencia de argumento y de un flujo congruente en las subtramas de los personajes termina por derruir esta casa narrativa al tintar sus cimientos de un gris demasiado oscuro. El supuesto elemento unificador, el gato Schrödinger “Chobi”, queda como una pieza mayormente anecdótica sin algún peso real en la trama. Los años azules hace justicia al color referido, pero en un tono pálido… muy pálido.
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