Corina: Hacia un inofensivo estándar
POR: JOSÉ LUIS SALAZAR
15-01-2025 16:31:42
Corina, ópera prima de Urzula Barba Hopfner, es probablemente la cinta mexicana más paseada por festivales nacionales de este recién finado 2024 pues tras su estreno y triunfo en el FICG donde se alzó con el premio de la sección Hecho en Jalisco se presentó en la selección del GIFF, en una sección paralela del FICM y en la sección oficial en competencia de Los Cabos cumpliendo el probable objetivo de su directora, una cinta tan accesible como inofensiva.
Hay demasiados argumentos para quien critique la comedia mexicana: un reciclaje temático, las agotadas dicotomías mirrey-chairo, fifi-naco, rico-pobre, un desgastado y repetitivo startalent o la estética muchas veces similar a las de producciones televisivas. Cualquiera que fuese el caso detrás de esta aversión poco o nada tiene que pedirles a las producciones americanas que con millones más de presupuesto ofrecen lo mismo.
En las comedias de Adam Sandler, Melissa McCarthy, Jim Carrey, Ben Stiller, Will Ferrell hasta las más recientes de Ryan Reynolds, Kevin Hart, Dwayne Johnson, Jason Sudeikis o Jason Bateman, la comedia física y los chistes sexuales siguen ahí. Dichas comedias muchas veces mezcladas con cine de acción o romance padecen de lo mismo que el cine mexicano de ese género y, me atrevo a decir, del de cualquiera nacionalidad pues tanto en México como en Francia, Estados Unidos o China, donde los estereotipos, el humor físico, las bromas en doble sentido o la comedía de situación son la constante.
La resistencia que ponemos al cine de comedia mexicano puede deberse a las limitaciones temáticas mencionadas, pero no terminaría de explicar el porqué del éxito de las producciones del vecino del norte que tienen los mismos temas y estructuras. En cambio, la cuestión de clase, problemática explotada dentro de la pantalla en nuestro cine, se extiende fuera de ella pues de los prejuicios a las estrellas de la pantalla chica e influencers, a la distribuidora más poderosa del país que vinculamos con la empresa de medios de comunicación dueña de los canales de televisión más vistos en México y a la calidad de nuestro cine que entendemos inferior a la extranjera, viene una idolatría y admiración a la producción fílmica estadounidense que nos impide reconocer que es tan similar a la nacional.
En este ir y venir de estrenos y de un público que le rehúye a Una pequeña confusión o El roomie mientras se entrega voluntariamente a la tercera entrega de Deadpool o a Código: Traje Rojo creyendo ver algo mejor, se estrena Corina, de Urzúla Barba Hopfner.
Corina es una joven que padece agorafobia. Tras la muerte de su padre, su madre, que responde al nombre de René, redujo la movilidad de su hija por la ciudad cada vez más hasta limitarse a las 4 calles que rodean su domicilio y donde se encuentra todo lo que necesita: la tienda de abarrotes de Fer y las oficinas del periódico donde trabaja.
Dedicada a la corrección de estilo del libro vaquero para una editorial, como se explica, también tiende a hacer correcciones a su realidad en lo que le cuenta a su madre, inventando desde conversaciones con su jefa que nunca pudo sostener, una amistad con su escritora favorita a la que nunca ha podido conocer, hasta ser autora para la editorial y correctora de la saga más importante que publican. Esto último ocasiona que una de sus invenciones personales salga por error de casa y termine publicándose, alterando el final original de la última novela de la famosísima escritora Xareni Silverman y poniendo en peligro su trabajo y el de sus compañeros.
La excentricidad de su protagonista que colecciona recortes y vaqueros falsos en los que se pone como autora en una maleta bajo la cama, que se congela ante la gente y que recluida en una oficinita aislada de todos permanentemente, está viviendo las fantasías de sus libros en lugar de la realidad, es tan inofensiva y similar a la del personaje Amélie de la comedia homónima francesa del año 2001 con la que no han cesado las comparaciones.
En el año de su estreno el crítico Frédéric Bonnaud para Film Comment escribió una columna titulada The Amélie Effect intentando explicar el efecto que llevó a aquella película a convertirse en la más taquillera en la historia del país hasta ese momento. La realidad detrás de su éxito no es muy distante de lo que hace que el público mexicano se aleje de su cine y en especial de las comedias: el deseo de validación.
Amélie está lejos de ser una película de la Nouvelle Vague, de abordar temas del cine de Krzysztof Kieślowski, Leos Carax, Claire Denis o Chris Marker, sin embargo, sí tiene recursos de comedias de Louis Malle como Zazie dans le metro y un personaje con ligeros parentescos a algunas protagonistas del cine de Eric Rohmer o Maurice Pialat, todo esto profundamente digerido y accesible para una gran audiencia. Tras ser presentada en festivales la prensa internacional difícilmente escondió su amor por la película, la puso en sus listas de lo mejor de ese año y llegó a conquistar 5 nominaciones en los premios Oscar; el público general que, por más que digan lo contrario, no consume cine fuera del de Hollywood y alguna que otra producción industrial del cine de su país se sintió validado como pocas veces tras gustar de una película de un país del que rara vez mira su cine y ver cómo triunfaba en crítica y premios, cosa que casi nunca pasa con las que hacen éxitos en taquilla. Se sentían de repente compartiendo el criterio del crítico que la alababa y con el gusto de las premiaciones y festivales que junto a ella galardonaba a películas desde la India hasta Argentina.
Este mismo efecto, infinitamente menor, es el que ha llevado a que el nicho popular al que se le suele llamar cinéfilo, que si bien suele asistir a festivales nacionales, sigue prefiriendo saltarse la competencia oficial e irse a la oferta de títulos extranjeros o que a diferencia del grueso poblacional que evade el cine extranjero, lo busca, aunque sean siempre las películas que las premiaciones estadounidenses hacen eco o les dictan, haya salido encantado de Corina y algunos activamente le hagan campaña publicitaria. Porque Corina como Amélie otorgan una validación, la de una industria que la premia y la de un sector crítico que la reconoce.
En una de sus escenas iniciales, la narradora de nuestra "Amélie tapatía" menciona cómo paulatinamente su mundo se vio reducido a 4 calles de la colonia americana. Desde su primera proyección en el FICG esta escena causó risa entre el público mayormente tapatío que entendió de inmediato la clase social de su protagonista, intuyo que reaccionaría igual un capitalino escuchando de la tragedia de quien vive enclaustrado en la Roma o la Condesa.
Unas cuantas escenas después, Corina logra llegar al pequeño pueblo de la escritora Silverman encontrándola en una primaria mientras dirige una obra de teatro infantil; ésta dice a uno de los niños "lo que dices es muy fuerte, cuando lo digas intenta pensar en cuando vienen los poderosos a quitarles el agua". Unas charlas después, Corina revela haber alterado el final de su novela, ella dice "está de moda ser pesimista" a lo que Silverman le contradice "no es una moda". Silverman es consciente de la cantidad de problemas que aquejan a las regiones rurales del país, las condiciones sociales en las que viven los niños que asisten a su escuela y como alega defendiendo el final de su novela "no estoy dispuesta a vender mi integridad artística, que es lo único que como escritora poseo, aunque esto es solo de forma cosmética, pues, sin mayor intercambio de palabras, hacia su final accede.
Aunque hay claras reminiscencias de Amélie y la comparación para su público sea obvia, el mayor parecido reside en el propio discurso de ambas.
Recientemente se le preguntó a Jean-Pierre Jeunet sobre la posibilidad de una secuela de Amélie a lo que él respondió con un rotundo no, bajo el argumento de que "París es feo ahora", sin embargo, 5 años antes de esta Mathieu Kassovitz, quien interpreta a Nino Quincampoix, el interés amoroso de la protagonista, había dirigido La Haine en lo que parece el París de una realidad alterna a la de la joven de corte bob. Para 2001 las tensiones raciales y de clase, la crisis política, el aumento en el alquiler y la violencia contra los migrantes seguía siendo un problema para el país y específicamente para su capital, sin embargo, aún alcanzaba Jeunet a taparla.
La historia de Hopfner se sitúa en el 2000 ¿será que en unos cuantos años también tendrá imposible repetir su hazaña de replicar un occidente mexicano de apariencia dosmilera y que la crisis de desaparecidos, la precarización, la gentrificación y la crisis inmobiliaria también alcance a la colonia americana o a la gran pantalla?
La obra de Jeunet aún con casi 25 años sigue teniendo fieles fanáticos que año con año viajan a conocer las locaciones en que fue filmada, pero muchos más pese a sus críticas le guardan aprecio porque fue su puerta de entrada al cine internacional y les abrió el interés por un cine distinto, incluso al de Amelie, a uno menos complaciente. Solo el tiempo dirá si Corina hará que se volteé a ver de nuevo el cine nacional, ya no buscando inocencia y boberías, tal vez arriesgándose y descubriendo a un Diego Hernández o un Nicolás Pereda. Que sea la puerta para aspirar más que al inofensivo estándar.
Corina, ópera prima de Urzula Barba Hopfner, es probablemente la cinta mexicana más paseada por festivales nacionales de este recién finado 2024 pues tras su estreno y triunfo en el FICG donde se alzó con el premio de la sección Hecho en Jalisco se presentó en la selección del GIFF, en una sección paralela del FICM y en la sección oficial en competencia de Los Cabos cumpliendo el probable objetivo de su directora, una cinta tan accesible como inofensiva.
Hay demasiados argumentos para quien critique la comedia mexicana: un reciclaje temático, las agotadas dicotomías mirrey-chairo, fifi-naco, rico-pobre, un desgastado y repetitivo startalent o la estética muchas veces similar a las de producciones televisivas. Cualquiera que fuese el caso detrás de esta aversión poco o nada tiene que pedirles a las producciones americanas que con millones más de presupuesto ofrecen lo mismo.
En las comedias de Adam Sandler, Melissa McCarthy, Jim Carrey, Ben Stiller, Will Ferrell hasta las más recientes de Ryan Reynolds, Kevin Hart, Dwayne Johnson, Jason Sudeikis o Jason Bateman, la comedia física y los chistes sexuales siguen ahí. Dichas comedias muchas veces mezcladas con cine de acción o romance padecen de lo mismo que el cine mexicano de ese género y, me atrevo a decir, del de cualquiera nacionalidad pues tanto en México como en Francia, Estados Unidos o China, donde los estereotipos, el humor físico, las bromas en doble sentido o la comedía de situación son la constante.
La resistencia que ponemos al cine de comedia mexicano puede deberse a las limitaciones temáticas mencionadas, pero no terminaría de explicar el porqué del éxito de las producciones del vecino del norte que tienen los mismos temas y estructuras. En cambio, la cuestión de clase, problemática explotada dentro de la pantalla en nuestro cine, se extiende fuera de ella pues de los prejuicios a las estrellas de la pantalla chica e influencers, a la distribuidora más poderosa del país que vinculamos con la empresa de medios de comunicación dueña de los canales de televisión más vistos en México y a la calidad de nuestro cine que entendemos inferior a la extranjera, viene una idolatría y admiración a la producción fílmica estadounidense que nos impide reconocer que es tan similar a la nacional.
En este ir y venir de estrenos y de un público que le rehúye a Una pequeña confusión o El roomie mientras se entrega voluntariamente a la tercera entrega de Deadpool o a Código: Traje Rojo creyendo ver algo mejor, se estrena Corina, de Urzúla Barba Hopfner.
Corina es una joven que padece agorafobia. Tras la muerte de su padre, su madre, que responde al nombre de René, redujo la movilidad de su hija por la ciudad cada vez más hasta limitarse a las 4 calles que rodean su domicilio y donde se encuentra todo lo que necesita: la tienda de abarrotes de Fer y las oficinas del periódico donde trabaja.
Dedicada a la corrección de estilo del libro vaquero para una editorial, como se explica, también tiende a hacer correcciones a su realidad en lo que le cuenta a su madre, inventando desde conversaciones con su jefa que nunca pudo sostener, una amistad con su escritora favorita a la que nunca ha podido conocer, hasta ser autora para la editorial y correctora de la saga más importante que publican. Esto último ocasiona que una de sus invenciones personales salga por error de casa y termine publicándose, alterando el final original de la última novela de la famosísima escritora Xareni Silverman y poniendo en peligro su trabajo y el de sus compañeros.
La excentricidad de su protagonista que colecciona recortes y vaqueros falsos en los que se pone como autora en una maleta bajo la cama, que se congela ante la gente y que recluida en una oficinita aislada de todos permanentemente, está viviendo las fantasías de sus libros en lugar de la realidad, es tan inofensiva y similar a la del personaje Amélie de la comedia homónima francesa del año 2001 con la que no han cesado las comparaciones.
En el año de su estreno el crítico Frédéric Bonnaud para Film Comment escribió una columna titulada The Amélie Effect intentando explicar el efecto que llevó a aquella película a convertirse en la más taquillera en la historia del país hasta ese momento. La realidad detrás de su éxito no es muy distante de lo que hace que el público mexicano se aleje de su cine y en especial de las comedias: el deseo de validación.
Amélie está lejos de ser una película de la Nouvelle Vague, de abordar temas del cine de Krzysztof Kieślowski, Leos Carax, Claire Denis o Chris Marker, sin embargo, sí tiene recursos de comedias de Louis Malle como Zazie dans le metro y un personaje con ligeros parentescos a algunas protagonistas del cine de Eric Rohmer o Maurice Pialat, todo esto profundamente digerido y accesible para una gran audiencia. Tras ser presentada en festivales la prensa internacional difícilmente escondió su amor por la película, la puso en sus listas de lo mejor de ese año y llegó a conquistar 5 nominaciones en los premios Oscar; el público general que, por más que digan lo contrario, no consume cine fuera del de Hollywood y alguna que otra producción industrial del cine de su país se sintió validado como pocas veces tras gustar de una película de un país del que rara vez mira su cine y ver cómo triunfaba en crítica y premios, cosa que casi nunca pasa con las que hacen éxitos en taquilla. Se sentían de repente compartiendo el criterio del crítico que la alababa y con el gusto de las premiaciones y festivales que junto a ella galardonaba a películas desde la India hasta Argentina.
Este mismo efecto, infinitamente menor, es el que ha llevado a que el nicho popular al que se le suele llamar cinéfilo, que si bien suele asistir a festivales nacionales, sigue prefiriendo saltarse la competencia oficial e irse a la oferta de títulos extranjeros o que a diferencia del grueso poblacional que evade el cine extranjero, lo busca, aunque sean siempre las películas que las premiaciones estadounidenses hacen eco o les dictan, haya salido encantado de Corina y algunos activamente le hagan campaña publicitaria. Porque Corina como Amélie otorgan una validación, la de una industria que la premia y la de un sector crítico que la reconoce.
En una de sus escenas iniciales, la narradora de nuestra "Amélie tapatía" menciona cómo paulatinamente su mundo se vio reducido a 4 calles de la colonia americana. Desde su primera proyección en el FICG esta escena causó risa entre el público mayormente tapatío que entendió de inmediato la clase social de su protagonista, intuyo que reaccionaría igual un capitalino escuchando de la tragedia de quien vive enclaustrado en la Roma o la Condesa.
Unas cuantas escenas después, Corina logra llegar al pequeño pueblo de la escritora Silverman encontrándola en una primaria mientras dirige una obra de teatro infantil; ésta dice a uno de los niños "lo que dices es muy fuerte, cuando lo digas intenta pensar en cuando vienen los poderosos a quitarles el agua". Unas charlas después, Corina revela haber alterado el final de su novela, ella dice "está de moda ser pesimista" a lo que Silverman le contradice "no es una moda". Silverman es consciente de la cantidad de problemas que aquejan a las regiones rurales del país, las condiciones sociales en las que viven los niños que asisten a su escuela y como alega defendiendo el final de su novela "no estoy dispuesta a vender mi integridad artística, que es lo único que como escritora poseo, aunque esto es solo de forma cosmética, pues, sin mayor intercambio de palabras, hacia su final accede.
Aunque hay claras reminiscencias de Amélie y la comparación para su público sea obvia, el mayor parecido reside en el propio discurso de ambas.
Recientemente se le preguntó a Jean-Pierre Jeunet sobre la posibilidad de una secuela de Amélie a lo que él respondió con un rotundo no, bajo el argumento de que "París es feo ahora", sin embargo, 5 años antes de esta Mathieu Kassovitz, quien interpreta a Nino Quincampoix, el interés amoroso de la protagonista, había dirigido La Haine en lo que parece el París de una realidad alterna a la de la joven de corte bob. Para 2001 las tensiones raciales y de clase, la crisis política, el aumento en el alquiler y la violencia contra los migrantes seguía siendo un problema para el país y específicamente para su capital, sin embargo, aún alcanzaba Jeunet a taparla.
La historia de Hopfner se sitúa en el 2000 ¿será que en unos cuantos años también tendrá imposible repetir su hazaña de replicar un occidente mexicano de apariencia dosmilera y que la crisis de desaparecidos, la precarización, la gentrificación y la crisis inmobiliaria también alcance a la colonia americana o a la gran pantalla?
La obra de Jeunet aún con casi 25 años sigue teniendo fieles fanáticos que año con año viajan a conocer las locaciones en que fue filmada, pero muchos más pese a sus críticas le guardan aprecio porque fue su puerta de entrada al cine internacional y les abrió el interés por un cine distinto, incluso al de Amelie, a uno menos complaciente. Solo el tiempo dirá si Corina hará que se volteé a ver de nuevo el cine nacional, ya no buscando inocencia y boberías, tal vez arriesgándose y descubriendo a un Diego Hernández o un Nicolás Pereda. Que sea la puerta para aspirar más que al inofensivo estándar.